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General: Ángel Santiesteban: Escribo para justificar mi espacio en la tierra
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 26/04/2016 17:17
“MI MAYOR DESEO ES PODER VIVIR EN UN PAÍS LIBRE
DONDE DECIR LO QUE PIENSO NO ME LLEVE OTRA VEZ A LA CÁRCEL”.
 
foto-2.jpg (800×600)
 
Ángel Santiesteban:
“Escribo para justificar mi espacio en la tierra”
                 Por Maykel Paneque -
 Llega puntual, sonriente y envuelto en colonia, con la frescura de quien ha tomado un baño antes de iniciar una batalla. Un amigo auguró que Ángel Santiesteban me citaría en un búnker para realizar la entrevista, pero al llamarlo en la mañana quedamos en vernos en la céntrica cafetería de 23 y 12, a las dos de la tarde.

Su voz sonaba cenagosa, paladeaba las palabras con dificultad como si lo hubiera arrancado del sueño. Y era verdad. Se aliviaba de una resaca literaria que lo mantuvo en vilo desde las 12 hasta las cuatro y media de la mañana, su horario preferido para escribir. Lleva semanas acosado por un régimen de trabajo intensivo. Se levanta a las ocho de la mañana, relee y corrige lo escrito de madrugada y vuelve a sumergirse hasta el mediodía en la atmósfera y personajes que reclaman continuar su vida, por corta que sea.

Nada de humo, nada de alcohol ni música. A solas con sus demonios, se sienta  cada día frente a la computadora y empieza a describir la película que asoma en su mente. “Así me vienen las ideas, primero una imagen, luego una película en movimiento. Nada de notas ni bosquejos”, dice, y comenta lo atareado que está. Debe enviarle al escritor cubano Amir Valle, que reside en Alemania, un cuento cada semana para publicarlos en un libro por la editorial alemana Fischer. Hubiera preferido sacar primero Dios no juega a los dados, novela de tema carcelario, un testimonio sobre su reciente pasantía en prisión, pero Amir, quien además es su amigo y agente literario, le ha recomendado dejarla reposar.

El celular de Santiesteban vibra. Es su novia, lo atiende. “Es para recordarme que a las tres tengo cita con el médico. Lo había olvidado por completo, me lo dijo antes de venir para acá”. Veinte escasos minutos tendremos, de no presentarse otra urgencia.

Se le nota agotado, no puede disimularlo aunque quiera. Con el dedo índice y el pulgar se frota los ojos en círculos. “Este calor agobia, adormece. Pero tú tranquilo, al caballo aunque lo veas taciturno, aparentemente cansado, no le creas, trabaja con la mente. Así que no te preocupes, sigamos.” Este Leo que naciera un 13 de agosto, y que en el horóscopo chino representa al caballo, padece gastritis crónica, hernia hiatal, y una úlcera sangrante mortificándole las paredes del estómago. Días atrás le descubrieron un coágulo de sangre en la zona intestinal que hace más delicado su estado. Con razón ha perdido peso.

“Todo eso lo agarré en mi última estancia en prisión, dos huelgas de hambre, una de 16 días y otra de 18. Quería ver si lograba un escarmiento a este régimen totalitario que apenas deja respirar. Eso quería. Sacrificarme, y con mi muerte intentar dañar la dictadura de este país, hacerla responsable”. Transcurría el año 2013. La actriz cubana Sheila Roche, su compañera en ese entonces, fue quien lo hizo entrar en razón en una visita que le permitieron a la prisión. “¿Tú no jodiste nuestra relación? ¿No querías estar preso? Ahora no te quieras morir, haz lo que viniste hacer aquí. ¿No era denunciar, según tú, los abusos que ves a diario?, pues hazlo entonces. Eso me dijo Sheila y le hice caso”.

Una anciana encorvada se acerca a la mesa, sujeta en su mano un rosario de paquetes de maní. Santiesteban compra 10 y alza la mano al camarero. Me pregunta qué deseo tomar y coincidimos en maltas. Este escritor, sin el cual no puede dibujarse el mapa de la Cuba literaria, desayuna yogurt, frutas, jugos naturales y galletas. Debe huir del café, los frijoles y las bebidas gaseosas. La tiranía alimentaria que le impone el médico es tan arbitraria que si la siguiera al pie de la letra se aburriría de comer siempre lo mismo, por eso constantemente viola la dieta prescripta.

“Ni siquiera esto puedo comer”, dice mientras abre un cucurucho, vacía la mitad en su boca, y comienza a masticar. “Suerte que hoy con el médico es rutinario, nada de tragar una manguera que me bucee en el estómago”, y comprueba la hora en el reloj de pulsera que lleva en su mano izquierda. “Me jode que me controlen, por eso nunca quise ser niño. Detesto que me gobiernen. Nunca me adapté a que me mandaran, nunca soporté que estuvieran dirigiendo mi vida y me impusieran horario. Aun si la libertad me llevara al fracaso la seguiría eligiendo”.

Abre la lata de malta, bebe un sorbo y permanece concentrado y serio, como si le irritara husmear en una infancia que se resume en ver a su madre, con oficio de peluquera, manteniendo cinco hijos en un barrio marginal. Una madre que nunca le leyó cuentos, sin embargo, vivió con el cargo de conciencia de tener un hijo con un foco epiléptico producto de una caída durante el embarazo. “Como lo mimaba en todo consentía, incluso, en que él, mi hermano, me pegara. Era muy violento. Tuve que esperar a la adolescencia para hacerme respetar. Un día se lo dije a mi madre: el daño se lo hiciste no al caerte, sino después, en la crianza”.

Agita una mosca que intenta posarse sobre la lata de malta y es como si espantara de una vez esos recuerdos infantiles y quisiera saltar en busca de la adolescencia, cuando empezó a vivir una adultez temprana aquel día de 1984 en que fuera a despedir a su hermana y su cuñado que iban encaramados en una lancha rumbo a Miami.

Pero el destino quiso que los guardafronteras lo sorprendieran en el intento y él, Ángel Santiesteban, sufriría el primer encarcelamiento por el delito de encubrimiento. “Me dijeron que yo tenía el derecho de delatar a mi hermana. Estuve 14 meses esperando el juicio, hasta que fui absuelto. Ella y mi cuñado tuvieron que permanecer encerrados  10 años por intento de abandono ilegal del país y delito de robo con fuerza, la lancha era propiedad del Estado”.

Ahora sonríe, por vez primera. Se remonta a su época de estudiante en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos a los 17 años. Le había enviado una carta a su hermano de misión internacionalista en Etiopía, le decía estar preparado para ser su relevo en África. “Gustó tanto la carta, y tantos soldados querían copiarla, que la colocaron en un mural al lado de las efemérides. Entonces me escribió diciéndome que debería estudiar Filología. Pensaba que era una carrera de Medicina. Cuando supe que era de letras me sentí ofendido, en aquel momento pensaba que la literatura era para débiles, homosexuales. Le envié otra carta, le decía que no me subvalorara, que lo mío eran las armas, lo militar”.

Será en la prisión donde lo asalte la vocación por escribir y la voracidad por los libros. Leía Diecisiete instantes de una primavera, de Iulián Simionov, para aprender cómo narrar, insertar los diálogos, describir. Lo asfixiaba la historia de varios estudiantes palestinos que enfrentan al ejército iraní desde la retaguardia y terminan inmolándose. “Al salir de la prisión conocí al chino Heras y le di a leer la novela. Me aconsejó buscar un taller literario donde aprendiera técnicas narrativas. Me dijo que era un diamante en bruto, que literalmente estaba en pañales”. Entre las sesiones del taller y libros que le prestaba Eduardo Heras León, empezó a recopilar testimonios que grababa a soldados que habían participado en diferentes misiones internacionalistas y escribió su primer libro de cuentos: Sur: latitud 13. “Es la otra cara de Angola. Algunos veteranos me pedían que apagara la grabadora cuando la vivencia era muy desgarradora. Muchos al leer el libro piensan que viví esa guerra”.

foto 2“Ahora te vas a desayunar algo que pocos conocen”. Hace una pausa, abre la boca y sacude medio cucurucho de maní. “En el año 92 mandé Sur: latitud 13 al Premio Casa de las Américas y lo gané. Abilio Estévez, uno de los jurados,  me llamó para felicitarme.

Cuando internamente se supo el veredicto, miembros de la Seguridad del Estado convocaron una reunión con todos los jurados y le dijeron que me harían daño premiando un libro que me traería problemas.

Admitían que no era un libro contrarrevolucionario, pero hablaba del lado humano de la guerra de Angola, una arista incómoda contrapuesta a las noticias oficiales, que hablarían conmigo para publicarlo en la editorial Letras Cubanas”. Santiesteban tuvo que contentarse con aparecer como finalista del Premio Casa. Lo ganaría a contracorriente en el 2006 con Dichosos los que lloran, cuentinovela de tema carcelario.

Pasaron los años y “Sur: latitud 13” dormía su sueño eterno en la editorial Letras Cubanas hasta que Santiesteban decide cambiar el título por Sueño de un día de verano y ponerlo a concursar. Entonces gana el premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), y de golpe descubre que la censura continuará acompañándolo como una mala confidente.

Le exigen, para publicarlo, renunciar a cinco cuentos. Más tarde, cuando Casa de las Américas preparaba un dossier de jóvenes narradores, envía a solicitud de la institución  tres cuentos para que escojan uno. Ninguno es elegido. Empezaba a gestarse lo que el mismo Santiesteban llamaría “los hijos que nadie quiso”, hijos marcados por el rechazo y la indiferencia, aunque algunos han logrado burlar la censura con el paso del tiempo.

Pero no es haber ganado el Concurso Nacional de Talleres Literarios con el cuento Sur: latitud 13, ni siquiera haber resultado mención en el Premio Juan Rulfo de Radio Francia lo que le dio la fama desde temprano a finales de los 80, sino el altercado con el escritor cubano David Buzzi en un evento literario en la provincia de Pinar del Río.

“Buzzi alardeaba de haber escrito 10 libros y en el restaurant dijo: por eso a mí sí hay que mamármela. Yo, que estaba al lado de su mesa, le dije a los que estaban en la mía: pues prefiero mamársela a tener que leer alguno de sus libros. Él escuchó y me llamó afuera para pedir explicaciones. Pero las pidió empujándome y le caí a trompadas. Después me decían: así que eres quien le dio la golpiza a Buzzi”.

El móvil vuelve a vibrar. Santiesteban no lo atiende, se limita a mirar nuevamente el reloj y me observa como otorgándome la posibilidad de otra pregunta. Doy un sorbo a la malta. Pienso en las posibilidades de viajar al extranjero que tenemos los cubanos. Casi nulas. Con el salario sería impensable contar, aunque lo acumulemos íntegro de por vida.

He visto envejecer a tantas mujeres y hombres que cifraron las esperanzas en un sueño que no verán cumplido. Hombres y mujeres con más de 30 años de trabajo, desgastando una vida que jamás conocerán, no digamos París, Ámsterdam o Estocolmo, sino una calle despoblada de Haití o contemplar de lejos una chabola en el Congo.

Santiesteban, a quien han invitado varias instituciones extranjeras a varios actos culturales en sus respectivos países, tendrá que esperar hasta el 2018, año en que cumple su estado de libertad condicional. “Por una farsa insostenible, algo posible en un país como este, que alardea tanto de mostrar una democracia donde disentir es pasarse automáticamente al lado del enemigo”.

Engulle otro paquete de maní y me acerca el último. Mira el reloj y llama al camarero para pagar la cuenta. Es como si avisara que los minutos de confesiones han terminado. Este narrador incómodo para la oficialidad creó el blog “Los hijos que nadie quiso” para cumplir otro sueño: escribir en un periódico desconocido, en un espacio desapercibido, sus inconformidades sociales y políticas.

Ahora que cumplirá 50 años dentro de pocos meses, se siente el mismo adolescente que compraba motos y carros para repararlos y revenderlos, una manera como cualquier otra de intentar vivir una vida que se desvive en el esfuerzo diario de vivirla.

“Escribir justifica mi espacio en la tierra, no le veo sentido a mi vida si no realizo ese acto cada día. Escribo para expresar los sentimientos de aquellos que quieren ser escuchados”. Padre de dos hijos, no lee qué escriben de él o sus libros. Solo teme no poder decir lo que piensa. Admira a Hemingway, Juan Rulfo, Isaac Bábel. Detesta a los políticos que se hacen pasar por escritores. Cuando no escribe ni lee, va por sus amigos, visita el teatro o ve una película. Si la interpreta Morgan Freeman o Denzel Washington mejor, sus actores predilectos. “Me conquistaron el alma mientras estudiaba Dirección de Cine”.

¿Y la literatura cubana, qué te parece? Agrupa los cucuruchos vacíos de maní y los convierte en una pelota. Parece buscar un cesto para lanzar una canasta. “A la literatura cubana le falta libertad y le sobra el miedo, la autocensura. Las consecuencias de decir lo que se piensa son grandes y no todos están dispuestos a asumirlas. Te silencian, no te permiten publicar ni formar parte de comitiva alguna que salga de viaje. No te invitan de jurado a concursos ni a nada. Pero no te pueden obligar a dejar de escribir, por eso digo que si la censura institucional es dañina, peor es la autocensura. La censura no te publica, es verdad, pero lo que escribes está ahí en la gaveta. Cuando te autocensuras abres un vacío al no escribir lo que tenías pensado”.

De adolescente Santiesteban se negaba a publicar sus cuentos para no tener que verle luego la cara al arrepentimiento. Prefería esperar, madurar lentamente sin prisas. Hasta que en una tertulia Amir le robó “Ellos”, una historia de amor abocada al fracaso, y la publicó sin su autorización en la revista Alma Mater. “Heras me llegó a decir: si no me entregas un cuento para publicar en la revista Letras Cubanas olvídate de mi apoyo literario. La verdad nunca estuve apurado, quería llegar a esta edad sin lamentarme de haber publicado algo que debí desechar a tiempo”.

El celular vuelve a vibrar. Definitivamente el tiempo de acosarlo ha terminado. No necesita mirarme, comprendo al instante. Sus palabras justifican sus actos, es cuestión de buscarlas, leerlas, a veces dispersas en una pancarta. Nunca ha votado ni ha pertenecido a ningún comité, su sacerdocio es la literatura. “Un día de elecciones municipales, si se puede llamar elegir lo que a uno le imponen como candidatos, puse una pancarta enorme en el portal de la casa que decía: en esta casa no se vota, nosotros botamos al gobierno y sus mentiras”.

De no atravesarse la literatura en su camino, quizás se dedicara ahora al dibujo. En la secundaria creaba cómics indiscriminadamente. “Pero en esas historietas crecía tanto el globito que un día me dije: mejor te dejas de tantos globos y escribes. La inclinación por contar siempre fue mayor”. Se levanta. Quizás la pierna entumecida es apenas un disimulo, una manera cortés de anunciarme que ya el tiempo acabó. No podré saber su mayor deseo. Se irá y me quedaré con esa incógnita martillándome dentro, pero se detiene y se vuelve para mirarme fijo a los ojos: “Mi mayor deseo es poder vivir en un país libre donde decir lo que pienso no me lleve otra vez a la cárcel”.
               


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