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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 30/01/2016 17:23 |
«Voces en el silencio», los perfiles del odio
La madrileña sala Biribó nos ofrece un sugerente montaje, con dramaturgia y dirección de Carlos Jiménez, basado en el poemario «Y se llamaban Mahmud y Ayaz», de José Manuel Lucía Megías
El 19 de julio de 2005, la ciudad iraní de Mashad se convierte en una «fiesta» de la muerte. Cientos y cientos de personas acuden a ver la (ejecución pública YouTube), de dos muchachos de apenas diecisiete años: Mahmud Asgari y Ayaz Marhori. Antes de colgarles en una grúa que va a servir de cadalso, les propinaron más de doscientos latigazos. Dos verdugos enmascarados les colocan la soga alrededor de sus juveniles cuellos. ¿Cuál es el delito que les ha conducido a tan trágico final? Simplemente amarse. El régimen de los ayatolás orquestó un juicio contra ellos, buscando una excusa para el crimen. Aunque tampoco la República Islámica de Irán necesita muchos pretextos en su caza de homosexuales. Son una práctica habitual las llamadas «redadas del terror», en las que la Policía, con la aquiescencia de muchos ciudadanos, «limpia» las calles. Muchos de los detenidos corren la misma infausta suerte que Mahmud y Ayaz. En Irán, junto a otros ocho países árabes, las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo se castigan con la pena capital. El desdichado fin de estos dos jóvenes no es único. Pero su caso dio a la vuelta al mundo, a través de tres fotografías tomadas en el momento de la ejecución, aparecidas en numerosos medios de comunicación. El horror ante tan luctuoso hecho fue inmediato. Como también lo fue el olvido en la vorágine de las noticias que nos inundan cada día.
El poeta José Manuel Lucía Megías, sin embargo, no enterró lo sucedido en lo más hondo del baúl de los recuerdos ni dejó que la indignación fuera solo flor de un día. Comenzó a investigar sobre la situación de los homosexuales en Irán. Y no únicamente eso. Sintió la necesidad de escribir, no un reportaje o un artículo, sino algo mucho más cálido: un poema. Un poema donde la denuncia se reviste de versos que nos golpean con tanta contundencia como lirismo. Nació así el poemario «Y se llamaban Mahmud y Ayaz», publicado por Amargord. Este poemario es la base de la pieza «Voces en el silencio», que se representa en la madrileña sala Biribó.
En Irán, las relaciones sentimentales entre personas del mismo sexo se castiga con la pena capitalEn el proyecto, trabajaron codo con codo José Manuel Lucía Megías y Carlos Jiménez, gestor cultural, dramaturgo, director escénico y enamorado de la poesía. Precisamente, nos confiesa, para unir sus dos pasiones, el teatro y la poesía, puso en marcha el ciclo «Los martes, milagro» que ha venido desarrollándose en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, y que tiene como objetivo la creación de obras de teatro a partir de textos de poetas españoles e hispanoamericanos desde el siglo XVI hasta nuestros días. En ese ciclo se estrenó «Voces en el silencio», que ahora llega al Teatro Biribó en unaversión revisada y con un electo actoral, formado por Elisa Marinas, Daniel Miguelañez y Alfonso Gómez, que lo da todo en el escenario.
Carlos Jiménez, autor de la pieza -publicada por Pigmalión- y director del montaje, contando como ayudante de dirección con la joven Luna Paredes-«Le ha dado mucha frescura, aportando una nueva sensibilidad» señala Jiménez-, explica: «Desde que leí el poemario de José Manuel Lucía Megías me di cuenta de la enorme carga dramática que contenía. Siempre en colaboración con su autor, he eliminado algunas partes, he añadido otras, para darle una estructura teatral, encarnadura en personajes vivos que nos interpelan desde las tablas. La obra se configura en dos bloques. Uno primero donde se aborda de manera genérica la persecución de los homosexuales en distintos países y momentos históricos, y un segundo en el que hemos generado un universo mediante los escasos datos que se conocen de estos dos jóvenes ejecutados. El nexo de unión es la historia del sultán Mahmud y su esclavo y amante Ayaz. No sabemos si es real o leyenda, pero es bien diferente de lo que ocurre en el Irán actual. Mil años antes, en la misma tierra, esa historia inspiró a los poetas sufís. Ahora solo “inspira” a los fanáticos criminales, a los verdugos».
Intensidad escénica El montaje, producido por Arte-Factor, se propone, explica Carlos Jiménez, «denunciar hechos tan terribles como ese y el silencio que muchas veces se impone en las sociedades occidentales no solo frente a casos relacionados con la persecución de la homosexualidad en países como Irán, sino en general en cuanto al respeto de los derechos humanos. Hemos querido también romper el silencio frente a la represión, frente a las injusticias que condicionan el desarrollo del sentimiento en el ser humano, el silencio ante la barbarie ejercida de unos hombres contra otros».
«Este cielo invadido por las grúas del miedo, / donde el sol esculpe los perfiles del odio, / es el cielo de Irán, de Sudán o de Nigería, /es el cielo de Arabia Saudí o de Mauritania, / es el cielo de demasiadas geografías / envenenadas por el pecado mortal de la mentira». Así comienza «Voces en el silencio, que rebasa su oportuno deseo de denuncia para ofrecernos sugerente intensidad poética y escénica.
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Y se llamaban Mahmud y Ayaz
Por Juan Varela Portas de Orduña El 19 de julio de 2005 fueron ahorcados en la ciudad iraní de Mashad los jóvenes, de 17 años, Mahmud Asgari y Ayaz Marhoni, probablemente por haber mantenido relaciones homosexuales, según consta en el informe de Amnistía Internacional de 27 de junio de 2007. A partir de este episodio, José Manuel Lucía Megías escribe un libro lleno de pasión e inteligencia que, por medio de seis voces diferentes, va reconstruyendo desde dentro el episodio, explorando sus consecuencias para quienes lo presenciaron y denunciando el silencio cómplice que hizo posible el crimen de Estado.
Así descrito, cabría pensar que estamos tratando de un libro de periodismo de denuncia, o por lo menos de narrativa, pero no es así: se trata de un libro de poesía que consigue conectar estrechamente los aspectos más sociales, incluso geopolíticos, que provocaron la muerte de los dos jóvenes, en un ejercicio de denuncia aguerrido e interpelador, con la exploración de la intimidad amenazada por la represión social y el miedo y la renuncia que produce.
Podríamos, pues, distinguir diferentes tipos de poemas, no tanto por las voces a través de los que se pronuncian, como por su mayor o menor inmersión en la intimidad.
En primer lugar, podemos encontrar extraordinarios momentos de lo que tradicionalmente se ha llamado poesía social, sobre todo en la denuncia de la hipocresía occidental que, ante intereses geoestratégicos, permite un silencio del que todos nosotros somos cómplices, e incluso (o tal vez sobre todo) quienes comparten la condición sexual de los asesinados:
Fue necesario que se mirara a otro lado, que se ahogaran los suspiros en la garganta, y el deseo en el corazón de los muslos abiertos. Fue necesario seguir acudiendo al trabajo, dejar abiertos los senderos del petróleo y de las cuentas sonrientes de los bancos, olvidarse, una vez más, del uranio enriquecido y de los planes de guerra geoestratégica. Y nuestro silencio. No lo olvidemos una vez más. Fue también necesario nuestro silencio. (p. 36)
(Este último verso se repite obsesivamente en numerosos poemas, junto con la estructura anafórica que implica: Fue necesario que.)
En un segundo lugar, la denuncia contra la brutalidad del régimen iraní se confía a una voz objetiva que se limita a referir los hechos y, repitiendo también obsesivamente “Y se llamaban Mahmud y Ayaz. / Y tenían tan solo 17 años”, detenerse en el momento preciso del asesinato
Dos jóvenes. Ahora serenos. Mudos. En blanco y negro. Con la soga al cuello. En el improvisado altar del crimen, de la barbarie, de la muerte. (p. 23)
Otro poemas recrean el momento mismo de la muerte vivido por uno de los asesinados, que se convierte en un momento al mismo tiempo de reafirmación del amor y de inmensa amargura por la pérdida definitiva en la que ha desembocado:
Morir. Morir. Morir. Morir sabiéndote a mi lado, sabiéndote tan cerca, pero tan cerca, que siento cómo el grito de tu voz es un hilo que se quiebra en este instante, cómo tu cuello deja de esperar mis caricias y tu lengua la ambrosía de mis labios. (p. 78)
Además, encontramos hermosos poemas de expresión del amor, los que empiezan “Y tú siempre me decías”, en el que uno de los enamorados recuerda las palabras de amor que el otro le dirigía, más encendidas cuanto más amenazados se encuentran los amantes, y en las que se convocan antiguos motivos de la poesía amorosa árabe y oriental:
Y tú siempre me decías: “Quizás algún día me venzan. Quizás algún día me arrastren por los adoquines irregulares de las calles. Quizás algún día me encierren en la celda sin número de la ignominia. Quizás allí me violen durante toda la noche y amanezca sin lengua y sin dientes para así no poder pronunciar tu nombre. Quizás me torturen con el silencio y con la oscuridad y con el miedo. Pero de mis labios sólo escucharán: Te quiero. Te quiero. Te quiero”. (p. 57)
Y junto a ellos, también dentro de la mejor tradición amorosa, poemas de ausencia, de la ausencia provocada por la separación a la que obliga la situación:
Me dijeron que te fuiste lejos. Muy lejos. Más allá de las ciudades que marcan las fronteras de los autobuses.
Te busco cada noche en el mapa de carreteras que despliego sobre la mesa. La única mesa.
hasta soñar el abrazo sonriente de la bienvenida, llamando a la puerta de tu nueva casa y viviendo para siempre en tu sonrisa.
Y como todas las noches, pliego el mapa de carreteras y lo guardo en el cajón enrojecido de mis deseos. (p. 50)
Pero tal vez los espacios más interesantes del libro sean aquellos en los que la amenaza del mundo social, con su muerte a cuestas, y la heroica intimidad amenazada se encuentran y se confunden. Primero los poemas que expresan el miedo y la desolación, con el símbolo de las grúas de las que colgaron a los jóvenes como “sombra mortal” que se contrapone a la sombra en que se convierte el cuerpo:
La sombra mortal de las grúas llena de pesadillas mis noches y de hedor todos mis días. Mañana me tocará a mí. Lo sé. Lo he sabido siempre. Desde el momento en que te vi, en que mis labios descubrieron el alfabeto silencioso de tu nombre. Pero ahora sé que no me importa. ¿Cómo es posible vivir, cómo alejado de la sombra de tu cuerpo? (p. 75)
Luego aquellos que exploran la desolación del sujeto atormentado por la necesaria ocultación y el fingimiento de los deseos, para el poeta, más constitutivos del yo:
¿Por qué aceptar que nuestra habitación es la cárcel donde podemos vivir libres? Solos... pero libres. Aislados... pero ¿libres? ¿Por qué esconder este corazón enamorado que me explota en el pecho, en la diana del pecho cuando te veo andar a mi encuentro, al encuentro secreto de los deseos prohibidos y de las tijeras agonizantes y de los dedales acusadores? (p. 41)
Y, más profundo aún, aquellos en los que el yo, de tanto desdoblarse, corre el riesgo de diluirse:
¿A dónde debería ir a buscarte, a salvarte, corazón mío, las únicas gotas de sangre sincera que te quedan? Los espejos me reflejan fantasmas y muecas y gestos de purgatorio y pieles desolladas. De tanto protegerte te he perdido, corazón mío. Lo sé. Ahora lo sé. Ahora (como siempre) lo sé. (p. 44)
Hasta desaparecer:
¿Por qué se ha detenido nuestro tiempo, este tiempo que debía ser de rosas primaverales, este tiempo que se marchita entre algodones suicidas y nos llena de sangre las manos y las miradas, y nos deja una garganta sin voz y abrazos sin cuerpo? (p. 47)
De modo que al final el mayor miedo no es a la muerte, la ausencia, el deshonor..., sino a la casi obligada traición al propio yo que la opresión social impone. La represión actúa porque se ha interiorizado y allí explotan dolorosamente las contradicciones de un 'yo' que no puede dejar de ser también social.
José Manuel Lucía Megías ha escrito, así, un libro que, por un lado, nos hace sentir en nuestras propias carnes imaginarias el horror de la situación que vive quien no puede desarrollar su sexualidad y su amor, y por otro lado nos hace reflexionar sobre la construcción del 'yo' en sus relaciones entre los deseos y los brutales condicionamienos sociales. De este modo, Lucía Megías consigue hacer del íntimo cuchillo en la garganta un cuchillo de amor entre los dientes.
José Manuel Lucía Megías, Y se llamaban Mahmud y Ayaz, Madrid, Ediciones Amargord, 2012, 96 páginas Tomado del blog Náufragos en tiempos ágrafos
Fotos Internet
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