Los viejos rockeros cubanos fueron los primeros
en asistir al concierto de Rolling Stones en La Habana
Una presentación a destiempo, ahora tendremos que esperar por la de los ancianos Raphael y Julio Iglesias..
A la generación que compartía en edad el apogeo de los
Rolling y los Beatles, el castrismo les negó disfrutar de esa música
Fueron los primeros en llegar a la decrépita Ciudad Deportiva. Los viejos roqueros. La melena de reacia cana y los tatuajes descoloridos por toda una vida de mal jabón. Vinieron a ver a los Rolling Stones. Los prohibidos Rolin que trajeron a nuestros años jóvenes la poética de la rebeldía.
Dos días antes hicieron campamento en la acera. Asombrados como niños frente al estupendo escenario. Un ejército de 140 técnicos transformó más de 500 toneladas de equipo en el espejismo tecnológico de un presente todavía vedado a los cubanos. Vueltas del destino. A lo largo de un siglo Cuba asombraba a los otros y no los otros a Cuba. Hoy, la aparición de un taladro eléctrico provoca el éxtasis de los habaneros.
De no haberme ido en 1980, allí me hubieran encontrado. Quizás con la ajada libreta que guardaba las letras de las canciones aprendidas por la WQAM de Miami. ¿Estuvo allí alguno de mis amigos de entonces? La memoria de traspiés en traspiés tratando de precisar los nombres de aquellas novias convertidas en abuelas. Aún enredados en discutir si el gran disco de 1967 fue Between the Buttons de los Rolin o el Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band de los Beatles. ¿Habrá alguno que no quiso, o no consiguió, o no necesitó finalmente escapar de aquella isla donde ni siquiera, ni siquiera, podías escuchar tu música?
A otras generaciones bajo Fidel Castro también les tocó su cuota de humillación y absurdo y cólera. Pero la mía fue apartada de los Beatles en el apogeo de los Beatles y de los Rolin en el apogeo de los Rolin. ¿Hay que explicar más? Tuvimos que vivir los magníficos 60 y 70 de manera intermitente, clandestina. “Pierde tus sueños”, dicen los Rolin en Ruby Tuesday, “y perderás tu cordura”.
Mis hijos se resisten a creer cuando cuento que no vimos al hombre caminar sobre la luna y que podías ir a parar a una granja de reeducación por andar con el pelo largo. Ponen los ojos en blanco si les digo que debíamos comprar de contrabando a los marinos del puerto, a riesgo de ir a la cárcel, los discos que nos dieron la ilusión para amar y resistir. A estos muchachos, nacidos y crecidos en la democracia, su racionalidad, su buena fe y la conciencia de sus derechos les impiden concebir una dictadura tan mezquina y estúpida, así como una juventud tan mutilada en su plena posibilidad.
Fuimos unas víctimas incómodas de Fidel. Cuando hablaban del imperialismo americano en nuestra memoria resurgía el extinguido sabor de la manzana y el jamón, la expectativa por los estrenos semanales de los muñequitos de Disney, el olor de las buenas colonias, las series de Bat Masterson y Patrulla de Caminos, el estruendo de luces y carros nuevos y gente alegre y bien vestida. El país se apagó ante nuestros ojos. Nuestros mayores se fueron quedando sin dientes. Sin bolígrafos. No había día en que la escasez, la grisura, la mugre, la uniformidad y el miedo no acusaran la pérdida de la prosperidad, la diversidad, el detergente y las garantías ciudadanas.
Para los viejos roqueros, este concierto tuvo que ser un acto de tardía aunque tal vez amarga confirmación. Frente al esperpento de Fidel, frente al esperpento de Raúl, el mundo que nos prohibieron sigue siendo el mejor de los mundos. Allí estaban los Rolin sobre los escombros de La Habana. Un Viernes Santo. Como dice la letra de Sympathy for the Devil: “Cuando Jesucristo tuvo su hora de duda y dolor”.
Andrés Reynaldo
Periodista y escritor cubano.