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General: A 50 años de las Umap..una entrevista con el “16”
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 11/11/2015 17:22
Entrevista con el número “16”
 
 
historia_para_no_olvidar.jpg (600×900)
 
A 50 años de las Umap
 
                                                           Por Félix Luis Viera, México DF |  Cuba Encuentro
El “exsoldado” Umap número 16 le ha pedido a CUBAENCUENTRO que no aparezca su nombre en esta entrevista que nos ha concedido. Teme represalias y aún hoy, nos ha dicho, “siento miedo”. Máxime porque años atrás le fuera confiscado, por las autoridades del régimen, un diario que escribiera en secreto durante su estancia en aquellos campos de trabajo forzado. Cuando lo llevaron a las Umap, en 1966, el “16” se desempeñaba como maestro de primaria y Secundaria Obrera y Campesina, y profesaba la fe cristiana.
 
¿Cómo fue la despedida de tu familia?
La despedida hacia un destino incierto fue triste y marcó mi vida. Mucho más con mi madre en fase terminal de una enfermedad. Ella murió seis meses después de aquel fatídico 18 de junio de 1966, cuando me llevaron. Mamá solo tenía 42 años de edad. Falleció el día 4 de diciembre, precisamente el mismo día en que mi hermana menor cumplía sus 15 años. Como ya imaginas, la despedida con ella fue para siempre, pues nunca más pude verla con vida.
 
Además de la despedida con la familia y amistades, el ser llevado obligatoriamente hacia algo desconocido producía mucho miedo. Yo sentía mucho miedo.
 
¿No se te ocurrió pedir a las autoridades una prórroga o algo así, tomando en cuenta el estado en que se hallaba tu mamá?
 
Mira, ya 8 meses antes, en noviembre de 1965, me habían citado para partir, y según los rumores, nos llevarían a esa cosa que no se sabía bien qué era, pero que todo el mundo decía que era algo terrible, las Umap.
 
Pasé toda la noche en un sitio en Sagua la Grande adonde nos habían citado. Pero al amanecer me sacaron del grupo y me dijeron los soldados que mi ida se había aplazado. No me dieron más explicaciones.
 
Nunca supe el motivo, pero sospechaba que mi padre había pedido que aplazaran mi partida. Esta suposición nunca puede comprobarla.
 
Cuando volvieron a citarme, en junio de 1966, le pedí a papá que por favor no interviniera, si es que acaso pensaba hacerlo, porque yo no podía seguir viviendo con tanta zozobra.
 
Papá no me respondió. Solo vi en su rostro una tristeza que jamás he podido olvidar.
 
¿En qué los llevaron hasta Santa Clara?
Primero nos trasladaron a Sagua la Grande, desde la zona en donde yo vivía. Por aquellos años, Sagua la Grande era cabecera de la Regional de su mismo nombre y pertenecía a la entonces provincia de Las Villas. Fue en camiones, cerca de las 7 de la mañana.
 
En Sagua la Grande nos encerraron en una escuela primaria donde pasamos la noche sentados en pupitres, hasta las 5 de la madrugada del día siguiente.
 
De ahí nos trasladaron en camiones hasta Santa Clara, a un lugar muy apartado, pero creo que no muy lejos de la estación de ferrocarril de Santa Clara.
 
¿Sospechabas que te llevarían hacia las UMAP?
Sí lo sospechaba, como te respondí antes, habían pasado 7 meses desde la citación anterior y ahora el rumor sobre las Umap era más fuerte y se veía más claro a qué tipo de personas llevaban para allá.
 
¿Sospechabas que te llevarían porque profesabas una religión?
 
Sí. Casi todos los que allí estábamos, muchos jóvenes, otros no tan jóvenes, pertenecían a distintas confesiones cristianas: católicos, miembros de las iglesias protestantes o evangélicas: presbiterianos, bautistas, metodistas, pentecostales y también, para mí, los que más sufrieron: los testigos de Jehová.
 
Otros no practicaban ninguna religión.
 
¿Qué me puedes decir del viaje en tren hasta aquellos campos de Camagüey? ¿Cuáles fueron para ti los peores momentos de ese viaje?
Tanto el largo viaje en tren hasta Camagüey, como la larga noche sentados en pupitres en la escuela primaria desde las 7 de la noche hasta la madrugada, cuando nos trasladaron a Santa Clara, se podría decir que todos los del grupo comentaban que íbamos rumbo a Camagüey.
 
Pero en realidad, nunca se nos informó hacia dónde nos llevaban.
 
La noche entera de vigilia y vigilados todo el tiempo, cuando solo nos dieron agua, más la cantidad de horas en aquel tren infernal, en vagones de transportar la caña de azúcar, es algo que no quisiera recordar, todavía me duele.
 
En el vagón solo había una tanqueta de agua. Pasadas una horas, había orines y aun excremento por todas partes. Tampoco era posible ver bien, porque el vagón iba con la puerta de corredera cerrada. Un infierno.
 
Para mí, uno de los momentos más difíciles fue cuando llegamos a ese punto de Camagüey (bueno, suponíamos que era Camagüey), en pleno campo y en la madrugada avanzada y el tren al fin se detuvo y abrieron las puertas de los vagones y vi en la oscuridad que una gran cantidad de soldados con fusiles y bayoneta calada rodeaba el tren a todo lo largo y por ambos lados.
 
Los soldados comenzaron a gritar que nos bajáramos con rapidez. Fue muy triste para mí, muy triste. En ese momento me pregunté: “¿Qué hice?” “¿Dios mío, qué es esto?”.
 
¿Qué edad tenías entonces? ¿En qué trabajabas? ¿Tenías antecedentes penales? ¿Habías cometido algún delito?
Yo tenía 23 años recién cumplidos.
 
Trabajaba como maestro. Impartiendo clases de sexto grado a adultos, todas las asignaturas, alternando con clases de Español y Biología en Secundaria Obrera y Campesina en el mismo centro nocturno. Antes trabajé como maestro en escuelas de enseñanza primaria.
 
Nunca, en mis 23 años de edad, había tenido problemas con la justicia. Jamás tuve antecedentes penales.
 
En mi hogar recibí amor y buenas enseñanzas de mis padres. Desde niño, también fui formado en la fe cristiana en una Iglesia Evangélica de mi zona. Fui líder de los jóvenes y también de la Iglesia.
 
¿Cómo fue la llegada al campamento Umap? ¿Qué recuerdos tienes de esos momentos?
Al amanecer de aquel inolvidable, triste 20 de junio de 1966, cuando llegamos al primer campamento donde estuve, un sitio muy apartado y lejano de toda humanidad, llamado “Guanos”, en el centro de la llanura camagüeyana, sin vestigios, te repito, de viviendas y seres humanos, me sentí muy descorazonado y me hacía la misma pregunta: “¿Por qué? ¿Qué daño le habré hecho a alguien?”.
 
El campamento estaba constituido por varias barracas de paredes de bloques y techo de fibrocemento, con baños de duchas abiertas sin ninguna privacidad. Rodeado por una alambrada de cercas de púas muy alta y con una sola puerta de entrada y salida, siempre cerrada y custodiada por dos guardias con armas largas.
 
Recordé películas que había visto de campos de concentración nazis, esa fue mi primera impresión y al comprobar, también, la forma déspota, con marcado desprecio, constantes amenazas, violencia, con la que fuimos tratados todos desde el primer momento.
 
Sentí en lo más profundo de mí que estaba “preso” y la misma pregunta me martillaba el cerebro: “¿qué hice, Dios, qué hice?”.
 
¿A quiénes recuerdas más de quienes compartieron contigo los distintos campamentos en que estuviste?
Del campamento “Guano” nos informaron que seriamos trasladados. Como a las dos semanas nos llevaron para el campamento “Anguila”, tiempo después para “California”. No tan lejos de estos dos últimos campamentos se hallaban algunas casitas de guano y yaguas, habitadas por haitianos, que mucho abundaban por los campos de la provincia agramontina.
 
Estos haitianos, cuando era posible y teníamos autorización, nos vendían dulces elaborados por ellos y sus familias. También, en la quietud de las noches, escuchábamos el toque de tambores y cantos que elevaban a sus deidades
 
De “Guano”, “Anguila” y posteriormente “California”, recuerdo con especial cariño y te los cito mediante mis notas a: Juan Bernia de la Rosa†, Alicio Castillo Martínez, al que cariñosamente le llamábamos “Alipio”. También a Ángel Antonio Leiva Pérez, Mario Nodal Asencio (“Mayito”) ambos de Santa Clara, y también de Santa Clara a Félix Luis Viera Pérez y Luis Becerra Prego (la madre de este era de mi pueblo). Vidal Vergara Rodríguez, Rubén Rodríguez Suárez, Ramón Rodríguez Cubela, Jacinto Álvarez Muñoz (“Toto”) del ingenio azucarero Constancia (hoy “Abel Santamaría”), de Encrucijada. Igual a Manuel Llano Gómez (“Manolito”)† quien tanto me ayudó (a escondidas del cabo de escuadra) limpiando mi surco de aquellos campos de caña o yuca, etcétera, de más de 40 cordeles de largo. Y si no terminabas la norma, tenías que quedarte con el cabo de escuadra Umap hasta la hora que terminaras, casi siempre de noche ya.
 
Manolito Llano, EPD, joven fuerte, robusto, a la vez que trabajaba su surco me adelantaba el mío y así muchas veces pude cumplir la norma. Manolito falleció en Estados Unidos. Dios lo tenga en su santo reino, ¡cuánto tengo que agradecerle!
 
Cuéntame un día de trabajo, desde la partida del campamento hasta el regreso.
Se nos levantaba con la voz de un cabo Umap gritando el “de pie”. No olvido la voz tan desagradable, como todo él, del cabo Erasmo Valdivieso, con sus ojos verdosos y pelo “jabao” repelado. Era un ser ruin, desagradable. Era un hombre malo, nos daba la impresión de un puro nazi.
 
El “de pie” era alrededor de las 4 de la mañana, y a veces antes de esa hora dado el lugar donde fuéramos a trabajar, mientras más lejos del campamento más temprano nos llamaban.
 
Después de ir a los lavaderos cerca de los baños, para lavarnos la cara y cepillarnos los dientes, pasábamos al comedor a tomar el desayuno, consistente en un poco de leche caliente (más agua que leche) y un pedacito de pan duro.
 
Formábamos por pelotones y nos contaban como ovejas por nuestros números al que tenías que responder por orden. Este conteo era realizado en las madrugadas y al formar para ir a dormir cada noche a las 9.
 
Nos montábamos en las carretas o “guarandingas” rusas haladas por un tractor que timoneaba un tractorista de la granja y junto a él iba uno de los sargentos. También en cada carreta viajaban, junto a nosotros, los cabos Umap vigilándonos y escuchándonos todo el tiempo.
 
Del campamento a cualquiera de los campos de trabajo, ya fueran de caña o de yuca, o de cualquier otro cultivo, nunca demorábamos menos de una hora, en un recorrido dando brincos en la guarandinga, apretujados unos contra otros, que significaba el resguardo que teníamos para no caer en el piso o salir disparados, debido los baches de los caminos o guardarrayas. Aquellos caminos rurales en pésimas condiciones llenos de huecos, piedras, polvo en abundancia.
 
Lo mismo si limpiábamos cualquier campo con guatacas o con machetes, existía para todo la famosa “norma a cumplir”, que debías hacerla en las 8 o más horas de trabajo diario, hasta que terminaras. Si no cumplías, como dije antes, tenías que permanecer hasta la hora que fuera con un cabo Umap detrás de ti exigiendo, vigilando, gritándote, agitándote con palabras groseras, amenazantes.
 
Los campos a limpiar eran de 40 cordeles, decía, y a veces mucho más largos, con la dificultad de que la hierba estaba más alta que las recién sembradas cañas. Había que hacer el trabajo con mucho cuidado, para no cortar las cañas en lugar de la hierba, porque esto podía costarte un castigo.
 
Colocaban una pipa con agua a pleno sol del día, al comienzo o entrada del campo donde trabajábamos.
 
Cuando ya no nos quedaba agua en la pequeña cantimplora que llevábamos —llenada en el campamento, en la madrugada— y nos hallábamos bajo aquel sol terrible, el calor asfixiante, empapados en sudor, excesivamente fatigados, no te autorizaban a salir del surco a buscar el agua que necesitabas para continuar trabajando, porque la pipa se encontraba bien lejos y el agua se calentaba como si estuviese puesta al fuego.
 
Entonces designaban a un cabo Umap para que llevara las cantimploras y las llenara. Esto demoraba dada la distancia hasta donde estaba situada la pipa.
 
Si en el campo que estábamos limpiando ya las cañas estaban grandes y tenían jugo, pues a escondidas y vigilando pelábamos algunas y así calmábamos un poco la sed. Después había que esconder la caña y el bagazo en la misma hierba que habíamos cortado, para que cuando los cabos y los sargentos pasaran revisando el trabajo que estábamos haciendo, no encontraran los restos de las cañas.
 
Muchas veces tuvimos que tomar el agua de lluvia caída la noche anterior o días atrás y que se encontraba en charcos o zanjas. La sed es algo tormentoso, muchos nos poníamos como si fuésemos un animal de cuatro patas, las dos manos sobre la zanja y con los pies nos empinábamos para tomarla, con la boca pegada casi a la tierra; a veces estaba fresca, otras caliente.
 
Al campamento regresábamos al anochecer, tarde, luego de más de 15 horas desde el famoso “de pie”.
 
Al ir para los baños a esa hora se hacían largas colas. Éramos 120 hombres y había solamente 10 duchas o llaves de agua. El baño debía ser rápido, pues para todo existían horarios que teníamos que cumplir estrictamente. Después del baño, la comida.
 
A las 9 de la noche la formación, cuando volvían a contarnos y el jefe político de la compañía nos hablaba, nos daba un discurso no muy largo.
 
Después de romper la formación para ir a dormir, cuando apagaban las luces —las luces fueron de mechones de luz brillante durante más de un año, por lo menos en los campamentos que a mí me tocaron— debíamos estar de inmediato en la hamaca. Ya casi al final nos dieron literas para dos, uno debajo y otro arriba.
 
En silencio absoluto debíamos permanecer, nos vigilaban aun durmiendo. Si se sentía algún ruido o alguno de nosotros conversaba, podíamos ser castigados, y siempre la amenaza de suspendernos el famoso “pase”. También nos castigaban si la norma no era cumplida, o por problemas personales con otros reclusos.
 
¿En algún momento recibieron instrucción, adoctrinamiento, algo que indicara que estaban allí para “reeducarlos”?, ¿o quedaba claro que no era más que un castigo, en tu caso por tu filiación religiosa?
Se podría decir que no nos dieron ninguna instrucción o adoctrinamiento.
 
Pero cada noche, en la formación, después de contarnos, como te decía, el jefe político nos daba charlas de temas actuales tanto de Cuba como de otros países. Desde luego, estos temas tenían que ver con lo bueno que era el socialismo y lo mal que andaban los países que no eran socialistas.
 
Creo que allí nos llevaron a todos por “alguna razón” para ellos contraria e indigna según sus “principios”. Creo que porque no encajábamos en ese propósito del “hombre nuevo” que decían querían tener. Pero el “hombre nuevo” nunca existió, ni existe, ni existirá.
 
Tuve la oportunidad, en aquellos dos años y 12 días que permanecí en las Umap, hasta su desintegración el día 30 de junio de 1968, de conversar con muchos de los que allí nos encontrábamos. Sobre todo, las tardes de los domingos, que era el único tiempo libre que teníamos. Y nos identificábamos unos con otros, hacíamos amistad, pero sin pensar ni remotamente que algo nos convertiría en el “hombre nuevo”.
 
El homosexualismo fue uno de los motivos para estar allí. Y como pude leer en el maravilloso, sentido, real libro que escribiera Félix Luis Viera cuyo título es Un ciervo herido… “ellos eran los menos culpables…”, aunque ninguno de los confinados en las Umap era culpable.
 
Muchos de los religiosos eran jóvenes líderes en sus iglesias, como católicos, evangélicos, presbiterianos, metodistas, bautistas, episcopales y pentecostales, también los testigos de Jehová, que fueron los que más sufrieron, resistieron terribles castigos sin doblegarse.
 
Para leer la Biblia, reflexionar, orar, cada domingo en las tardes lo hacíamos a escondidas detrás de la ultima barraca que era la de los baños, siempre uno de nosotros vigilaba a los cabos Umap, a los guardias y oficiales, mientras los otros estábamos reunidos en comunión con Dios.
 
Si éramos sorprendidos tendríamos serios problemas. Pero gracias a Dios, nunca nos detectaron. Ni tampoco detectaron los sitios donde escondíamos la Biblia ni pudieron saber cómo la habíamos entrado al campamento.
 
Entre los que más recuerdo que estaban allí por su condición religiosa: Juan Bernia de la Rosa, Alicio Castillo Martínez. Jorge Blondín Iparraguirre, Pablo Torres Jiménez, Juan Martínez Márquez (“Wanche”), Moisés Rodríguez Díaz, entre muchos otros.
 
¿Qué sientes medio siglo después de aquello?
Han pasado ya 50 largos años de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap).
 
Allí nos llevaron obligadamente, sin motivos, culpas, delitos. Éramos en gran mayoría jóvenes de entre los 17 y 25 años, y otros con 27, 30 o más años, que eran minoría.
 
Homosexuales, católicos, protestantes, testigos de Jehová, artistas, pintores, escritores, bailarines, oficinistas, estudiantes que, todavía me pregunto: ¿qué daño habíamos hecho?
 
Ya estamos llegando al final de nuestras vidas, muchos de aquellos jóvenes de entonces, se nos adelantaron y ahora viven con los ángeles, junto a nuestro Dios, como Juan Bernia de La Rosa, Manolito Llano Gómez, Ángel Antonio Leiva Pérez, Armando Suarez del Villar y únicamente el propio Dios sabe cuántos más.
 
Aquí estoy, hermano “22” [se refiere el entrevistador], lleno de paz sobre una roca, mirando lo vivido, rememorando lo que vale la pena, lo que vale y brilla de la sociedad y de mi espíritu.
 
A pesar de y en contra de… no hay rodillas dobladas…, sí adoloridas, pero firmes. Las pupilas un poco gastadas, pero aun atisbando la distancia, el porvenir y esperando con fe, con amor, con humildad, lo que nos sea deparado para estos duros finales
 
¿Alguna otra observación para  Cuba Encuentro?
Por favor, quisiera que dieran a conocer esta lista que a continuación te copio y que resguardo desde hace medio siglo:


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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 11/11/2015 17:23
Número. Nombre y Apellidos, Lugar de Origen
1. Andrés Liriano Pérez, ¿?
2. Raúl Rodríguez Ruano, Santa Clara
3. Dámaso Toriza Montero, Caibarién
4. Venerando Grande Prieto, Caibarién
5. Rafael Verberena, Ranchuelo
6. Sergio Peñate Ruiz, Placetas
7. Rubén Rodríguez Suárez, Central Constancia (Encrucijada)
8. Luis Estrada Bello, Placetas
9. Ramón Rodríguez Cubela, Central Constancia (Encrucijada)
10. Pedro Iglesias León, ¿?
11. Manuel Llano Gómez (“Manolito”)†, Encrucijada
12. Armando Díaz Caro, ¿?
13. Vidal Vergara Rodríguez, Central Constancia (Encrucijada)
14. Juan Manuel Pérez Blanco, Encrucijada
15. Gilberto Luaces Larrondo, Encrucijada
16.
17. Justo Pérez Bucarano, Santa Clara
18. Gilberto Arrieta Martínez, Encrucijada
19. Francisco Santirso Quesada, Sagua La Grande
20. Pedro ___, Caibarien
21. Otto Pérez Jiménez (“Pinchajubo”), Encrucijada
22. Félix Luis Viera Pérez, Santa Clara
23. Gilberto López Kinson, Encrucijada
24. Jorge Blondín Iparraguirre, Central Washington
25. Luis Becerra Prego, Santa Clara
26. Roberto Quintana, Sagua La Grande
27. Jesús Soriano Pérez, Cienfuegos
28. Andrés Medina Hernández, Cienfuegos
29. Alicio Castillo Martínez, Encrucijada
30. Dagoberto Hernández Gómez, Encrucijada
31. Juan F. Bernia la Rosa†, Encrucijada
32. Osvaldo Hernández Gómez†, Encrucijada
33. Guillermo Jiménez Abreu, Ranchuelo
34. Sergio Álvarez Quirós, Santa Clara
35. Roque Leyva Cortés, Ranchuelo
36. Medardo Chaviano, Calabazar de Sagua
37. Carlos Bravo Sosa, Ranchuelo
38. Silvio Torres Hernández, Encrucijada
39. Rafael Díaz Mancha, Central Santa Lutgarda
40. Osvaldo Oramas Casanova, Santa Clara
 
“California” (una zona rural), traslado de la “compañía” el 23 de agosto de 1966, y nuevos ingresos.
 
5. Rafael ___, Santa Clara
10. Ricardo, Habana
11. Rafael Estrada Téllez, Santa Clara
15. Tomas Paret Bonachea, Santa Clara
19. Omar Rodríguez Sánchez, Santa Clara
20. Jesús Rodríguez Borrego, Güira (Habana)
21. Manuel Martínez, Habana
23. Luis M. Reyes Martínez, San Antonio (Habana)
26. Julio M. Sánchez Rivero, Santa Clara
36. Fernando Fernández del Cuadro, San Antonio (Habana)
 
Bueno, he respondido tus preguntas con nostalgia, dolor y amor.
 
Quisiera terminar con estas palabras:
 
“No hay medicamento que cure el dolor del alma, solo hay un anestésico llamado tiempo, que te enseña a no sentir dolor aunque la herida perdure…”
 
Y gracias, hermano “22”. Dios te bendiga a ti y a esta revista.

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 15/12/2015 15:16
La hora de las UMAP: 
Notas para un tema de investigación
 
24-umap.jpg (648×309)
 Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) hasta el nombre parece romántico.
            Por Rafael Hernández
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) se crearon hace ahora cincuenta años. El primer llamado a cumplir el Servicio Militar Obligatorio (SMO) en esta variante tuvo lugar a fines de noviembre de 1965. El segundo ocurriría en junio de 1966. El tercero nunca se haría. Por las UMAP pasaron más de 25 000 reclutas. Una parte se fue desmovilizando desde finales de 1966; los últimos lo harían en junio de 1968. En total, duraron dos años y siete meses.

La interpretación de este evento tiene un sesgo particular. La mayoría de lo publicado consiste en testimonios personales y fragmentarios, suministrados por reclutas que vivieron en uno entre los más de setenta campamentos, esparcidos por los llanos de Camagüey, donde hicieron trabajos agrícolas como cortar caña, y otras tareas, incluida la construcción. La mayoría de estos testimonios, escritos y difundidos fuera de la Isla, se concentra en describir situaciones extremas, caracterizadas por reclusión arbitraria, abusos generalizados, condiciones propias de una prisión de alta seguridad o un campo de concentración, manejado por guardias sádicos, donde la norma es el castigo corporal, y se llega incluso a la ejecución extrajudicial.

Los publicados en Cuba, en ediciones de algunas iglesias evangélicas, caracterizan las UMAP como injustas y refieren excesos cometidos en estas, aunque presentan una visión más ecuánime y humanizada no solo de los reclutas, sino de los guardias, matizan la vida dentro de estos campamentos, distinguen momentos de cambio y etapas menos malas, e incluyen un examen de conciencia de los autores, donde se destacan el crecimiento personal y el aprendizaje sobre la sociedad real y la naturaleza humana que significó para ellos.

En general,  los textos disponibles sobre las UMAP carecen de un examen documentado sobre el contexto histórico y político de la Cuba de entonces. Ninguno se basa en fuentes oficiales donde se fundamente la razón de ser o se expliquen los propósitos de este tipo de SMO; ni en testimonios de oficiales, jefes de campamentos, autoridades a cargo. Salvo varios reportajes laudatorios publicados en Granma, Verde Olivo y El Mundo, en 1966 y 1967, los medios cubanos han permanecido en silencio sobre el tema. La falta de información documentada y de revisión histórica crítica, el predominio de los estereotipos y el anatema, han hecho de las UMAP un tópico maldito, como ningún otro en más de medio siglo.

Una investigación a fondo requeriría, naturalmente, acceso a fuentes y testimonios ignorados, que permitan analizar lo que pasó, sus causas y contexto. Estas breves notas se proponen apenas reunir, de manera todavía muy preliminar, algunos elementos en el camino de esa indagación.

      Cuba en 1965-1968
En 1964-65, la Revolución cubana se quedó aislada en el hemisferio. No solo los Estados Unidos habían roto relaciones económicas y diplomáticas con la Isla, sino el resto de América Latina y el Caribe —menos México y Canadá, que no eran precisamente aliados. Los tubos de respiración económica con el campo socialista se mantenían, así como el suministro de armamento defensivo convencional. Sin embargo, desde el pacto entre los Estados Unidos y la URSS que puso fin a la Crisis de octubre de 1962, las relaciones políticas con Moscú se habían enfriado, y con Beijing lo harían desde 1965-1966. El Partido Comunista de Cuba, fundado en octubre de 1965, sufría las presiones de ambas potencias socialistas, para que se alineara con alguna de las dos. La discrepancia cubana, muy apreciable y pública, acerca de los caminos para la liberación nacional en la región y en África, y en torno a los fundamentos ideológicos de la nueva sociedad socialista, la distanciaba  de ambas. No es extraño que, entre 1964-65 y 1970, cuando ese aislamiento geopolítico se hizo crítico, Cuba se asumiera a sí misma como un navegante en solitario, que abría la ruta hacia una constelación llamada el comunismo. En enero de 1967, Fidel Castro anunciaría que en tres pueblos rurales —San Andrés de Caiguanabo, Banao y Gran Tierra– se empezaría a experimentar formas comunistas de vida y organización social, que excluían no solo el mercado, sino el uso del dinero.

En ese contexto particular de aislamiento y radicalización ideológica, sucedieron acontecimientos, algunos gloriosos y otros deplorables, que solo pueden explicarse si se entiende la época. Como en una tormenta perfecta, en el vórtice de aquella etapa concurrieron, de modo excepcional, factores que produjeron un estallido en la cultura política revolucionaria. Atribuírselos a resabios estalinistas derivados de la relación con la Unión Soviética, o a influencias de la China de la Revolución cultural revela ignorancia histórica, mala fe o simple novelería. Nunca el proceso cubano fue más autónomo, ni sus políticas estuvieron más arraigadas en el propio tejido nacional y en el espacio internacional creado por la Revolución —con  sus luces y sus sombras.

En ese espacio internacional construido en respuesta al aislamiento hemisférico y el distanciamiento del resto del campo socialista, sus casi exclusivos aliados políticos eran los revolucionarios del mundo. La Conferencia Tricontinental los reuniría en La Habana, en enero de 1966, para fundar una nueva Internacional socialista, bajo la consigna de “hacer la revolución” —es decir, “la lucha armada por la liberación nacional”.  La carta del Che Guevara a la Tricontinental, escrita desde la selva boliviana un año después, llamaba a crear "dos, tres, muchos Viet Nam", no como una mera consigna, sino en respuesta a la escalada norteamericana, iniciada en 1965, ascendente a tres cuartos de millón de tropas en 1968. Unos meses antes, la víspera de su salida para el Congo, en ese mismo 1965, el Che había publicado "El socialismo y el hombre en Cuba", su obra de mayor impacto en la cultura política de aquellos años, donde sostenía que la Revolución en Cuba era auténtica y distinta, porque se basaba en la creación de un hombre nuevo.

No todos los cubanos coincidían con este hombre nuevo, en términos de definición o adhesión. De hecho, en los meses finales de 1965, la presión migratoria acumulada llevó a la apertura del puerto de Camarioca para facilitar las salidas hacia los Estados Unidos. La interrupción de los vuelos directos entre la Isla y el Norte en octubre de 1962 había dejado atrás a numerosos familiares rezagados, descontentos por no encontrar alternativa viable para emigrar. Camarioca, cerca de Varadero, representaba la primera de una serie de rupturas migratorias (replicadas luego en el puerto de Mariel en 1980 y en la crisis de los balseros de 1994), que obligarían a los Estados Unidos a firmar acuerdos con Cuba. Se iniciaría el llamado puente aéreo entre Varadero y Miami, por el que saldrían más de 250 000 cubanos entre 1966 y 1973.

El factor guerra de Viet Nam, en fase creciente, justificaría, sin embargo, la decisión cubana de retener a los varones entre 15 y 26 años, con el argumento de cumplir su Servicio Militar Obligatorio en la Isla, y prevenir así que pudieran ser reclutados por el SMO vigente entonces en Estados Unidos, y obligados a integrar la fuerza de intervención en el sudeste asiático. Esa solidaridad con la lucha vietnamita no era solo ideológica, sino un gesto de reciprocidad. En la medida en que la fuerza militar de los Estados Unidos en Indochina escalaba, la guerra de Viet Nam se veía desde La Habana como una especie de pararrayos para Cuba,

A pesar de ese efecto, sin embargo, la sensación de vulnerabilidad dejada por la Crisis de octubre de 1962, el terrorismo continuado desde bases en Miami y el Caribe, y la muy reciente intervención de 42 000 marines en República Dominicana (abril-septiembre, 1965), mantenían alta la percepción de amenaza a la seguridad nacional cubana. Por otro lado, el fin de la guerra civil en el Escambray, en ese mismo 1965, permitiría liberar a numerosos oficiales y cuadros, incluidos dirigentes, para otras tareas políticas y económicas. La creación reciente del SMO respondía precisamente a aliviar la presión sobre unas fuerzas armadas que absorbían una parte considerable de los recursos humanos y los cuadros necesarios para los planes de desarrollo.

Ante esa alternativa, sin embargo, se presentaba la cuestión del acceso a “la técnica militar” por parte de cualquier recluta, en particular los que no eran confiables por razones políticas o por su conducta social desviante respecto al canon establecido. Esta categoría involucraba a un grupo heterogéneo, integrado, en primer lugar, por antisociales, delincuentes, vagos habituales, así como desafectos políticos de variado pelaje, incluidos los aspirantes a emigrar, y en segundo, por gays y miembros de congregaciones religiosas.

¿Cómo se explica la presencia de estos dos últimos grupos en la categoría de no elegibles para el SMO normal? La condición homosexual se consideraba una patología de la personalidad por la psicología clínica de la época, no solo en Cuba, sino en los países de Occidente. Su imagen social predominante —también en los Estados Unidos— consideraba a los homosexuales de carácter frágil, imprevisibles, impulsivos, a menudo promiscuos, y, en términos de seguridad nacional, expuestos a la manipulación enemiga. Admitirlos en el servicio militar resultaba problemático, además, por razones sociales y morales propias de la época, y de prejuicios acumulados —algunos de los cuales sobreviven en sectores de la sociedad cubana actual, incluidas diversas iglesias.

Por otro lado, a pesar de que el discurso oficial cubano no declaraba a los religiosos como enemigos del proceso, sí se consideraban instrumentos conscientes o inconscientes de la contrarrevolución. Algunas organizaciones religiosas habían nutrido desde muy temprano las redes clandestinas armadas que se oponían al socialismo; numerosos sacerdotes, casi todos extranjeros, habían sido expulsados del país, acusados de actividad política. Y aunque lo más intenso de ese enfrentamiento había quedado atrás, una cantidad considerable de pastores evangélicos, inculpados por delitos contra la seguridad del estado,[2] habían sido condenados a largas penas en ese mismo 1965.

En aquel contexto, gays y religiosos fueron juzgados no confiables para integrar unidades militares y manejar armamento moderno. La idea de que eran susceptibles de “reeducación”, en el sentido de cambiar su orientación sexual o sus creencias religiosas, aunque sin ninguna base científica, formaba parte no solo de la ideología, sino del sentido común de la época. La confianza desbordada en el poder pedagógico del trabajo manual y la vida en colectivo propia de aquella nueva cultura cívica representaba una vía de reinserción social para los que se apartaban de la norma —en lugar de condenarlos al ostracismo moral o ideológico. En efecto, aunque basada en prejuicios, en una concepción estrecha sobre la naturaleza de la fe y la orientación sexual, y en una visión errónea sobre la posibilidad de “reeducarlos”, prevalecía en esta política la intención de preservarlos como parte de la nueva sociedad.

Finalmente, ante la necesidad de asegurar la producción de alimentos, el gobierno revolucionario estaba empeñado en repoblar algunas zonas agrícolas que se habían vaciado debido a las nuevas oportunidades de empleo permanente y el fomento de la urbanización que el propio proceso había propiciado. Camagüey, así como la entonces Isla de Pinos, eran regiones priorizadas para aplicar los incentivos principales —empleos, salarios, viviendas— que fomentaran la emigración laboral, incluida la de desmovilizados de las FAR. Sin embargo, a la altura de 1965, apenas 5% de estos habían aceptado la oferta de poblar los llanos de esa provincia y convertirse en fuerza de trabajo agrícola permanente. Mil desmovilizados estaban lejos de suplir la falta de 50 000 obreros en aquellos campos.

La concepción de las UMAP: “escuelas de conducta, no cárceles”
La idea de sancionar y rehabilitar mediante el trabajo agrícola era frecuente desde los años iniciales de la Revolución. Sembrar pinos en la remota península de Guanahacabibes, por ejemplo, fue una variante recurrente para dirigentes o cuadros civiles y militares que cometían errores o violaciones en el desempeño de sus cargos. En ocasiones, los propios responsables, en acto de contrición, solicitaban ir a purgar sus faltas en estas “tareas de choque”. El principio subyacente, más allá del simple castigo, era que el trabajo físico duro tenía una virtud moral, que contribuía a inculcar disciplina, modestia, fuerza de espíritu, eliminaba “blandenguerías burguesas”, y educaba a los citadinos en los principios de responsabilidad y abnegación propios de una cultura campesina. Naturalmente, no estaban en el régimen indefinido y de aniquilamiento propios de un campo de trabajo en Siberia, un campo de exterminio nazi, o una prisión de alta seguridad. Haber sembrado pinos en Guanahacabibes tampoco era necesariamente un estigma.

Las UMAP respondieron a una política trazada, no a la iniciativa de una institución. Su objetivo principal era la educación de un grupo de hombres jóvenes, que aunque no confiables para el SMO normal, debían poder reintegrarse a la sociedad como ciudadanos al cabo de tres años. El medio para conseguirlo era la disciplina militar y el trabajo. Se proponía llegar a ser una de las organizaciones más respetables y prestigiosas, por la función que debía desempeñar, y por las cualidades de los cuadros militares a cargo de dirigirlas y trabajar en ellas.

Estos cuadros debían pasar un curso de preparación, el primero de los cuales se graduó el 16 de octubre de 1965. A estos oficiales intermedios se les orientó que su misión no era ocuparse de presos en proceso de rehabilitación, sino de jóvenes que, a causa de su socialización, tenían pensamientos y conductas desviantes de distinto tipo. Estos debían ser “salvados” para la sociedad, adonde debían retornar convertidos en personas útiles. La idea original era que, en los primeros llamados, serían seleccionados “jóvenes descarriados” social, moral o políticamente; pero en el futuro, cuando las necesidades de las fuerzas armadas se redujeran, vendrían otros mejores, como los estudiantes que no se portaban bien en sus escuelas.

La relación de aquellos mandos de la UMAP con sus reclutas no debía ser solo como jefes militares, sino como “guías espirituales”, que les ofrecieran confianza para plantear sus problemas, de manera amistosa, y a la vez recta, rigurosa, educándolos mediante el ejemplo. Nunca tratarlos con desprecio, ridiculizarlos,  herirlos, o haciéndolos sentir que estaban allí castigados, sino convencerlos mediante la argumentación y el razonamiento.

Naturalmente, las unidades militares no eran becas pedagógicas. Los cuadros de mando estarían allí para hacer que las normas de la disciplina militar se cumplieran. Los reclutas estarían obligados a cumplir un horario riguroso desde la mañana hasta la noche, marchar, usar un uniforme, construir sus propias instalaciones, trabajar en la agricultura —especialmente cortar caña— incluidos los fines de semana declarados laborales, cumplir estrictamente el protocolo militar, salir de pase solo cuando se decidiera. Si los reclutas violaban estas normas, se les debería aplicar la disciplina propia de una unidad militar, pues los jefes no podían permitir nada que se interpretara como desafío a su autoridad.

El cumplimiento de esta política trazada estuvo a cargo de un oficial de alto rango y máxima confianza, combatiente de la Sierra Maestra y del Segundo Frente “Frank País”, miembro del recién creado Comité Central del PCC, el comandante Ernesto Casillas.
Entre el guión y la puesta en escena
En sus dos llamados, noviembre de 1965 y junio de 1966, las UMAP desbordaron las cifras originalmente planeadas.

Aunque eran las FAR las que llamaban al SMO y las UMAP, estas se basaban en una caracterización a cargo de un departamento o buró del MININT, denominado “Lacras sociales”. Era este el que identificaba a los religiosos y los gays como “lacras”, y naturalmente, a los antisociales y la totalidad de los restantes grupos. 

Algunos ex-reclutas estiman que el grupo de mayor concentración en el primer llamado estuvo formado por antisociales y vagos habituales en edad militar, es decir, personas con antecedentes penales o considerados pre-delincuentes.[4] A estos casos de “conductas desviantes” se sumaban otros sancionados, enviados a las unidades entre 1966 y 1968, por diferentes causas administrativas, indisciplinas, abusos de poder, corrupción, entre ellos los castigados por lo que entonces se llamaba “la dulce vida”. Según las mismas fuentes, a algunos campamentos llegaron, incorporados en el año final de las UMAP, una cantidad de presos comunes, que venían directamente de las prisiones.  La convivencia entre individuos de características tan disímiles no contribuía a crear condiciones favorables para los objetivos que se planteaba este especial servicio militar en su concepción original. Más bien, todo lo contrario.

Los oficiales y soldados necesarios para atender a más de 25 000 de estos reclutas provenían en su mayoría de las filas del Ejército Rebelde, y de los grupos sociales que lo nutrieron. Muchos no llegaron a pasar verdaderos adiestramientos donde asimilaran sus funciones como reeducadores, sino apenas instrucciones concisas sobre la misión que la Revolución les asignaba. En todo caso, una gran parte tenía un nivel escolar muy bajo.

Como me comentara el sargento Luis Manuel Castellanos, asignado a las unidades, las condiciones de transporte, instalaciones, la calidad y regularidad de los suministros, la lejanía, e incluso la práctica habitual del corte de caña, junto a otros rasgos de la vida en las UMAP, no se diferenciaban tanto de las condiciones de la vida en muchas unidades militares normales, ni en otros planes y movilizaciones de la época. En cambio, las medidas de seguridad imperantes en esos campamentos, dada su composición, y el control preventivo impuesto sobre una masa de reclutas obligados a permanecer en contra de su voluntad, bajo una disciplina especialmente rigurosa, con cercas de catorce alambres de púas y guardias armados, les daban a las UMAP más aspecto de prisiones que de unidades militares.

En ciertos casos, la misión de preservar las normas de disciplina ponían a los guardias ante situaciones difíciles de resolver. Aquellos reclutas cuyo credo religioso proscribía usar uniforme, marchar, saludar la bandera y otros usos del protocolo militar, así como trabajar los sábados, estaban predestinados a un conflicto irremisible con el régimen propio de cualquier SMO. El caso más connotado era el de los Testigos de Jehová. El argumento de que la ley y la sociedad les imponían normas que estaban obligados a aceptar como ciudadanos, al margen de su conciencia religiosa, se reveló inútil para convencerlos. Los Testigos estaban dispuestos, como dice la Biblia, a “dar coces contra el aguijón”. En torno de ellos, según la mayoría de los testimonios, se produjeron las situaciones de castigo más extremas.

La asignación a las unidades llegó a aplicarse como mecanismo de sanción dentro de las propias FAR. A causa de indisciplinas, algunos oficiales fueron enviados a los campamentos, durante largos periodos, a veces por faltas que no se juzgarían hoy de mayor envergadura. Entre estos sancionados, los hubo quienes alcanzaron luego altos grados en las Fuerzas Armadas.

Las señales de que las UMAP se habían alejado del proyecto original, los casos de arbitrariedades en la selección de los reclutas, abusos y excesos disciplinarios en los campamentos, llegaron a la dirección del MINFAR y el PCC casi desde el principio. En un artículo publicado en Granma, apenas cinco meses después del primer llamado, se informaba que “cuando empezaron a llegar los primeros grupos, que no eran nada buenos, algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria ni la experiencia requerida, y perdieron los estribos. Por esos motivos, fueron sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les desgradó [sic], y en otros se les expulsó de las Fuerzas Armadas”.

A fines de ese año 1966, el capitán Quintín Pino Machado, jefe de la Dirección Política de la DAAFAR, fue designado por el alto mando de las Fuerzas Armadas para dirigir, investigar, rectificar los métodos y condiciones de vida en los campamentos, y en última instancia, poner término a las UMAP. Impresionado por lo que se encontró, Quintín —que había sido un destacado combatiente clandestino del Movimiento 26 de Julio en Santa Clara— solicitó la colaboración de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, para que enviara un equipo de investigación. Este grupo, formado y dirigido por estudiantes de años superiores, al frente de los cuales estaba María Elena Solé, se dedicó a entrevistar y clasificar a una parte de los reclusos, en particular los gays, con la orientación de desmovilizar a la mayoría lo antes posible, así como asesorar a los oficiales respecto al trato recomendable hacia los que permanecían en las UMAP, facilitar la comunicación y minimizar los conflictos.

Desde los primeros meses de 1967, se empezó a licenciar a una cantidad de  reclutas, en particular los de mayor edad, o cuya desmovilización había sido recomendada por los investigadores u otras instancias, algunos antes de cumplir un año en las unidades. Las condiciones de los campamentos, en general, cambiaron. Se hicieron menos rigurosas las medidas de seguridad. Los reclutas del primer llamado fueron incorporados como cabos de escuadra en los pelotones, compartiendo responsabilidades con los militares. Los que mantenían buena conducta, en particular, los religiosos, que estaban entre los de mayor nivel educacional, fueron designados para otras labores dentro de los campamentos —administración, clases de superación.

A fines de ese año 1967, se designó al Capitán Felipe Guerra Matos, también combatiente de la Sierra, y a la sazón Jefe de Personal del MINFAR, para que relevara a  Quintín. En junio de 1968, los reclutas que permanecían en las unidades fueron licenciados en masa. En septiembre de ese año, las UMAP fueron oficialmente suprimidas.

Posteridad y balance
“Las UMAP fueron una máquina migratoria”, me comentó el reverendo Alberto González, pastor bautista, quien las vivió desde el primer llamado, el 26 de noviembre de 1965, hasta su desmovilización general, el 29 de junio de 1968. Una vez licenciados, una mayoría de los evangélicos —seminaristas, pastores o laicos— se fue del país. Resulta difícil calcular la cantidad de gays o desafectos que tomaron el mismo camino; o para cuántos de ellos se convirtió en una cicatriz imborrable, incluso una herida por la que siguieron resollando. Hubo casos que no pudieron recuperarse del efecto postraumático y la depresión, que los conducirían a un final trágico.

Algunos, sin embargo, en particular un grupo de los religiosos que se quedaron, asimilaron esta dura experiencia como parte de su formación, en la medida en que puso a prueba su conciencia religiosa, profundizó su compromiso y capacidad como pastores o creyentes, y les permitió entrar en contacto estrecho con la sociedad real, incluidos sus grupos marginales, muy ajenos al clima de las iglesias.

Sin embargo, tampoco en casos como estos, en que contribuyeron al crecimiento personal y a fijar valores, las UMAP llegaron a cumplir su papel como escuelas de reeducación, pues en ellas predominó la función de campos de castigo. Los reclutas UMAP no se sintieron nunca identificados con el propósito de aquella política, muchos no se la lograron explicar entonces, y siguieron sin entender hasta hoy cómo un proceso tan cargado de sentido humano como el que inspiraba a la Revolución pudo establecer una institución semejante.

Las UMAP no dejaron, per se, una memoria positiva. Su concepción estuvo atravesada por contradicciones propias de la cultura política de la época, marcadas por la tensión que creaban los desafíos del desarrollo económico y la construcción del hombre nuevo. El reconocimiento a la libertad religiosa y el derecho declarado a su ejercicio chocaban con la visión de la religión (propia del marxismo ateísta), que la consideraba una sarta de supersticiones enraizadas en la incultura y la falta de educación científica. La demanda de trabajo en los cañaverales de Camagüey era un objetivo excéntrico al de crear una institución prestigiosa como escuela de conducta, con cuya cultura cívica y laboral los educandos se sintieran identificados. El propósito de reeducar, mediante métodos de convencimiento, resultaba ambivalente con la orientación de mantener la autoridad y hacer cumplir las normas establecidas, mediante la imposición si era necesario. El concepto de una institución educativa era excluyente con el ambiente de un reclusorio donde terminaron mezclándose seminaristas, delincuentes, promiscuos y adolescentes. El rol de educadores no se compaginaba con el perfil de los cuadros y oficiales asignados, muchos personas nobles y sinceramente revolucionarias, pero carentes de la formación necesaria.

Las UMAP no se repetirían. Pero el trato discriminatorio contra los religiosos y los gays, y otros grupos considerados desviantes, como los llamados hippies, las sobreviviría. Las recogidas de “lacras sociales” en sitios concurridos de la capital y otras provincias, su reclusión temporal en granjas, las restricciones por motivos “morales” (gays), “políticos” (desafectos), “ideológicos” (religiosos) para ocupar cargos, desempeñar ciertos empleos, estudiar en universidades (“solo para los revolucionarios”), o ingresar al Partido, se prolongarían a lo largo de los años siguientes.

Ahora bien, si se revisa detenidamente este mismo período, se verá que algunas motivaciones y orientaciones que animaban originalmente al proyecto de las unidades tuvieron otras aplicaciones más exitosas.

A reserva de que la pedagogía de la reeducación pueda resultar controversial para algunos, se debe recordar que las escuelas de conducta, e incluso los planes de rehabilitación entre sancionados por delitos comunes, especialmente desde 1968, resultaron eficaces y tuvieron resultados palpables, que se reivindican y continúan hoy con métodos más avanzados.

En agosto de ese mismo año 68, se fundaría la Columna Juvenil del Centenario, con una estructura militar y tareas muy parecidas a las UMAP, aunque dirigida por la UJC. Esta consiguió enrolar en sus filas y llevar a los cañaverales de Camagüey a decenas de miles de voluntarios de la enseñanza media y la UJC, y se convertiría en el contingente más productivo del país. Ser columnista en la CJC fue una fuente de méritos acumulados y motivo de orgullo, que exaltaran Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en una famosa canción: “¿Qué paga este sudor, el tiempo que se va?/ ¿qué tiempo están pagando? —el de sus vidas./ ¿Qué vida están sangrando por la herida/ de virar esta tierra de una vez”.[8] Cinco años después, la Columna se integraría a las Fuerzas Armadas, fundiéndose con el Ejército Juvenil del Trabajo, que permanece hasta hoy.

Finalmente, es necesario subrayar que la rectificación de las UMAP no surgió de afuera, de ningún gobierno, organismo internacional u ONG extranjera, sino de las propias organizaciones e instituciones cubanas, que transmitieron la alarma, y en particular de las Fuerzas Armadas y el PCC, que las crearon y decidieron desactivarlas.

Aunque se tomaron medidas para rectificar el rumbo tempranamente, resultó evidente pronto que la fórmula de las UMAP fallaba en sus propios términos. La orientación de trabajar hacia el cierre de las unidades fue impartida por el propio Ministro de las FAR a los altos oficiales asignados, antes de cumplirse un año del primer llamado. Los jóvenes psicólogos llamados a investigar  en los campamentos ya supieron que su objetivo era contribuir a su desmantelamiento. Las UMAP duraron solo el ciclo del  SMO del primer llamado; el segundo fue licenciado antes de tiempo.

A pesar de los problemas que se siguieron arrastrando, en años posteriores, fueron ocurriendo cambios de fondo, que involucraron las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el reconocimiento real a los religiosos y los gays en la sociedad, la significación del acto de emigrar y la política migratoria, la transformación de los establecimientos penitenciarios y su papel reeducativo, e incluso la normalización del disentimiento, cuyo espacio y legitimidad en la Cuba de hoy están muy lejos de aquella hora de 1965-68.

Que las UMAP no se deban repetir, como resulta obvio, no es la principal razón para que se deba conocer su historia documentada. Si se las examina detenidamente, se observa, como en una radiografía, los elementos y problemas de aquella época clave, y los de una cultura cívica que nos ha acompañado por muchos años. Aunque ya nada es igual, la sociedad, la cultura y los problemas del socialismo actual como sistema son incomprensibles sin analizar de manera ecuánime aquel momento fundacional, con sus virtudes y defectos.  

Como en el mediodía de Silvio, “cuando consignas y metas” como aquellas han quedado atrás, volver sobre eventos como las UMAP requiere no precisamente “callarse por pudor”, sino al contrario, disponer de la información documentada que permita profundizar en el tema, y en todas sus aristas. En lugar de dejarlo a la superficialidad de muchos blogs, a “este no es el momento” o “el enemigo puede utilizarlo para sus fines”, debería aprovecharse la hora y el momento precisos que hoy se han podido reunir. No hay nada más oportuno que restablecer nosotros mismos nuestra historia, para que nos sirva de espejo.

              La Habana-Cárdenas- 26-30 de noviembre, 2015.
 
             Revista Temas
 
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Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 16/12/2015 17:59

 
   

Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 17/12/2015 16:01
A 50 de las Umap: Así van las cosas.
 
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(Foto Kevin Slack)
A propósito del artículo de Rafael Hernández:
“La hora de las Umap: Notas para un tema de investigación”
                   Félix Luis Viera | México DF |  Cuba Encuentro
Hasta ahora, de lo que he leído llegado desde el oficialismo sobre el tema de las Umap (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), es lo mejor en mi opinión este ensayo del doctor Rafael Hernández aparecido en la revista Temas (como todas las publicaciones autorizadas en Cuba, pagada por el gobierno) el pasado 7 de diciembre.
 
Digo que, llegado del oficialismo, este texto de Hernández es el que más se acerca a la enjundia de aquel hecho y sus consecuencias posteriores —sus consecuencias posteriores sobre todo para los “exsoldados” Umap, puesto que el castigo para ellos no terminó aquel día que dijeron adiós a las alambradas: arrastrarían durante decenios el rótulo de “mala gente” ante las autoridades del régimen, tanto a la hora de optar por un trabajo de cierto rango como por un reconocimiento cualquiera. O sea, “es un expediente que no cesa”—.
 
Con sus bemoles, y con cierta tendencia por momentos de ir “del azafrán al lirio”, Rafael Hernández, director de Temas, en “La hora de las Umap: Notas para un tema de investigación” aborda con precisión más que relativa en ocasiones, aquella mancha que se autoinfligiera la “revolución socialista” al establecer en la provincia de Camagüey campos de trabajo forzado de 1965 a 1968, adonde fueron a parar jóvenes y no jóvenes que no se avenían con el “hombre nuevo” que intentaba fabricar aquella revolución.
 
La introducción del texto de Hernández —portador de un estilo indirecto que mucho bien le hace a su propuesta— es larga, muy larga: utiliza un aproximado de 1800 palabras para entrar en materia, luego de poner en contexto el fenómeno Umap, casi siempre para “comprenderlo”, más que para “justificarlo”; es lo cierto.
 
Si bien en algún momento de su ensayo Rafael Hernández aboga por la necesidad de contar con más datos oficiales sobre las Umap, no hay dudas de que él es un privilegiado en este sentido: afirma que allí padecieron (esta palabra es mía) 25 000 hombres “entre los más de setenta campamentos, esparcidos por los llanos de Camagüey”. Debo aclarar que Hernández llama “reclutas” a los confinados en las Umap.
 
En la introducción del ensayo, el autor da un recorrido por el éxodo de Camarioca en 1965, la Guerra de Vietnam, el “aislamiento” de la revolución cubana al romper relaciones con la URSS y China o la genial iniciativa de Fidel Castro de “experimentar formas comunistas de vida y organización social, que excluían no solo el mercado, sino el uso del dinero”, en tres pequeñas poblaciones de la Isla.
 
Quejumbroso al parecer, advierte el doctor Hernández que “La mayoría de estos testimonios, [sobre las Umap] escritos y difundidos fuera de la Isla, se concentra en describir situaciones extremas, caracterizadas por reclusión arbitraria, abusos generalizados, condiciones propias de una prisión de alta seguridad o un campo de concentración, manejado por guardias sádicos, donde la norma es el castigo corporal, y se llega incluso a la ejecución extrajudicial”.
 
Dice él “escritos y difundidos fuera de la Isla”. Esto se debe a una razón elemental: “dentro” de la Isla no los “difunden”. Y digo más: ¿acaso Hernández duda de los testimonios, o de los testimoniantes, que han dado a conocer su verdad sobre las Umap aquí mismo, en CUBAENCUENTRO? Si así fuera, el gobierno de la Isla, o sus subalternos, tendrían, tienen, el derecho de réplica.
 
Y digo más: tal como en este portal han narrado sus experiencias varios “exsoldados” Umap…, así fue.
 
En cuanto “a la ejecución extrajudicial”, yo no lo sé; me han dado santo y seña, pero no lo puedo asegurar. El gobierno de Cuba, que tiene recursos suficientes, podría verificarlo, si acaso fuera de su interés.
 
Y si no hallase alguna “ejecución extrajudicial”, sí, aseguro, que verificará no pocos suicidios de los recluidos en las Umap durante y después de la existencia de estas. Ya lo sabemos: hay hombres que se suicidan, otros a quienes los suicidan. Muertes, podríamos decir, “extrajudiciales”.
 
Mas, la pregunta es: ¿de entrada, no es castigo suficiente que de pronto le arranquen a una madre su hijo y se lo lleven no se sabe adónde ni tenga ella derecho a preguntar? ¿No lo es que metan a un sinnúmero de hombres inocentes, jóvenes y no, en los vagones de carga de un tren y, encerrados, los lleven en un viaje que podría durar más de dos días sin saber adónde los llevan y sin que tengan derecho a preguntar, padeciendo hambre y sed, y aterrorizados por los guardianes?
 
Ya, de arrancada, eso bastaría. Pero eso solo era el comienzo. Luego vendría, en muchos casos, no en todos, para ser justos, la “reclusión arbitraria, abusos generalizados, condiciones propias de una prisión de alta seguridad o un campo de concentración, manejado por guardias sádicos, donde la norma es el castigo corporal”.
 
Al referirse a los homosexuales que fueron llevados a las Umap, el doctor Hernández expresa, si bien como una inferencia de su análisis de aquella época, sin decir si comparte o no este punto de vista: “La condición homosexual se consideraba una patología de la personalidad por la psicología clínica de la época, no solo en Cuba, sino en los países de Occidente. Su imagen social predominante —también en los Estados Unidos— consideraba a los homosexuales de carácter frágil, imprevisibles, impulsivos, a menudo promiscuos, y, en términos de seguridad nacional, expuestos a la manipulación enemiga”. De modo que “Admitirlos en el servicio militar resultaba problemático”.
 
Está claro. Si el Gobierno cubano consideraba que los homosexuales, por las razones dichas, estaban incapacitados para ser “militares”, pues que los dejara tranquilos, pero que no los llevara a “reeducarse” mediante labores de salvajes y en estado de reclusión.
 
Si, como avisa Hernández, “En aquel contexto, gays y religiosos fueron juzgados no confiables para integrar unidades militares y manejar armamento moderno”, pues lo mismo: que los dejaran vivir tranquilos, no que los condenaran, por el hecho de que no eran “confiables para el SMO [Servicio Militar Obligatorio] normal”.
 
Una limitación que a mi modo de ver posee este interesante texto de Hernández, es que sus fuentes, todas, se hallan en el vértice del oficialismo. O sea, se basa el autor en “fuego amigo”.
 
Así, no nos resulta raro toparnos en “La hora…” con exposiciones de este corte: “Algunos exreclutas estiman que el grupo de mayor concentración en el primer llamado estuvo formado por antisociales y vagos habituales en edad militar, es decir, personas con antecedentes penales o considerados pre-delincuentes”.
 
No es cierto, según lo que vieron estos ojos. Hombres decentes, incluidos religiosos de diversas filiaciones, campesinos nobles, estaban en las Umap desde el primer llamado, en noviembre de 1965. Y me sigo basando solamente en lo que allí vi: eran mayoría. De estos, saldrían los cabos Umap, jefes de escuadra a partir del segundo llamado, en junio de 1966, y no, como afirma Hernández, o así lo entiendo, que fue en 1967 cuando surgieron los cabos Umap.
 
Si seguimos hurgando en el párrafo citado: ¿Qué debemos entender, según los cánones establecidos por la revolución socialista en la década de 1960, por “antisociales”? Pues desde llevar el pelo largo —La Melena— hasta escuchar “música enemiga”, pasando por el rechazo a convertirse en activista destacado del CDR (Comité de Defensa de la Revolución) de su cuadra.
 
En cuanto a los “vagos habituales”, alguno allí conocí que me recordara a Carlos Marx, quien vivió de otro hombre, Federico, durante15 años más o menos para escribir su obra fundamental. O sea, vagos porque no gustaban de partirse el lomo, sino pensar, pasear, razonar o escribir alguna obra.
 
Quizás sí los hubiera con “antecedentes penales”, pero pre-delincuentes es una definición que no define nada.
 
Todos estos hombres, los del primer y segundo llamado, los “buenos”, los “regulares” o “los malos”, recibieron una de las peores sanciones que se le puede aplicar a un ser humano: la humillación.
 
Hernández, en una y otra línea de su texto, decía, llama “reclutas” a los confinados en las Umap y asimismo los vincula —ateniéndose, es justo decirlo, a lo establecido por la dirección de la revolución socialista— con el Servicio Militar Obligatorio. Aquí salta una ligera pifia: a los militares no los visten de azul.
 
Y bien, ¿sería saña o desconocimiento lo que llevó al gobierno revolucionario a violar la propia ley del SM0 al enviar para las Umap a hombres de más de 27 años, y más de 30, más de 40? A estos debe referirse el doctor Hernández cuando expone que “Una parte [de los confinados Umap] se fue desmovilizando desde finales de 1966”.
 
Deja claro el autor de “La hora…” que los creadores de las Umap, entre otros objetivos, se propusieron, “sin ninguna base científica” hacer que muchos hombres cambiaran “su orientación sexual o sus creencias religiosas”.
 
En el texto de Hernández nos enteramos, al menos yo me entero, de que existía —¿existe aún?— “un departamento o buró del MININT, denominado ‘Lacras sociales’. Era este el que identificaba a los religiosos y los gays como ‘lacras’, y naturalmente, a los antisociales y la totalidad de los restantes grupos [para enviarlos a las Umap]”.
 
Me entero ahora, repito, porque en las Umap cualquier jefe se lo gritaba a uno, pero no sabíamos que era una adjetivación “oficial”.
 
“La hora de las Umap: notas para un tema de investigación” es un texto bien documentado —hasta donde es posible en la Isla— escrito con notable fluidez y que en muy pocas ocasiones, como insinuaba en los inicios de estas páginas, sentencia, sino que expone.
 
Es un ensayo, digamos, todo lo viril posible, dado el sitio en que fue escrito, sobre un asunto tan tétrico, tan matemáticamente ocultado.
 
En los finales de su trabajo, Rafael Hernández exhorta: “En lugar de dejarlo [el tema de las Umap] a la superficialidad de muchos blogs, a ‘este no es el momento’ o ‘el enemigo puede utilizarlo para sus fines’, debería aprovecharse la hora y el momento precisos que hoy se han podido reunir. No hay nada más oportuno que restablecer nosotros mismos nuestra historia, para que nos sirva de espejo”.
 
Ojalá que así fuera.
 
Y lástima que los cubanos de “adentro”, como no tienen Internet, no tengan acceso a “La hora Umap: Notas para un tema de investigación”.
 
Ya ven. Así van las cosas.
               Fuente Cuba Encuentro


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