El hambre y las necesidades de los
cubanos son la mejor baraja con que cuenta el poder
Cuando el pan tiene dueño
Miriam Celaya | La Habana, Cuba | Cubanet Pasado sólo un mes de la visita del Presidente Barack Obama a La Habana y casi inmediatamente después de la clausura del VII Congreso, el monopolio de prensa del gobierno cubano confirmó el rumor que estuvo circulando extraoficialmente en los últimos dos días: a partir del pasado viernes, 22 de abril de 2016, disminuyeron los precios de los productos de “la canasta básica” en los mercados de recaudación de divisas (las llamadas shopping), así como en los comercios de “venta liberada” en moneda nacional.
Según la declaración oficial del Ministerio de Finanzas y Precios, que firma la nota, esto se encamina a incrementar gradualmente la capacidad de compra del peso cubano en el corto plazo, y responde a “la voluntad política de la Dirección del Partido y el Gobierno de hacer todo lo posible por mejorar la situación de la población en medio de las limitaciones existentes”, y han sido posibles debido a “la disminución de los precios de los alimentos en el mercado mundial”.
La reducción de precios ronda el 20 % y ha sido aprobada “para un grupo de productos seleccionados”, aunque no se especificó el criterio de dicha selección, o si la medida se relaciona con una eventual eliminación de la cartilla de racionamiento o con la muy esperada reunificación monetaria.
Como cabía esperarse, de inmediato las colas inundaron algunos comercios de la capital –usualmente la más surtida en medio de los periódicos desabastecimientos–; aunque la rebaja aplicada no constituye una diferencia substancial para la mayoría de la gente, habida cuenta de los bajos salarios de los cubanos empleados por el Estado y de la irregularidad de los ingresos familiares por otros conceptos, como son los que se derivan de actividades ilícitas de compraventa o servicios diversos.
En el dudoso caso que se mantuviera la oferta en los anaqueles de los comercios minoristas, los más favorecidos con la nueva medida serán fundamentalmente los trabajadores independientes (cuentapropistas) que hayan tenido mayor éxito en la administración de restaurantes, cafeterías o elaboración de alimentos por encargo (catering).
Por otra parte, las reacciones en la población ante la sorpresiva rebaja varían, en dependencia de su poder adquisitivo. En los sectores más humildes la tendencia es de inconformidad y de escepticismo. No es la primera vez que el Gobierno aplica una rebaja temporal en los precios para después elevarlos arbitrariamente, casi siempre sin previo aviso. Tampoco existe una certidumbre sobre la capacidad del Estado para mantener la oferta en un mercado, que ha demostrado ser extremadamente inestable y frágil.
De hecho, los más suspicaces podrían preguntarse –no sin fundamento– cómo se garantizaría por parte del Estado un mercado de productos mayoritariamente importados, como son los de las tiendas recaudadoras de divisas, si la experiencia de cinco años de las “reformas” de entrega de tierras estatales en arriendo y la creación de cooperativas agropecuarias no han sido capaces de producir y garantizar un flujo regular de alimentos en las tarimas de los agromercados.
Sin embargo, algunos conocidos medios extranjeros y varias webs menos conspicuas pronto se hicieron eco de lo que sólo en Cuba constituye noticia: una rebaja de precios en algunos alimentos, decretada por el Gobierno-Estado-Partido. No han faltado quienes, apoyando la información divulgada por los medios oficiales de la Isla, atribuyen esto a una supuesta “voluntad política” del Gobierno para beneficiar al pueblo, cuando en realidad se trata de una medida de porte vulgarmente populista que busca, por una parte, hacer creer a la opinión pública que se trata de un acuerdo aprobado en el marco del recién finalizado VII Congreso del PCC en momentos en que la popularidad de la llamada “revolución” está en números rojos, y por otra atenuar el efecto positivo que tuvieron los discursos del presidente Barack Obama entre los cubanos durante su reciente estancia en la capital de la Isla; así como atenuar el descontento e irritación de la población, que no encuentra salida al estado de pobreza permanente.
Obviamente, solo bajo condiciones de dictadura con un modelo de Gobierno-Estado-Partido Único monopolizando el comercio, sin permitir la existencia de competidores ni alternativa alguna de producción y comercialización independiente e ignorando las leyes naturales de la economía de mercado, la política de precios en un país puede ser implantada y utilizada a discreción por el poder en función de garantizar sus propios intereses; en este caso, continuar manejando el país como si se tratara de la hacienda personal de los Castro y su claque.
Es así que, si bien durante casi medio siglo el miedo de la población fue el mejor aliado de la dictadura, en la actualidad el hambre y las necesidades de los cubanos son la mejor baraja con la que cuenta el poder para maniobrar en medio del naufragio nacional. Es lo que ocurre cuando los que detentan el poder son, además, los dueños absolutos del pan y lo reparten a su arbitrio.
Mirando en panorámica la realidad cubana actual, los nuevos precios de ese pan son el complemento ideal que armoniza con el circo, especialmente ahora, cuando la Isla se ha convertido en el destino elegido por músicos y otros artistas famosos que –a pesar de nuestros muchos pesares– logran colmar plazas y desbordar entusiasmos en las masas.
La buena noticia, no obstante, es que después de cualquier paso adelante, por tímido e incompleto que sea, siempre el retroceso tiene un mayor costo para la cúpula. Lo demuestra la actual crisis migratoria a contrapelo de los Lineamientos y las promesas oficiales, que ya se ha erigido la mayor epidemia endémica que asuela al país y sigue diezmando la población. A este paso la dictadura sucumbirá, no porque la hayamos derrocado, sino porque no quedarán esclavos suficientes para cubrir las plazas de la servidumbre.