En busca de las huellas de Martí
Monumento a Jose Martí en Central Park, Nueva York.
Yo vengo de todas partes,Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes; En los montes, monte soy
José Martí
En estos últimos tiempos me he sentido tan identificado con nuestro Martí que varias veces he pronunciado estos versos suyos a quienes me preguntan sobre los avatares de mi vida y de mi familia: mis idas y venidas de España, mi última estancia en Cuba y nuestra nueva vuelta a la madre patria, totalmente decepcionados de los famosos cambios, agobiados por la sobrevivencia que abate a nuestro pueblo, cautivo y desesperado.
Arribamos a la gran nación americana, siempre comprometida con la causa cubana y gran benefactora nuestra, la que también ha sufrido los arteros golpes de los hermanos malditos: la incautación de sus propiedades en la Isla, la terrible amenaza que significó convertir al país en una gigantesca base militar soviética con misiles atómicos apuntando hacia el este norteamericano, los éxodos masivos de castigo, las infiltraciones de espías, el desvío de aviones comerciales hacia Cuba... De la misma forma, fomentaron la subversión, el terrorismo y la violencia por todo el continente. Ni la lejana África escapó a la arremetida castrista internacional llevando el dolor y la muerte a todas partes, así como muchas otras contrariedades y problemas que han debido afrontar las distintas administraciones. En este vasto país vivió nuestro Apóstol 15 años de su vida como exiliado político. Aquí luchó y trabajó.
Tengo el orgullo de llevar como él, mártir de Dos Ríos sangre española por mi madre asturiana y mis abuelos. Viviendo en Madrid visité los lugares cercanos al maestro, como la antigua Universidad Central, actual Escuela de Relaciones Laborales de la Universidad Complutense de Madrid. La vetusta edificación de dos plantas y elevadísimo puntal abarca casi totalmente una cuadra de la calle y todavía se conservan ‒en la actual Sala de Conferencias‒, los antiguos bancos de madera de la época en que estudió el insigne cubano. Pude conocer el antiguo Hospital General de Atocha Madrid, que hoy alberga parte del Museo Reina Sofía, donde se sometió a varias intervenciones quirúrgicas, así como la casa donde vivió en la Calle del Desengaño número 10, donde una tarja de bronce a nombre del pueblo de Madrid recuerda el hecho. Visité también la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Alcalá número 13, también frecuentada por Martí.
En Cuba transité por muchos de los lugares martianos: su casa natal de la calle Paula, la fragua martiana, el liceo de Guanabacoa, la finca El Abra en Isla de Pinos, su tumba en Santiago de Cuba. Tengo pendiente ‒si Dios me lo permite‒ conocer Cayo Hueso, Tampa y Nueva York.
Aquí, en la Florida, el recuerdo de Cuba es más vivo que en España. La naturaleza de la Isla parece aquí continuar con parte de su flora y de su fauna. Hasta las palmas reales, que al decir del maestro "parecen novias que esperan", tienen aquí un culto casi religioso: bordean avenidas, llenan parques y crecen en jardines y patios. Aquí las cuidan como a pequeños: las amarran, las apuntalan con maderos, las tratan con preparados para devolverles su vitalidad. El clima es muy similar al isleño. Algunos cubanos afirman que aquí hace incluso mucho más calor y los inviernos no dejan de ser benignos.
No puedo dejar de confesar que después de vivir casi ocho años en la madre patria, ésta también se extraña y añora: el carácter sincero del español, su pasión por disfrutar de lo bueno de la vida, la belleza de su tierra espléndida con su gran variedad paisajística, sus platos y vinos insuperables, sus urbes impresionantes con sus construcciones monumentales, sus palacios, castillos e iglesias o sus museos. En cambio, Miami es aplastante. Minimiza tanto concreto y asfalto, pero no deja de ser impresionante, dimana fuerza, empuje. Verdadero ejemplo de pujanza y a la vez de cultura de lo bello y agradable, de lo limpio, de lo higiénico.
¡Qué lejos está mi patria de todo esto! Cuánto trecho deberemos andar para salir de este mar de las tinieblas en que los Castro hicieron naufragar a mi país hace ya casi 60 años. Hasta las palmas, atributo de nuestro escudo nacional, han sufrido esta devastación telúrica castrista siendo taladas a diestra y siniestra. Muy pocas quedan, incluso en el protegido Valle de Viñales. La Habana se va cayendo a pedazos. El patrimonio inmueble del país desaparece para siempre y lo mejor de su pueblo se marcha en un éxodo imparable que comenzó desde 1959. Tanto sacrificio y abnegación que costó nuestra independencia de España fue olvidado por un grupo de malos cubanos para caer de nuevo en los años de lo peor del coloniaje. Pero la república cordial, aquella que pensó el Apóstol con todos y para el bien de todos, con el culto a la dignidad plena del hombre, vendrá más temprano que tarde y entonces los que no hemos tenido el valor de morir por ella como hizo el mártir de Dos Ríos, tendremos la obligación de transformarla, de honrarla y enaltecerla.
Rafael Azcuy González
Cuba esta dónde este un cubano.