Cloaca cubana
Bueno no se puede generalizar, esperemos que todos no sean así..
José Prats Sariol | Miami | Diario de Cuba"Debajo de la nariz lo que tiene es una cloaca", me dice Orlando de un primo recién llegado a Miami. Parece que el actual porciento de emigrantes maleducados, de vulgaridad y grosería vomitivas, es más alto que el de aquellos presos embarcados a la fuerza cuando Mariel, en 1980. Parece que se trata de una oleada víctima de un mayor deterioro espiritual, cultural, educacional.
Con varias diferencias: ninguno cree que carece de la más elemental urbanidad, ninguno toma por malas palabras las más fuertes cochinadas. La naturalidad con que las usan indica la cotidianidad de su existencia; tan normales como tener maestros improvisados, oír una canción casi porno o sentarse en el contén a tomarse una botella de lo que aparezca.
Hace unos días oí una discusión en Hialeah entre dos jóvenes acabados de llegar a la segunda ciudad cubana. Las cloacas son laboratorios suizos al lado de las exquisiteces que se regalaban. Confieso que algunas nunca las había oído; y mi vida no ha estado, precisamente, dentro de una probeta aséptica. Me daría pena repetirlas hasta en un congreso mundial de lexicógrafos especialistas en inmundicias verbales.
Pero esa fetidez de palabras viene orlada de bellezas. Que exhiben con la misma naturalidad. Uno de ellos, al que un amigo le dio trabajo antes de recibir el Permiso, vanagloriaba sus testículos —con la otra palabra— porque le sacaba gasolina al tanque de un montacargas para rellenar el de su flamante transportation. Que el montacargas fuera del mismo amigo que le había echado una mano, nunca le pasó por la cabeza a este asere en camiseta negra sin mangas, jean lleno de zippers, gorra ladeada de los Marlins y una palabrita indecente que repetía cada diez.
La lengua de albañal contaminó también el alma del sujeto. Era lógico. No se pueden cultivar esas flores y no poner una florería. Ni piensa en los sacrificios de sus familiares para sacarlo... En el mismo sentido vuelan sus protestas —también floridas— contra la indiferencia de muchos cubanos emigrados hacia los recién llegados. Egoísmo por egoísmo, desgraciadamente, bajo la milenaria máxima de "sálvese quien pueda". Con un gracioso añadido de guapería de barrio —en Hialeah, Miami Springs, La Pequeña Habana y otras zonas— donde parece que al salir de Cuba les nacieron agallas, porque en el caldero castrista no tiraron ni un hollejo de naranja a la dictadura.
La cloaca —porciento alarmante— también se abre para cuentos heroicos, donde el más aguerrido samurai es una paloma rabiche; que se narran —todavía me zumban los oídos— con tal profusión de penes —bajo su nombre chino— que invitan a una manifestación de jineteras.
Lo mismo sucede cuando describen placeres y comodidades, donde uno se pregunta por qué salió de aquel paraíso... Aunque en este aspecto solo se trata de una charlatanería que se remonta a los chistes de Guillermo Álvarez Guedes sobre los que dejaron atrás mansiones que retan la imaginación de Julio Verne; los noveles agregan epítetos excrementales a que en su casa el inodoro descarga y siempre allí, en un clavo, está de guardia el periódico Granma, en pie de lucha; a que consiguen libras de jaboncitos de hotel para cambiar por anfetaminas y hacer el amor, aunque reducen el acto a un solo infinitivo, cuyas vocales estiran con gestos reguetoneros.
Nunca me gustó —citan mal a Martí— lo del vino agrio pero nuestro. Mucho menos las cloacas pueden inspirar el menor chovinismo. Aunque sí lástima y caridad cristiana. Pero suelen ser caldo para hipocresías políticas y religiosas; lamentos televisivos con rápidas solicitudes de fondos federales...
¡Sí, ya sé: Bastante bien están llegando los cubanos de las ruinas! Lo mismo —con lógicos matices— se ha dicho de anteriores arribazones, como si el carácter cíclico del deterioro fuera una maldición eterna... Y es hasta increíble que la chusma aún sea minoría, lo que añade la hipótesis de que va a peor.
El primo de Orlando —contextualizada la cloaca— no tiene la culpa, pero mis oídos tampoco. Ni mis ojos al verlo manotear, destapar la fosa como si fuera a regar un perfume.
|