Moraima Secada, La Mora
Por Rosa Marquetti
En el número 660 de la calle San Lázaro, entre Belascoaín y Gervasio, en La Habana, aquella mulatica delgada y vivaz debió comenzar a soñar con la fama y el éxito sobre los escenarios. Allí, en su propia casa, la villaclareña Pastora, quien era amiga entrañable de su madre, tenía un pequeño negocio de planchado, y sus plisados de faldas amplias y almidonadas tenían fama en la zona. Y allí fue donde encontró empleo esa muchachita, cuyo nombre de pila era María Micaela Secada Ramos y había llegado con su familia desde Santa Clara, en busca de mejores oportunidades.
Su imaginación volaría muy lejos, y hasta entonaría entre plancha y plancha una guaracha o un bolero, cuando sus manos plisaban una y otra vez las batas cubanas con las que Celia Cruz mostraría con sabrosura, además de su voz rotunda, su espléndida figura. Sería éste, quizás, su primer encuentro cercano con algo parecido a las candilejas de un escenario.
Había llegado a La Habana en 1940, cuando José Remigio, el patriarca de la familia Secada, decidió intentar una suerte mejor y, como muchos, emigró a la capital con una parte de sus hijos, instalándose en el barrio de Pueblo Nuevo, en Oquendo 820 esquina a Peñalver. María Micaela y María Caridad habían nacido en Santa Clara el miércoles 10 de septiembre de 1930. Eran jimaguas y llegaron al mundo en el quinto de los seis partos felices de Micaela Ramos, en los que trajo al mundo a dos varones y cinco niñas.
Tal parece que la pequeña María Micaela había nacido cantando, pues a los tres años sus hermanos mayores la presentaron en la radioemisora CMHI de Santa Clara, en un programa que auspiciaba la revista Ninfa, cantando un bolero de título Lola.[1]
Una experiencia similar la repetiría meses después de llegar a La Habana con su familia: en agosto de 1940, con diez años, se presentó en La Corte Suprema del Arte, un famoso programa que la CMQ lanzó en 1937 para encontrar y promover talentos emergentes y llegó a convocar la atención de toda la radioaudiencia nacional. Allí cantó, siguiendo la moda de entonces, el pasodoble Valencia, conquistando uno de los primeros premios.[2]
Transcurría la segunda mitad de los años 40 y María Micaela Secada continuaba cantando dondequiera que podía, pero, sobre todo, entre las ropas blancas y las planchas de carbón de la tintorería donde seguía trabajando como planchadora para paliar las estrecheces de la economía familiar. Fue por esos años que comenzó a frecuentar las reuniones que un grupo de jóvenes como ella, algunos con sueños y guitarra en ristre, animaban en la casa de la calle Marqués González 506 entre Pocito y Jesús Peregrino, en el Centro Habana de hoy, donde vivía Jorge Mazón: los muchachos del feeling.
Allí conoció a los compositores José Antonio Méndez (La gloria eres tú), César Portillo de la Luz (Contigo en la distancia), Ángel Díaz (Rosa mustia), el propio Mazón (Tú, mi rosa azul) y a los que pusieron sus voces a disposición de las primeras creaciones filineras: Elena Burke, Omara y Haydeé Portuondo, Dandy Crawford, Francisco Fellove…
En aquellas reuniones una gorda sobresalía entre los asiduos: era Aida Diestro, alguien que años más tarde sería crucial en la vida y la carrera de cuatro de las muchachas que allí absorbían toda la música y comenzaban a deshacer las amarras que contenían su sensibilidad.
ANACAONA
Cuentan que avanzaba ya el año 1950 y Portillo de la Luz se enteró de que Concepción Castro, directora de la orquesta femenina Anacaona, buscaba una cantante. De inmediato avisó a María Micaela, quien se presentó y fue aceptada en la banda de las numerosas hermanas Castro. Sería su primera incursión en un formato musical profesional. Ya entre las Anacaona estaba Haydeé Portuondo, hermana de Omara, con quien los años siguientes le depararían la unión en una de las formaciones vocales más trascendentales de la historia musical cubana.
Con las Anacaona viajó a Venezuela, Haití y Santo Domingo, pero su voz no quedó en ningún registro sonoro con esta agrupación.
CUARTETO D’AIDA
Unos dicen que fueron Haydée y Omara las de la idea de formar un cuarteto, y que reclutaron a Elena, quizás al amparo de los buenos recuerdos y el excelente hacer del cuarteto de Orlando de la Rosa, donde se unieron la Portuondo y la Burke en los albores de la década de los 50. Otros dicen que fue Aida quien las buscó y las juntó. Unos hablan de que debutaron el 16 de agosto de 1952 en un programa de nombre Carrousel de Sorpresas; otros, que su estreno fue en el famoso Show del mediodía del circuito CMQ, pero que después estuvieron mucho tiempo sin encontrar trabajo ni dónde cantar, hasta que comenzó la espiral hacia la fama.
Lo cierto es que Aida Diestro creó con esas lindas, afinadas y guapachosas mulatas el cuarteto vocal más trascendental de todos los tiempos en Cuba: Elena Burke, Omara y su hermana Haydeé Portuondo y Moraima Secada -¡había dejado de ser María Micaela!- añadirían al cuidado repertorio y al excelente montaje de voces (estos dos a cargo de Aida) una sensualidad nunca antes vista en esta proyección de conjunto vocal.
El éxito fue inmediato. Se hicieron populares y hasta habituales en programas de radio y televisión. Eran reclamadas en los mejores cabarets de la época. En su número del mes de agosto de 1954, la revista Show informaba de la presencia del Cuarteto Vocal D’Aida en el elenco del show Ritmolandia, en el cabaret Montmartre, bajo la producción de Mario Agüero, y en el que se presentaban figuras ya consagradas como Benny Moré, Sonia Calero y el Ballet de Alberto Alonso. En noviembre de ese mismo año ya Aida había firmado el contrato que refrendaba la decisión de Rodney, el mago del espectáculo: iniciando el año 1955, el Cuarteto D’Aida subiría a la pista del salón Bajo las Estrellas del cabaret Tropicana.
Iban de un éxito en otro y con rapidez conquistaron el derecho a presentarse en los más reputados escenarios del espectáculo en Cuba y en el extranjero. Se sucedían los contratos y viajaron a numerosos países. En febrero de 1957, la revista Bohemia destacaba la presentación del Cuarteto D’Aida en The Steven Allen Show, en el canal NBC de la televisión estadounidense, en un programa con fuerte presencia cubana asegurada con ellas junto a la cantante lírica Marta Pérez, Sonia Calero y el Trío Taicuba, y que tuvo elogiosas críticas.
Raramente, no fue hasta 1957 que realizaron sus primeras grabaciones (bajo el sello RCA Víctor), las que, de hecho, constituyen el único disco LP que nos dejaron: An evening at the Sans Souci, con la orquesta y arreglos de Chico O’Farrill, que constituye uno de los registros sonoros más espectaculares que haya realizado una formación vocal cubana alguna vez.
El desempeño de Las D’Aida en la grabación de Tabaco verde (Eliseo Grenet), bastaría por si solo para justificar su supremacía. Los últimos meses de 1957 marcaron también, curiosamente, la salida de Elena Burke de la formación, convertida ya en una cantante de recia y singular personalidad y un dominio vocal y escénico que ameritaban un vuelo en solitario.
La sustituyó, en su tesitura, la bella Leonora Rega, quien pasó la prueba de fuego de su primer día con Las D’Aida en su habitual presentación en el Casino Comodoro.
Continuaron los éxitos del cuarteto en su nueva formación, y a inicios de 1959 Omara, Haydée, Moraima y Leonora viajaron a Venezuela y regresaron a cumplir contrato nuevamente en el Casino Comodoro.
Segunda formación del Cuarteto D'Aida: Haydée, Leonora, Aida, Moraima y, más abajo, Omara.
Moraima siempre valoró lo que para ella significaron el magisterio y la cercanía de la gorda genial: “Con Aida Diestro aprendí a tener un pleno dominio de mi voz, de la afinación, de la armonía, y el rubateo dentro del ritmo. Aida era estelar, conformó lo que posiblemente haya sido el mejor cuarteto de Cuba. Ella procedía de una iglesia, por eso fue una verdadera creadora dentro del tratamiento armónico que obedecía a las nuevas sonoridades de la música cubana e internacional”.
Durante su permanencia en el Cuarteto D’Aida, Moraima viajó además a México, Argentina, Uruguay, Chile y Puerto Rico. Se dice que ya entonces habían acompañado en la pista del cabaret Tropicana y otros espacios nocturnos a renombradas figuras internacionales como Nat King Cole y Edith Piaf, quienes cantaron en Cuba en la segunda mitad de los 50.
Era un excelente momento en la carrera de las cuatro muchachas, pero surgieron desavenencias y en marzo se publicaba la noticia en la prensa. En su edición de abril de 1960, la revista Show lo comentaba: Moraima renunciaba a continuar en el Cuarteto D’Aida. Según la versión, se había llegado a “un acuerdo entre todas para terminar al finalizar el contrato del Hilton [hoy Habana Libre], pero Moraima dice que no camina más”.
Carmita Lastra, quien había integrado el Cuarteto de Facundo Rivero, estaba embarazada, pero se comprometió a asumir el lugar de La Mora en Las D’Aida inmediatamente después del nacimiento de su bebé. Se produjo un breve impasse para el cuarteto, pero La Mora ya era una cantante en solitario. [5] Comenzaría haciéndose acompañar por los Hermanos Bravo en La Reve, un pequeño night club en las calles 5ta. y 84 de Miramar, durante muy poco tiempo. Tan sólo un mes más tarde sería la voz femenina en otro cuarteto vocal.
EL CUARTETO DE MEME SOLÍS
Corría el año 1958 y un joven pianista villareño, que se había mudado a La Habana, conseguía que la gorda Aida le aceptara como pianista acompañante ocasional de su ya famoso Cuarteto, sin saber aún lo mucho que bebería de aquella fuente incesante de talento.
Es obvio que la experiencia con el Cuarteto D’Aida enriquecería la visión de ese músico extraordinario que luego se hizo llamar Meme Solís, respecto a la construcción de armonías en formaciones vocales, con las que ya había comenzado a experimentar en su natal Santa Clara. No lo sé con certeza, pero es probable que, en su relación con las D’Aida, Meme haya marcado la voz de La Mora para lo que tenía en mente: la creación de un cuarteto vocal -ya comenzaba la era de los cuartetos- que se aventuraría, sin desdeñar las influencias, a trascender el calco de The Platters y otros norteamericanos.
El Cuarteto de Meme Solís debutó en abril de 1960 en el Club 21, de N y 21, en el Vedado, con tres voces masculinas -el propio Meme, Horacio Riquelme y Ernesto Marín- y una voz femenina: la de Moraima Secada, quien continuaba así su carrera musical trascendiendo los ricos años de permanencia en el Cuarteto D’Aida.
Con el cuarteto se presentó Moraima en el mes de agosto en un escenario de mayor popularidad -el famoso Gato Tuerto-, junto a Elena Burke, Frank Domínguez, Doris de la Torres y Enriqueta Almanza. Llegó 1961 y Meme Solís, con Moraima y el resto del cuarteto, fueron contratados para presentarse en el Johnny’s Dream y hasta allí les siguió la legión de admiradores que ya respaldaba su excelente trabajo vocal.
Al finalizar el año, y según los columnistas del espectáculo en los diferentes medios de la prensa escrita, el Cuarteto de Meme Solís fue elegido como el mejor cuarteto mixto.
Volvieron a presentarse en el Gato Tuerto durante los primeros tres meses de 1962 y en diciembre cantaron en las descargas de los domingos en el Salón Rojo del Capri, que comenzaban a las 2.00 p.m. y por las que desfilarían Celeste Mendoza, Elena Burke, Luis García, Marta Strada, Los Bucaneros, José Antonio Méndez y muchos otros.
Ese mismo mes, Moraima estaría entre las voces invitadas al Tercer Concierto de Música Moderna con Leonardo Timor y una orquesta de 21 profesores. El veredicto que antes correspondía a la asociación gremial de críticos y columnistas lo daría ese año el periódico Revolución y en él el Cuarteto de Meme Solís compartiría lauros con Los Modernistas, de Fernando Mulens, como mejores cuartetos mixtos. Ya en 1963, Los Zafiros arrasarían y Los Meme recibirían una mención en la categoría de cuartetos, aunque su popularidad no hacía más que aumentar.
Con el cuarteto de Meme Solís, La Mora grabó al menos 12 temas con acompañamiento orquestal, que serían publicados fuera de Cuba en formato LP bajo el sello Sonidisc, y más tarde, ya en CD, con el sello Esencial Media Group. De estas canciones descuella en Tú, mi rosa azul y sobre todo en Alivio. Hasta se aventuran en una samba (Eu no tivi tempo) en la que Moraima destaca cantando en portugués. También aparecen varios temas muy movidos, como la guaracha A la quimbamba y el chachachá De prisa.
Alivio sería quizás su primer gran éxito como solista, a pesar de haberlo grabado como integrante de esta formación: tal era la fuerza del desempeño de la Secada.
EN SOLITARIO
Su temperamento y la excelencia de su interpretación desbordaba la estructura del cuarteto y la vida la llevó al camino que ya pedía su carrera. En 1964 La Mora abandonó el cuarteto de Meme Solís y debutó cantando en solitario el 26 de junio de ese año en el Salón Libertad, antiguo Casino del Hotel Nacional, acompañada del combo de Samuel Téllez y compartiendo cartel esa noche con Luis García, Voces Latinas y Bobby Leonard y su combo.
Adriana Orejuela comenta que tiempo después Meme reconocería que “Moraima tenía demasiada personalidad para el grupo, éramos un trío y una cantante”.
Mucho me habría gustado poder entrevistar en estos días al maestro Meme Solís y pedirle que me contara, desde la distancia, sus recuerdos de Moraima y de su modo de hacer la canción.
De inmediato fue reconocida como una de las voces más altas en la canción cubana de aquellos años. Moraima sería una de las figuras estelares que participaron, por Cuba, en el Festival Internacional de la Canción de Varadero, en 1970, el evento musical al que los medios concedieron los mayores y más relevantes espacios.
Dos años después, en mayo de 1972, La Mora realizó su primer recital en el Teatro Amadeo Roldán, con el respaldo de la Orquesta Cubana de Música Moderna. Memorables fueron sus temperamentales interpretaciones junto al piano del maestro Samuel Téllez, uno de sus más frecuentes acompañantes en este instrumento.
La Mora transitó por los mejores y más importantes escenarios de Cuba, pero la época en que inició su carrera como solista fue, quizás, la más desafortunada para los músicos cubanos en cuanto a su proyección más allá del país: poca confrontación internacional, limitada geográficamente al ámbito de los otrora países socialistas; escasa difusión y presencia nula en los mercados por donde siempre circuló la música cubana. Como a muchos, esos años no favorecieron a La Mora, en contraposición con la profética popularidad lograda en su país, quizás un tanto diferente a lo conquistado por sus compañeras de cuarteto D’Aida, Elena Burke y Omara Portuondo. Pienso que no sólo fue cuestión de suerte, no. Hubo algo más, de la vida misma, del modo de enfrentarla, de gozarla y de vivirla, en definitiva.
Desde la visión mítica -me reconozco en el calificativo- que tengo del insuperable e insuperado Cuarteto de Aida -el original-, ella es la que más se me parecía a la infelicidad. No sé si fue así en realidad, pero lo que siempre percibía en La Mora -siendo ya la solista que llegó a ser- era un aura trágica de la que -me parecía- ella era consciente, y que a la vez, y por ello, se empeñaba en derrotar desde su voz a golpe de pura fiereza.
No sé si siempre fue así, pero cuando alcancé a verla cantando delante de mi asombro, cuando se vistió de aquella angustia palpable que nunca derrotó su afinada concentración, a Moraima Secada le iba la vida en el estremecimiento de una simple estrofa. Ya para entonces parecía convencida de que no habría alivio que rompiera la cadena de los sucesivos y endiablados desamores.
Esto también hacía parte de su singularidad: La Mora no se parecía a nadie: no tenía un símil en la canción cubana, por donde han desfilado no pocas “trágicas” y temperamentales. Ella era diferente en su tristeza agónica y fiera, como diferente fue siempre el modo en que se valió de su canto, diáfano y desbordado, para expresar los más disímiles colores con que, desde su yo íntimo, dibujó su apasionado tránsito por la vida.
Moraima prefirió para su repertorio temas de profundo sentido conflictual y, por ello, portadores de una gran carga emotiva. Se destacan obras de autores filineros como César Portillo de la Luz (Nuestra canción); Andrés Hechevarría “Niño Rivera” (Mi realidad eres tú); el binomio Yañez y Gómez (Tu rostro); Jorge Mazón (Abstraídamente) y José Antonio Méndez (Ese sentimiento que se llama amor), entre otros. Volvió a Meme Solís cuando grabó La verdad que te di y aceptó temas exitosos de Juan Arrondo (Ese que está allí y Llégame hasta el alma), e hizo suyas las canciones de Chany Chelacy, que narraban los avatares de sus propias vidas.
En mi preferencia, nunca nadie cantará Perdóname conciencia (Piloto y Vera) como ella lo hizo; tampoco tendrán émulos su Alivio (Julio Cobo), ni su Ese que está allí o su sentida versión de Me encontrarás (Tania Castellanos).
El sólo hecho de haber sido una de las voces elegidas por Aida Diestro para formar y estrenar su famoso cuarteto le bastaría a María Micaela Secada Ramos -para siempre Moraima Secada- para ser un nombre de culto en la música cubana. Su presencia en otras formaciones de indiscutible protagonismo y trascendencia, y luego su memorable trabajo en solitario, le sitúan entre los insoslayables.
De los 54 años que alcanzó a vivir, 51 estuvieron signados por la música, algo que solo admite una reverencia. Habrían sido muchos más, si las ganas de vivir no la hubieran abandonado. El 6 de octubre de 1976, un avión de Cubana de Aviación explotaba en pleno vuelo y caía incendiado en las aguas de Barbados, como consecuencia de uno de los más crueles sabotajes contra Cuba. Ahí viajaba, por un fatídico azar, Lázaro Serrano Mérida, sobrecargo de una de las tripulaciones que iban en la aeronave. Era, además, compositor. Su nombre artístico era Chany Chelacy, el hombre a quien Moraima amó en los últimos años de su vida y con quien -se dice- vivió sus mejores y más amorosos tiempos.
Ya nada sería igual para ella, ni siquiera ella misma. Ni sus hijas Clara y Nildé consiguieron devolverle la alegría.
Años después, Omara decidió dar un aliento a La Mora: convocó a Elena y volvieron a reunirse sobre un escenario las tres joyas descubiertas por Aida Diestro. Rememoraron sus tiempos de las D’Aida y entre 1979 y 1983 actuaron juntas en varios espectáculos en Cuba. Viajaron también a México, donde se presentaron con éxito.
En 1984 grabaron la culminación del reencuentro: el antológico tema Amigas, de Alberto Vera, y del que quedó constancia fílmica memorable en el documental Omara, de Fernando Pérez. Sería, quizás, una de las últimas imágenes de Moraima, donde ya se percibía su tristeza inocultable. Los caminos de evasión que halló para conjurar la angustia cedieron ante la desesperanza, y se aproximó el final. La Mora moriría en La Habana, a consecuencia de una enfermedad hepática irreversible, la víspera del último día de ese mismo año.
Agradecimientos a Jorge Rodríguez y Vicente Prieto, a María Caridad e Irela Secada, y a Patrick Dalmace.
Rosa Marquetti
Breve biografia de Moraima Secada