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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 28/04/2016 12:15 |
Adiós a Jaime Ortega
El adiós al vedettismo de Jaime Ortega
Un movimiento incierto en la Iglesia Católica
Tan mal están las cosas en Cuba que cualquier noticia de renovación en las cúpulas del país —aunque sea una jubilación a medias como la que se anuncia para Jaime Ortega— es una buena noticia.
El cardenal Ortega fue arzobispo de La Habana desde 1981. A cambio de ganar espacios para su iglesia, se congració tanto con el castrismo que acabó siendo percibido como un miembro más del engranaje del régimen. Bajo su liderazgo la Iglesia Católica buscó y logró recuperar presencia social, lo cual no es ilícito. Sí lo es el haberlo hecho a costa de no denunciar la crisis social, política y económica inducida por la dictadura, la ausencia de libertades fundamentales, a cambio de negar la existencia de presos políticos y de haber servido de vocero del régimen en tribunas internacionales.
En estas tribunas, el cardenal puso en evidencia su desprecio clasista, su falta de piedad y misericordia, de amor pastoral y de simpatía por el prójimo, por "gente sin educación" o "delincuentes", como tildó a ciudadanos cubanos que demandaban derechos. Ortega olvidó la misericordia que Jesús mostró ante ladrones y prostitutas. Codearse con los "príncipes" castristas lo hizo arrogante y lo llevó a desviarse del camino al que jurara dedicarse.
Hizo de recadero del Ministerio del Interior cuando se trataba de enviar al exilio a los prisioneros políticos de la Primavera Negra —permitió así que el régimen no tuviera que sentarse a hablar directamente con los grupos de la sociedad civil que en ese momento ejercían gran presión—, y luego se dedicó a negar la existencia de esos mismos luchadores en Cuba. Formó parte así de las campañas de prestidigitación del régimen: desaparecer a gente y luego afirmar que esa gente no existe.
Por todo ello, aunque la causa de la democracia en Cuba no deba esperar mucho del papa Francisco y las estrategias vaticanas, el hecho de que Jaime Ortega haya salido de escena (al menos en parte) es ya un avance.
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Un movimiento incierto en la Iglesia Católica
Juan de la Caridad García, el nuevo arzobispo de La Habana.
Por Michael Suárez | Madrid | Diario de Cuba Juan de la Caridad García es "un pastor que huele a oveja", dijo este martes la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba sobre el nuevo arzobispo de La Habana. Y, aunque el organismo olvidó explicar a qué olía el cardenal Jaime Ortega, anterior prelado de la capital, sí agradeció su "invaluable labor pastoral".
Tras 35 años al frente de esa demarcación eclesiástica, hay mucho que opinar sobre el "príncipe" jubilado. Desde el punto de vista positivo, es innegable que rescató a la Iglesia habanera de la desolación de los años 70. En ese proceso, reconstruyó sus instituciones y puso en marcha un proyecto pastoral en circunstancias muy difíciles para los católicos. Poco después de que Juan Pablo II lo ordenara cardenal, tomó el camino más fácil, el del acercamiento al régimen a cambio de pequeñas prebendas. Tal viraje lo convirtió en una de las figuras más odiadas por los sectores contestatarios del país, e incluso dentro del clero y el laicado.
Todo empeoró tras la jubilación de los obispos Adolfo Rodríguez (Camagüey), José Siro González (Pinar del Río) y Pedro Meurice (Santiago de Cuba), los grandes horcones del catolicismo cubano frente al castrismo.
Es imposible olvidar el nebuloso papel de Ortega como recadero del Ministerio del Interior en la deportación masiva de presos políticos hacia España. O cuando calificó de "delincuentes" —sin la más mínima compasión católica— a los disidentes que en 2012 ocuparon la Basílica de la Caridad en La Habana. Y, como si fuera poco, en el último año le dio por afirmar, ante cada micrófono extranjero que le ponían delante, que en Cuba ya no quedaban presos políticos.
Nuevo, pero conocido El nuevo arzobispo de La Habana, un hombre callado, discreto y centrado en la vida pastoral, es una clara enmienda del Papa al vedettismo de Ortega, por más que Roma se esfuerce en demostrar lo contrario. Tal decisión no significa que Juan de la Caridad García vaya a tenerlo más fácil. En el tranquilo Camagüey, el discípulo de monseñor Adolfo ha estado al margen de los sectores independientes, aunque también (es de justicia decirlo) del politiqueo con el Gobierno.
Al nuevo titular ahora le toca posicionarse, y ayudar a resolver problemas. No porque la Iglesia Católica deba entrometerse necesariamente en política, sino porque Cuba es una dictadura. El pueblo de Dios que se le ha encomendado sufre cada vez más, sin opciones visibles, a ambos lados del Estrecho de la Florida. Monseñor García podrá recuperar propiedades y templos, elevar santos a los altares, traer un cuarto papa a La Habana e incrementar las vocaciones, pero si no se acerca al principal problema, de la manera en que considere oportuna, su obra será un fiasco.
Dado sus antecedentes, difícilmente la Iglesia Católica cubana conseguirá abandonar el secretismo informativo, estilo Comité Central, con que sus actuales jerarcas se manejan. Ni Ortega ni Dionisio García, ni Juan de la Caridad ofrecen ruedas de prensa, ni se dejan entrevistar fácilmente. Todos han preferido la tranquilidad del diario Granma, que no reseña sus labores eclesiales, pero tampoco los critica.
El nuevo arzobispo de La Habana tiene un mundo por delante, quizás demasiado para su temperamento. Bajo la cercana vigilancia del cardenal y como nuevo interlocutor de la familia Castro, según se necesite. Religiosamente hablando, solo Dios sabe si su perfil es el que Cuba necesita ahora.
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