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General: Para Ernest Hemingway, La Habana era una fiesta
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 09/05/2016 15:56
Para Ernest Hemingway, La Habana era una fiesta
‘Papa Hemingway in Cuba’, la primera película norteamericana filmada en la isla desde 1959, revive la figura del escritor
El escritor fue a Cuba por primera vez en 1928 y a partir de ahí desarrollaría una intensa relación vivencial y literaria con el país
 
ernest-hemingway-01.jpg (640×480)
Ernest Hemingway
       POR JORGE POSADA
La tarde del 25 de julio de 1960, Ernest Hemingway se fue de Cuba para nunca más volver. En los últimos años, su salud había empeorado considerablemente debido a una vida llena de alcohol, aventuras y abusos físicos. Padecía de hipertensión, diabetes y hepatitis, pero soportaba una enfermedad aun peor: se había cansado de vivir.
 
Pasó sus últimos días en una apartada cabaña de los bosques de Ketchum, Idaho, uno de sus lugares preferidos para cazar; quizás en busca de los remotos y felices años de su infancia; cerca de la naturaleza. Pocas semanas antes de cumplir 62 años, impotente, con la memoria perdida y profundamente deprimido, al amanecer del 2 de julio de 1961 se voló la tapa de los sesos con una escopeta de dos cañones. Era su escopeta de caza favorita, la misma con la que había matado a tantos animales.
 
Cincuenta y seis años más tarde, el famoso escritor vuelve a la isla a través del cine, con Papa Hemingway in Cuba. Interpretada por Giovanni Ribisi, Adrian Sparks y Joely Richardson, y producida y dirigida por el iraní Bob Yari, es la primera película norteamericana filmada en suelo cubano desde la revolución de 1959.
 
Estrenada el pasado 29 de abril, y realizada con la autorización de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos antes de que se restablecieran los lazos diplomáticos entre los dos países, la cinta narra la historia de Ed Myers, un joven periodista de The Miami Herald que, a finales de los años 1950, viaja a La Habana para conocer a su héroe, el legendario Ernest Hemingway luego de expresarle cuánto lo idolatraba en una carta que, sin él saberlo, su novia le manda secretamente al escritor. Hemingway queda tan impresionado por la entusiasta carta que lo invita a su casa para irse de pesca. Al cabo de varias visitas, Myers conocerá mejor a su ídolo, al amor que siente por Cuba y por su pueblo, a las penas que lo amargan y se inicia una especie de relación de padre e hijo entre los dos.
 
Las autoridades cubanas ayudaron en la realización y permitió que se rodara en diferentes lugares de La Habana y en la reservada Finca Vigía, la casona de Hemingway que tras su muerte se transformó en museo.
 
  
Cuba no lo impresionó
Hemingway fue a Cuba por primera vez en 1928 cuando recorría la Corriente del Golfo con un grupo de amigos bebedores. Siendo muy joven había vivido una intensa experiencia en la Gran Guerra como conductor de ambulancias; día a día vio de cerca a la muerte, un bombardeo de mortero le causó graves heridas en las piernas y se enamoró de la enfermera de la Cruz Roja que lo cuidaba en un hospital italiano. También venía de vivir en los agitados años 1920 en París –una época que narraría magistralmente en París era una fiesta– como corresponsal extranjero del periódico Toronto Star Weekly, se había casado vez con Hadley Richardson, tenía un hijo, y luego de publicar en diferentes revistas muchos reportajes y cuentos, en 1925 vio la luz En nuestro tiempo, una colección de narraciones, y al año siguiente, su novela, El sol siempre sale, situada en el Festival de San Fermín, en Pamplona, España. Lo atormentaba la angustia de que su matrimonio con Hadley se hubiera ido a pique con gran rapidez, entre otras razones por el romance que tenía con la periodista Pauline Pfeiffer, y la pareja terminó divorciándose.
 
Aunque al parecer, el encuentro inicial de Hemingway con la isla no tuvo mayor importancia, no tardó mucho en cambiar y empezar a maravillarse. Instalado en el hotel Ambos Mundos, en la esquina de Obispo y Mercaderes, La Habana Vieja, por las noches frecuentaba dos bares muy visitados entonces: La Bodeguita del Medio, con una frase que se repetiría mil veces: “Mi mojito en la Bodeguita”, y el Floridita –La Cuna del Daiquirí. En el 2003, una estatua de bronce suya, recostado a la barra donde tantas veces bebió (según la leyenda, tiene el récord de haberse tomado 16 daiquirís dobles en una sola jornada), le rinde homenaje.
 
En 1929 publicó su trágica Adiós a las armas y a inicios de la década del 1930, Hemingway compró un barco al que bautizó Pilar y con el que se dedicó a navegar por todo el Caribe. Entre La Habana, Key West y Bimini, escribió Tener y no tener, que tiene uno de los inicios de novela más bellos y sencillos jamás escritos: “¿Saben ustedes cómo es La Habana cuando amanece, cuando los mendigos duermen todavía contra las paredes de los edificios y ni siquiera pasan los camiones que llevan el hielo a los bares?”
 
Desde Key West y a través del Golfo
Meses más tarde se casó con Pfeiffer quien, embarazada, quiso regresar a Estados Unidos. El novelista John Dos Passos le recomendó Key West como un lugar ideal para escribir y un tío rico de Pauline les regaló una casa. Alejado del barullo de las grandes urbes, no volvería a vivir en una ciudad populosa. En las aguas del cayo descubrió la pesca de la aguja y desde allí siguió visitando infinidad de veces La Habana.
 
Al estallar la Guerra Civil Española, Hemingway se fue a trabajar como corresponsal de guerra y llegó a la península en 1937. La periodista Martha Gellhorn –a quien había conocido poco antes en Cayo Hueso– se reunió con él en Madrid y, como le había ocurrido antes, empezó un apasionado affaire con ella, separándose de Pauline. Los nuevos amantes querían instalarse de forma estable en una casa y se mudaron a Cuba por su cercanía con el Golfo de México. Alquilaron Finca Vigía, en San Francisco de Paula, a unos dieciséis kilómetros del centro de la ciudad, que terminaron comprando. Gellhorn y Hemingway se casaron en 1940 y la mansión se volvió un acogedor refugio para escribir y escala de muchas celebridades; desde Ava Gardner, Gary Cooper y Marlene Dietrich hasta Errol Flynn, Alec Guinness y Spencer Tracy.

‘Gringo Viejo’ en Cojímar
Allí escribió gran parte de su obra pero, sobre todo, El viejo y el mar, una obra maestra de la literatura, y de todos sus libros el que más tiene que ver con Cuba. En él se vive una situación clásica de las ficciones hemingwayanas: la lucha de un hombre que se enfrenta sin cuartel, a un tenaz adversario. “El hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, dice el viejo pescador Santiago en una parte memorable del relato. Aunque no se menciona, los hechos suceden en Cojímar, un pueblito de pescadores donde Hemingway tenía atracado el barco en el que salía a pescar y a buscar submarinos nazis, renovado y equipado con artillería pesada. Gregorio Fuentes, un pescador de origen canario y arraigado en este poblado costero, fue el modelo que le inspiró a Santiago.
 
A la muerte del escritor, hay una anécdota que es verdadera y es también conmovedora: los pescadores fundieron sus anclas para crear un busto en su honor que montaron en un pequeño altar frente al bar-restaurante La Terraza donde Papa Hemingway se sentaba a conversar en su español de gringo viejo y a beber cerveza con la humilde gente del lugar. El espléndido texto de El viejo y el mar les expresa un sentido respeto, lleno de cariño y de admiración.
 
En la II Guerra Mundial, no siguió a Martha como corresponsal de guerra: quiso quedarse en Cuba trabajando, y en apenas cuatro años terminan separándose.
 
Alrededor de 1945 vivió en Londres donde conoció a la corresponsal de Time Mary Welsh, de la que se enamoró perdidamente y con la que se casó un año más tarde.
 
En 1954 recibió el máximo galardón con el que sueña cualquier escritor: el Premio Nobel. Tiempo después, regaló la medalla de oro a la patrona de Cuba, en el Santuario Nacional de la Caridad del Cobre.
 
Tras la muerte del escritor, Finca Vigía se convirtió en el Museo Hemingway, donde todo ha quedado igual: una biblioteca de más de 8,000 libros, montones de trofeos de caza, objetos de arte, cosas personales, viejos carteles de corridas de toros. Y el Pilar en el jardín.
 
Hemingway dijo alguna vez que no quería que nadie contara su vida hasta cien años después de su muerte. Sin embargo, una figura como la suya, su arrasadora personalidad y su indiscutible legado a las letras del siglo XX han llevado a incontables biografías, libros de memorias y ahora esta película. Hay que celebrar que haya existido Ernest Hemingway; agradecerle el poder sin igual de sus descripciones tan llenas de hallazgos simples y deslumbrantes; la maestría de sus frases cortas y directas y su recuerdo tan indestructible como su obra.
  
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Adrian Sparks y Joely Richardson en ‘Papa Hemingway in Cuba’
Fuente El Nuevo Herald


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