Mad 'Trump' Max
Cruz, Trump, Rubio.
Por Francisco Almagro Domínguez | Miami | Diario de CubaEntiendo a los cubanos del sur de la Florida que están fascinados con Donald Trump. No parecen ser pocos, aunque sí pocos sus argumentos. Los más socorridos son que el candidato republicano "sabe hacer dinero" y que "dice las cosas por su nombre". Los entiendo por una razón, la misma que hipnotiza a cualquier persona: Donald sabe cómo seducir a la masa. Curiosamente, la masa seducida no es otra que un exitoso grupo de emigrantes latinos cuyos candidatos naturales deberían ser los otros dos senadores, hijos de cubanos. Una masa que, vaya paradoja añadida, escapó de su tierra huyéndole a un líder carismático, populista, acosador.
Todo esto nos puede llevar a una reflexión, no solo de Trump como casi seguro presidenciable republicano, lo cual tiene mudos a la mayoría de los analistas, sino de por qué es el yankee y no los criollos cubanoamericanos los de preferencia para muchos a solo un par de semanas de las primarias en el sur de la Florida.
Al igual que el resto de la población, todos los emigrantes de este país vivimos inmersos en lo que Vargas Llosa llama la "civilización del espectáculo"; solemos quedarnos en las apariencias, en los "efectos especiales", habitamos las sombras y no las realidades, como el también Nobel José Saramago hiciera notar con la alegoría platónica en su novela La Caverna (2000).
En el caso particular de Estados Unidos, a esta post-modernidad mediática, donde lo bueno, lo bello y lo verdadero están casi en vías de extinción, se le suma la cuasi paralización de las instituciones por pugnas entre partidos políticos. Responsables son demócratas y republicanos: unos porque no saben gobernar, llegar a acuerdos, negociar; otros porque no dejan hablar y se creen elegidos para un mandato salvador. Y en ese ping-pong entre Ejecutivo y Legislativo está el soberano, cansado ya de que no haya un ganador para su propio bien. Los votantes están decepcionados con lo que llaman establishment, o sea, con los encargados de la forma tradicional de hacer política.
Para los votantes cubanos —ciudadanos americanos— se dan las mismas condiciones mencionadas. Viven en un mundo de artificios, inmediatez, poca profundidad de miras, solo que habría que añadir la falsa esperanza de que el próximo presidente —van nueve— resuelva "el problema de Cuba". También muchos votantes cubanoamericanos, a pesar de haber votado por Obama, están disgustados con su gestión. Se han recuperado algunos puestos de trabajo, pero los salarios siguen bajos; el Obamacare está resultando una engañifa, y las rentas, los seguros e impuestos a la propiedad ahogan al contribuyente. Y los legisladores cubanoamericanos, ¿qué han hecho? O no han podido o no han querido hacer nada. Entonces, ¿Por qué votar por un presidente de ascendencia cubana? ¿No será la astilla peor que el propio palo?
En todo este panorama nacional y local, aparece el señor Donald Trump. Bronceado artificial, peluquín señorial, esposa joven, auspiciador de reality shows estridentes y del cursi Miss Universo, y sobre todo, "sabe hacer dinero" y no es un político habitual. Donald, además, tiene algo que al cubano siempre le ha llamado la atención: es un choteador nato. Se burla de todo y de todos.
Desgraciadamente, muchos compatriotas en Miami o no conocieron o se olvidaron de que fueron igualmente encandilados por otro compatriota: blanco, alto, abogado de profesión, viril aunque se le quebrara la voz, vestido siempre de verde olivo y quien encarnaba también para muchos el salvador que José Martí había profetizado. Del mismo modo, ese líder tenía un lado muy al deleite del cubano: lo que no le gustaba o no le convenía era objeto de burla y mote. De ese modo hemos cargado con algunos epítetos como "gusanos" y "escorias".
Los seres humanos, y algunos cubanos en particular, somos muy olvidadizos y nos gustan los tipos que chotean, que se burlan, que muestran cierto irrespeto hacia las cosas y las ideas diferentes. Jorge Mañach, en su libro Indagación del choteo, nos dice que choteo es confusión, subversión, desorden, y su objetivo es "una negación de jerarquía", aunque "muchas veces el choteador admira, en el fondo la misma virtud de que se burla". Y a continuación se pregunta Mañach: "¿No será el choteo, en esa forma desvalorada, un dictado del resentimiento?"
Los cubanos que siguen a Donald Trump, ¿no estarán resentidos por algo?; ¿estarán necesitados de algún "relajo" que les permita saltarse las reglas morales y de sana convivencia, irrespetar las instituciones e incluso ir contra la propia comunidad cubanoamericana?. Con Trump como presidente y el dinero como bitácora, ¿importará la suerte de millones de cubanos del otro lado del Estrecho de la Florida?
Hace un par de días un amigo publicó en las redes sociales su decepción con los Óscar. No entendía cómo Mad Max: Fury Road había obtenido tantas estatuillas contra verdaderas obras de arte en competición. Otro colega le contestaba: "ok, pero ha revolucionado los efectos especiales". Y mi amigo remataba: "son los tiempos que vivimos, qué cosa es Donald Trump sino efectos especiales".
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