‘Mamma Roma’, 40 años sin el perturbador Pasolini
Fotograma de la película Mamma Roma de Pasolini.
Por Antonio Bazaga
Atraído por los olvidados que se hacinan en los suburbios de las grandes ciudades, Pasolini nos muestra la descorazonadora lucha de unos seres casi desahuciados por encontrar un sitio, por encajar en los sueños pequeño-burgueses que nos vende el capitalismo. Hoy revisitamos a alguien imprescindible, iconoclasta y perturbador: Pier Paolo Pasolini,asesinado hace ahora 40 años, y su ‘Mamma Roma’, sobre una prostituta que persigue una vida mejor para su hijo adolescente.
Hace 40 años, el 2 de noviembre de 1975, en un barrio de chabolas a las afueras de Roma, Pier Paolo fue hallado muerto, irreconocible, golpeado y atropellado por su propio coche, un Alfa Romeo. Pino Pelosi, apodado El Sapo, un muchacho de 17 años, es el acusado de asesinarlo. Se presuponen motivos sexuales, pero pronto se descubre que el supuesto asesino forma parte del llamado partido neofascista italiano y comienzan a barajarse, así mismo, motivos políticos. El caso continúa abierto.
No es ésta la sinopsis de ninguna película, es simplemente el resumen de una realidad, la del asesinato y auto encausatorio de la trágica muerte del cineasta, poeta, novelista y dramaturgo italiano, el perturbador Pier Paolo Pasolini.
Trece años antes, concretamente en 1962, este realizador, complejo y singular, radical y provocador, ofreció un extraordinario retrato de los seres que moraban los suburbios proletarios como aquél en el que halló el fin de sus andanzas vitales. De los tugurios en los que, como su presunto asesino, se movían los jóvenes malhechores, los parias sociales y delincuentes de poca monta de la matrona ciudad de Roma, menos madre y más madrastra en la época inmediatamente posterior a la segunda posguerra mundial, los años sesenta. Se trata de Mamma Roma.
La historia -ahora sí, aquí va la sinopsis- es sencilla. Mamma Roma (Anna Magnani) es una prostituta de cierta edad, en una ciudad de provincia italiana, que tras la boda de su proxeneta, Carmine (Franco Citti), obtiene la oportunidad de trabajar por libre. Tras varios años de ausencia consigue dejar las calles de Roma, regresando con la idea de llevarse a la capital a su hijo adolescente, Ettore (Ettore Garafolo), que creció lejos de ella al cuidado de unos familiares, ignorando el pasado de su madre, y así construir, lejos, una nueva vida para los dos. Pero ni el barrio a las afueras de Roma donde vivirán, ni los nuevos amigos del chico, ni el afán de la madre por incorporarse a la pequeña burguesía del extra radio, les pondrán las cosas fáciles, menos aún cuando Carmine, el antiguo chulo, vuelva a aparecer.
Mamma Roma, encarnada por una Magnani algo menos histriónica que de costumbre -aunque no todo lo que el director hubiese querido- representa el afán y el sueño de los desheredados por alcanzar los ideales pequeño burgueses; soñadores que acaban atrapados en la persecución de estos paradigmas mundanos, para ellos tan elevados y necesarios, con el ansia de detener el pasado y atrapar el lindante mundo de aquello que suponen la calma, el respeto, la felicidad. Aquello que puede hacerles escapar del desierto social y económico en el que se encuentran, una casa, un trabajo, el respeto a través de las apariencias, de la iglesia o el matrimonio. La futilidad moral.
Película enorme y pesimista, heredera de la Ciudad Abierta de Rosellini, en la que el pensamiento intelectual de izquierdas y el pensamiento franciscano católico tan arraigados en el autor, hacen gala en un metraje radical y vanguardista, iconoclasta como el realizador, que huye de los cánones creados por las mismas fuentes de las que bebe, el neorrealismo.
Conocedor, y en cierta forma enamorado, de los condenados y olvidados de la Italia de la posguerra, Pasolini muestra la descorazonadora lucha de estos seres por encontrar un sitio, encajar en una cadena de eslabones cerrados, donde las dificultades y los sueños de aspirar hacia una vida mejor se pagarán con el alto precio de la pérdida.
Lo poético y lo sórdido se dan la mano en Mamma Roma, la prostituta determinada a hacer mejor la vida de su hijo adolescente y que representa con precisión esa migración italiana proveniente, cómo no, del sur, que arribó a la gran Roma cargada de maletas vacías de enseres, pero llenas de dialectos, costumbres y moralidades despreciadas e incomprendidas, quién sabe si por miedos o insolidaridad, por el resto de sus compatriotas.
La violencia expresiva de claroscuros, espesos, a veces sucios, desapacibles, contrastan sobremanera con la elegancia de un hermoso blanco y negro fotografiado por el gran cinematógrafo Tonino Delli Colli, que rompe con delicadeza la fealdad de los personajes y sus vidas, hasta concederles una extraña belleza entre tanta miseria, alejándose así del relato pseudo documentalista de antecesoras como la ya citada Roma, Ciudad Abierta o la viscontiana La Terra Trema, si bien como en aquellas Pasolini utiliza actores no profesionales, exceptuando a la diva Magnani.
La cámara de Pasolini rompe sin reglas la continuidad espacial y temporal de la historia, haciendo trabajar al espectador, en muchas ocasiones, hasta colocar en su justa medida y sentido, los diferentes avatares de sus protagonistas. El ritmo, por el contrario, está escrupulosamente medido, incorporando a los cuidados planos frontales, los diálogos a cámara, las largas tomas, casi teatralizadas -como los largos paseos de Mamma Roma, en los que los personajes entran y salen de escena-, rompiendo la premisa neorrealista del naturalismo e incorporando, incluso, movimientos a cámara lenta.
La realidad más cruda encerrada en el universo poético, casi romántico, del autor, cuya banda sonora se limita a la obertura de los créditos con un tema de Cherubini o en contadas ocasiones a acompañar la entrada de personajes bajo dos composiciones recurrentes de Antonio Vivaldi y el recuerdo de un tango, cantado en italiano por nuestro ruiseñor Joselito.
La película se estrenó en Venecia en 1962 e inmediatamente fue secuestrada por la policía durante más de un mes acusada de obscena e inmoral. (Ya en la primera secuencia durante la boda del proxeneta, dispuesta del mismo modo que La cena de Leonardo, Mamma Roma pasea unos cerdos haciendo burlas de los primeros versos del himno nacional de Italia). En Gran Bretaña hubo que cortar más de cinco minutos de metraje por imposición de los censores y tuvieron que pasar casi 30 años hasta que pudo ser exhibida en Estados Unidos.
Quizás fuese debido a la denuncia certera sobre la falta de justicia, la crítica hacia los hacinamientos en barrios construidos, bajo lemas de vivienda social, para estos despreciados y oprimidos, para los ignorantes quijotes en busca de una movilidad social prometida, pero falsa.
Quizás a la violencia que provocan sus imágenes cargadas de sensibilidad fatalista o al discurso, temido, de significado carácter marxista-católico y a la sensualidad explícita en mundos tan denigrados.
Sea como fuere, la verdad no puede hoy ya escandalizarnos. Ya no, aunque nada parezca haber cambiado, como en esta historia que encarcela a unos seres, atrapándolos sin remedio entre la supervivencia y la pobreza.
Volver a verla es comprender que, a pesar de todo, Pasolini no ha muerto y aún lucha por abrirnos los ojos, por contarnos algo.
EL ASOMBRARIO