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General: Lo que queda de la heladería Coppelia cumple 50 años
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 04/06/2016 14:28
La heladería Coppelia cumple 50:
Ya no es lo que era pero conserva sus fans
La heladería se estrenó el sábado 4 de junio de 1966
El diseño es de Mario Girona, uno de los arquitectos cubanos más importantes del siglo XX
  
01-900.jpg (900×506)
El edificio en el corazón del Vedado habanero tiene forma de araña, y
en el segundo piso, un domo de luz formado por cristales de todos los colores de la tierra.
                 Por Jorge Posada -  El Nuevo Herald
Esa noche lo único que comimos en la casa fue un pan con tortilla y un vaso de agua y nos habíamos quedado con hambre. Después de comer, nos pusimos a hablar de lo que todo el mundo hablaba: habían abierto una nueva heladería de lo más bonita, en la esquina de L y 23, en el Vedado, que se pasaba todo el tiempo llena. Se llamaba Coppelia y llevaba dos semanas de inaugurada. Ya eran casi las doce, pero a mi madre se le ocurrió llevarnos para conocerla y tomarnos un helado. Su propuesta era fascinante: “Me han dicho que abre las 24 horas, que tiene un montón de sabores y que los helados son riquísimos”.
Aunque mi abuelo, que se preparaba para acostarse, no decía nada, estaba oyendo la conversación. De pronto, se levantó de la butaca donde estaba sentado, y con su inconfundible voz de boticario cascarrabias, dijo: “Eso es un disparate. A quién se le ocurre ir a las mil y quinientas hasta el Vedado para comerse una bola desabrida de mantecado”.
 
Se había equivocado porque los helados eran una delicia, pero nunca lo supo.
Mi madre, mi hermano y yo salimos apurados a buscar la última guagua de la noche. Como a la una de la mañana llegamos, y a esa hora estaba bastante vacía. A pesar de que ya tenía fama de que siempre había unas colas enormes, hicimos una bastante cortica. Mi hermano yo pedimos un plato que se llamaba Copa Lolita –dos bolas de helado con un flan en el medio–, mi madre otra que llevaba el renacentista nombre de Tres Gracias, y nos sentamos en una mesa en los jardines. Era la primera vez que iba a Coppelia y no había de ser la última.
 
Antiguamente, en el lugar estuvo situado el hospital Reina Mercedes, construido en 1886. Los terrenos para su edificación habían costado 3,000 pesos. Cuando fue demolido en 1954, la superficie estaba valorada en 250,000 pesos. La idea era levantar allí un rascacielos de 50 plantas, que superara al Focsa, aún el más alto del país con 36 pisos.
 
Pero el proyecto no se materializó, por la llegada de la revolución. Con anterioridad, allí había funcionado un centro recreativo llamado Nocturnal y un aburrido pabellón de turismo. El diseño de Coppelia estuvo a cargo de Mario Girona, uno de los más importantes arquitectos cubanos del siglo XX. Contó con el aporte de los dibujantes Candelario Ajuria y Rita María Grau. Girona ya era muy respetado por un célebre proyecto de cabañas de madera en forma circular, al estilo de una aldea taína que se bautizó con el nombre de Guamá, y que empezó a funcionar en la Ciénaga de Zapata como complejo turístico en 1962. Para la monumental heladería que se le encomendó hacer, Girona y su equipo se inspiraron en arquitectos alemanes y esbozaron cinco espacios pequeños, una cancha grande que se dividió en tres secciones y un segundo piso también dividido en secciones con un bello domo de luz formado por cristales de todos los colores de la tierra. El edificio tiene forma de araña, fue construido de hormigón armado y está rodeado de una exuberante vegetación con grandes árboles y plantas.
 
“SI ME PIERDO QUE ME BUSQUEN EN COPPELIA”
    Un fan de Coppelia, parafraseando a Lorca
 
La heladería con nombre de ballet se estrenó el sábado 4 de junio de 1966 y desde el inicio fue un éxito rotundo. Con el tiempo el lugar se convirtió en todo un símbolo para varias generaciones de cubanos. Es difícil que alguien que no tenga alguna historia o un recuerdo relacionado con Coppelia. En los primeros años ofrecía una carta con 26 cremosos sabores y 24 combinaciones irresistibles. Una bola de coco almendrado o de crema de vie costaba menos de un peso, y una Copa Melba, una Canoa y un Turquino, 90 centavos. Las colas no se acababan jamás.
 
Cuando aquello, con el odiado capitalismo aún demasiado cerca, La Habana era todavía mucha Habana, y a todas horas Coppelia era una escala obligada. Se llenaba de familias, de grupos de muchachas, de ancianos solitarios, de noctámbulos empedernidos, de extranjeros, de visitantes de otras provincias, y de hombres que salían a ver qué les reservaba el destino ese día. Las parejas de enamorados gritaban sin hablar sus ansias irreprimibles de vivir, y todos pensábamos que la vida nos iba a durar toda la vida. Coppelia era el lugar más visitado de El Vedado, y quizás de la ciudad entera. La última parada del día. Tengo un amigo que iba tanto que le gustaba parafrasear una famosa frase de Lorca: “Si me pierdo que me busquen en Coppelia”.
 
Pero a medida que pasaban los años y la desidia socialista empobrecía al país cada vez más, el helado se volvió un lujo y el antiguo esplendor dio paso al caos. En medio de un imperdonable descuido y de pésimas condiciones de higiene, su calidad decayó estrepitosamente. Se cuenta que durante el “período especial” –en los años 1990–, la heladería llegó a trabajar pocas horas al día. Había sólo dos o tres sabores (menta, naranja piña y coco) y los favoritos del público –chocolate, almendra y fresa– empezaron a desaparecer vertiginosamente. El presagio de mi abuelo terminó por hacerse realidad: el helado era aguado e insípido.
 
A 50 años de su inauguración, Coppelia no es ni remotamente la sombra de lo que fue. Con enconada ironía, los habaneros afirman que la llamada “Catedral del Helado” se derrite a pasos agigantados y es una vergüenza nacional.
 
¿Qué queda entonces de Coppelia después que cuatro generaciones de cubanos la visitaran, soñaran entre sus paredes y jardines y disfrutaran con ganas sus helados? El recuerdo de lo que fuimos; las burlonas trampas que nos tiende la nostalgia; una época en el que el interminable fragor de la vida era menos una queja.
          Vía El Nuevo Herald
 
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