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General: EL CARCELERO BUGARRÓN DE LA VIRGINIA
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 17/01/2016 15:12
 umap-Raúl-Suarez.jpg (800×400)
El carcelero bugarrón de La Virginia
Violaba salvajemente a los recluidos en las UMAP, o los acosaba sin descanso, hasta acabar con ellos
                 Por José Hugo Fernández- Cubanet
Hace más de 40 años que Cuco logró salir vivo de las UMAP, pero aún sigue asustado. En días atrás, coincidimos en una cola para comprar papas, en el conocido agromercado habanero de Tulipán. Nunca antes habíamos conversado, que yo recuerde, aunque él dijo haberme conocido en los 80, mediante amigos comunes. Tapándose la boca con una mano, a modo de mascarilla aséptica, mientras miraba nerviosamente a su alrededor, y arrimaba –demasiado para mi gusto- su voz a mi oreja, me contó el triste drama de Benjamín.
 
Cuco entabló amistad con Benjamín en aquellos campos de concentración tan graciosamente llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Juntos fueron aprisionados, en noviembre de 1965, y conducidos a un centro de confinamiento, en montes intrincados de lo que hoy es la provincia Ciego de Ávila. Al igual que otros 30 mil inocentes, habían sido condenados sin juicio previo ni garantías judiciales. A Cuco, por ser fan de Los Platters, Chuck Berry, Elvis Presley, Little Richard, Roy Orbison, Johnny Cash… es decir, la música del enemigo. Benjamín ni siquiera llegó a saber nunca cuál era su “culpa”, aunque Cuco afirma que lo cargaron por niño bitongo y por ser monaguillo en una iglesia.
 
En cualquier caso, esa no fue su única desgracia, ni la definitoria. En La Virginia, el gulag donde internaron a Cuco y a Benjamín, campeaba por sus entrepiernas un carcelero siniestro y abusador (Cuco lo recuerda sólo por su apellido, Moya), el cual, para más inri, era un vulgar bugarrón, persuadido de que debía aprovecharse de la condición de homosexuales de muchos recluidos, a los que se consideraba con el derecho de violar impune y salvajemente.
 
Entonces, el tal Moya se encaprichó con Benjamín, quien, según Cuco, era un hermoso efebo con 20 años de edad, ingenuo y delicado, pero no era homosexual.
 
El acoso se produjo de inmediato y sin paños tibios. Benjamín no volvería a dormir una sola noche en paz. Tampoco dispondría de un solo minuto de calma.
 
En las frías madrugadas de diciembre y enero, era bajado a tirones de su litera (hasta tres o cuatro veces por jornada) para obligarlo a bañarse con agua helada. Como su constitución física y su falta de fogueo no le permitían cumplir las normas diarias de trabajo forzado, Moya disponía que su cuota alimentaria fuese rebajada al mínimo. Finalmente, lo sacó de las labores corrientes para que se dedicase a abrir trincheras tan hondas como su propia estatura. Y después de abiertas, le ordenaba cubrirlas otra vez con tierra. Si llegaba la noche y Benjamín no había podido cumplir esa tarea, debía seguir cavando mientras los otros descansaban. Cuco me cuenta que en más de una ocasión tuvo que escurrirse de su litera y ayudarlo a cavar, para que pudiese dormir unas horas.
 
También me cuenta que en más de una ocasión le aconsejó a Benjamín que cediera, que cerrara los ojos y apretara lo otro, para ver si una vez saciados sus deseos, Moya le daba algún respiro. El muchacho –cuenta Cuco- permanecía en silencio, como si estuviera evaluando el consejo, pero nunca cedió.
 
Hasta que una mañana amaneció colgado de una sábana en los baños colectivos. Fin del drama. No ocurrió nada más, al menos con respecto a Benjamín, descontando la amenaza que aquel mismo día Moya le dejó caer a Cuco: “Si a mí me pasa algo –me cuenta Cuco que le dijo- no sales vivo de La Virginia.
 
En 1968, Cuco lograría al fin salir vivo de aquel campo de concentración. A Moya, por supuesto, no le había pasado nada. Tal vez ahora mismo, anciano ya, se dedica a hacer la cola del periódico y a sentarse a tomar el sol en algún parque, ajeno, o indiferente en todo caso, ante el daño que ocasionó a sus víctimas y al luto que sembró a lo largo de la Isla. Quizá ni siquiera sospecha que Cuco no ha dejado de temblar durante más de 40 años, al evocar su amenaza.
 
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