Esperando por “alguien” que cambie las cosas
“¿Y yo qué voy a resolver protestando?”, “¿y tú para qué te metes en ese canal?”, “oye, ¡te vas a quemar!”
Por Miriam Celaya | Desde La Habana, Cuba |Cubanet
Aquella mujer miraba incrédula el exorbitante precio de la pequeña col mustia que reposaba sobre la tarima del agromercado y meneaba la cabeza en negación, mientras lanzaba miraditas acusadoras sobre el vendedor, que permanecía impávido, cómodamente recostado contra unas cajas cargadas con los tomates más costosos y deslucidos del mundo.
Al sentirse observada por mí, la mujer me interpeló buscando complicidad. “El dinero no vale nada”, me dijo. Y alzando ante mi vista una ligera bolsa que sostenía en una mano, con las compras que había hecho hasta ese momento, me comentó que había gastado ya 75 pesos, un tercio de la pensión de jubilado de su esposo. Equivalía, me dijo, a una parte del almuerzo de tres días para ambos. “Yo no sé a dónde vamos a parar con estos precios. Alguien tiene que hacer algo con el tema de la comida. No se puede. A este paso nos vamos a morir del hambre”.
Le pregunté quién creía ella que debía ser ese “Alguien” y qué debería hacer semejante entidad abstracta para resolver el problema del costo de la alimentación diaria de los cubanos. Entonces apareció la paranoia. La mujer comenzó a mirarme con cierta desconfianza. ¡A saber quién era esta conflictiva desconocida que quería convertir su comentario en “otra cosa”! Sus alarmas le indicaban alejarse apresuradamente, y así lo hizo, rompiéndose de golpe el efímero encanto de la comunicación entre dos anónimas cubanas que solo procuraban la dieta familiar del día.
Aquella señora no quería complicarse en análisis ni (mucho menos) comprometerse en un diálogo que, intuía, podía ser peligroso. Porque en sabido que en Cuba todas las críticas acaban apuntando en la misma dirección: el gobierno; y aquí nadie se mete “en política”, aunque la política determine desde una marcha en la Plaza Cívica convocada para demostrar apoyo político a la revolución, hasta el precio de una simple col, que si es desmesurado se debe al ‘criminal bloqueo imperialista’ como “política exterior de EEUU contra Cuba”. De hecho, también los fracasados planes agropecuarios han seguido una política del régimen castrista. Ergo: todo es política.
Aun así, la política es un campo minado en condiciones de totalitarismo: nunca se sabe cuál podría ser el paso que cause tu ‘explosión’, así que la mayoría de la gente elige el silencio y la parálisis.
Este encuentro intrascendente retrata un rasgo esencial del carácter cubano que impide en buena medida la solución de los problemas de la realidad nacional: la arraigada práctica de esperar que Alguien tome la iniciativa y arregle o al menos mejore las cosas. Un Alguien imaginario que sustituye la responsabilidad del “yo” y permite diluir el marasmo colectivo en un ente indefinido. En fin, un Alguien anónimo que, ya sea por temor o por conveniencia, evita nombrar a los responsables principales de la interminable crisis cubana, aunque todos sepamos quiénes son.
De hecho, existe todo un léxico acompañante de esa irresponsabilidad colectiva, refrendado en frases que se dirigen a quienes manifiestan inconformidad por una realidad donde absolutamente todo funciona mal o no funciona. Es entonces que aparece un sabio consejero para decir lo de siempre: “no te compliques”, “no cojas lucha”, “no te señales”, “yo, a lo mío”, “esto no hay quien lo arregle”, “¿y yo qué voy a resolver protestando?”, “¿y tú para qué te metes en ese canal?”, “oye, ¡te vas a quemar!”.
Sin embargo, diríase que esa renuencia a enfrentar los males y plantarles cara es inmanente solo al territorio nacional. Es como una influencia protoplasmática que flota sobre la geografía de esta ínsula, que se diluye mágicamente una vez que los cubanos se alejan de ella. Y así como en Cuba la mayoría se comporta como esclavos y se desentiende de lo que ocurre, asimilando estoicamente las arbitrariedades impuestas desde el poder, se metamorfosean automáticamente en ciudadanos una vez que salen definitivamente de los límites territoriales, donde desatan un océano de exigencias, reclamando en otros escenarios los derechos que no reivindicaron en su propio país.
Por estos días, cuando en una región fronteriza de Costa Rica varios miles de cubanos migrantes viven en la incertidumbre sobre su futuro inmediato, esperando una vez más que Alguien lo decida por ellos, y mientras muchos compatriotas de todas las orillas nos solidarizamos con el drama que envuelve a tantas familias y deseamos que finalmente todos ellos puedan terminar su peregrinación arribando cuanto antes al destino soñado; no puedo menos que pensar cuán útil hubiese sido para las aspiraciones democráticas de los cubanos de Cuba y su Diáspora que esa capacidad de organización para articular reclamos y esa valentía que han mostrado nuestros hermanos para enfrentar tantas adversidades y penurias en Centroamérica y en otros escenarios, se hubiese manifestado dentro de la Isla, para exigirle responsabilidad plena al gobierno cubano, causante principal de su situación actual y de tanto quebranto a lo largo de casi seis décadas.
Seguramente la opinión pública nacional e internacional se hubiesen movilizado ante el inédito espectáculo de tres mil y más cubanos cortando el acceso al Comité Central, al Consejo de Estado o concentrándose pacíficamente en la Plaza Cívica frente al monumento de José Martí, ese prócer tantas veces invocado en vano, para reclamar su legítimo derecho a ser prósperos y felices en su propia tierra. El mundo se hubiese indignado si el Gobierno osara lanzar contra la multitud al ejército y a la policía, con sus gases lacrimógenos y sus porras.
Así, lo que en Centroamérica discurre como una crisis coyuntural que difumina la tragedia migratoria cubana con la de otros miles de latinoamericanos, en Cuba hubiese sido un golpe moral devastador contra el castrismo de haberse generado en Cuba la protesta. Lástima que no haya sido así.
En la misma cuerda se mueve la actual reacción de otros cubanos en la Isla, quienes se encuentran protestando frente a la Embajada de Ecuador en La Habana, tras la disposición de las autoridades ecuatorianas de establecer nuevamente la obligatoriedad de visado para los cubanos que pretenden ingresar a su país. Tal como me comentaba a propósito un amigo, resulta contradictorio que jamás se hubiese producido una manifestación de cubanos indignados frente a las oficinas de Inmigración cuando existía un humillante permiso de salida (tarjeta blanca), mediante la cual el gobierno de la Isla decidía quién podía viajar o no al extranjero.
Y esa enajenación de los cubanos, ese miedo cerval a la castrocracia, lo que los lleva a apuntar una y otra vez al adversario equivocado. Nadie parece comprender que si todos los inconformes con la realidad que nos impone el poder de los druidas octogenarios enfocáramos aquí dentro nuestras voluntades y energías en “coger lucha”, “señalarnos”, “meternos en ese canal” o “quemarnos”; si uno de estos días, de una buena vez, dejásemos de pensar solo en “lo mío” para defender “lo nuestro”, descubriríamos que juntos podríamos ser ese Alguien que cambie las cosas. Sería el principio del fin del éxodo, que es decir también el principio del fin del castrismo.
ACERCA DEL AUTOR
Miriam Celaya (La Habana, Cuba 9 de octubre de 1959). Graduada de Historia del Arte, trabajó durante casi dos décadas en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba. Además, ha sido profesora de literatura y español. Miriam Celaya, seudónimo: Eva, es una habanera de la Isla, perteneciente a una generación que ha vivido debatiéndose entre la desilusión y la esperanza y cuyos miembros alcanzaron la mayoría de edad en el controvertido año 1980. Ha publicado colaboraciones en el espacio Encuentro en la Red, para el cual creó el seudónimo. En julio de 2008, Eva asumió públicamente su verdadera identidad. Es autora del Blog Sin Evasión