La confirmación de la NASA de la existencia de agua en
Marte reabre la cuestión sobre el origen de la vida en la Tierra
Imagen del planeta rojo del telescopio espacial Hubble ¿Somos todos marcianos?
Por José Manuel Nieves / Madrid / ABC.es¿Proceden nuestros primeros antepasados de Marte? Interesante idea, sin duda, donde las haya. Especialmente porque, aunque a primera vista pueda parecer una locura, podría resultar ser absolutamente cierta. O por lo menos eso es lo que piensa H. Jay Melosh, profesor de Ciencias Planetarias de la Universidad de Arizona y una de las máximas autoridades mundiales en el estudio de impactos de meteoritos contra la Tierra. Y también de la posible conexión de estas colisiones con el origen de la vida.
Actualmente existen dos hipótesis que intentan explicar cómo surgieron los primeros organismos vivos en nuestro planeta. Por un lado, la «hipótesis extraterrestre», según la cual los primeros elementos orgánicos, o incluso los primeros organismos primitivos, habrían surgido en algún otro lugar del espacio para después «colonizar» tanto el nuestro como otros mundos; y por otro, la «hipótesis terrestre» según la cual la vida habría surgido y se habría desarrollado aquí, en la Tierra.
Ambas teorías cuentan con defensores y detractores, pero ninguna de ellas ha conseguido reunir, por el momento, las pruebas necesarias para ser considerada como definitiva. La primera de las hipótesis, la del origen extraterrestre, que se conoce como «panspermia», no explica cómo surgió la vida, sino que se limita a trasladar el problema fuera de la Tierra. Sus defensores creen que la vida es una característica general del Universo y que, además, podría incluso ser tan vieja como él. La idea de la panspermia fue introducida por primera vez a principios del siglo XX por el químico sueco Svante Arrhenius, y predice que los organismos más sencillos abundan en el espacio, se desplazan por él y van «colonizando» los planetas que encuentran a su paso.
Los defensores de la otra hipótesis, sin embargo, defienden la suposición de que la vida apareció en nuestro mundo de manera espontánea (de nuevo la generación espontánea), a partir de materia inerte, animada en virtud de unas condiciones físicas y químicas determinadas. Para los defensores de esta versión moderna de la teoría de la abiogénesis, el surgimiento de la vida fue un hecho excepcional, único y probablemente irrepetible en toda la historia del Universo.
Vías de investigación Los esfuerzos de los biólogos que trabajan en este campo se encaminan fundamentalmente en dos direcciones: encontrar vida fuera de la Tierra, lo que sacaría a la Ciencia de la actual situación de «impasse» en la que se encuentra hoy; y explicar cuáles fueron exactamente los mecanismos que dieron como resultado la aparición de los primeros seres vivientes en nuestro planeta.
Pero Melosh ha ido algo más lejos. Para él, igual que para muchos biólogos y geólogos actuales, no cabe duda de que en Marte hay, o por lo menos hubo alguna vez, vida. Casi cuarenta misiones no tripuladas han sido enviadas hasta ahora al planeta rojo, y una buena parte de ellas con la misión específica de encontrar agua (cuya presencia allí fue confirmada primero por la sonda Phoenix y ahora por las imágenes reveladas por la NASA) y rastros de algún tipo de vida orgánica, ya sea presente o pasada.
Mares marcianos La historia de Marte es muy similar a la de nuestro propio planeta. Y se sabe que, igual que en la Tierra,allí hubo mares y océanos que, sin embargo, se perdieron por carecer el planeta de una atmósfera capaz de retener y reciclar el agua evaporada por el sol. Al ir evaporándose el agua de los mares, simplemente se fue perdiendo en el espacio. Sin embargo, resulta más que plausible pensar que, mientras esos mares existieron, llegaron a albergar alguna forma de vida orgánica. Un proceso, además, que pudo tener lugar incluso antes que en la propia Tierra, según se desprendió del análisis de los datos enviados por las naves puestas en órbita marciana y por los vehículos robotizados (rovers) Spirit y Opportunity, que llevan ya años «paseando» por su polvorienta y árida superficie.
Y después están los asteroides y cometas, que chocan continuamente con todos y cada uno de los mundos del Sistema Solar, salpicando sus superficies de cráteres que son visibles durante muchos millones de años. Cuando uno de estos «vagabundos espaciales» choca contra un planeta, levanta una gran nube de escombros y piedras que, a su vez, son lanzadas al espacio y pueden chocar (de hecho lo hacen) contra otros mundos del mismo sistema planetario. Aquí, en la Tierra, se han encontrado ya un buen puñado de meteoritos que han resultado ser fragmentos de suelo marciano.
«Carambolas cósmicas» «Conocemos el mecanismo por el cual un gran impacto en Marte puede lanzar grandes rocas al espacio», afirma Melosh, que añade que «tanto la teoría como los análisis directos realizados en algunas de esas rocas nos dice que microorganismos vivos podrían haber sobrevivido tanto al lanzamiento como al vacío del espacio durante periodos lo suficientemente largos como para llegar intactos hasta la superficie de nuestro planeta».
Si se llega a demostrar que, en efecto, la vida se desarrolló antes en Marte que en la Tierra, no sería muy arriesgado suponer, asegura Melosh, que pudo «trasladarse» hasta nuestro propio mundo aprovechando alguna de las «carambolas cósmicas» descritas más arriba. Aquí, en la Tierra, aquellas primitivas moléculas prebióticas o, quién sabe, incluso microorganismos funcionales, encontraron un caldo de cultivo más favorable en el que desarrollarse y prosperar.
El resto, lo conocemos bastante bien. Tras varios miles de millones de años de reinado absoluto de las bacterias, surgieron las primeras células eucariotas, y a partir de ellas todas las familias y especies que hoy pueblan el planeta Tierra. Entre ellas, por supuesto, la nuestra. Todo un pueblo de «marcianos» lejos de su mundo natal…
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