El ¿irreversible? daño antropológico del castrismo a los cubanos
“Todo lo que tengo se lo debo a la revolución”
“Todo lo que tengo se lo debo a la revolución” es un mantra propagandístico, en realidad válido solamente para la pandilla dirigente, familiares y compinches.
Para cubanos de a pie expresa absurdo y mentiras; algunos lo repiten porque ni saben lo que dicen. ¿Qué tienen en realidad? Prácticamente nada; y lo poco que posean no es eterno, a veces ni siquiera duradero.
No solamente bienes materiales, ya de por si precarios en Cuba castrista, sino también valores espirituales, cívicos, morales, familiares, éticos, cada vez más disminuidos o hasta desaparecidos. ¿Qué posee un “hombre nuevo” en Cuba que sea verdaderamente suyo, además de temores, frustraciones, y obsesión por emigrar a cualquier país?
“Salud pública y educación gratuitas, y dignidad”, grita el régimen y repiten sus acólitos. Uruguayos y costarricenses, entre otros, también disfrutan de todo eso, pero sin dictadura. Mientras en la Isla salud pública y educación se corroen día a día en medio de la debacle general en que se descomponen la nación y la sociedad, la vida de los cubanos se enfoca, ante todo, en buscar la subsistencia propia y familiar, porque las carencias y necesidades inducidas por el régimen son tan implacables como el aparato represivo. En esas condiciones, ¿sobre qué bases se puede sustentar la dignidad?
Donde impera la ley del más fuerte las relaciones ciudadanas no tienen espacio ni sustento moral o cívico. No existe cortesía, caballerosidad, decencia ni buenos modales. Basta observar una parada de ómnibus cuando llega el autobús, un molote en un mercado que esté vendiendo productos alimenticios escasos, o una “fiesta popular” en un lugar público donde consuman alcohol, y bastará. Porque las nuevas generaciones aprendieron desde muy temprano a odiar a quienes pensaran diferente, denunciar semejantes, venerar dictadores, aplaudir espías, jurar todos los días que serían “como el Che”.
Es una colosal estafa proclamar que “la revolución” regala algo: salud pública, vivienda, deportes, educación. Ni “la revolución” ni nadie puede regalar lo que no posee. Así que para “regalar” algo primero hay que poseerlo. ¿Cómo obtiene recursos “la revolución”? Robándose una parte gigantesca del salario de los trabajadores, quienes reciben ingresos miserables, equivalentes en promedio, en estos tiempos, a unos $23 mensuales. A esas prácticas explotadoras y abusivas de apropiarse del resultado del esfuerzo de los trabajadores, un teórico judío alemán del siglo 19, que los castristas solamente citan cuando les conviene, les llamó “plusvalía” y “plustrabajo”.
La monumental estafa continúa con el mito de que Papá-Estado “subsidia” a la población, cuando lo que sucede es precisamente todo lo contrario: la población subsidia al régimen, que con todos esos recursos a su disposición solamente sabe desperdiciar o malversar. Si los cubanos no subsidiaran la dictadura, ¿cómo podrían viajar al extranjero, y a todo lujo, los familiares de la pandilla? ¿Cómo adquirieron las mansiones que disfrutan? ¿Los carros que manejan? ¿Los lujos que adornan sus entornos y los de sus familiares y concubinas?
Raúl Castro acaba de decir en México que hace ejercicios diariamente y que hasta nada cuando tiene tiempo. ¿Nadará en una playa “del pueblo”, o en alguna elegante piscina en cualquiera de las mansiones de las que se apropió “la revolución”? Dijo a los mexicanos lo que nunca había dicho a los cubanos: que tiene cuatro hijos, nueve nietos y cinco biznietos. Y que cuando abandone el gobierno en 2018 le gustaría volver a México en visitas privadas. ¿El retiro que percibirá entonces será suficiente para pagarse visitas “privadas”, que deberán incluir pasajes y estancias para él y sus asistentes, sirvientes y guardaespaldas? ¿O quizás cuenta con “ahorros” que no conocemos?
Haber hablado así en México indica que respeta y admira mucho más a los vecinos de la nación azteca que a ese pueblo cubano “subsidiado”, supuestamente en el poder, y que le debe “todo lo que tiene” a la llamada revolución.
No conformes con el monstruoso daño antropológico contra la nación cubana durante más de medio siglo, los Castro pretenden dejar como legado una nación miserable, derruida, sin valores cívicos ni morales, atrapada en un brutal y despiadado capitalismo mafioso, como nunca existió en Cuba antes de 1959. Para que nunca se pueda recuperar.
Por eso ahora buscan asegurarse impunidad, mientras sus fieles colaboradores disfrutan la vida que no merecen a espaldas de “su pueblo”, se olvidan de los “principios”, y muchos se sumergen en el más adocenado alcoholismo, o huyen como ratas en barco que se hunde, a refugiarse en el Norte revuelto y brutal que los mantenga.
Afortunadamente, a pesar de tantas heridas y laceraciones durante más de medio siglo, los cubanos sabremos elevarnos por encima de la estulticia castrista, y reconstruir una nación donde valga la pena vivir, más tarde o más temprano. Y que habrá sepultado a los tiranos y su pandilla en el basurero de la historia.
Se logró reconstruir el país en 1902, después de la Guerra de Independencia, y de nuevo tras la “revolución” de 1933. No tendría por qué ser diferente esta vez.