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El ultimo judío de Palma Soriano La familia de Jaime Ganz llegó a Cuba luego de sobrevivir el Holocausto, pero los atrapó la revolución
Jaime Ganz Grin muestra un “Atlas de la civilización judía” (foto de Frank Correa)
Frank Correa | Desde La Habana, Cuba | Cubanet
Esta historia estuvo pendiente de contarse a petición de su protagonista, el judío Jaime Ganz Grin: “tengo miedo a represalias del gobierno y los nuevos rabinos cubanos, pero ahora que mi vida se acaba quiero revelar lo que ha sido mi vida judía en Cuba”.
Hijo de un sobreviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, llegó a Cuba con su familia en 1949 y todos se asentaron en Palma Soriano, municipio de la provincia Santiago de Cuba, donde pusieron una tienda de ropa que prosperó y gracias a la cual lograron buena solvencia por aquellos años.
“Es cierto lo que dicen de los judíos: somos ahorrativos. Para nosotros un centavo es un peso y un dólar mil. Crecimos con la tienda porque gastábamos lo justo. Además prestábamos con interés; un riesgo, pero mi padre decía que el valor del judío es oro y siempre nos fue bien”, cuenta Ganz Grin.
En su casa grande y de puntales altos, carcomida por el tiempo y el abandono, Jaime tiene muchos libros, entre ellos uno de su coautoría llamado “Atlas del judaísmo en Cuba”, que me obsequia. Lo escribió junto a Eugenia Farín Levy y Conrado Pérez Maletá, y fue publicado por la Editorial Oriente en 2009. Cuenta la historia de la comunidad judía en Cuba, comenzando con la ayuda recibida por Colón de sus amigos judíos, que le ofrecieron fondos, mapas y cartas marinas para su viaje de descubrimiento. En la expedición transoceánica vinieron varios judíos, entre ellos Luis Torres, a quien se le atribuye el mérito de dar a conocer en Europa el uso del tabaco.
“Los primeros judíos que llegaron a Cuba huían de la Inquisición, fomentaron el cultivo de la caña de azúcar y el tabaco. Durante los siglos XVII y XVIII sostuvieron vínculos con el comercio de contrabando. Incluso el obispo de Cuba Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, falleció en 1768 volteado hacia la pared (actitud que adoptan los fieles de la fe mosaica en su último momento), recitando el Shemá Israel Adonay Elojheinu Ehad: Oye pueblo de Israel”.
También la incidencia judía en las guerras independentistas cubanas es notable. Ahí está el ejemplo del comandante Luis Schelsinger, un judío húngaro que desembarcó en 1851 con Narciso López; el mayor general Carlos Roloff, jefe de las tropas cubanas en Las Villas, el capitán Schwartz, ayudante del general Calixto García, o la comunidad hebrea de Cayo Hueso, que recaudó fondos para ayudar a José Martí en su Guerra Necesaria.
Con la independencia de Cuba del gobierno colonial español, comienzan a llegar a la Isla muchos judíos procedentes de Estados Unidos y fundan en La Habana la primera comunidad judía: United Hebrew Congregation, en 1906. Posteriormente arriban judíos desde Turquía y otros países balcánicos y en 1914 fundan la Hebrea Chevet Ahim. Durante los años treinta otros judíos procedentes de Alemania, Bélgica y Austria encuentran refugio en la Isla, del terror nazifacista en el viejo continente.
En los años siguiente a la Segunda Guerra Mundial se estableció en Cuba el mayor número de judíos de toda la historia: 16 500. Entre ellos Jaime y su familia. Numerosas sinagogas se establecieron a todo lo largo del país y se organizaron instituciones de carácter benéfico y de ayuda mutua entre sus asociados hebreos, para desarrollar su vida social y cultural.
Se sustenta con lo que cultiva en el patio de su casa (foto de Frank Correa)
A finales de 1959, los judíos se hallaban establecidos ampliamente en todo el país, en más de noventa ciudades y pueblos del territorio nacional. En La Habana radicaba el 75 %, con una actividad periodística y literaria notable.
Los cambios radicales ocurridos luego del triunfo de la Revolución en 1959 afectaron duramente en el aspecto económico a la mayoría de los judíos. Su nivel de vida por entonces era considerado de clase media, algunos se contaban entre las personas más adineradas. Las primeras medidas implantadas, desmonetización del circulante y la nacionalización de la empresa privada, perjudicaron severamente a los judíos, por tal razón comienza un éxodo progresivo hacia países de Latinoamérica, Israel y Estados Unidos.
“Este éxodo provocó que en los años noventa quedara sólo un 10 por ciento de la comunidad judía, y en 2009 se estimó en 1200 judíos el total del país. A partir de 1991 comenzó un proceso de reanimación para acercar a los fieles que se habían alejado. Se abrieron nuevos espacios de estudio, seminarios, cursos. Demasiado tarde: el daño infligido era muy grande”.
Jaime cultiva calabazas, plátanos y maíz en un pequeño patio interior. Con eso se sustenta. Tiene escrito un testimonio, “El Tzadir de Kishinev”, la historia de su abuelo en Polonia, contra las violentas manifestaciones antisemitas que culpaban a los judíos de los desastres naturales, las epidemias y las agudas crisis económicas en el vasto imperio zarista.
“Mi abuelo sufrió una brutal golpiza que casi lo mata. Sobrevivió junto a mi padre tres inviernos en un campo de concentración nazi. Cuando logramos llegar a Cuba, en 1949, compramos esta casa y montamos la tienda. Nuestros sueños judíos comenzaban a materializarse, pero apareció la revolución, nos cerró la tienda y nos hundimos en el miedo de volver al terror del que habíamos escapado. Terminamos hundidos en la marginalidad, la turbación, la locura. Esta casa era todo lujo. La tienda siempre estaba concurrida. Hoy es desolación y hastío”.
Jaime nunca tuvo descendencia, ocupado en sobrevivir como pudiera, apuntalar la casona que se desmoronaba y enterrar a sus muertos en el cementerio judío de Santiago. “De la tienda solo queda el espacio vacío. Hasta los anaqueles de madera tuve que utilizarlos como leña en el fogón”.
“Tenía miedo de hacer pública mi historia, ahora que el gobierno y los nuevos rabinos intentan borrar el pasado, pero en estas navidades lo vi todo claro. Voy a morir pronto y he decidido hacerlo como un judío: trabajando hasta mi último instante. Revisando el testimonio, corrigiendo, sintetizando, para dejar una obra auténtica. Un alegato de lo que hemos sufrido los judíos, para que no se olvide”.
CONTINUA EL TEMA DE LOS JUDIOS EN CUBA
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Judios en Cuba
La primera presencia de Judios en Cuba viene desde los años 1904 todavia hoy existe una asociacion llamada United Hebrew Congregation y el primer cementerio judio de La Habana esta en las cercanias de Guanabacoa, muchos de ellos son de origen Polacos algunos eran joyeros, tambien habian Rusos, Bulgaros y Australianos. muchos de ellos se trasfirieron a Cuba por que en aquella epoca tenian restringido las entradas en Estados Unidos, se solian ver en las calles de la Habana, en Acosta, calle Cuba,calle Merced, CalleLuz, en San Ignacio y Muralla en el municipio de la Habana Vieja y centro Habana. Fundaron la biblioteca Asrah Israel en el barrio de Jesus Maria, una de las anecdotas que se cuentan de la epoca es que una chica judia de nombre Sima sé enamoro de un joven Cubano renegando asi de la religion Hebrea y esta fue asesinada de la mano del Padre. Entre los años 1928 y 1930 se empezó a públicar la revista Yiddlsh Oyfgang (Aurora) Muchos de estos Judios con familia en la capital de Cuba se inscriben al partido comunista con su fundador Fabio Grobart y la asociación del movimiento obréro participando a las primeras manifestaciones de revuelta contra el presidente Gerardo Machado, los martires de aquella gesta sobresalen cinco de ellos Noske Yalombo, Boris Vaxman, Bernardo Reinertz, Issac Hurritz, y Jacobo Burshstein, los primeros cuatros eran militantes comunistas.
Cuando termina la segunda Guerra mundial en la isla habian 25.000 hebreos, la sinagoga fue construida en la calle Acosta y muchos se fueron a vivir a sus aledaños, luego en los años 1950 algunos con negocios mas emergentes se mudaron al vedado donde todavia hoy se encuentra la sigagoga Beth Shalom en calzada de Linea y I y la otra sinagoga se encuentra en la calle Inquisidor.
Así, los avatares de la comunidad judía asentada en una Cuba que concibieron como mera plaza de tránsito hacia los EE.UU. da testimonio de una dimensión diaspórica paralela y dotada de la espiritualidad que imprime una religión. El dolor, y la desesperación de quienes huyeron de los horrores de la Europa en guerra para acabar encontrando una provisional pax caribeña que la revolución de 1959 vino a soliviantar. Cerca del 90 % de los judíos que vivían en Cuba se marcharon a los EE.UU. durante los primeros años de afianzamiento del castrismo. Atrás dejaron sus cementerios y sinagogas, sus muertos y sus rollos de la Torah.
Ruth Behar se reencontró con los últimos supervivientes, secularizados por la fuerza –la cesión de la sede de la Unión Sionista a la delegación en Cuba de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1978 no es más que un episodio del acoso de la revolución a los judíos-, pero ávidos de recuperar una tradición que los apartara del adocenamiento totalitario. Y los salvara de la miseria.
La conversión de esa pequeña comunidad en objeto de deseo de las organizaciones filantrópicas de judíos norteamericanos y argentinos, su rápida transformación en destino turístico, es asunto al que Behar dedica las que probablemente sean más atrevidas páginas de An Island Called Home. Esos pocos representantes del «pueblo elegido» tuvieron la suerte de ser «elegidos» para ofrecerles caridad. El drama moral que tal elección conlleva es narrado desde un discurso antropológico trufado de anécdotas, conmovedoras escenas, truncas, o retomadas, «historias de vida». Las fotografías de Humberto Mayol jalonan la narración con la impronta de rostros y lápidas.
Los testimonios de muchos judíos dispersos por la geografía cubana dibujan un extraño paisaje que parece invención literaria. No lo es. Pero hay historias, como la de Jaime Gans Grin, el «último judío de Palma Soriano», que muestran los horrores del siglo y la desolación privada con esa terrible belleza que es patrimonio del espacio literario.
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EL VIAJE DEL ST. LOUIS Y LA MALDICIÓN QUE NOS PERSIGUE
Los niños judíos que Cuba no protegió
El 13 de mayo de 1939, el transatlántico alemán "St. Louis" partió desde Hamburgo (Alemania) hacia La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros. Casi todos eran judíos que huían del Tercer Reich. La mayor parte eran ciudadanos alemanes, algunos provenían de Europa Oriental y unos pocos eran oficialmente "apátridas".
La mayoría de los pasajeros judíos habían solicitado visados para los Estados Unidos y tenía planeado permanecer en Cuba sólo hasta que pudieran entrar en dicho país. Durante la travesía del "St. Louis", hubo sin embargo indicios de que las condiciones políticas en Cuba podrían impedir que los pasajeros desembarcaran allí. El Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington, el consulado estadounidense en La Habana, algunas organizaciones judías y agencias de refugiados estaban al tanto de la situación. Desafortunadamente, los propios pasajeros lo ignoraban y la mayor parte de ellos serían enviados de vuelta a Europa.
Desde la Kristallnacht (la persecución antisemita de la "Noche de los cristales rotos" del 9 y 10 de noviembre de 1938), los nazis habían estado intentando acelerar el ritmo de la emigración forzosa de judíos. El Ministerio de Asunto Exteriores alemán y el Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels esperaban que la negativa de otros países a admitir a los judíos contribuyera a la realización de los objetivos antisemitas del régimen.
Antes incluso de que el barco zarpara, los propietarios del "St. Louis", la línea entre Hamburgo y América, sabían que era posible que los pasajeros tuvieran problemas para desembarcar en Cuba. Pero los pasajeros, que tenían en su poder certificados de descarga emitidos por el Director general de inmigración cubano, desconocían que, ocho días antes de que el barco zarpara, el Presidente cubano Federico Laredo Bru había emitido un decreto que invalidaba todos los certificados de descarga. Para entrar a Cuba era necesario contar con una autorización por escrito de la Secretaría de Estado y de Trabajo de Cuba y el pago de un bono de 500 dólares. (Los turistas de EE.UU. estaban exentos de pagar el bono.)
El viaje del "St. Louis" atrajo la atención de una gran cantidad de medios de comunicación. Incluso antes de que el barco saliera de Hamburgo, los periódicos derechistas cubanos, que albergaban sentimientos pro-fascistas, anunciaron la inminente llegada de la nave y solicitaron que se pusiera fin a la continua admisión de refugiados judíos. Cuando se denegó la entrada a Cuba a los pasajeros del "St. Louis", la prensa estadounidense y europea llevó la historia a millones de lectores de todo el mundo. A pesar de que por lo general los periódicos estadounidenses relataban la situación de los pasajeros con un alto grado de compasión, sólo unos pocos sugirieron que los refugiados deberían ser admitidos en los Estados Unidos.
Sin saberlo, los pasajeros iban a convertirse en las víctimas de una amarga lucha interna entre los integrantes del gobierno cubano. El Director general de la oficina de inmigración del país, Manuel Benítez González, se encontraba bajo el escrutinio público debido a la venta de los certificados de descarga. De forma rutinaria, había vendido dichos documentos por 150 dólares o más y, según las estimaciones realizadas por los oficiales estadounidenses, había amasado un fortuna personal de entre 500.000 y 1.000.000 de dólares. A pesar de que era el protegido del Coronel en jefe del ejército cubano (y futuro presidente) Fulgencio Batista, la corrupción de Benítez y los beneficios que había amasado alimentaron el resentimiento del gobierno cubano, lo cual llevó a su dimisión.
Cuando el "St. Louis" llegó al puerto de La Habana el 27 de mayo, sólo se permitió el desembarco de 28 pasajeros. Seis de ellos no eran judíos (4 españoles y 2 cubanos). Los restantes 22 pasajeros disponían de documentos de entrada válidos. Otro pasajero terminó en el hospital de La Habana tras un intento de suicidio.
Más que el dinero, los factores de mayor peso en Cuba eran la corrupción y las luchas de poder interno. El país atravesaba una depresión económica y muchos cubanos estaban resentidos con el relativamente alto número de refugiados que ya se encontraban en Cuba, incluidos 2.500 judíos, que se consideraban como competidores para los escasos trabajos.
La hostilidad contra los inmigrantes tenía otras dos raíces: el antisemitismo y la xenofobia. La creciente aversión se veía alimentada por los agentes de Alemania, así como por los movimientos de derecha locales, como el partido nazi cubano. Varios periódicos de La Habana y de las provincias fomentaron estos sentimientos al publicar acusaciones de que los judíos eran comunistas. Tres de los periódicos (Diario de la Marina, Avance y Alerta) eran propiedad de la influyente familia Rivero, que apoyaba de forma incondicional al líder fascista español Francisco Franco.
Los informes sobre la llegada del "St. Louis" provocaron una enorme manifestación antisemita en La Habana el 8 de mayo, cinco días antes de que el barco zarpara de Hamburgo. Esta manifestación antisemita, la más grande en la historia de Cuba, había sido patrocinada por Grau San Martín, un ex presidente cubano. El portavoz de Grau, Primitivo Rodríguez, urgió a los cubanos a "luchar contra los judíos hasta echar al último". La manifestación atrajo a 40.000 personas. Otros miles la escucharon por la radio.
El 28 de mayo, el día después de que el "St. Louis" llegara a La Habana, Lawrence Berenson, un abogado que representaba al Comité Judío Americano para la Distribucíon Conjunta (JDC), llegó a Cuba para negociar en nombre de los pasajeros del "St. Louis". Berenson había sido presidente de la Cámara de comercio cubano-estadounidense y tenía amplia experiencia empresarial en Cuba. Se reunió con el Presidente Bru, quien se negó a permitir que los pasajeros entraran al país. El 2 de junio, Bru ordenó que el barco se marchara de aguas cubanas. Pero mientras el "St. Louis" navegaba lentamente hacia Miami, las negociaciones continuaron. Bru se ofreció a admitir a los pasajeros si el JDC abonaba un bono de 435.500 dólares (500 dólares por pasajero). Berenson realizó una contraoferta, que Bru rechazó, y luego rompió las negociaciones.
El "St. Louis" navegaba tan cerca de Florida que los pasajeros podían ver las luces de Miami y enviaron un telegrama al Presidente Franklin D. Roosevelt para solicitarle refugio. Roosevelt nunca respondió. El Departamento de Estado y la Casa Blanca ya habían decidido no permitirles la entrada a los Estados Unidos. Un telegrama del Departamento de Estado enviado a un pasajero informaba de que los pasajeros debían "esperar su turno en la lista de espera y luego cumplir con los requisitos necesarios para obtener el visado de inmigración para ser admitidos en los Estados Unidos". Los diplomáticos estadounidenses en La Habana solicitaron al gobierno cubano que admitiera a los pasajeros por motivos "humanitarios".
Las cuotas establecidas en la Ley de inmigración de 1924 limitaban estrictamente el número de inmigrantes que se podían admitir en los Estados Unidos cada año. En 1939, la cuota anual combinada de inmigración germano-austríaca ascendía a 27.370, cifra que se alcanzaba rápidamente. De hecho, ya había una lista de espera de varios años. La única manera de otorgar los visados a los pasajeros del St. Louis era negándoselos a los miles de judíos alemanes que ya habían solicitado un visado. El Presidente Roosevelt podría haber emitido un decreto para admitir refugiados adicionales, pero decidió no hacerlo por varios motivos políticos.
La opinión pública estadounidense, a pesar de que simpatizaba ostensiblemente con la situación de los refugiados y condenaba la política de Hitler, seguía favoreciendo las restricciones de inmigración. La Gran Depresión había dejado a millones de estadounidenses sin empleo y temerosos de la competencia económica para los escasos trabajos disponibles. También había alimentado el antisemitismo, la xenofobia, el nativismo y el aislacionismo. Una encuesta de Fortune Magazine realizada en aquel entonces indicó que el 83% de los estadounidenses se oponía a la flexibilización de las restricciones de inmigración.
Muy pocos políticos estaban dispuestos a desafiar el sentir de la nación. Al tiempo que los pasajeros del "St. Louis" buscaban asilo, el proyecto de ley Wagner-Rogers, que hubiera permitido la admisión de 20.000 niños judíos provenientes de Alemania independientemente de la cuota existente, fue rechazado en el comité. El presidente Roosevelt guardó silencio en lo referente al proyecto de ley Wagner-Rogers y a la admisión de los pasajeros del "St. Louis". Siguiendo la negativa del gobierno de los Estados Unidos de permitir el desembarque de los pasajeros, el "St. Louis" regresó a Europa el 6 de junio de 1939. Las organizaciones judías (particularmente el JDC) negociaron con los gobiernos europeos para permitir que los pasajeros fueran admitidos en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Francia. Muchos de los pasajeros que desembarcaron en la Europa continental más adelante se encontraron bajo el poder nazi.
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