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General: DONALD TRUMP, el hombre más peligroso del mundo
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 06/03/2016 18:23
Donald Trump, el hombre más peligroso del mundo
 
 donald_trump_foto.jpg (620×412)
 
Los cubanos han gritado, a voz en cuello,
“Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista”, y han repetído la consigna “Comandante en Jefe, ordene”
Semana - A medida que el magnate se acerca a ganar la candidatura republicana, se encienden alarmas hasta en su propio partido. ¿Qué hizo que este personaje pudiera ser un candidato viable en Estados Unidos?
Las peores sospechas se hicieron realidad el martes. Ese día, Donald Trump no solo ganó 7 de los 11 estados que celebraron elecciones primarias del Partido Republicano. También les sacó una enorme ventaja a Ted Cruz y a Marco Rubio, los únicos rivales de peso que aún quedan en esa contienda.

Hoy, esa distancia es muy difícil de recortar y todo apunta a que él ganará la candidatura del Grand Old Party a las presidenciales de noviembre.

Como si fuera poco, Trump demostró que su éxito electoral no se limita a los estados del sur y el centro, donde tradicionalmente se concentran los votos conservadores, sino que también triunfó en Nueva Inglaterra, una región del noreste asociada con posiciones más progresistas. “Soy un unificador”, dijo sin ocultar su satisfacción en la rueda de prensa que convocó en un club de Palm Beach, al sureste de Florida.

Aunque las encuestas le daban la ventaja al magnate, la magnitud de su triunfo disparó la señal de alarma. En primer lugar, entre la ortodoxia del Partido Republicano (el famoso establishment), que fracasó en su estrategia de esperar a que la popularidad de Trump se desinfle. El jueves, el candidato de ese partido en 2012, Mitt Romney, dijo que Trump era “un fraude” y un tipo “no apto para la Presidencia”. Su antecesor, John McCain, que perdió con Obama en las elecciones de 2008, respaldó en un comunicado a Romney y advirtió, además, sobre las “declaraciones desinformadas e incluso peligrosas (de Trump) sobre asuntos de seguridad nacional”. Hoy, el partido tiene sus esperanzas en Ted Cruz o Marco Rubio, quienes tampoco ofrecen garantías. Cruz es un fanático religioso que ha mostrado un temperamento radical, y Rubio llegó a la contienda como representante del Tea Party, el ala más extremista del partido.

A su vez, el miedo a una Presidencia de Trump ha cruzado las fronteras. Desde América Latina hasta Europa, el mundo ha pasado de burlarse de los exabruptos del excéntrico narcisista, a caer en cuenta de que el próximo presidente del país más poderoso del planeta puede ser un personaje racista, homófobo y demagogo, que además ha insultado e, incluso, agredido a las personas con discapacidad, a los medios de comunicación y a las mujeres que le han llevado la contraria. Para completar, Trump no tuvo inconveniente en citar a Benito Mussolini, cuando el domingo publicó en Twitter una frase suya según la cual “es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja”. Cuando le preguntaron si sabía a quién pertenecía, respondió: “Sé quién la dijo. ¡Pero qué importa que la haya dicho Mussolini u otra persona! Es, sin duda, una cita muy interesante. Y yo quiero ser asociado con citas interesantes”. Como resumió el semanario alemán Der Spiegel, Trump es “el hombre más peligroso del mundo”.

El embrujo autoritario
El éxito de Trump se explica por varias razones. La primera tiene que ver con el clima político y económico que impera al norte del río Grande. De hecho, tanto entre los electores de derecha como de izquierda hay una profunda desconfianza hacia la política tradicional. Y eso ha favorecido a candidatos antisistema tan diferentes entre sí como el socialista Bernie Sanders, el neurocirujano Ben Carson, la ex-CEO de Hewlett-Packard Carly Fiorina, y el propio Trump.

Sin embargo, solo el magnate ha capitalizado el descontento de un sector muy preciso, al que la recuperación económica de la crisis de 2008 dejó por fuera y que siente resentimiento hacia Washington, en general, y hacia el presidente Obama, en particular. Se trata de los hombres de raza blanca, edad mediana y baja educación, cuyas condiciones de vida se han degradado fuertemente desde 2000. Como dijo a Robert Schmuhl, profesor de Estudios Estadounidenses de la Universidad de Notre Dame, “al usar el eslogan Make America Great Again (Hacer a Estados Unidos poderoso otra vez), Trump alude a un pasado que ellos ven con nostalgia y les está ofreciendo restablecerlo. Él es el mensajero en un momento específico en el que el clima político es apropiado para ese mensaje”.

En la actualidad, por primera vez en la historia de ese país, ellos no tienen garantizados sus ingresos y nada indica que su nivel de vida vaya a mejorar. Y debido a los cambios en la composición étnica del país de las últimas décadas –visibles no solo en la política sino también en el cine, la música y la televisión–, todo apunta a que dentro de pocos años los wasps (whites, anglosaxons and protestants, o blancos, anglosajones y protestantes) se convertirán en una minoría en su propio país.

Pero hay algo más. “En Estados Unidos muchas personas no han aceptado que un negro sea presidente. La rabia que eso les produce se manifestó primero cuando floreció el movimiento del Tea Party, que en las elecciones de 2012 no prosperó a falta de un candidato que los representara. Trump, que ni ante el certificado de nacimiento de Obama dejó de poner en duda que hubiera nacido en Estados Unidos, era la persona idónea para galvanizar esos sentimientos negativos que muchos blancos sienten hacia los negros. Y en 2016, eso lo tiene cerca de convertirse en presidente de Estados Unidos”, dijo en diálogo con esta revista Steven Taylor, profesor del departamento de Gobierno de la American University de Washington.

Y en efecto, según dos encuestas realizadas por YouGov y el Public Policy Polling, el 20 por ciento de los votantes de Trump está contra la abolición de la esclavitud decretada por Abraham Lincoln en 1863. A su vez, el 31 por ciento está de acuerdo con la idea de la supremacía blanca y el 70 por ciento quiere que la bandera confederada (uno de los símbolos de los estados esclavistas del sur) siga ondeando en los edificios públicos. Las reticencias de Trump a rechazar el apoyo de David Duke, uno de los líderes históricos del Ku Klux Klan, dejaron bastante claro que el magnate no tenía problema en aceptar el apoyo de un grupo sinónimo de racismo violento.

Sin embargo, los negros están lejos de ser los únicos que Trump tiene en la mira. Como se recordará, el magnate lanzó su campaña diciendo que los mexicanos eran unos “violadores” y –tras los atentados del 13 de noviembre de París– ha recrudecido sus posiciones islamófobas y ha insistido en que su país no debe aceptar a ningún refugiado de la guerra de Siria. A su vez, ha vinculado a todos esos grupos con las amenazas económicas y de seguridad que buena parte del electorado estadounidense percibe, hasta crear una amalgama en la que ciertas colectividades sociales y étnicas son indistinguibles de la decadencia estadounidense, lo mismo que los responsables directos del caos que supuestamente se ha apoderado del país.

En ese sentido, Michael Cornfield, director del Global Center for Political Engagement de The George Washington University, dijo que “desde el estancamiento de los salarios hasta la amenaza terrorista, pasando por los derechos de las parejas homosexuales, Trump ha logrado convencer a algunos estadounidenses de toda una serie de amenazas que atentan contra sus vidas. También, que la solución pasa por adoptar medidas simplistas, como construir un muro en la frontera, expulsar a todos los indocumentados y alejar a todos los musulmanes. Se trata de un llamado típicamente autoritario”.

En efecto, la única característica que reúne a los electores de Trump son sus tendencias autoritarias, un rasgo de la personalidad que los expertos han relacionado con una fuerte necesidad de orden, un marcado temor hacia las amenazas externas y la necesidad de tener un líder fuerte que responda con fuerza. Y lo cierto es que estas se han concentrado en torno al Partido Republicano, que desde los años sesenta se convirtió en el partido de la ley, el orden y la defensa de los valores tradicionales. Según un sondeo realizado por el portal de noticias Vox y por la encuestadora Morning Consult, en la actualidad las personas con tendencias autoritarias se han concentrado en el GOP. Mientras que el 55 por ciento de sus votantes presenta esa característica, esta está presente apenas en el 17 por ciento de los demócratas.

Sin embargo, como dijo a esta revista Matthew MacWilliams, un estudiante de doctorado de la Universidad de Massachusetts especializado en los efectos del autoritarismo en los procesos políticos, “el terreno ya estaba abonado para una persona como Trump. Si bien las tendencias autoritarias estaban latentes, con su discurso simplista y lleno de amenazas hacia Estados Unidos, él las activó y las estimuló. Pero eso no es todo. Una enorme proporción de la gente que no tiene tendencias autoritarias, al ver amenazada su seguridad puede desarrollarlas”. Y eso es grave, pues aunque es claro que un demócrata –por más autoritario que sea– difícilmente votaría por un radical como Trump, en la actualidad dos de cada tres votantes son independientes. Y según la encuesta de Vox, casi el 40 por ciento de ellos tiene tendencias autoritarias. “Trump tiene dónde crecer y sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca son reales”, dijo MacWilliams.

La disfuncionalidad de la política estadounidense ha impedido hasta ahora ver el peligro que representa el magnate para el mundo. Desde hace años, el Partido Republicano ha promovido guerras y políticas discriminatorias, en las que el miedo y la manipulación mediática han jugado un papel importante. Hoy, como en la leyenda del aprendiz de brujo, sus aterrados líderes no saben qué hacer con un xenófobo que los avergüenza, pero que, simplemente, quiere llevar al extremo las políticas que llevan años promoviendo.

Un régimen híbrido
Por Héctor Schamis  - Las democracias de la tercera ola fueron caracterizadas como delegativas, iliberales y grises, entre otros términos. Se las consideró regímenes “híbridos”. Ello en función de que, si bien la mayoría de los países en transición calificaba como democracia, en el sentido de un gobierno que se forma a través de elecciones libres, una vez en el poder muchos de ellos no respetaron estándares consistentemente democráticos. De ahí los adjetivos.

Dicha lente analítica rara vez fue usada para examinar las democracias viejas. Tal vez haya que hacerlo ahora que el mundo entero parece haberse unido con el objetivo de detener a Donald Trump. El problema es que los que hoy se alarman por Trump son responsables, tal vez sin saberlo, de haber creado las condiciones que lo hicieron posible en primer lugar. Y ello incluye a muchos miembros del partido cuya nominación Trump está cerca de obtener. La crítica formulada por Mitt Romney, candidato Republicano en 2012, es el ejemplo más reciente.

En otras palabras, el fenómeno Trump no es exógeno al sistema político. Por el contrario, es producto de incentivos que han conformado un régimen híbrido a lo largo del tiempo; régimen no muy diferente a las imperfectas democracias de la tercera ola. Solo que es un gris que no comenzó hoy ni ayer, sino tiempo atrás.

Es que cuando Trump excluye, al hacerlo evoca un sistema de exclusión muy anterior a él y mucho más profundo que su pedestre xenofobia. Como en la segregación de Jim Crow, es el autoritarismo subnacional sureño que mutiló los efectos inclusivos de la Guerra Civil. Post esclavismo, no obstante fue un régimen que demoró la democratización del país por casi noventa años: desde 1877, cuando los estados del sur recuperaron soberanía legislativa, hasta 1964, cuando la minoría afro-americana obtuvo los derechos civiles y políticos.

Esa es la historia, salvo que dicho sistema se ha recreado en este siglo en muchos estados de ese mismo sur. Es allí donde los convictos—abrumadoramente, minorías raciales y, abrumadoramente, por consumir drogas baratas—han perdido su derecho al voto de por vida: felon disenfranchisement, se llama. Son casi tantos excluidos como los incluidos de 1964. El saldo es cero.

Cuando Trump hace anti política tampoco es el primero. Fue en 1992 cuando Ross Perot obtuvo el 18 por ciento de los votos como independiente, por la vía de imputarle los problemas del país a Washington y a los políticos. Eran votos naturales del Partido Republicano, con lo cual terminó entregándole la victoria a Clinton. Es desde entonces que los populistas de barricada de Fox News, los ultraconservadores programas de radio diurnos, la música country y el rock cristiano se plegaron a la anti política. Es la demagógica idea según la cual es posible tener democracia sin políticos.

Trump no le robó esa retórica a Perot, sin embargo. En realidad la tomó prestada del establishment del Partido Republicano, el mismo que hoy se rasga las vestiduras pero hace décadas que enfrenta cada ciclo electoral equipado con idénticas fobias. Esa es la génesis del mismísimo Partido del Té. Es solo que ahora el discurso se ha hecho más virulento y terminará arrastrándolos también a ellos, políticos de Washington después de todo. Como le ocurrió a Eric Cantor en 2014, entonces líder Republicano en la Cámara de Representantes, nada menos. Deberían haber tomado nota.

Cuando Trump gana elecciones se apoya en un sistema electoral quebrado, propicio para sus falacias. Es un sistema donde los votantes no eligen a sus representantes, sino a la inversa. La base está en los distritos reconfigurados—gerrymandered—de acuerdo a datos demográficos que garantizan el resultado por la homogeneidad social, económica y cultural del territorio. Ello favorece la perpetuación en un Congreso que exhibe tasas de retención de escaño de alrededor del 95 por ciento, como Cuba o China, por ejemplo.

Cuando Trump captura la frustración y el resentimiento de la sociedad, lo hace a causa de la ruptura del contrato social, el fin del American Dream por el cual responsabiliza a los inmigrantes. Es un chivo expiatorio para su oratoria pero acerca de una realidad incontrovertible: la incertidumbre laboral y la desigualdad, que ha aumentado por más de una generación.

Esta ruptura se refuerza por la merma de la movilidad ascendente. No hay más que ver en el tiempo los costos de la matrícula universitaria en relación a la inflación para entender que el viejo vehículo de la movilidad—la educación—tiene el motor fundido. Los jóvenes se gradúan, pero terminan endeudados y sin empleo. Desde luego que están enfadados, lo cual los hace buenos clientes de las promesas extremas de un lado o del otro.

Tal vez sea posible detener a Trump, o tal vez no. Pero para hacerlo en serio sería necesario cambiar instituciones que no funcionan; redefinir los términos del contrato social; volver a incluir; dejar de encarcelar minorías. Y, sobre todo, la elite política debería tener alguna capacidad de auto crítica. La democracia americana hace décadas que representa mal; ergo, no puede gobernar bien. Es un régimen híbrido, de esos cuyos síntomas más visibles son los Trumps.

¿Qué pasaría si gana Trump?
Por Andrés Oppenheimer - Imaginemos por un momento que Donald Trump se convierte en el próximo presidente de Estados Unidos y cumple sus promesas de construir un muro de 1,000 millas a lo largo de la frontera con México, impone un impuesto del 35 por ciento a las importaciones de automóviles fabricados en México y deporta a 11 millones de inmigrantes indocumentados. ¿Cómo afectaría todo esto al estadounidense promedio?

Trump dice que estas medidas ayudarían a “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”. Pero la mayoría de los economistas coinciden en que haría subir el precio de varios productos para el estadounidense promedio –desde los automoviles hasta la lechuga que compran en el supermercado– y acabaría con más puestos de trabajo estadounidenses de los que ayudaría a crear.

Empecemos con la propuesta de Trump de construir un muro fronterizo. Es un proyecto de dudosa necesidad en un momento en que, según la Oficina del Censo de Estados Unidos, la migración de indocumentados de México se ha reducido drásticamente desde 2008.

Por otra parte, asumiendo que el muro de Trump va a costar “sólo” $8,000 millones, como él dice, es probable que sea un desperdicio de dinero: más del 40 por ciento de los inmigrantes indocumentados no entran a Estados Unidos por la frontera, sino que vienen en avión con visas de turista y se quedan una vez que estas expiran. Un muro fronterizo no pararía el flujo de indocumentados.

En cuanto a la afirmación constante de Trump de que “México va a pagar por el muro”, eso nunca va a suceder. Cuando recientemente le pregunté sobre esto al ex presidente de México, Vicente Fox, se rió y respondió: “¡Está loco!”

Trump dice que va obligar a México a pagar por el muro imponiendo un impuesto del 35 por ciento a las importaciones de carros mexicanos. Cuando le preguntaron durante el debate republicano del 25 de febrero si estaba dispuesto a iniciar una guerra comercial con México, Trump respondió: “Bueno, no me importan las guerras comerciales cuando ya estamos perdiendo $58,000 millones al año”.

Suena muy valiente, pero se basa en una estadística engañosa. Oculta el hecho de que alrededor del 40 por ciento del contenido de las exportaciones de México a Estados Unidos son de origen estadounidense. En otras palabras, los automóviles que México exporta a Estados Unidos son ensamblados en México con una buena parte de componentes estadounidenses.

Si Trump le impone una tasa aduanera del 35 por ciento, un auto Ford Fusion fabricado en México que ahora se vende en Estados Unidos en unos $24,000 pasaría a costar más de $32,000.

Una tarifa de importación del 35 por ciento también haría que los autos estadounidenses fueran demasiado caros para competir con los japoneses en otros mercados del mundo. En lugar de hacer a Estados Unidos grande de nuevo, Trump haría a Japón grande de nuevo.

 Además, si Trump impusiera un arancel del 35 por ciento, México subiría sus tarifas de importación a los productos estadounidenses. Eso perjudicaría enormemente a los exportadores estadounidenses, ya que México es su segundo mercado de exportacion más grande del mundo, después de Canadá.

El año pasado, México importó $236,000 millones en produtos de Estados Unidos, más que China, Japón y Alemania juntos. Una guerra comercial con México podría costar seis millones de puestos de trabajo en Estados Unidos, según la Cámara de Comercio de Estados Unidos.

Por último, la deportación de los casi 11 millones de inmigrantes indocumentados no sólo separaría a millones de familias y convertiría a Estados Unidos en un estado policíaco como China o Cuba, sino que también aumentaría el precio de la construcción, la agricultura y otras industrias que usan mano de obra mexicana.

Mi opinión: Muchos partidarios de Trump descartan estos argumentos diciendo que, una vez electo, su candidato flexibilizaría sus posturas.

No lo creo. Cuando entrevisté a Trump en 2013, me dio la impresion –aunque no puedo decir que lo conozco bien– de ser tan arrogante como aparece en público. Además, he entrevistado a muchos presidentes populistas, y tienen muchas cosas en común con Trump. Una de ellas es que, al principio, nadie los tomaba en serio.

Es hora de iniciar un debate a fondo sobre cómo afectarían las propuestas de Trump al estadounidense medio. Porque no se puede descartar que Trump sea electo, y haga lo que dice.
  
Los machos alfa también pierden
Por - Carlos Alberto Montaner - Sigue el alzamiento contra el Macho Alfa. Tras los resultados del sábado arreciará la rebelión. Han tocado a degüello. Primero fue la carta pública firmada por 94 expertos en relaciones internacionales de tendencia republicana. Advertían que Donald Trump era un peligro para Estados Unidos y para el mundo. El extraño revoltijo de cabellos que coronaba su cabeza reflejaba el desordenado caos que existía dentro de su cráneo. Tenía pocas ideas, pero todas eran rematadamente malas y peligrosas.

Luego siguió la declaración pública de Mitt Romney. Fue directo y corrosivo. Le llamó tramposo y, con otras palabras, explicó que semejante sujeto no podía representar al partido de Abraham Lincoln, especialmente tras el entusiasta apoyo que recibiera del KKK. 

La noche del jueves 3 de marzo se extendió la rebelión. Ocurrió en un debate organizado por la cadena Fox. Los senadores Marco Rubio y Ted Cruz armaron una eficaz operación de pinzas contra quien, hasta ahora, encabeza el pelotón de aspirantes republicanos a la Casa Blanca. John R. Kasich, gobernador de Ohio, se mantuvo al margen del combate. Desempeñaba el papel del estadista interesado en discutir los grandes temas y no las cuestiones personales.

Tal vez Kasich se equivocaba. El problema de Donald Trump no son sus ideas, sino su persona. Nadie sabe cuáles son las ideas de Donald Trump. En realidad, nadie lo ha acusado de tener ideas, salvo los de la carta pública, que afirman que son disparatadas. Trump tiene consignas. Hace frases. ¿Es una paloma, es un halcón, es un avión? Es Superman. Es Donald Trump.

Se sabe que es un empresario exitoso quien, a media lengua, sin decirlo a las claras, aboga por el proteccionismo y abomina de la globalización, como tantos populistas enemigos de la libertad económica y del comercio internacional, pero él mismo se encargó de repetirlo: es el líder. Ha ganado en diez estados y la gente vota por él.

¿Quiénes votan por él? En general, los Machos y Hembras Beta. Hace muchas décadas, los etólogos que estudian a los primates, nuestros parientes más cercanos, se interesaron por entender cómo se establecía la autoridad entre los chimpancés y los gorilas. Había unos monos que mandaban y otros que obedecían. Eso era obvio, pero ¿cómo se generaba esa jerarquía?

Los líderes eran más feroces, más fuertes, incluso más grandes, más agresivos y dominantes. Enseñaban los dientes, se golpeaban el pecho, intimidaban al grupo. A veces, hasta contaban con una providencial franja de pelos blancos en la espalda como una señal visual de la autoridad que reclamaban.

Les llamaron Machos Alfa. Sentían la urgencia vital de mandar. Ello les traía ciertas recompensas materiales. Comían primero. Se apareaban con más hembras y esparcían sus genes abundantemente. Las manadas de monos que contaban con los Machos Alfa más fuertes y agresivos tenían más posibilidades de prevalecer. Parecía ser una estrategia de supervivencia de la especie. Un oscuro instinto biológico grabado en el ADN en el larguísimo proceso evolutivo.

Los Beta se subordinaban a los Alfa. Los seguían, cumplían sus órdenes, obedecían a sus gruñidos, y no dudaban en desplegar gestos de vasallaje. Se agachaban, colocaban sus manos con las palmas hacia arriba o, a veces, cubrían con ellas sus genitales. Eran tropa, no jefes. De alguna manera, ese sometimiento les confería una cierta seguridad.

Del primitivo vínculo Alfa-Beta fue surgiendo nuestro tejido social. De ahí se derivan, por ejemplo, el patriarcado, los reyezuelos y los jefecillos. Mucha gente necesita un caudillo, un Macho Alfa, especialmente en tiempos de inseguridad. Lo describió, de otra manera, Erich Fromm en  El miedo a la libertad. Antes lo habían escrito unos españoles especialmente ruines: “Lejos de nosotros, Majestad, la funesta manía de pensar”, le dijeron al rey Fernando VII (un Macho Alfa donde los haya), las autoridades de la universidad de Cervera en el primer tercio del siglo XIX.

“¡Vivan las cadenas!”. Las masas desean gentes que tomen por ellas las decisiones adecuadas. No quieren pensar. Están formadas por hombres y mujeres Beta. Esa es la historia de Hitler, de Mussolini o de Fidel Castro. Cuando los cubanos gritaban, a voz en cuello, “si Fidel es comunista, que me pongan en la lista”, o cuando repetían la consigna “Comandante en Jefe, ordene”, eran primates agachados con las palmas de la mano colocadas hacia arriba. Eran una plañidera manada de Betas.

¿Podrán los líderes republicanos detener a Trump? No lo sé. El promedio de televidentes que han observado los debates se mueve en torno a los 12 millones de personas. Menos de un 5% de este enorme país. La ansiedad aumenta con cada encuesta que se realiza. En las últimas, tanto Marco Rubio como Ted Cruz derrotarían a Hillary Clinton. Trump perdería con ella. Hasta Bernie Sanders, el socialista, le ganaría a Trump. Los Macho Alfa también pierden. Los jerarcas republicanos lo saben.
 
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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanodelmundo Enviado: 07/03/2016 15:19
Alarma Trump
Los republicanos se movilizan para frenar al magnate. Puede ser tarde
 
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           EDITORIAL - EL PAÍS
Parece que, finalmente, las alarmas han saltado de verdad. La dirección del Partido Republicano está aterrorizada con la posibilidad de que el multimillonario Donald Trump logre la candidatura a la Casa Blanca. El razonamiento convencional —los excesos iniciales se van frenando a medida que avanzan las primarias— está chocando con la dura realidad: no cede la fascinación que una buena parte del electorado republicano siente hacia Trump.

Que la alternativa al showman populista Trump pueda ser —como indicó el Supermartes y las primarias del sábado— el intransigente evangélico Ted Cruz hace que la situación adquiera aire de pesadilla para el establishment republicano. Los dos aspirantes relativamente moderados que resisten tienen perspectivas sombrías; y el hecho de que Cruz se afiance como número dos en las preferencias está haciendo pedazos las esperanzas de que se impongan planteamientos más realistas.

Pero el problema más urgente es Trump. Que haya cruzado ya decenas de líneas rojas no es obstáculo para que siga haciendo exhibición de su manera de ser y de pensar. Quizá lo de menos es la parte grosera del espectáculo (en el debate celebrado el jueves en Detroit presumió del tamaño de sus genitales). El peligro está en otras afirmaciones, como defender los interrogatorios mediante tortura por asfixia y asegurar que, si fuera presidente, los militares obedecerían sus órdenes de aplicar esta práctica conocida como waterboarding.

Tarde, pero ya hay voces de peso escandalizadas por el descontrol de Trump, como la del exdirector de la CIA, Michael Hayden, que en declaraciones a este periódico acaba de expresar su “miedo” y “preocupación”; también han entrado en liza contra Trump los dos últimos candidatos republicanos a la presidencia, John McCain y Mitt Romney. Desde el exterior, la canciller alemana, Angela Merkel, se ha deshecho en elogios sobre Hillary Clinton, mientras que el vicecanciller Sigmar Gabriel ha calificado sin contemplaciones a Trump de “peligro para la paz”.

El aparato republicano ha comenzado a movilizar recursos para que se vea —hasta ahora ha sido imposible— la otra cara de Donald Trump, el reverso de la imagen intachable de un empresario de éxito que denuncia un sistema corrupto del que él mismo forma parte, utilizando los resortes del poder para beneficiar sus negocios; de un hombre que declara la guerra a los inmigrantes, pero que ha dado empleo a trabajadores sin papeles como los que pretende expulsar; y que tiene en su historial la estafa, ya denunciada, de la Universidad Trump, un centro educativo online sin licencia alguna que emitía títulos sin valor.

Es posible que las voces respetables y la visión de la otra cara de Trump tengan efecto. Pero la oleada que le respalda —en buena medida la que alienta también a Bernie Sanders frente a Hillary Clinton— no va a desaparecer de la noche a la mañana, porque capitaliza un enfado real de la gente excluida de la recuperación y asustada por la globalización, que sufre la desigualdad y que está harta de la política de Washington. Es el combustible que, unido a la crisis de gobernabilidad, alimenta en todas partes —con los matices que sean necesarios— las fórmulas populistas.
 
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FUENTE EL PAÍS

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanodelmundo Enviado: 10/03/2016 16:11
Donald Trump, el peligroso
 
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Donald Trump horroriza a los observadores
internacionales por su ignorancia sobre asuntos internacionales.
                Por Nicholas Kristof - New York Tmes en Español
¿Podría haber algo más escalofriante que el Presidente Donald J. Trump, indignado e impaciente, enfrentando una tensa crisis internacional, con el dedo sobre el botón que activa un arma nuclear?
“Trump es un peligro para la seguridad nacional”, advierte John B. Bellinger III, consejero legal del Departamento de Estado durante el gobierno del Presidente George W. Bush.

La mayor parte de la discusión sobre Trump tiene que ver con la política interna de Estados Unidos. Pero la separación de poderes significa que hay límites en cuanto a lo que un presidente puede hacer en el país, mientras la constitución le da mucha más autoridad al comandante en jefe en temas internacionales.
Eso es lo que tiene horrorizados a los observadores en el extranjero. Der Spiegel, la revista alemana, llamó a Trump el hombre más peligroso del mundo. Incluso el líder de un partido nacionalista sueco(que comenzó como un grupo supremacista neonazi) ha repudiado a Trump.

J. K. Rowling, autora de los libros de Harry Potter, reflejó la opinión de muchos británicos cuando tuiteó que Trump es peor que Voldemort.

Los principales analistas conservadores en materia de política exterior publicaron una carta abierta en la que decían que no podían apoyar a Trump. Entre quienes la firmaron se encuentran Michael Chertoff, el exsecretario de seguridad nacional; Robert Zoellick, el exsecretario de Estado suplente, y otras 100 personas.

“Las declaraciones de Trump nos hacen concluir que, como presidente, utilizaría su autoridad para actuar de maneras que vulnerarían la seguridad de Estados Unidos”, afirma la carta.

Un primer punto es su increíble ignorancia sobre asuntos internacionales. En uno de los debates más recientes, le pidieron que nombrara a las personas cuyas ideas de política exterior le inspiran respeto. Trump mencionó al General Jack Keane, y pronunció mal su nombre.

Cuando le preguntaron sobre Siria el año pasado, Trump dijo que daría rienda suelta al Estado Islámico para que destruyera al gobierno sirio. Eso es una locura: EI asesina o esclaviza a cristianos, yazidíes y a otras minorías religiosas; ejecuta a los homosexuales; destruye antigüedades, oprime a las mujeres. ¿Y Trump quiere que EI invada Damasco?

Una segunda preocupación es que Trump desate una guerra comercial o, incluso, una guerra real. En enero, Trump le dijo a The New York Times que apoyaba un impuesto del 45 por ciento a los productos chinos y después negó haberlo dicho. El Times reveló el audio (una parte de la conversación estaba grabada) en el que Trump deja claro su respaldo a tal medida, lo cual implicaría el riesgo de una guerra comercial entre las economías más grandes del mundo.

Trump también ha dicho que se necesitan más tropas estadounidenses en Irak, y mencionó la posibilidad de bombardear sitios nucleares norcoreanos. Un líder desinformado, impaciente y belicoso puede causar desastres, ya sea Kim Jong-un o Donald Trump.

El tercer riesgo es la reputación y el soft power. Tanto Bush como el Presidente Obama se esforzaron mucho para convencer a los 1,6 mil millones de musulmanes en todo el mundo que Estados Unidos no está en guerra con el islam. Trump prácticamente les declaró la guerra.

Aunque Trump jamás sea elegido, el daño a la imagen de Estados Unidos ya está hecho.

Trump ha reforzado los prejuicios y ha manchado la reputación de los estadounidenses a nivel mundial. Está convirtiendo a Estados Unidos en un objeto de burla. Es el Ahmadineyad estadounidense.

En Twitter, sugerí que Trump era pendenciero, pugnaz y pueril; le pedí a los usuarios que lo describieran con otras palabras que comenzaran con “p”. El resultado fue abrumador: petulante, pesado, patético, presumido, pernicioso, perjudicial, prejuicioso, presuntuoso, pomposo, provocador, perdedor, patriotero, profano, problemático y muchos otros, incluyendo el alarmante “probablemente presidente”.

La posibilidad de que el próximo presidente de Estados Unidos sea visto como una burla mundial, un bufón o un hombre peligroso rompe el corazón.

Trump no es particularmente ideológico y es posible que, en caso de ser presidente, se rodee de expertos y se aleje de posturas extremistas. Fue una buena señal que en los últimos días prometió que no ordenaría al ejército estadounidense cometer crímenes de guerra. Aunque eso demuestra que el nivel es tan bajo que ¡no puedo creer que yo haya escrito esta oración!

En cualquier caso, Trump es todo menos predecible y es posible que comience nuevas guerras. Es un riesgo que muy poca gente sensata está dispuesta a tomar. Como lo ha dicho Mitt Romney: “Ese es precisamente el tipo de rabia que ha provocado que otros países caigan en un abismo”.

Peter Feaver, un politólogo de Duke University que fue funcionario de seguridad nacional durante el gobierno de Bush, notó que la mayoría de los republicanos tienen algo en común: opinan que el Presidente Obama y Hillary Clinton han perjudicado a Estados Unidos y han aumentado los problemas que deberá enfrentar el próximo presidente.

“Sin embargo, las promesas de Trump empeorarían todos los problemas que enfrentamos”, me dijo. “¿Por qué sacamos a los payasos cuando necesitamos a los mejores candidatos posibles?”.
                                                                                                              Fuente New York Tmes en Español


 
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