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General: Memorias del Subdesarrollo y el PPG la viagra de Cuba 25 años después
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 15/12/2015 14:43
El PPG: La “Viagra cubana” 25 años después
El programa fue otro de los estruendosos fracasos de Fidel Castro
 
PPG.jpg (585×400)
                    Alberto García García  | Cubanet
En la película “Memorias del Subdesarrollo”, el director Tomás Gutiérrez Alea dejó su impronta filosófica con una frase lapidaria en boca del actor Sergio Corrieri: “En el  subdesarrollo no se acumulan experiencias”. Y tenía razón. Su pronóstico fatalista se ha repetido hasta el cansancio durante las casi 6 décadas que ha durado el desastroso socialismo cubano.
 
Un ejemplo fue el ambicioso programa de producción de un medicamento reductor del colesterol malo (LDLP), cuyo ingrediente activo es el policosanol extraído de la cera de la caña de azúcar y que fue bautizado como PPG (“producto para ganar”). El Centro Nacional de Investigaciones científicas (CNIC) lo presentó en 1989 como un suplemento energético para que los atletas de alto rendimiento pudieran aportar más medallas a la patria y además estimular la actividad sexual masculina, pero sólo pudo ser registrado para el control del colesterol.
 
Este programa constituye uno de los mayores descalabros industriales emprendidos por el gobierno cubano, ya que se realizaron inversiones millonarias en cuatro provincias azucareras  donde se construyeron 19 grandes plantas comerciales para extraer y refinar 2 500 toneladas anuales de cera de caña de azúcar y cinco complejos en La Habana para procesar la cera y obtener unas 100 toneladas anuales de PPG, que permitirían inundar “el primer mundo” con 10 mil millones de tabletas de anualmente.
 
Supuestamente, este “gran logro de la ciencia cubana” reportaría al país ingresos de 10 mil millones de USD anuales por las exportaciones, pero nada más lejos de la realidad.
 
Mi participación en la locura
En 1984 fui parte de un grupo técnico del MINAZ (Ministerio del Azucar) que acompañó a un empresario norteamericano, Thomas Newson, de la compañía Bioresources de San Antonio, Texas, a visitar los centrales azucareros Antonio Guiteras (antiguo Delicias) y Jesús Menéndez (antiguo Chaparra)  en Las Tunas. El Sr. Newson se interesaba en adquirir, por cualquier vía, 1 000 kg mensuales de cera refinada de caña de azúcar, producto que solo existía en Cuba, al precio de 50 dólares el kilogramo.  Después de ver las dos fábricas en un estado deplorable de conservación, y paralizadas desde 1964, partimos de regreso a Holguín.
 
Conversando con el Sr. Newson, los dos técnicos que hablábamos inglés supimos que Bioresources  quería la cera de caña para obtener alcoholes sólidos de alto peso molecular (de 24 a 32 átomos de carbono), demandados para ingeniería genética, farmacia, trazadores radioactivos, y otros productos. Por respeto al CNIC, que participó en el equipo técnico, al regresar a La Habana me reuní con el Dr. Rubén Ramos, científico a cargo del grupo de cinética química de ese Instituto, y de manera muy confidencial le trasmití la información.
 
El CNIC, que en aquella época albergaba cientos de científicos en sofisticados laboratorios con muy poco contenido de trabajo, involucrados en investigaciones delirantes como la fabricación  corazones artificiales o la destrucción de los corales del arrecife habanero para producir implantes óseos, se dedicó en secreto a obtener y evaluar estos alcoholes sólidos de la cera de caña.
 
Cinco años después, en octubre de 1989, el oficialista diario Granma anunciaba triunfalmente la novedosa patente cubana del PPG, sus milagrosas propiedades y las inversiones que había aprobado la máxima dirección del país. Aunque el ICIDCA (Instituto Cubano de Investigaciones de los Derivados de la Caña de Azúcar, donde trabajé más de 40 años) era el centro de innovación tecnológica rector de la industria de derivados de la caña de azúcar y debió haber sido encargado de estudiar y aprobar o no el proyecto, los prepotentes dirigentes del CNIC nunca  consultaron a los que conocíamos las tecnologías y economía de este sector. Importantes empresas japonesas como Chori Ltd. y Noda Wax, interesadas en participar en un proyecto con el MINAZ para exportar a Japón cera refinada de caña para uso en la industria informática y de cosméticos, fueron tratadas con desconfianza, subestimadas y rechazadas, con la excusa de que los capitalistas japoneses querían “darnos la mala”.
 
Fidel Castro dirigió el programa
El Dr. Carlos Gutiérrez, médico que entonces dirigía el CNIC y actualmente preside el poderoso Grupo Biocubafarma, garantizó al gobierno cubano que se lograrían ingresos multimillonarios con el milagroso PPG. El resultado final fue un descalabro económico como pocos.
 
De la noche a la mañana se aprobaron las faraónicas inversiones sin realizar ningún estudio de viabilidad. El  programa fue dirigido por el propio Fidel Castro, que visitaba frecuentemente el CNIC cautivado con la idea de inundar el primer mundo con pastillas para reducir el colesterol y  “energizantes”, gracias a un novedoso producto fruto de la ciencia revolucionaria cubana, y así golpear duro a las multinacionales farmacéuticas yanquis.
 
El Secretario del Consejo de Estado, “Chomy”, se hizo cargo de supervisar semanalmente en el CNIC la marcha de las obras. Más de 100 millones de dólares de las agotadas reservas de  divisas líquidas del Banco Nacional de Cuba fueron malgastados, ya que ninguna entidad bancaria –ni siquiera de los países “amigos”– se arriesgó a financiar el ambicioso proyecto.
 
Mientras muchos centrales y destilerías de alcohol, fábricas de levadura, de tableros de bagazo y de alimento animal se caían a pedazos, y en los bateyes se vivía en la mayor miseria, los humildes trabajadores azucareros vieron erigirse gigantescas fábricas en pocos meses.
 
En 1990 le presenté al Subdirector de mi división del ICIDCA un  informe técnico que exponía los riesgos de esa costosa producción masiva sin  garantía de mercado. La respuesta fue tajante: el programa estaba garantizado ya que obedecía a decisiones de la máxima dirección del país,  muy bien fundamentadas por estudios que no se podían divulgar por razones de confidencialidad estratégicas.
 
Dinero despilfarrado
Fue necesario movilizar miles de constructores e importar miles de válvulas y kilómetros de tuberías, cientos de instrumentos, motores y reductores de velocidad, construir unas 60 naves industriales –desde los elegantes barrios donde vive la nueva clase, en Miramar, hasta Holguín–.
 
Aún yacen, abandonadas y llenas de polvo y mugre, alrededor de 60 centrífugas decantadoras y filtrantes alemanas (marcas Westfalia y Heine) y españolas (Riera Nadeu), de las más costosas y sofisticadas del mundo. Decenas de compresores de aire, unidades compactas de refrigeración de baja temperatura, torres de enfriamiento de agua de gran capacidad, secadores al vacío sofisticados, generadores de vapor compactos con capacidad de hasta ocho toneladas por hora. Decenas de toneladas de acero inoxidable convertidas en equipos inservibles.
 
Se gastaron cientos de miles de dólares en solventes explosivos e inflamables como acetona, hexano, heptano. Entre 1991 y 1993 una de las plantas de PPG del CNIC se incendió por el manejo inadecuado de la acetona, y una de las plantas de cera de caña del central Batalla de las Guásimas, de Camagüey, se incineró por descuidos en el trasiego del heptano. Asimismo un camión cisterna lleno de heptano se incendió en las tunas y murió el chofer.
 
Ninguno de estos desastres fue investigado con transparencia y sus responsables llevados a la fiscalía. Nada debía oscurecer el éxito del  programa de exportaciones que salvaría a la patria en medio del llamado “periodo especial”.
 
Como tecnólogo y diseñador de las fábricas de cera de caña trabajé en la puesta en marcha de las diez plantas que empezaron a producir la cera refinada en 1991. Para, 1994 todas entregaban las 10 toneladas mensuales de cera refinada, según la capacidad proyectada, pero el CNIC solo adquiría pequeños volúmenes para la producción de PPG en espera del “palo”, el despegue comercial de exportación a todos los países ricos del mundo. El producto se acumulaba y a fines de 1994, los almacenes de los 10 complejos del MINAZ colapsaron con más de 5 000 toneladas que no tenían salida comercial.
 
Las plantas se fueron cerrando una por una, y la mayor parte de la cera cruda, de un costo de producción en divisas muy elevado, se derramó por la mala calidad de los envases de papel multicapas, se contaminó con la suciedad de los almacenes y simplemente se contabilizó como “merma por deterioro”. Se estima que se perdieron 1100 toneladas de cera cruda, con un valor de cinco millones de dólares.
 
No fue la primera vez
Ya había una experiencia muy negativa con la producción de cera cruda. En 1965, al cerrarse las tres plantas de extracción de cera cruda de caña de azúcar que se exportaba a Estados Unidos, se acumularon 3 000 toneladas de este producto que terminaron en el fondo de la bahía de Puerto Padre.
 
Dos de estas plantas productoras, las de los centrales Chaparra y Delicias, eran propiedad de la Sugar American Cuban Co., y la tercera fue construida en 1963 en el Central Brasil (antiguo Jaronú), sin previo estudio de mercado, por la Empresa Consolidada del Azúcar, cuando el Che Guevara fue colocado como timonel del nuevo Ministerio de Industrias.
 
La nueva planta fue construida a pesar de que la Sugar American Cuban Co. había recortado la producción de cera cruda a la mitad debido a la caída de la demanda de este producto en el mercado norteamericano, debido a la competencia con las ceras sintéticas de polietileno, de menor precio.
 
Lo que quedó
Hoy todas las fábricas de cera de caña de azúcar –19 en total–, instaladas en Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas y Holguín, se encuentran en ruinas, “canibaleadas” y cayéndose a pedazos por la corrosión desde que se paralizaron en 1995. La mayoría  produjo solamente entre uno y dos años; sólo dos de las plantas de Las Tunas funcionaron 4 años. Han quedado como gigantes de acero heridos. Monumentos oxidados al voluntarismo y a un enfoque científico politizado y   errático de espaldas a las necesidades básicas del pueblo cubano y a los mercados internacionales de medicamentos.
 
Idéntica suerte corrieron los cinco complejos hoy abandonados, cada uno con cuatro plantas para la producción del PPG, ubicadas en la capital, nada menos que en los exclusivos terrenos de Cubanacan y Atabey. Actualmente solo funciona, a media máquina, la planta de la Autopista Nacional.
 
El milagroso producto del Comandante en Jefe no pudo ser exportado por los laboratorios Dalmer ni registrado en la Unión Europea, Japón y otros países del primer mundo, porque sencillamente los estudios clínicos realizados por la Agencia Europea de Medicamentos no confirmaron el mecanismo del PPG como reductor del colesterol de baja densidad (el malo). Lo poco que se produce hoy se exporta en pequeñas cantidades a mercados emergentes como Venezuela y Ecuador.
 
La mayor parte de los científicos creadores de las tecnologías, y los que realizaron los estudios clínicos, emigramos. Irónicamente, a pesar de que el PPG inunda todas las farmacias cubanas, debido a su pobre eficacia biológica Cuba se vio obligada a importar medicamentos aprobados por la Agencia de Drogas y Alimentos (FDA), patentados en Estados Unidos. La atorvastatina para el control del colesterol malo es un ejemplo.
 
No ha habido una sola explicación o mea culpa. Ya nadie habla de la industria del PPG, ni de la cera de caña cubana. El tema es tabú. A pesar del tremendo fracaso del proyecto, y de haberse despilfarrado más de 100 millones de dólares y otros 225 millones en moneda nacional, en momentos en que los cubanos pasaban verdadera hambre, no ha habido explicaciones, ni culpables castigados.
 
Lejos de eso, el proyecto terminó con premios y condecoraciones a los principales culpables, funcionarios de confianza que hoy “dirigen” la industria farmacéutica cubana.
                                                                       Alberto García García  


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