Luces, lentejuelas y mal servicio en el Tropicana
Los visitantes soportaron incomodidades y un servicio lento
Clientes se quejaron porque no les sirvieron las bebidas cuando las pidieron
Los pasajeros del crucero Adonia pagaron $199 por ir al Tropicana en La Habana
Por Mimi Whitefield - El Nuevo HeraldA través de dictaduras, la época de la mafia, la revolución y los grandes cambios en la sociedad cubana, una de las instituciones que ha perdurado es el cabaret Tropicana.
Inaugurado en 1939 en las cercanías de La Habana, todavía ofrece al visitante la combinación probada de música, bailarinas con cuerpos esculturales en trajes de lentejuela y plumas bajo las estrellas, como era cuando Nat King Cole, Carmen Miranda y Josephine Baker se presentaron aquí.
Ha habido algunas concesiones a la modernidad: luces LED han sustituido al neón en algunas partes y el sistema de luces y sonido ha sido mejorado, pero las características fundamentales que le ganaron a Tropicana la reputación de ser “el paraíso bajo las estrellas”, no han cambiado para nada.
“Es como cinco espectáculos de Las Vegas en uno, de los de antes”, dijo uno de los pasajeros del crucero Adonia que llegó a La Habana esta semana, en lo que constituye el primer crucero que llega a la isla procedente de Miami en más de 50 años. La marca Fathom, propietaria del Adonia, es a su vez una filial de Carnival Corp., con sede en Doral, Florida.
El espectáculo, coreografiado por Tomás Morales, destaca los ritmos de Cuba –rumba, mambo, danzonete, jazz latino, chachachá– y cuenta con cantantes, acróbatas y unos 200 bailarines.
Los cantantes y bailarines deslumbran con lo que parecen miles de vuelos en sus resplandecientes trajes, tocados imposiblemente altos, incluidas lámparas iluminadas sobre la cabeza en uno de los números, y ropas mínimas que revelan la rica diversidad de la población cubana.
Durante todo el espectáculo hubo un desfile interminable de colores: rojos, naranja, verde y púrpura, así como tocados con los brillantes tonos de las frutas tropicales.
Pero otras cosas han cambiado. La mafia, que otrora controlaba los casinos, hoteles y muchos centros de entretenimiento en La Habana, hace muchos años que desapareció del lugar, y lo mismo le sucedió al casino que entonces atraía a tantas personas al lugar.
En los años 1950, los viajeros podían comprar un paquete que incluía el boleto aéreo, el espectáculo en Tropicana, y estaban de regreso en Estados Unidos el día siguiente a las 4 de la madrugada. Poco después de la revolución, el gobierno se hizo cargo del cabaret, y todavía lo administra.
Tropicana sigue llenándose de clientes, pero ahora el abarrotamiento es extremo. Las mesas están tan juntas que los clientes apenas pueden sentarse. Hay muchas mesas colocadas en una posición incómoda y los visitantes se ven obligados a ver el espectáculo de lado.
Estos días se ven menos cubanos que hace varias décadas. Algunos todavía van en ocasiones especiales, pero el lugar es caro y los extranjeros son la mayoría de los clientes.
Los organizadores de Fathom habían esperado completar la atmósfera de un viaje al pasado con un paquete que incluyera el viaje al cabaret en carros clásicos estadounidenses, por $219 por persona, pero la compañía no pudo completar los arreglos a tiempo para el viaje del Adonia.
Una excursión desde el Adonia, atracado en La Habana Vieja, hasta el club, en la zona de Marianao, en autobuses con aire acondicionado, costó $199. Eso incluía el espectáculo, agua embotellada, una copa de champaña, un trago adicional y una botella de ron Havana Club por mesa, a las que por lo general se sientan cinco personas.
Los tragos extra cuestan 5 pesos convertibles (poco más de 5 dólares); el agua y los refrescos cuestan 3 CUC.
Pero la manera en que sirven los tragos provocó una rebelión entre los pasajeros del Adonia. Aunque el grupo ya estaba en sus mesas a las 8:45 p.m., y el show debía comenzar a las 10 p.m., el guía les dijo que no comenzarían a servir bebidas hasta poco antes del comienzo del espectáculo, y que cualquier trago adicional tenían que pagarlo aparte.
Los camareros estaban ocupado sirviendo a los clientes, excepto las mesas de los pasajeros del Adonia, quienes se vieron en un desierto de alcohol en medio de un mar de bebedores.
Después que el grupo llevaba más de media hora en las mesas, un hombre comenzó a llamar a los camareros:, “Oye, llevamos aquí media hora y nadie nos ha venido a servir. Tengo sed”.
Al final comenzaron a servirlos, pero las botellas de Havana Club Añejo Especial llegaron tan tarde que en algunas mesas apenas las tocaron antes que terminara el espectáculo de media hora.
Eso hizo que el individuo impaciente creara una petición que presentó a un empleado de Fathom, quejándose de que “no nos sirvieron nada a tiempo”.
“Ese es el problema de tratar con los estadounidenses”, dijo en voz baja una mujer del grupo.
Pero incluso el inconforme y sus colegas de la mesa reconocieron que la estaban pasando bien cuando las bailarinas con la lámpara en la cabeza entraron al escenario y dos acróbatas empezaron a hacer contorsiones.
En el último número, las bailarinas bajaron del escenario y algunos clientes se levantaron de sus mesas para bailar con ellas.
“Después de ver esto puedo entender lo multiculturales que son los cubanos”, dijo Tavia Tiblets, de Fort Worth, Texas, una de las pasajeras del Adonia que fue al Tropicana con su esposo.
Para entonces, los clientes comenzaron a salir del lugar, el cielo se había despejado y las estrellas brillaban de nuevo.
La excursión al Tropicana fue parte de un viaje de pueblo a pueblo, y Fathom lo considera una inmersión profunda en la cultura cubana.
“Disfrute de la música, los colores y la belleza del folclor cubano y caribeño de manos de algunos de los mejores artistas del mundo”, explica el material de promoción de la excursión.
Algunos pasajeros habían pensado que eso significaba que tendrían intercambios “significativos” con los artistas, porque eso es parte fundamental de las nuevas normas de viajes, aunque los viajes de estadounidenses a Cuba siguen prohibidos, excepto en las 12 categorías establecidas por Washington.
Pero lo más cerca que pudieron estar de las bailarinas fue cuando pasaron junto a las mesas al final de show.