Las difíciles cuestiones del Año Nuevo
Siempre he pensado que nadie tiene obligación de regalarle nada a nadie
Lo más triste es que si se regala algo que no tiene utilidad, el dinero se tira a la basura
Es triste que el dinero se tire a la basura y que no nos recuerden por un regalo que haya producido alegría. Archivo el Nuevo Herald
POR MARÍA ANTONIETA COLLINS
He terminado exhausta de las siempre intensas y ocupadas últimas dos semanas de diciembre cuando todas son fiestas y reuniones para brindar por el año que pasó y ponernos a tono, pero la realidad es que lo que queda ya es la peor parte, porque vienen las promesas de casi todos los años, y la frustración de ver que en un noventa por ciento, estas no fueron cumplidas.
Pero antes que eso, también está la frustración que este año he podido ver más que en otros alrededor de los regalos de Navidad que muchos dan. Entra en la plática mi amiga Diana Montano, enojada por algo que le ha pasado.
“¿En qué piensa la gente cuando regala o algo usado o algo que le dieron hace un par de años y pretenden como que acaban de comprar? No hay nada más horrible que ver que una se desvive con el presupuesto navideño para comprarle algo a una amistad a la que se le tiene cariño y se le está agradecido y al abrir el regalo qué tiene esa persona para nosotros, ¡horror! O es algo que nada tiene que ver con nuestra personalidad ni nuestros gustos y ni siquiera podemos ponerlo en casa o, mucho peor, que ni siquiera puede devolverse en la tienda para cambiarlo por algo útil”.
Dice Diana que recibió un libro muy caro, pero que no era ni de su interés, ni mucho menos de algo relacionado con su gusto. Con todo y papel de envoltura fue a la librería donde lo adquirieron.
“Lo llevé hasta con la envoltura sellada en que venía –que no abrí y para que no hubiera dudas al día siguiente que me lo dieron– y me fui directa a la tienda; la respuesta del empleado me dejó helada: ‘No podemos hacer ni devolución ni crédito porque los libros no se devuelven. De nada sirvió que viera que el libro estaba intacto con el papel celofán que originalmente traía”.
Diana me hace pensar en lo que yo siempre creo: nadie tiene obligación de regalarle nada a nadie y, sin lugar a dudas, que hacerlo es un acto de nobleza y generosidad. ¿Entonces, por qué no escoger algo de acuerdo con los gustos de la persona?
Creo que lo más triste es que el dinero se tire a la basura y que no nos recuerden por un regalo que haya producido alegría, sin importar el monto gastado.
“Eso es lo que pasa –dice Diana– porque en el caso del valioso libro lo guardaré para ver si lo regalo a alguien en un cumpleaños”.
Mi pregunta vuelve al punto de partida. ¿Por qué no regalar cosas, no las que a uno le gustan, sino las que le gustan a quienes nosotros queremos obsequiar? ¿Por qué no dar certificados de regalo, o las llamadas gift cards que sirven prácticamente para todo, desde desayunos de donas, almuerzos de sándwiches, entradas de cine, hasta las de los almacenes más populares? Con eso, así sean diez dólares, nadie queda mal y, por el contrario, se agradece porque queda a discreción de quien recibe el obsequio cómo lo va a emplear, no a la voluntad del que quiso que tuviéramos tal o cual cosa en nuestra casa”.
Pero Diana Montano cuenta de otra gran frustración que sucede con los regalos.
“Me han indignado, no solo las personas que están viendo que les regalan para regalarlos a la familia, sobrinas, nietas o nietos, suegras, hijas. Lo peor es que hay a quien se le ido la boca y me ha dicho: ‘Con este certificado de regalo voy a poder comprarle a mi hija y yerno algo porque me hacía falta’. ‘¿Qué? –le dije–. No te estoy regalando para que se lo des a otra persona, es para que te compres algo que a ti te guste”. Me ha pasado antes lo que a Diana este año y me he enojado. Así que me he vuelto más “ojo alerta” con esos piratas de mis regalos y ya no los tengo en mi lista.