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General: Para el socialismo castroestalinista los cubanos son descartables no deciden
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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 11/03/2016 16:23
Cuba: discriminación y propaganda
Contra negros, mujeres, homosexuales y… cubano
 
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Un artículo con algunos años, pero que sigue vigente en el 2016
 
       Por Wichy García
Según cifras oficiales que divulgó el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias después de un estudio en la población, a una pregunta referida a las capacidades de una u otra raza, los negros fueron considerados “menos inteligentes” por 58% de los encuestados, mientras que 65% estimó que no tenían valores culturales ni decencia similares.
En todas partes existe algún tipo de discriminación. En todas partes hay gente que lucha contra esos variopintos tipos de discriminación, así como fuerzas conservadoras que se oponen a esos luchadores para que la discriminación continúe. También hay discriminación en Cuba. Pero Cuba no está incluida en ese “todas partes”, y es que ya ni siquiera es posible asegurar que Cuba sea “alguna” parte. En Cuba todo es relativo, y por ello cualquier opinión que se emita de ella —y el tema de la discriminación es uno más entre tantos otros que no escapan a la errática disquisición— también será, inevitablemente, una opinión relativa.

Uno de los mitos que ha alimentado el castrismo desde sus orígenes ha sido la reivindicación social de capas sociales anteriormente relegadas, como los negros y las mujeres. Hasta cierto punto así fue, pero… ¿qué grado de honestidad tuvo la redención social de los desplazados morales? ¿Cuánto de estrategia política tuvo la lucha por la igualdad racial y de género? ¿Eran las mujeres y los negros los únicos discriminados que merecían justicia y respeto en el proceso revolucionario?

Publicidad proletaria
Las clásicas “conquistas” de la revolución, como el deporte, la educación y la salud, tuvieron el mismo origen publicitario que la lucha por la igualdad de la mujer o de las razas. El gobierno fidelista, desde sus comienzos, siempre enfatizó la importancia, el alcance mediático que podía tener una medalla olímpica tanto como la tasa de mortalidad infantil o las estadísticas de la educación. Poner a Cuba entre los primeros países de un medallero era tan importante como convertirse en “una potencia médica mundial”… Para los setenta, mientras la economía se volvía ficticia, dependiente de una potencia extranjera —la URSS en aquellos tiempos— mientras sin saberlo se allanaba el camino a la debacle financiera que significaría la desaparición de un mecenazgo que se presuponía eterno, toda la energía creativa del gobierno se volcaba en la difusión de una imagen idílica, de una fachada progresista inmejorable y sorprendente. Que Cuba para 1961 ya estuviese libre de analfabetismo, que obtuviese el quinto lugar por países en Barcelona 92 o que luego de pocos lustros su tasa de mortalidad infantil fuese menor a la de los Estados Unidos resultaba tan apremiante como contarle a todo el planeta que no hay paraíso mejor que un archipiélago socialista en el que todos sus ciudadanos son iguales, sin distinción.

Pero en una sociedad raigalmente machista y racista, con extensa tradición en ambos rubros, el proceso no podía ir más allá de la propia publicidad y, aunque parezca lo mismo, de una liberalidad por decreto que se fue quedando en lo menos trascendental. En el caso de las mujeres, la libertad sexual que se disparó en medio de las múltiples tareas colectivas, movilizaciones, obras de choque, acuartelamientos y escuelas en el campo, fue parte de una igualdad más espontánea que política. Lo mismo pasó con los negros y mestizos, nominalmente elevados al mismo nivel de los blancos, pero por mucho tiempo aún marcados por el desprecio cultural. Mujeres y negros todavía hoy siguen en desventaja —hay que decirlo, como en la mayor parte del mundo occidental— a la hora de conseguir los mejores empleos o puestos directivos.

Un gobierno de corte abiertamente estalinista, como el cubano, no podía desestimar la importancia de la publicidad para su supervivencia. Aun hoy, que la educación, la salud y el deporte cubanos van en franco declive, todavía estos “logros” de la revolución siguen siendo el mejor argumento para cualquier defensa. Lo mismo que seguir esgrimiendo que la “conquistada” igualdad racial y de género bien valen un poco más de pobreza y sacrificio. La producción azucarera puede estar a niveles del siglo XIX, la ganadería puede haber sido prácticamente exterminada, la agonizante economía se mantiene a base de patrocinios externos de corte ideológico, pero si todavía la medicina y la educación permanecen gratuitas —otro concepto discutible pero funcional a los efectos de la propaganda—, si el deporte sigue siendo “derecho del pueblo”, si se sigue creyendo que las diferencias raciales fueron eliminadas por decreto en la Segunda Declaración de La Habana (1962), entonces todo va bien.

El tabú de la piel
En Cuba no está permitido discutir sobre algo que, oficialmente, no existe. Aquel cauce divergente que se sembró durante la conquista española, cuando los blancos llegaron como amos y los negros como esclavos, ése que en 1912 llevó a una masacre brutal contra los miembros del Partido Independiente de Color; para cualquier suspicacia, aquello terminó con el triunfo de la revolución socialista, con leyes específicas que prohibían la discriminación racial. Hoy una asociación de negros como lo es el Comité por la Integración Racial (CIR) es considerada tan ilegal y subversiva como cualquier otro movimiento o partido que no sea el comunista. Todos sus miembros han padecido cárcel y acoso oficial.

Más aún, para una población que a duras penas sobrevive con las remesas enviadas desde el extranjero por familiares, hasta en eso los negros llevan las de perder, puesto que en Cuba los blancos representan 83,5% de todos los emigrados.Según Manuel Cuesta Morúa —un historiador que, además de socialdemócrata y miembro del comité participa activamente en las sesiones teóricas de un grupo tan homogéneo comoEstado de Sats—, “las últimas reformas económicas han reflotado las grandes diferencias sociales y son las mayorías de la población, compuestas por negros y mestizos, las más afectadas”.

En la práctica, según cifras oficiales que divulgó en 1995 el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias después de un estudio en la población, a una pregunta referida a las capacidades de una u otra raza, los negros fueron considerados “menos inteligentes” por 58% de los encuestados, mientras que 65% estimó que no tenían valores culturales ni decencia similares. El censo parecía volverse casi de susto cuando 68% de los encuestados se mostraba opuesto a los matrimonios interraciales.

El Centro de Estudios Demográficos ha publicado datos que, aun siendo impactantes, amén de contradictorios con el discurso oficial, no estarían destinados siquiera a incentivar la polémica. Los blancos controlan 57,4% de los nuevos puestos gerenciales en los negocios estatales, contra 18,9% de los negros. En las empresas mixtas que se formaron después de la crisis los blancos dominaban 74% de los altos cargos, en tanto que los mestizos se quedaban con 19,5% y los negros con apenas 5,1%. Para un país en que, quiéralo o no la propaganda gubernamental, los negros siguen siendo discriminados, resulta más insólito aún que las cifras de graduados universitarios no refleje el prejuicio popular: para 2007 la diferencia era mínima, entre blancos el promedio de egresados universitarios era de 8,7%, y el de negros 7,8%.

Más aún, para una población que a duras penas sobrevive con las remesas enviadas desde el extranjero por familiares, hasta en eso los negros llevan las de perder, puesto que en Cuba los blancos representan 83,5% de todos los emigrados.

Pero de ello tampoco está permitido hablar en Cuba, como durante mucho tiempo también fue tabú hablar de otro tipo de discriminación, no menos corrosiva.

Homosexuales y religiosos, los monstruos
Anterior a las famosas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), que para fines de los sesenta ya podían equipararse con cierto orgullo tropical a los campos de concentración de Stalin o Hitler, se dieron eventos tan surreales como la recogida de estudiantes “sospechosos de homosexualidad” en la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA), que tenía, a comienzos de esa misma década, su sede en el recién expropiado Hotel Comodoro. Muchos que posteriormente llegaron a ser figuras importantes del medio artístico fueron llevados de allí a la clínica Cira García para hacerles “pruebas de homosexualismo”, que, según me contó una vez el director y dramaturgo José Milián, podían ser tan demenciales como sentar a un chico en una palangana con harina para estudiar las presuntas huellas que dejaban los pliegues del ano y determinar si el muchacho era o no aficionado al sexo contra natura.

La obsesión casi farsesca se volvió macabra más tarde, con las famosas recogidas y el encierro de homosexuales. Fidel Castro llegó a plantear durante un discurso la teoría —tan científicamente fundada como sus experimentos genéticos para aumentar la ganadería, o las más recientes declaraciones de su discípulo Evo Morales sobre los pollos transgénicos que vuelven gays a quienes los consumen— de que la homosexualidad era un flagelo de las ciudades, que en las zonas rurales, donde no había ese tipo de “pepillitos aburguesados”, esa degeneración moral no solía presentarse.

Las UMAP fueron pobladas por esos “monstruos inmorales”, tanto como aquellos que, para un oficialismo que había decidido adoptar el materialismo dialéctico como doctrina, se habían vuelto enemigos de clase: los religiosos. Muchas iglesias quedaron en ruinas cuando la discriminación se hizo regla para aquellos que, por profesar una religión abiertamente, no podían ingresar a la universidad o conseguir un buen puesto de trabajo. Más aún, conocí a alguien que ni siquiera era religioso pero que no pudo conseguir cierta colocación porque alguien pasó el “chivatazo” a las autoridades de que su madre tenía un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús colgado en la sala de su casa.

La dudosa limpieza de los sepulcros
Aparentemente la discriminación religiosa desaparece, ya a fines de los ochenta, cuando Fidel Castro entendió que los grupos religiosos que se asociaban a la llamada teología de la liberación podían serle de gran utilidad. El libro Fidel y la Religión, del brasileño Frei Betto, obró el milagro y, de la noche a la mañana, ya no fue más un problema tener creencias religiosas en Cuba. Un escritor tan grande como José Lezama Lima padeció ostracismo hasta su muerte, en 1976, por ser religioso y homosexual. Virgilio Piñera, poeta, narrador y dramaturgo mayor, era ateo pero igualmente homosexual declarado. Fue confinado a un almacén de libros, sin permiso para publicar, y a sus traducciones del francés no se le ponía siquiera el crédito. A ambos el gobierno les practicó una conveniente limpieza de sepulcro post mortem, y décadas más tarde pareciera que siempre fueron orgullo nacional, con todo y dedicatoria en ferias del libro.

Podría decirse que el problema de la discriminación por la preferencia sexual es cosa del pasado cuando incluso la hija del actual gobernante, Mariela Castro Espín, dirige el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y se la pasa abogando por los derechos de homosexuales, travestis y transexuales en una postura casi disidente respecto del homofóbico partido comunista. Una mirada superficial nos podría dar la idea de que finalmente se terminó la discriminación hacia aquellos que eligen parejas sexuales no ortodoxas, pero una revisión más profunda nos llevará al triste descubrimiento de que otros grupos existen en Cuba, como el Observatorio LGBT, por los derechos de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero, pero que al funcionar fuera del oficialismo quedan automáticamente descartados y tan acosados como el Comité por la Integración Racial.

Una vez más, tal y como quedó establecido al comienzo de este artículo, la gestión inclusiva de Mariela Castro no pasa de ser una muestra de esa publicidad oficial que tan larga trayectoria y preponderancia ha tenido en los anales del proceso castrista. El mayor empeño —como los más amplios recursos económicos— serán dedicados a la propaganda, y la búsqueda de la utópica igualdad sólo tendrá validez si sirve para legitimar la gestión política del régimen.

La cubanidad como vergüenza
Todavía no desaparece aquella discriminación, la más humillante de todas, de la que menos puede hablarse y la que más ha golpeado en el amor propio del ciudadano común, aunque parezca que las nuevas reformas raulistas rompieron algunos de sus viejos límites: la discriminación por ser cubano.

La recesión económica que tan eufemísticamente el comandante denominó “periodo especial” fue el peor caldo de cultivo para la dignidad del habitante isleño, ese que todos los días se veía impedido no ya de poder consumir o comprar bienes que sólo se vendían en una inalcanzable moneda dura, sino de poder pasar siquiera al lobby de un hotel o a cualquier otra zona restringida para extranjeros. Las torturas psicológicas que, en su propia aduana, sufría el viajero con pasaporte cubano parecían superar ampliamente a las que padeció el poeta Mayakovski con aquel “librito escarlata”, su pasaporte soviético, al que dedicó su famoso poema luego de padecer en aduanas extranjeras.

A pesar de que ya es legal para un cubano común entrar y permanecer en instalaciones turísticas, la discriminación persiste siempre que hacerlo sigue siendo privativo, dado el mísero poder adquisitivo del habitante promedio. Ser un ciudadano de segunda en su propio país fue, y es todavía, la más penosa de las discriminaciones acontecidas en Cuba, y que, con mucho, rebasa al sufrimiento de otros sectores relegados, porque a todos ellos los afecta por igual. Y como sus vidas anónimas, o su eventual prosperidad, no servirían de nada para la publicidad oficialista, como un ciudadano feliz importa mucho menos que una estadística o una medalla olímpica, discriminarlo, humillarlo y despojarlo de sus derechos no reporta afectaciones notables en el sueño del oficialismo.

Para el socialismo castroestalinista los seres humanos siguen siendo descartables y efímeros. Sólo el partido es sagrado e inmortal.
 Fuente Revista Replicante  
 


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