No hay mal que por bien no venga
¿Cómo quedarse fuera Fidel Castro de las bendiciones papal?
En esta imagen aparecen Jorge Mario Bergoglio,
actual papa, y el dictador argentino Jorge Rafael Videla (foto tomada de Internet)
Por Tania Díaz Castro | La Habana, Cuba | Cubanet
Estoy por pensar que lo mejor que hizo Fidel Castro a su abrupta llegada al poder, cuando se sintió más fuerte que Dios, fue hacerle la guerra a las religiones que imperaban en Cuba.
A la fuerza, los cubanos empezaron a ser más ateos que nunca.
El jefe guerrillero, ya en el poder, no le partió la cabeza a cada uno de los curas porque no pudo, pero sí los fulminó de todos los medios de comunicación masivos –prensa escrita, radio y televisión–, para que sólo sirviera a su propaganda política.
Ni siquiera nuestra raza negra, fanática de Oshún y Yemayá, pudieron poner sus santos y platos de comida en esquineros de salas y dormitorios, porque hasta allí podía llegar el presidente de los Comités de Defensa de la Revolución.
Hasta la Virgen de la Caridad dejó de ser la patrona de Cuba durante las primeras décadas de castrismo. En Cuba sólo había un patrón, dueño no de todo, hasta de la isla.
De Changó, ni hablar. ¿Quién no recuerda que hasta la célebre Celina González tuvo problemas para cantar aquello de “¡Que vivá Changó!” porque todos los “vivas” tenían que ser para el máximo líder?
La historia fue así:
Cuando el máximo líder se percató por fin de que cada día que pasaba tenía menos y menos apoyo popular –comienzan las indisciplinas sociales, el ausentismo laboral, los éxodos masivos, aumenta la práctica subterránea de las religiones afrocubanas y las iglesias católicas son más concurridas–, le pide al fraile dominico Libanio Christo, más conocido como Frei Betto, que interceda, para que ayude a lograr un acercamiento entre la Iglesia y el Estado cubano. Una buena estrategia.
Era el año 1980. La estampida de cubanos en la Embajada del Perú fue el aviso definitivo. Por aquellos días, no hace falta que lo diga, dejó de sentirse el Rey de Cuba.
Pero, ¿acaso en el fondo de su viejo corazoncito, el dictador caribeño comparte su poder con el hombre que murió en la cruz, allá en Galilea?
No lo creo. Fidel es más ateo que yo. Ni siquiera cree en las brujerías que le hicieron los africanos para inmortalizarlo.
Es, lo sabemos los cubanos de aquí y de allá, el mismo hombre que fundó las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), donde fueron torturados religiosos, homosexuales y disidentes. Es el mismo que, en silencio ha tenido que ser, acepta las relaciones con Estados Unidos por conveniencia.
Él, que se las sabe todas porque es el cubano mejor informado de Cuba, se ha leído seguramente ese libro que se llama “Biografía no autorizada del Vaticano”, que describe las finanzas secretas, la mafia, la diplomacia oculta y los crímenes en la Santa Sede. Y también, por qué no, “El Enigma Sagrado”, de los escritores británicos M. Baigent, R. Leigt y H. Lincoln, que ofrece sorprendentes revelaciones sobre Jesucristo y sus descendientes, ambos libros prohibidos por la Iglesia.
Además, ¿cómo quedarse fuera Fidel Castro de las bendiciones papales, esas que han recibido dictadores como Hitler, Mussolini y muchos otros? ¿Él, que ha sido el que más tiempo ha gobernado por sus pantalones y algo más?