David y Goliat
Por Carlos Osma “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. El Señor te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo entregaré tu cuerpo y los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios en Israel. Y toda esta congregación sabrá que el Señor no salva con espada ni con lanza, porque del Señor es la batalla y él os entregará en nuestras manos[1]”.
¿Quién no conoce la historia de David y Goliat? ¿Quién no ha escuchado eso de que el débil con la ayuda de Dios puede vencer al fuerte? ¿Cuántas veces cuando todo estaba en contra nuestra nos hemos acordado del joven y valiente David y nos hemos puesto a recoger simples piedras para acabar con los gigantes filisteos que querían destruirnos?
Pero sería absurdo leer esta leyenda como si todavía fuésemos niños de siete años y estuviésemos en una escuela dominical. No hay que ser muy inteligente para entender que esta historia surgió como propaganda al servicio de la casa real de Israel. El mensaje era muy claro; El Dios de Abraham, Isaac y Jacob estaba con la monarquía davídica, y lo estuvo desde el principio, así lo atestiguan grandes gestas como la batalla entre David y Goliat. Y si Dios estaba con el rey de Israel, ¿quiénes eran el resto de mortales israelitas y no israelitas para negar su legitimidad? La historia de David y Goliat no tuvo su origen en un campo de batalla donde el más débil venció al más fuerte, sino en un palacio donde el más fuerte estaba decidido a someter a los débiles.
“El Dios de los ejércitos” daba legitimidad a la monarquía, al poder de su tiempo, y estaba dispuesto a imponerse sobre quien se atreviese a cuestionarla incluso de forma violenta. La promesa de la eliminación de los enemigos, por gigantes que pudieran ser, era la garantía de que la divinidad estaba del lado de los monarcas. ¿Qué tenía que ver una construcción al servicio del poder como “el Dios de los ejércitos” con el Dios de Abraham, “el Dios de la promesa”? Probablemente nada, pero el Templo de Jerusalén, el centro religioso levantado por el poder de la monarquía como forma de control social, cobijó durante mucho tiempo a este ídolo para que los israelitas le dirigiesen sus Salmos. Quien posee a Dios, siempre es un héroe, y se le permite e incluso se le alienta a que dirija sus piedras hacia la frente de quienes quieren acabar con su poder. Demasiadas veces tras la afirmación de que Dios es poderoso hay una advertencia: Dios es de los poderosos, mejor no enfrentarse a ellos.
Como gais y lesbianas sabemos que la heteronormatividad adora a un “Dios de los ejércitos” dispuesto a acabar con nosotros. Su voluntad es destrozarnos con cinco piedras en forma de versículos que lanzan a nuestras cabezas. Si consiguen alcanzarnos, si son capaces de envenenar nuestra mente con sus lecturas homófobas, con su manera cruel de ver el mundo, entonces nos habrán vencido, y cuando caigamos heridos a sus pies, no habrá para nosotros misericordia. Una espada separará nuestro cuerpo de nuestra mente para que muramos definitivamente. Ese es el Dios cristiano del siglo XXI que entroniza la heterosexualidad obligatoria en sus templos y que obliga a los creyentes a adorarle. Ese es el Dios que bendice el exterminio de cristianos y cristianas que apoyan la diversidad de Dios y el respeto a la diferencia… el Dios de Israel, el Dios de David, “el Dios de los ejércitos”.
Podemos seguirles el juego, apropiarnos de los textos bíblicos que nos han robado, y encarnarnos en el joven David. Tenemos razones más que justificadas para hacerlo, a nadie se le escapa que este valiente adolescente descubriría poco tiempo después los placeres de amar y ser amado por otro hombre. Tenemos a nuestros pies todas las piedras con las que han intentado impedir que avanzásemos, las conocemos casi desde que nacimos y sabemos el daño que son capaces de producir. Podemos cogerlas, y pintarlas de colores para que sean nuestras, y después lanzárselas directamente y sin misericordia a la cabeza. ¡Que sufran lo que nosotros hemos sufrido! Podemos robarles a su “Dios de los ejércitos” , quitarle ropa y ponerle músculo, para que nos acompañe en nuestra batalla por el poder. Tenemos en nuestras manos la capacidad de hacer saltar por los aires los sesos fundamentalistas de tantos adoradores del Dios patriarcal, y además lo haríamos en defensa propia. Con la espada de doble filo con la que quieren partirnos por la mitad, podríamos nosotros quitarles la vida para siempre. Sería fácil, y estaríamos en nuestro derecho. No se trata de ojo por ojo y diente por diente, sino de arrancar la cabeza al fundamentalismo homófobo que tanto odio y sufrimiento han producido a millones de personas. Sería la victoria de la justicia y la igualdad, la victoria del “Dios de los ejércitos”. Nuestra acción liberadora, como en el caso de David, también tendría un Dios que la justificase.
Pero los cristianos, independientemente de nuestra orientación sexual o de género, tenemos como modelo al “Hijo de David” , a Jesús. Y el Dios de Jesús no es el “Dios de los ejércitos” sino el “Dios Padre” que nos recuerda que la lucha no es contra un enemigo, sino contra un hermano. No se trata tanto de dar muerte al homófobo, sino darle vida, acercarle el evangelio de salvación, para que también él pueda sentir la salvación que produce el respeto a la diversidad en su propia vida. Estoy convencido de que la homofobia no sólo intenta ocultar y acabar con la diversidad de las personas LGTBI, sino también con las que no lo son. La homofobia nos limita a todos y todas.
El “Dios Padre” llama al arrepentimiento, al seguimiento de Jesús, a poner al ser humano por delante de la Ley, ese es el Dios en el que creemos. Un Dios que no utilizamos para conseguir poder y justificar quienes somos. Un Dios al que seguimos sin saber donde nos lleva, que nos interpela, que no podemos controlar, que nos ama a nosotros pero también a los Goliats que quieren destruirnos. Un Dios que puede dejarnos morir, que quizás no nos ayude a ganar todas las batallas, pero en el que confiamos para que un día acabe con el dolor que la homofobia ha producido en tantas vidas, así como el resto de sufrimientos que producen los “Dioses de los ejércitos”. Creemos en el “Dios Padre” que hace de David y Goliat dos amantes y no dos enemigos. En la victoria de la justicia, pero no de la violencia. Creemos en el Dios de Jesús que destapa la hipocresía pero que invita siempre al arrepentimiento y a caminar juntos. Creemos en el Dios del amor, de la fraternidad, y de la paz para todas y todos. En el Dios que perdió a su hijo para reconciliarnos con Él. Creemos en “Dios Padre” , no en el “Dios de los ejércitos”.
“Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo me acerco a ti en el nombre del Dios Padre, el Dios Jesús, a quien tú también sigues. El Señor te entregará hoy en mis manos, y a mí en las tuyas, para abrazarnos. Y hoy mismo hablaremos sobre como amamos, como sentimos, como soñamos; y nos alegraremos de la diversidad que Dios Padre ha puesto en medio de su creación. Y sabrá toda la tierra que hay un Dios de amor en el mundo. Y quienes le siguen, quienes le adoran, sabrán que Dios Padre no salva con espada ni con lanza, porque Él nos ama y unirá nuestras manos para siempre”.
Carlos Osma
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