Todo el mundo odia 'Stonewall' y casi nadie la ha visto aún
El director de 'Independence Day' cuenta la historia de los disturbios de Stonewall, una lucha
que comenzó una mujer negra y transexual, pero en su película lo hace un varón blanco, joven y guapo
Jeremy Irvine protagonista de la película 'Stonewall', de Roland Emerich.
Por Raquel Piñero
Stonewall, el hito fundacional de la lucha por los derechos LGTB, empezó con una mujer negra transexual arrojando un ladrillo a la policía y Hollywood acaba de hacer una película sobre aquel episodio en el que el ladrillo lo arroja un varón blanco, rubio, delgado y guapo.
La historia es de esas con las que se hace un buen guion con poco esfuerzo: en la Nueva York de 1969 los parroquianos de un bar de ambiente del Village, el Stonewall Inn, deciden rebelarse contra el hostigamiento y la violencia cotidianos de la policía. De lo que iba a ser una redada más nacieron unos disturbios que acabaron implicando a todo el barrio y que marcaron el comienzo del movimiento gay en nuestra época.
Esos hechos tan cinematográficos acaban, en efecto, de convertirse en una película, y el resultado no podía ser más nefasto. Stonewall, que así se llama la película, cuenta la historia de Danny, un joven del Medio Oeste, all american, rubio y muy atractivo, que descubre su homosexualidad, se muda a Nueva York, comienza a frecuentar el bar y se convierte en el centro de la revuelta espontánea. Y he aquí el principal problema que ha señalado la crítica en la obra, más allá de sus diálogos tachados de ridículos y su argumento simplón: es que no se puede hacer una película sobre Stonewall poniendo como protagonista a un inventado rubio blanco guapísimo. Eso está, sencillamente, mal.
El director, Roland Emmerich, aduce que “soy un hombre blanco gay” y como tal y pone a su protagonista de ficción, Danny, como centro de la trama obviando la importancia en los disturbios de drag queens, transexuales, lesbianas, hispanos y negros, que aparecen como personajes secundarios o telón de fondo decorativo para las peripecias del protagonista. La rocambolesca explicación del director de Independence Day (donde el protagonista era un negro hetero) y El día de mañana es sólo un ejemplo más de cómo incluso obras que denuncian la discriminación pueden contener discriminación. Se considera que el público que es heterosexual y blanco sólo es capaz de empatizar con un protagonista que sea hecho a su imagen y semejanza. Ya que aquí la homosexualidad es obligada (faltaría más), director, guionista y productores prefieren a un protagonista inventado perfectamente americano y naïf antes que la realidad, diversa y compleja de un modo bastante alejado de los anuncios de Tommy Hilfiger.
El recurso de “el público se identifica con” es un viejo conocido en Hollywood, y la razón por la que los americanos siempre eran los héroes de las películas, falseando incluso la historia, como cuando en Enigma (la película de 2001, no confundir conDescifrando Enigma) los que descifraban la máquina de códigos nazis eran estadounidenses y no ingleses y polacos. Si “las cosas funcionan así” ya va siendo hora de cambiarlas. Porque demonios, estamos en 2015 y el hecho de que se estén tratando unos trascendentales sucesos históricos que hablan precisamente de derechos de minorías oprimidas y de respeto a la diversidad debería implicar un rigor que, una vez más, brilla por su ausencia. Es esa incoherencia entre el tema del que se habla y en qué términos aparece planteado lo que convierteStonewall en una película tramposa y deshonesta.
Se podrá alegar que no estamos ante un documental sino ante una ficción y en las ficciones se permiten licencias, pero que Emmerich y el estudio hayan decidido tirar por el camino del protagonista blanco inmaculado es un síntoma preocupante de algo que se viene observando desde hace tiempo y de lo que Hollywood se hace eco de forma inconsciente: ya puedes ser gay o incluso transexual, pero sólo del modo adecuado en el que hay que serlo.
Se supone que Marsha P. Johnson fue la persona en lanzar ese ladrillo real y simbólico contra la homofobia. En realidad, da igual que fuera ella o cualquier otro (las revueltas son caóticas y espontáneas), la realidad es que esa mujer transexual negra fue uno de los personajes claves de aquellos hechos. De igual modo fueron trascendentales figuras como Ray Castro o Sylvia Rivera. O cualquiera de las prostitutas y chaperos anónimos que estuvieron allí. En vez de elegir las apasionantes vidas reales de uno de estos personajes para Stonewall, deciden inventarse a un blanco por dentro y por fuera Danny interpretado por Jeremy Irvine. La razón es obvia: busquen fotos de Jeremy Irvine y a continuación imágenes de Marsha P. Johnson, Ray Castro o Sylvia Rivera. No se trata sólo de belleza hollywoodiense, sino de raza, género y de tener un aspecto “normal” para pasar desapercibido y poder ser aceptado del todo en la sociedad.
Una parte de la heteronormatividad (recordemos que en campos tan masivos como el fútbol sigue siendo un tema tabú) ya no percibe como una amenaza la diversidad sexual, pero sólo si se plega a lo que ella dicta que es correcto. Es decir, ser gay ya no estará mal visto, pero sólo si se es también atractivo, a ser posible rico y haces lo que se espera de ti. Si eres, en definitiva, como los personajes encarnados por Jeremy Irvine o Jonathan Rhys Meyers en esta película. Si eres como el personaje de Jonny Beauchamp, Ray/Ramona, latino y de género no definido, estás destinado a vivir en los márgenes, en el underground, a que el rubio protagonista no te ame jamás.
Danny representa la forma “correcta” de ser gay, un poco como se le achacaba a Sidney Potier representar en los 60 la forma “correcta” de ser negro (polémica clásica y muy interesante). En las últimas décadas nos hemos acostumbrado a la presencia de homosexuales en la ficción, pero muy a menudo aparecen como los gays de Modern Family, que son como un matrimonio clásico de toda la vida (apenas se dan besos ni hay referencias al sexo entre ellos, eso no) con reparto de roles tradicionales de masculino y femenino (algo que incluso se menciona de forma explícita a lo largo de la serie y con lo que se bromea en algún capítulo).
Por eso es tan importante que aparezcan representados ejemplos de diversidad real, que no encajan de forma canónica en el rol que se espera de ellos, como Jeffrey Tambor en Transparent, lejos de la perfección física normativa encarnada por Caitlyn Jenner, o los personajes de Orange is the new black. Luego, uno puede ser todo lo integrado, conservador y estereotipado que sea, pero no debería serlo de forma obligada si quiere encontrar su lugar en el mundo, del mismo modo en que también se debería poder desafiar lo que ese mundo espera de ti en cuanto en lo económico y sentimental siendo gay, hetero, hombre, mujer o de género fluido.
Por todo ello antes de ver Stonewall, en el caso de que sigamos queriendo verla, deberíamos tener presente qué suponían realmente los movimientos contraculturales y las reivindicaciones sociales en la América de los 60: los gays, los negros, las feministas de los sesenta no luchaban para tener que vivir igual que los varones blancos privilegiados que detentaban el poder político, social, económico y cultural desde siglos atrás. Luchaban, y siguen luchando, para tener la libertad de vivir a su manera, sea esta cual sea.