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General: ***El temor a una rebelión violenta en Cuba ***
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 07/10/2015 17:15
¿Es gratuito el temor a una rebelión violenta en Cuba?
Podemos correr el peligro de que la paciencia de los opositores y de la población descontenta se agote en tanto los esbirros de Seguridad del Estado se sientan más impunes.
  
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Arrestos de Dama de Blanco por la policía política.
 
                   Por José Hugo Fernández |  Diario de Cuba
Luego del gran aporte de Raúl Castro en la ONU, al convertir los derechos humanos en una utopía (con el aplauso de gobiernos y organizaciones internacionales), y una vez que el Papa y su canciller obraron el milagro de hacer de la represión en Cuba algo intangible, que, por más que se esforzaran no lograron ver, uno se pregunta hasta dónde podría llevarnos la espiral de violencia con que las fuerzas de la dictadura acallan aquí toda desaprobación política. 
 
De ser cierto, como suele decirse, que caimán no come caimán y que la violencia termina siempre engendrando violencia, los pelos se le paran de punta a cualquiera al pensar en el tácito visto bueno que instituciones y gobiernos civilizados del mundo le otorgan a nuestra dictadura cuando aceptan que su sistema represivo es una cuestión de política interna y que, como tal, no resulta de la incumbencia de nadie más allá del Morro. ¿Acaso no corremos el peligro de que la paciencia de los opositores y de la población descontenta pueda ir agotándose en la medida en que los esbirros de la Seguridad del Estado se sientan más impunes para emplear su vandalismo abusador contra toda protesta?
 
En momentos en que hasta las narcoguerrillas, últimos atisbos de la violencia como partera de la historia (según lo excretado por Carlos Marx), demuestran haber comprendido la extemporaneidad del postulado, nuestros caciques no dejan de apostar por su cruda aplicación para imponerse en Cuba. Insisten en durar a la dura, en vez de durar cambiando, sin que les importe incurrir en tamaño atolondramiento justo cuando intentan venderse internacionalmente como aperturistas y reformadores. Pero el colmo es ese manto de connivencia con que hoy los encubre gran parte de la opinión internacional.  
 
Mientras más frecuentemente se repiten por estos días las palizas a los disidentes cubanos, con impunidad y ensañamiento revigorizados, más en entredicho queda la moral, ya no solo de los amiguetes del régimen (sean eclesiásticos de La Habana o de Roma, sean gobernantes, políticos, artistas o intelectuales del mundo), sino la de no pocos gobiernos democráticos que hasta ayer lo cuestionaban, imponiéndole incluso distancia y categoría.
 
Arrastrar y patear en horda abusadora a una mujer —o a cualquier persona desvalida, pero muy en especial a una mujer—, y mantenerse impávido ante la huelga de hambre de un artista que está preso por intentar manifestar públicamente lo que piensa, son acciones miserables y cavernícolas, contrarias a toda forma de decencia y ajena a los principios de la civilización. De idéntica manera, hacer la vista gorda ante tales muestras de salvajismo es algo que nada tiene que ver con posiciones ideológicas o normas diplomáticas. Es una desvergüenza.
 
Defendiéndose a coletazos como pescado en la red, o como toda dictadura que se reconoce en ruinas, el régimen evidencia no estar dispuesto a considerar ninguna otra alternativa que no sea el incremento de sus abusos contra la oposición pacífica. Hoy más que nunca, y con sobradas razones, le aterra que las demandas de libertad y progreso económico puedan encontrar eco entre la población.
 
No en balde ha resuelto activar en grande a sus fuerzas represoras, las que actúan bajo el evidente mandato de no permitir brotes de protesta, ni a la menor escala, aunque se vean precisados a la aplicación del atropello como profilaxis.
 
Bajo la estúpida consigna de que la calle es de Fidel, el régimen no se cuida de guardar las formas. Lo anuncia en sus discursos. Otorga amparo oficial y público a las hordas destinadas a darles tranca a personas indefensas, cuyo único delito es no simpatizar con su poder, que tiraniza y hunde al país en la miseria. 
 
Y en tanto, los progres de Europa y de EEUU miran hacia otro lado. Los ¿demócratas? latinoamericanos sueñan con ser como nuestros caciques cuando sean grandes. Los obispos santifican. Y la prensa internacional da la muela en torno a pobres remedios de urgencia que a ellos gusta llamar reformas.
 
¿Es gratuito entonces el temor de que algún día la violencia opresora, intolerante y déspota de nuestra dictadura pueda engendrar respuestas violentas?
 
Desde Sócrates hasta Martí, son muchos los grandes pensadores de la historia (hombres por demás moralmente intachables) que aprobaron la rebelión contra un gobierno opresor, no solo como un derecho sino incluso como un deber de la ciudadanía. Ya en el siglo XVII, John Locke, sabio e incansable luchador contra el absolutismo monárquico, categorizaba la cuestión mediante ideas que hoy conservan total vigencia, al sostener que el resultado de un ejercicio erróneo por parte del poder (atropellando los derechos elementales de la gente), debe ser observado no solamente en la desobediencia o rebelión del pueblo, sino además en la pauta que a este se le da para ejercer otro derecho fundamental: la disolución del Gobierno.
 
Para el ilustre filósofo Henry David Thoreau, enemigo del esclavismo y hasta temprano crítico del capitalismo, lo justo no era cultivar el respeto por la ley (que puede ser manipulada), sino el respeto por la justicia. En tanto, nuestro Apóstol y Héroe Nacional sentenciaba en 1882: "Bien es que merezca ser echado de la Casa de Gobierno, quien para gobernar haya de menester, en vez de vara de justicia, de puñal de asesino".
 
Desde luego que en lo que a mí respecta, estoy tajantemente contra la violencia, ni siquiera como respuesta a la violencia. Pero, ¿quién descarta por completo la posibilidad de que alguna vez, hartos de hacer de mansos sacos de práctica donde ejercitan su técnica y su saña los esbirros karatecas de la Seguridad del Estado, los opositores pacíficos de la Isla resuelvan poner freno al abuso, ripostándoles con la piedra o el palo más duros que encuentren a mano?
 
Por suerte, hasta ahora ha discurrido en forma pacífica el enfrentamiento contra el régimen y sus pretendidos herederos. Nuestro movimiento de opositores exhibe ante el mundo su ejemplo (al parecer inútilmente) de organización civilizada, que opta por la denuncia y la demostración firme y serena como alternativas para buscar el cambio, pero un cambio radical, no solo de nombres, sino también de circunstancias, de estructuras políticas y de mentalidad.
 
Pero ello no debiera confundir al régimen y aún menos a sus conniventes del exterior.
 
Mucho antes de que pasara por aquí el papa Francisco con su verbo cantinflescamente conciliador, Martí había advertido, en carta dirigida a Máximo Gómez, el 20 de octubre de 1884: "La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia".
 


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