¿Seguirá el sistema político cubano
justificándose con el calificativo de “plaza sitiada”?
En las pancartas del Partido Comunista ha desaparecido este tono belicoso (foto cortesía del autor) Estados Unidos, nuestro más querido enemigo
Por Ernesto Pérez Chang | Desde La Habana, Cuba | Cubanet Casi de inmediato, con el anuncio del inicio del proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos, desapareció de la pantalla televisiva aquel fragmento, repetido a toda hora, de un discurso de Ernesto Guevara donde se lo escuchaba sentenciar eso de: “Al imperialismo, ni un tantico así”, consagrando aquella política de cero diálogo que practicó el gobierno cubano hasta que el declive y luego la muerte de Hugo Chávez obligó a marcar el número telefónico de la Casa Blanca.
Tal vez, como ironiza la voz popular, el spot terminó sufriendo una suerte de combustión espontánea como en su momento pasó con el restaurante Moscú, en el Vedado, o con la filmoteca del Instituto Cubano de Radio y Televisión donde se guardaban las películas y dibujos animados de la era soviética.
Por estos días, a juzgar por los variaciones en el tradicional discurso oficial, el enemigo está de vacaciones y habría que preguntarse si todo no apunta a un proceso de “jubilación definitiva” o a una reformulación de un concepto muy necesario para sostener otros que parecieran la razón de ser de un sistema político como el cubano que se justifica en la consolidación de la idea de ser una “plaza sitiada”.
Para algunos que han seguido de cerca estos cambios en el lenguaje oficial, no se debiera asociar el hecho con un verdadero cese de hostilidades y la creación de una atmósfera conciliatoria sino con una estrategia de acomodo discursivo. Incluso hay quienes alertan sobre la peligrosidad de que ese “enemigo ausente” termine por ser sustituido con la satanización de todos los sectores de la oposición pacífica interna.
“Renunciar a la idea de enemigo sería como un tiro de gracia”, dice un reconocido profesor universitario que prefiere permanecer en el anonimato por temor a represalias. Y continúa: “esa es la base que sostiene al sistema y siempre estará ocupada por alguien, y la disidencia, aunque pacífica, es el mejor candidato. En el discurso oficial, en Cuba hay una estabilidad económica y política amenazada. Antes por los Estados Unidos, y ahora, que intentan sustraerlo de la ecuación, por grupos financiados desde el exterior a los que les colocan el uniforme de mercenarios para que la gente los identifique con lo peor. La palabra mercenario recuerda agresión armada, actos violentos, falta de valores éticos y hasta terrorismo, un poco más y estaríamos hablando de ISIS cuando todo el mundo sabe que la oposición cubana no pone bombas ni planifica atentados... ¿pero quién les paga entonces a los mercenarios? Si reparas en las palabras que usan para referirse al diálogo o al presidente de los Estados Unidos, no es Obama, que ha terminado como una especie de Mártir, sino otros, un grupito al que aún no le han puesto un rostro definitivo porque no se sabe, en solo unos meses, con quién habrán de continuar dialogando. Ya quitaron las banderas de la Tribuna [el espacio aledaño a la embajada norteamericana, popularmente conocido como Protestódromo], creo que le cambiaron el nombre cuando vino Kerry y pronto quitarán las astas porque dicen que hay un problema de corrosión y que resulta muy caro mantenerlas, pero ya verás que después restituirán el águila del [monumento al] Maine y así hasta donde les sea necesario llegar”.
Para Osdany, un estudiante de Derecho de la Universidad de La Habana, que vaya desapareciendo la idea de los Estados Unidos como enemigo en el discurso oficial, es una muestra de una voluntad de cambio por parte del gobierno:
“Creo que en verdad se dieron cuenta de que estar creando fantasmas no conduce a nada. Se pasaron 60 años en el pique y ¿qué pasó? La gente va con la bandera americana en la ropa, en los carros, la gente asocia la prosperidad, el bienestar y no el sufrimiento o la pobreza con los Estados Unidos y lo que pasó es el efecto boomerang, ellos mismos se fueron convirtiendo en el principal enemigo con tantas restricciones y con tantas exigencias, todas inútiles. Yo no creo que estén fabricando otro enemigo, sino que en verdad quieren cambiar pero poco a poco, arreglar lo que chivaron”.
Otras opiniones contrastan con el optimismo de Osdany. Luis Enrique, un estudiante de la misma facultad, aunque reconoce que las propagandas más belicosas han desaparecido de la televisión así como de los espacios públicos, no cree que esto se deba a un repliegue o a una reformulación del concepto de enemigo:
“Tal vez en la televisión, sí, pero en la universidad sigue el mismo discurso y en el mural de mi cuadra [se refiere al espacio de propaganda ideológica que usualmente colocan en los Comité de Defensa de la Revolución] están los mismos carteles de siempre, que si el bloqueo, que si el imperialismo. Se siguen publicando libros que hablan horrores de los Estados Unidos. No creo que eso cambie. Me parece que ahora lo que están es aguantados a ver qué pasa y si todo sale como ellos quieren. En mi facultad todos los años los de la FEU hacen el Tribunal Antiimperialista [un simulacro de proceso judicial donde simbólicamente se sanciona al gobierno norteamericano ya sea por el embargo o por crímenes de guerra], vamos a ver si lo hacen y a quién ponen en el banquillo de los acusados. Olvídate, que a alguien van a poner. Yo no me quiero perder ese show”.
“El enemigo es el pollo del arroz con pollo”, sentencia Rafael, un estudiante de Historia. “Si no existiera, habría que inventarlo porque cantidad de cosas dejarían de funcionar. Lo que pasa es que han descubierto que a los poderosos es mejor tenerlos como aliados pero parece que ellos [se refiere al gobierno cubano] no vieron lo que pasó en Libia con Gadafi. Los americanos dejarán de ser los enemigos pero los disidentes ocuparán el lugar. A mí lo que me parte de la risa es que siempre dicen que son un grupito insignificante y que la revolución es invencible pero, si es así, ¿por qué les hacen tanto caso?, déjenlos que hablen. Pero es lo que te digo, necesitan un enemigo y qué mejor que alguien que no les haga mucho daño pero que de vez en cuando haga el papel del lobo feroz del cuento”.
“El enemigo ahora es el amigo” o “el enemigo del norte ya no son los americanos sino los canadienses o los esquimales”, esto es algo que se escucha en todas partes. Hasta en los espectáculos humorísticos se hacen bromas con la repentina metamorfosis que a algunos cuantos les ha costado mucho esfuerzo asimilar, ya sea porque se sienten traicionados o porque no creen en la autenticidad del cambio.
En la calle pocos saben qué ha pasado con todos aquellos spots de la televisión cubana, algunos en forma de caricaturas ridiculizantes, que insistían en achacar casi todos los males de la nación a los vecinos del Norte o instaban a mantenerse alertas, “preparados para la defensa”, contra un “enemigo”, que siempre estuvo muy puntualmente identificado o con la tradicional imagen del Tío Sam o con algún funcionario de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, como aquellos dibujos animados donde se mofaban de James Cason.
Las pancartas del Departamento de Propaganda del Partido Comunista, emplazadas en las principales vías de la ciudad, aún mantienen el viejo discurso sobre el carácter invencible de la revolución o la inmortalidad del régimen socialista, pero ahora se abstienen de las acusaciones directas al gobierno de los Estados Unidos o de la caricaturización ofensiva, ¿serán estos los presagios de una escampada o la calma que precede a la tormenta? ACERCA DEL AUTOR Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).
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