Cómo «disfrazar»
los alimentos más sanos y que peor saben
Detrás del «no me gusta» de niños, y mayores, hay razones basadas en apreciaciones organolépticas aprendidas que es necesario y fácil enmascarar
Vegetales como el brócoli o la coliflor poseen propiedades anticancerígenas
Por Carmen Ibáñez / Madrid No siempre el color o el sabor son los responsables de que un niño no quiera comer o ni siquiera probar alimentos como verduras, pescados, frutas o lácteos. Los niños comen los alimentos que les resultan familiares porque habitualmente se consumen en casa. El ejemplo de los padres es fundamental a la hora de adquirir hábitos alimentarios adecuados que perduran toda la vida.
La dieta ha de ser variada, rica y adaptada en cantidad a cada momento, cubriendo las necesidades de cada persona, tanto en la salud como en la enfermedad. En general, como norma debemos intentar comer alimentos de temporada y cuidar su preparación para que resulten lo más apetitosos posible. Los niños y muchos jóvenes evitan comer verduras y pescado y en su lugar eligen, quizá movidos por la publicidad, hamburguesas, pizzas, golosinas o snacks, que muchas veces incluyen perjudiciales grasas saturadas en su composición, como la de palma, aunque se «camuflen» en la etiqueta con la coletilla «de origen vegetal».
«Hamburguesas de mar» Cuando alimentos tan necesarios como los vegetales y pescados son rechazados y su consumo es escaso, hay que conseguir presentarlos de forma que acompañados de aderezos como tomate frito, mostazas, mayonesas, aceites y otras salsas, sean más atrayentes a la vista y al gusto.
Como ejemplo, los pescados que a la plancha o cocidos son mal aceptados por los niños, se pueden cocinar en forma de albóndigas, filetes rusos o acompañados con pistos u otras salsas caseras. El bonito, uno de los mejores pescados azules de nuestras costas, tiene un olor fuerte que puede provocar rechazo incluso en personas mayores. Sin embargo, cocinado al vapor tiene un aspecto parecido al pollo y un sabor mucho más suave, al estilo de las conservas, que ayudará a incorporarlo al menú de los más pequeños, por ejemplo, en ensaladas de pasta. Y si picamos su carne añadiendo cebolla, aceitunas, pimiento, ajo, perejil, huevo batido y pan rallado, podemos preparar una saludable «hamburguesa mediterránea», que, una vez frita, será un plato apetitoso y muy nutritivo, con alto contenido en ácidos grasos, proteína, hidratos, fibra y minerales.
El bacalao es otro pescado que gusta poco a pesar de sus cualidades y calidad. Una buena solución es prepararlo en albóndigas. Con una salsa de almendras resulta un plato con muy bajo contenido en grasa y muy nutritivo. Su elaboración es muy sencilla: una vez desalado se desmiga y se forma una mezcla añadiendo ajo muy picado, perejil, huevo y miga de pan mojada en leche. Se hacen las bolitas, se fríen y se disponen sobre papel para eliminar el exceso de aceite. Se pica cebolla muy menuda, se fríe hasta dorarla, se prepara la salsa con almendras machacadas y después de añadir las albóndigas se deja ligar todo.
En ocasiones puede haber problemas con algunas carnes de aves o el conejo, cuyo rechazo se prologan en la edad adulta. También se puede solventar con preparaciones similares a las indicadas para los pescados, que permiten saborear unas carnes blancas bajas en grasa.
Despensa verde En la despensa verde algunos productos gozan de muy poca popularidad entre los más pequeños, como coliflor, brócoli, repollo, calabaza o berenjena. Unos por su olor al cocinarlos y otros por sabor más fuerte o incluso por su textura.
En particular, verduras como brócoli, coliflor o coles bruselas, todas pertenecientes a la misma familia, son auténticos protectores del aparato digestivo y muy ricas en antioxidantes. Desgraciadamente no gozan de la preferencia de muchos comensales. Además contienen sulforafano, un compuesto al que se atribuyen propiedades anticancerígenas. Lo más fácil es cocerlas al dente y aliñarlas con aceite de oliva y limón o vinagre. Pero quizá a los pequeños les gusten más si se las mezclamos con pasta después de rehogarlas ligeramente con algún ingrediente que enmascare su sabor, como jamón o chorizo.
Un buen recurso en algunos casos, como la calabaza, es cocinarlos como un puré, como nos explica Samantha. En el caso de la coliflor puede también «camuflarse» en forma de crema, a la que podemos añadir, una vez cocida, alguna conserva, como un buen atún en aceite de oliva, que cambia por completo su sabor. Si añadimos leche, la crema adquiere la consistencia de una bechamel muy apetecible, pero con menos calorías.
No hay que olvidar que muchas verduras, entre ellas la coliflor y la alcachofa, después de hervidas ligeramente, pueden freírse rebozadas en harina y huevo. Esta presentación suele gustar a los peques. En algunos lugares de Italia, las alcachofas rebozadas y fritas son un elemento imprescindible cuando se va de picnic.
Por último, pero no menos importante, conviene tener en cuenta que comemos con los ojos. Por eso el emplatado debe ser atractivo para pequeños y mayores.
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