Con esa seguridad que solo tienen quienes se saben en poder de la
verdad, Obama ha querido despejar de la ecuación Cuba el factor “americano”
Detrás de Obama, ¿el caos?
Cuando el presidente estadounidense Barack Obama se despidió de Cuba en la puerta del Air Force One, alguien pudo haber pensado en la frase que se le atribuyó a Gerardo Machado antes de largarse aquel 12 de agosto de 1933: detrás de mí, el caos. Máxima premonitoria, por cierto. Cuba vivió varios gobiernos, alguno tan breve como de 24 horas, y no volvió a estabilizar su vuelo de gobernanza hasta la Constituyente y las elecciones de 1940.
De ese modo que hay varias preguntas en el tintero. ¿Valió la pena el viaje cuasi turístico del presidente norteamericano? ¿Estaba todo “fríamente calculado” desde la ausencia de Raúl Castro al aeropuerto a las desinfladas conferencias de prensa posteriores a las conversaciones privadas entre ambos mandatarios? ¿Fue durante el juego de pelota donde en realidad se cerraron los acuerdos? ¿Y el “daño colateral” para los dos líderes? ¿Podrá ser controlado por los demócratas del Congreso, y los comunistas del Politburó?
Los efectos de esta visita, según los analistas, no serán visibles hasta dentro de unos meses; y para hacer un juicio justo, equilibrado, deberán pasar años. Por lo pronto, y previendo los efectos inmediatos, la propaganda castrista se ha centrado en hacer visible el embargo y la ocupación de la Base de Guantánamo. Es el mismo discurso de medio siglo pero esta vez se ha declarado, tácitamente, que el desarrollo cubano depende del fin de ese “bloqueo”.
Hay cosas que no engañan. Los norteamericanos le dicen body language, lenguaje corporal. Porque hay emociones y pensamientos que son muy difíciles de ocultar o simular. Añadiremos lenguaje corporal ambiguo, para adjetivar algunos momentos críticos de la histórica visita.
Los analistas se lanzaron a especular sobre el no recibimiento por parte del presidente cubano al presidente Obama. Pero todo parecía estar acordado por ambos: Obama y familia tomaron sus sombrillitas y bajaron del avión más famoso del mundo como cualquier familia de vecino. Ellos sabían que no había nadie importante al pie de la escalerilla. ¿Fue Obama quien pidió bajo perfil, o Raúl quien prefirió darle poca importancia? Tal vez fueron los dos. No hacer ruido, no provocar “caos”. Y por eso, el paseo bajo la lluvia por La Habana Vieja, y el tránsito por el Malecón, sin banderitas ni molotes.
El estrechón de manos de Raúl Castro y Barak Obama no tenía para cuando acabar al siguiente día. Obama, que puede tener la edad de los hijos del jerarca cubano, lucia elegante, diríase que hasta con la humildad aristocrática de quien nada teme; en cambio el cubano, parecía cansado; no solo fatigado por los más de 80 años, sino porque habrá tenido que desafiar a los disidentes de su propio Partido, probablemente muchos de los cuales opinan que este es el inicio del fin de la Revolución.
Esas dos formas de percibirse y percibir el mundo, y el futuro, fue muy evidente en la conferencia de prensa, dicen que no pactada con anterioridad. El general no pudo ocultar ni sus arrugas físicas ni mentales, y ante un par de preguntas de periodistas norteamericanos, a las cuales no está acostumbrado, estalló en recriminaciones. Lenguaje corporal ambiguo. Una vez más, Obama demostró porque es un político reelegido para ocho años de mandato: suave, seguro de sí mismo, casi condescendiente con el anciano dictador, ajeno, como es Raúl, a la comparecencia pública. ¿Pudo ser más “duro” Obama? Sin duda, pero, ¿para qué?
El discurso en el Gran Teatro de la Habana, recién nombrado Alicia Alonso, es una pieza de oratoria brillante. Una vez más el lenguaje corporal, su respeto al huésped y al mismo tiempo la fuerza en las palabras y las ideas expresadas, deben haber emocionado a muchos en ambas orillas. En los balcones la alta jerarquía seguía con atención al Presidente que los invitaba a no temerle, a construir un futuro común, a respaldar el derecho del pueblo cubano a ser, como había dicho Juan Pablo II, el protagonista de su propio destino. Todos sentados según jerarquía, y lenguajes corporales… ambiguos.
Según ha podido conocerse, la reunión con la disidencia interna fue un paréntesis para intercambiar con ideas y proyectos a menudo contradictorios con la estrategia de contención y reconciliación de la administración norteamericana. No podía ser de otra manera. La verdadera democracia es disentir con respeto y oír lo diferente. Podríamos suponer que el Presidente haya alentado a la unidad en la diversidad; y a quienes están en desacuerdo haya pedido un voto de confianza con la humildad que solo una enorme potencia moral y económica puede pedir.
Pero fue el juego de béisbol donde, definitivamente, el lenguaje de los gestos y las conductas fueron más que elocuentes. Norteamericanos y cubanos parecieron por primera vez relajados, a gusto compartiendo el pasatiempo nacional de ambos, disfrutando el embrujo único del Estadio Latinoamericano. Raúl Castro en sus risas y estrechones de mano esta vez no fue ambiguo y pareció disfrutar del juego y de la compañía de Obama como si fuera un viejo amigo. Esta vez, quién sabe si tibiamente calculado, acompañó al Presidente en su despedida.
Durante la visita la visita del papa Juan Pablo II en 1998 se sintieron unos días de absoluta paz y esperanza. Algo cambió en Cuba, aunque los del vaso medio lleno insistan en negarlo. El cubano de a pie ni hubo que citarlo a la Plaza de la Revolución ni a la calle 31 de Playa para saludar al Papa cada vez que salía de la Nunciatura. Las revistas católicas tuvieron un boom. El laicado se fortaleció. Las personas empezaron a asistir masivamente a las iglesias. Sangre nueva, conversa, llenó los espacios que parecían perdidos. Hubo alguien que dijo que era necesario “despapizar” la Isla. Cuba no se abrió totalmente al Mundo, pero el Mundo más cercano era el norteamericano y tampoco se abrió a Cuba.
Barack Obama puede estar equivocado. Él cree que ha hecho lo correcto: abrirle la mano a un pueblo y no a un régimen cuya caducidad de ideas y recursos es un hecho que ni ellos mismos pueden soslayar. Un gobierno que de no cambiar estructuralmente, estará condenado a la anarquía incontrolable en pocos años. Un gobierno que no sabe vivir sin subsidios, para usar un eufemismo. Un gobierno acostumbrado a decir que el embargo es toda su desgracia.
Con esa seguridad que solo tienen quienes se saben en poder de la verdad, Obama ha querido despejar de la ecuación Cuba el factor “americano”; dejar que sea la improductiva sociedad socialista subsidiada la que caiga por su propio peso, si no se modifica pronta y radicalmente. El presidente norteamericano ha confiado en que el Gobierno cubano, el de Raúl Castro, podrá evitar que aquellas palabras premonitorias de Machado se hagan realidad otra vez. De evitar eso, y casi nada más, se ha tratado este viaje.