La Cuba contradictoria
Todos los cubanos pueden y deben salvarla.
Nadie debe interponerse. Mucho menos los hermanos Castro
“Se vende esta casa”, reza el cartel colgado en una vivienda de Santiago de Cuba
Ana Lucía Ortega | Madrid, España | CubanetLa entrada del año 2000 supuso -en muchos casos así fue- la ruptura de esquemas sociales, políticos, culturales y diplomáticos. Valores presuntamente indestructibles se quebraron ante el empuje de este cambiante mundo nuevo dominado por la información, que hoy es el eje de la sociedad y de la vida.
A finales de 1999 nos habíamos adaptado a la destructiva idea de que la hecatombe llegaría de la mano del famoso “efecto dos mil”. Y como ésta no se presentara -salvo en minúsculos e imperceptibles errores cibernéticos-, nos quedamos navegando inmersos en las marismas de la contemporaneidad. Expectantes, porque era imposible que nada hubiera sucedido. Algo similar a lo acontecido en Cuba después de la famosa visita papal, en enero de 1998, cuando el status quo sempiterno borró las reminiscencias del júbilo experimentado por todo un pueblo, esperanzado en los cambios a los que, supuestamente, estaba abocada la Isla.
En Cuba todo seguía igual mientras a principios del año 2000 un niño cubano de seis años vivía la doble odisea de su vida. Si el balsero Eliancito hubiera sido un pantalón vaquero, habría protagonizado una fantástica y demoníaca imagen publicitaria demostrando la fortaleza de las costuras, con la familia tirando de las patas: la de la madre hacia un lado y la del padre hacia el opuesto. Quizás el cambio más palpable fue la instalación del ya histórico pupitre de alambrón soldado de Eliancito, emplazado en un lugar estratégico de La Habana para recibir aclamaciones y vítores; y en el comportamiento de las jineteras que merodeaban mucho más sutilmente por zonas hoteleras y turísticas. Aquél año 2000 se llamó en Cuba “Año del 40 Aniversario de la Decisión de Patria o Muerte”.
La Carta Magna cubana en su capítulo siete legitima casi todos los derechos, deberes y las garantías fundamentales protegidas por las constituciones modernas. El artículo 62, sin embargo, es un precepto que entra en contradicción con todo lo expresado previamente, dado que manifiesta que ninguna de las libertades reconocidas puede ir en contra de “la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo. La infracción de este principio es punible.” Esto significa que la libertad en Cuba está condicionada. Disentir de lo que dice el pueblo es castigado.
Es el carácter de una Cuba contradictoria bajo los Castro donde se pueden tener las ideas permitidas por un régimen constitucional que ampara la máxima: “el socialismo es irrevocable y Cuba no volverá jamás al capitalismo”.
Tras quince años, se ha autorizado la comercialización de viviendas en la isla y permitido la adquisición de automóviles a los nacionales y extranjeros residentes de forma permanente en Cuba. Sin embargo, ninguna de estas modificaciones legales ha representado una panacea para los cubanos, quienes, con sus ingresos, difícilmente puedan escriturar una hipoteca, ahorrar lo suficiente para sufragar en efectivo la compra de un inmueble y ni siquiera reparar el lugar donde residen. La compra de un vehículo solo se autoriza a quienes hayan obtenido ingresos en moneda libremente convertible, en funciones asignadas por el Estado o en interés de éste. Todo ello es un varapalo al artículo 41 de la Constitución que proclama que todos los ciudadanos gozan de iguales derechos y están sujetos a iguales deberes.
Anatematizar el sistema cubano ya no conduce a nada. Agua pasada no mueve molino. Las naciones del oriente europeo han demostrado con su descarnada inopia, el fracaso del marxismo leninismo. Las flamantes economías occidentales sufren hoy las consecuencias de una feroz crisis económica.
El actual acercamiento entre la Isla y Estados Unidos, ¿garantizará la fluidez que necesita la economía insular y la modificación del pensamiento socioeconómico del cubano, con los Castro moviendo aún los hilos del poder? ¿Es capaz el castrismo -absoluto paradigma de “la Cuba contradictoria”- de liderar el proceso de apertura democrática que necesita hoy este país? ¿Ha habido algún cambio palpable en el panorama nacional desde que se sucedieron las buenas intenciones de Obama en su indulgente discurso durante su visita a La Habana?
Los ilusionados, los desencantados, los emigrados, los que nunca salieron de la isla, los que estudiaron y los que no lo hicieron en las universidades, los inventores, los que han sufrido, los que han sido felices, los encarcelados, los que nunca fueron prisioneros ni disfrutaron de la libertad, los que leyeron a Marx, los que leyeron a Cabrera Infante, los que vivieron la infancia de “La Edad de Oro” de Martí y leyeron las fantasías de Tolstoi, los que disfrutaron con el ron a la roca que servían en “La Torre” del Focsa, los que bailaron con los Van Van, los amantes de la música de Olga Guillot, Celia Cruz y Noel Nicola, los creyentes, los ateos… Todos los cubanos pueden y deben salvar a Cuba. Nadie debe interponerse. Mucho menos los hermanos Castro amparados a la sombra del gobierno de Estados Unidos.