¿Qué es la ‘homosexoledad’ navideña?
La autoncensura en las cenas familiares puede llegar a extremos insanos. ¿Por la paz un Ave María?
Imagen de la campaña 'Will you?' de la firma de joyería Tiffany & Co. en favor del matrimonio igualitario.
Llegan fechas familiares, entrañables, de reconciliación y de paz…. pero, ya sabes, mariconadas las justas. En la última década hemos conseguido un montón de cosas: el matrimonio, la adopción, la salida del armario en lo social y en lo laboral en la mayoría de los casos. Pero para muchos queda un último reducto: la Navidad. Esa fecha en la que, mientras ponen 'Eduardo Manostijeras' y '¡Qué bello es vivir!' en la televisión, los novios vuelven a ser amigos para que el abuelo no se infarte, donde quizá mejor cada uno con su familia porque “tengamos la fiesta en paz, por favor te lo pido” porque es un día por y para la familia. Una fecha en la que nació el niño Dios y se resucita eso que yo llamo la homosexoledad, compuesta por esos más o menos pequeños resquicios en los que la vida te recuerda que elegiste un camino que ha requerido que todos hicieran “el esfuerzo” de tolerarte.
Tampoco es plan de hacerse la víctima, que todos nos sentimos en algún momento más solos por x motivos. La realidad nos enseña que muchos homosexuales entienden la situación y tampoco les cuesta tanto volver a de donde vinieron: a no molestar y a hacer su condición sexual invisible. También tus hermanos cuando vuelven a casa con sus padres se retrotraen a los antiguos roles de una manera y otra y, total, una semana al año no hace daño. Es el único favor que te piden. “El resto del tiempo, haz lo que quieras”. Las madres dicen que no puedes darle ese disgusto al padre. Los padres dicen que ya sabes cómo es tu madre. Alguna tía ya tapó los ojos educadamente a su niño cuando hiciste un gesto cariñoso con tu novio en aquella boda. Entonces se chismoseó cuando salisteis juntos a bailar. Y a la prima que pensaba anunciar que estaba embarazada le molesta ligeramente que le estés robando el protagonismo.
¿Por qué ser homosexual sigue rompiendo la armonía de tantas familias en estas fechas? ¿Por qué la familia sigue siendo un hueso tan duro de roer?
En la práctica, aunque para muchos es la excusa perfecta para librarse de la fiestas de las que tantos despotrican, muchos homosexuales pasan las Navidades teniendo que elegir entre las dos cosas que más quieren, porque uno a veces querría que la intolerancia y el amor fueran tan enemigos como parecen, no que te confundieran tanto que das tu brazo a torcer y aún te sientes culpable. Sin embargo, soy de los que piensa que a veces hay que decir a los padres aquello de “no me queráis tanto, queredme mejor”.
Últimamente se habla mucho, y con toda la razón, de micromachismo. Este es su homólogo en el terreno del colectivo LGBT: la microhomofobia. La misma que todavía hace que un hetero se sienta herido en su orgullo si tú, marica, le ganas al futbolín. La que te hace oír con frecuencia, como si fuera un halago, que “no pareces nada gay”. O, en el otro lado, la que sigue haciendo incomprensible que un homosexual vaya a misa o sea de derechas. Por suerte o por desgracia, ser homosexual es compatible con todo lo demás. Duele también que, en pleno siglo XXI, uno escriba libros a los que una gran editorial apunte que “si el protagonista no fuese gay esto se publicaba solo” y acaben tachándolos de minoritarios, cuando 'Carol' va a ganar los mismos Óscar este año que 'Brokeback Mountain' hace ya unos cuantos. O, entonando el mea culpa, resulta curioso el hecho de que yo mismo dudara de que, si esta es una revista masculina, ¿me aceptarán un tema gay? Gracias por demostrarme que era un prejuicio más mío que vuestro, GQ, y que la masculinidad no es propiedad de la homosexualidad, ni siquiera de los hombres.
Efectivamente, también hay que mirar a uno mismo y detectar los síntomas de autocensura. El día que me casé y lo celebré con mis padres, lloré de agradecimiento al darme cuenta de que ellos no ponían ninguna resistencia, algo que, pese a todas sus muestras de aceptación, seguía siendo uno de mis miedos. Y no estando un estrés postraumático como una reacción inevitable teniendo en cuenta que uno lo ve a su alrededor sutil pero continuamente. Además de en amigos que estas Navidades se irán al cuarto para felicitar por teléfono a sus parejas, en otros antes de presentar a un familiar aclaran por sms que “no sabe que soy maricón”, así que no metas la pata. O en mi propia impresión/emoción al recibir el tradicional Libro de Familia en el que ponía mi nombre y el de mi marido. No somos los gays de hace cincuenta años y nadie nos ha pegado palizas. Pero estas Navidades toca recordar a todos, y a nosotros mismos, que aunque tenemos los derechos, algo más intangible como la homosexoledad existe. Y que nuestros maridos también son vuestra familia.