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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 15/07/2016 17:22 |
DROGA, ALCOHOL Y CUCHILLO EN LA HABANA, DE NOCHE Y DÍA
Pandilleros en La Habana
En La Habana existen pandillas juveniles que se dedican a robar y prostituirse. Muchos se enrolan en el ñañiguismo o la masonería. Abusan de sus mujeres y sin motivos golpean a gente indefensa.
Ni siquiera era un teléfono sofisticado. Pero eso no le importó a la pandilla juvenil que pasada las doce de la noche asaltó a Carlos, 12 años, estudiante de octavo grado, para despojarlo de su móvil, una gorra de béisbol y cincuenta pesos (unos dos dólares).
Sucedió en La Víbora, barrio del municipio 10 de Octubre. Junto a unos amigos, Carlos navegaba por internet en el Parque del Mónaco, a media hora del centro de La Habana.
De regreso a su casa, transitaba por las inmediaciones de la parroquia de San Francisco de Paula, en Mayía Rodríguez y Espadero, a tiro de piedra de Villa Marista, cuartel de la policía política, cuando fue asaltado por varios jóvenes que empuñaban armas blancas.
El adolescente no ofreció resistencia. Entregó el teléfono, la gorra y el dinero. Pero antes de marcharse, los delincuentes le dieron una cuchillada por la espalda que por poco no le atravesó el pulmón. Carlos salvó la vida gracias a la cercanía del policlínico docente Luis Augusto Turcios Lima.
Hechos violentos como ése no son casos aislados en la capital. Aunque la prensa oficial guarda silencio, las broncas con armas blancas y asaltos para robarle dinero a las personas en la calle, móviles o prendas de vestir se suceden con más frecuencia de la deseada.
Las zonas y parques con conexiones wifi, donde la gente acude con teléfonos inteligentes, tabletas y laptops, se han convertido en una especie de carnada para los malhechores locales.
En medio de un calor de espanto, con las nuevas medidas del gobierno de ahorro de electricidad y combustible que presagian una versión light del Período Especial y una crisis económica estacionaria que se extiende por veintiséis años, los cubanos se preguntan si esa combinación de penurias, billeteras vacías y falta de futuro, no propiciará el caldo de cultivo ideal para la proliferación de bandas delictivas.
“Hay muchos jóvenes desesperados. Sin dinero y viviendo en hogares que son auténticos infiernos chiquitos. Para muchos de ellos, la salida es enrolarse en pandillas, prostituirse o cometer atracos. Los síntomas son muy peligrosos. La pobreza y vivir sin un proyecto de vida puede desembocar en un camino a la marginalidad y delincuencia semi organizada”, expresa un sociólogo habanero.
Según Orestes, guardia en un reclusorio juvenil, “el número de presos en edades comprendidas entre 12 y 16 años aumenta por año. La mayoría son negros y mestizos de familias disfuncionales”.
Las drogas y el alcohol son un catalizador de numerosos hechos de sangre en La Habana nocturna.
Llamémosle Adrián, un joven negro de más de seis pies de estatura, trastornado por el consumo de ‘cambolo’, una droga letal. Es una mezcla de cocaína con diferentes aditivos y genera una trágica adicción.
“Adrián sale todas las mañanas bien vestido de la casa. Y regresa en chancletas y con un short ripiado. Cuando se le acaba el dinero, entrega su ropa a cambio de una dosis de 'cambolo'. Para comprar drogas, se robó un televisor y algunos electrodomésticos”, cuenta el hermano.
A un amigo Adrián le quitó el móvil y a otro le cogió la billetera. Y su novia le ayuda a mantener la adicción, prostituyéndose por 10 cuc en los alrededores de un bar privado.
En La Habana existen pandillas juveniles que se dedican a robar y prostituirse. Muchos se enrolan en el ñañiguismo o la masonería. Abusan de sus mujeres y sin motivos golpean a gente indefensa.
Para demostrar su hombría, cometen delitos que van desde sustraer neumáticos, arrebatarle una cámara de video a un turista desprevenido o acuchillar a un niño, como Carlos, para robarle su teléfono móvil.
El pandillerismo en Cuba no tiene el poderío de los carteles delincuenciales de Caracas o San Salvador. Pero existe. Y la prensa oficial hace mutis.
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El panorama podría llegar a ser muy similar al de algunos
países de Centroamérica donde el asunto está fuera de control
Un miembro de la pandilla Sangre por Dolor nos muestra las marcas que usa para identificarse en el grupo
Pandillas en La Habana, el crimen gana espacios
Ernesto Pérez Chang | La Habana | CubanetHéctor llegó a La Habana a finales del 2005. Tenía solo 15 años cuando se tuvo que enfrentar a una ciudad donde el mayor bienestar de sus habitantes es saber que sobreviven en medio de tanta inseguridad. Hoy tiene 25 años y no sabe de otros modos de subsistencia que no sean la prostitución, el proxenetismo y las pandillas.
Héctor vivía en Niquero, provincia Granma, cuando la mala fortuna invadió el hogar: el padre falleció en un accidente doméstico mientras intentaba rellenar un cilindro de gas para cocinar. Un par de años después, la madre enfermó de cáncer y él tuvo que abandonar los estudios en la escuela secundaria para ponerse a trabajar en la finca de un tío paterno que, además de pagarle muy poco, lo abusaba sexualmente e incluso lo obligaba a prostituirse.
Aunque era solo un niño de 12 años, el tío lo llevaba casi todas las noches a la casa de un amigo que le pagaba cien pesos [4 dólares] por violar al pequeño que, con el tiempo, llegó a aceptar que el mundo era esa atmósfera de maldades que lo rodeaba y de la que no era posible escapar sino solo adaptarse para continuar con vida.
“Aquí hay que sobrevivir como sea”, dice Héctor. Él solo ha accedido a hablar conmigo sobre su vida porque se lo ha pedido un amigo en común, que no es más que el médico al que siempre ha acudido en situaciones de emergencia. “Es el único tipo por el que doy la vida. Él único que me ha ayudado sin ningún interés desde que llegué a La Habana con 15 años”.
Héctor tiene VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana). Le detectaron el virus un par de años atrás cuando fue hospitalizado debido a las heridas de bala que recibiera en un enfrentamiento con otros pandilleros de la barriada de Mantilla, en Arroyo Naranjo.
“Cuando aquello yo no estaba en la banda [se refiere a la Banda del Diamante, que operaba fundamentalmente en las áreas aledañas al Parque de la Fraternidad y la calle Monte hasta la Terminal de Trenes] pero mi primo sí. Él tenía unos diez travestis que trabajaban para él pero uno se empató con un pinguerito [hombre que vive de la prostitución masculina] de Mantilla que estaba metido en Sangre por Dolor [pandilla], porque ahí todos son maricones. Un día me dice Lainier [el primo] que hay una fiesta en Mantilla y yo me voy con él. Yo no sabía que no podíamos entrar en Mantilla y por eso me fui y nada más que hicimos entrar a la casa, se armó. A Lainier le dieron un tiro y a mí me cogió uno en esta pierna y otro en la espalda que casi me deja inválido”.
Según María del Carmen Cordero, socióloga que participa de un estudio sobre el tema, aunque tienden a desintegrarse en poco tiempo, cada año surgen alrededor de 5 a 10 nuevas pandillas en La Habana, integradas fundamentalmente por adolescentes que viven en las zonas más pobres de la capital. También se ha notado un incremento de las bandas compuestas por jóvenes provenientes de las provincias orientales ―en especial de Granma (cerca del 40 por ciento de los jóvenes) y Guantánamo (casi el 30 por ciento)― que no pueden aspirar a un estatus legal en la ciudad, debido a las leyes migratorias que los persiguen como a delincuentes.
“Hay que tener en cuenta que, aunque algunas hasta tienen ritos de iniciación y marcas de identidad como tatuajes específicos, las bandas funcionan como especies de sindicatos donde los integrantes obtienen protección”, dice Maria del Carmen que además explica en qué consiste este tipo de amparo: “Yo he recogido testimonios de jóvenes que dicen haber sobornado a policías para que les permitan operar en determinada zona. No quiero decir que sea una relación directa con la institución policial, no creo que exista algo así, sino que se establecen relaciones de compromiso con los agentes que usualmente patrullan las calles. Quien recorre por la noche el Parque de la Fraternidad o la Rampa ―bueno, si se atreve a hacerlo―, puede identificar la presencia de pandillas que controlan la prostitución masculina y de travestis, incluso he visto realizar transacciones, negociaciones sexuales, delante de policías y no ha pasado nada, lo cual es un signo no de tolerancia sino de corrupción. Si el muchacho, la muchacha, no se integran a ese sindicato, se le hace muy difícil el trabajo, allí consiguen albergue, conexiones. Recuerda que los recogen en camiones y los deportan. Del mismo modo que hace la perrera con los animales. Es un delito ser oriental y pasar más del tiempo establecido en La Habana. Esas regulaciones han creado otros fenómenos relacionados con los regionalismos, el racismo, el establecimiento de jerarquías sociales entre los mismos cubanos y ha incrementado esos “sindicatos” que son las pandillas”.
Adrián, proveniente de Ciego de Ávila, tiene 31 y estuvo durante más de cinco años vinculado a la pandilla Sangre por Dolor donde admite que cometió varios crímenes violentos pero solo bajo los efectos del alcohol y las drogas:
“Lo que hay con Sangre por Dolor es un cuento. Es verdad que a veces le decíamos a alguien que entraba nuevo que pinchara [hiriera con arma blanca] a cualquiera, a quien le diera la gana, pero eso lo hacíamos por jodedera, uno se ponía a tomar, se fumaba un pitillo y entonces veía pasar a un infeliz y hacíamos la noche con él. No es como la gente dice, como si fuéramos unos delincuentes. Es verdad que había quien le arrebataba la cartera a una turista, o una cámara, una cadena de oro pero eso no quiere decir que fuera la banda. Lo que siempre hay anormales que se ponen a decir que son de Sangre por Dolor. Lo de nosotros, de verdad, son las jevas [se refiere a los travestis] y porque a ellas le gusta eso. Tener al macho que las controla y eso a mí me gusta, a cada cual con lo suyo”.
Cuando Adrián estuvo en la cárcel se desvinculó de Sangre por Dolor para unirse a una banda llamada de Los Ángeles, vinculada a la distribución de drogas, el proxenetismo y la prostitución masculina y que usa la esvástica como marca identificativa aunque dicen no estar de acuerdo con la ideología nazi. Un detalle curioso es que algunos de sus integrantes son de piel negra, como el propio Adrián que no oculta sus pensamientos racistas:
“Yo soy negro, es verdad, pero nunca ando con negros. Yo no sé pero jamás me ha gustado andar con negros. El tatuaje no significa nada. Me gustó y me lo hice. Los que andan conmigo también. Yo sé lo que hacían los nazis pero que yo me haya puesto esto no quiere decir que yo sea así. Yo no soy homosexual pero me gustan los travesti, y eso es otra cosa, un travesti es una mujer”.
Aunque las estadísticas regionales no clasifican a La Habana entre las ciudades más violentas de América Latina y el Caribe, en los últimos años se nota un incremento de la criminalidad asociada a las pandillas. El psicólogo Manuel Fabián Orta, que dirige un grupo de atención a adolescentes con trastornos en la conducta, reconoce que el fenómeno pudiera ir en aumento y que, en consecuencia, el panorama llegará a ser muy similar al de algunos países de Centroamérica donde el asunto está fuera de control:
“La violencia, asociada a pandillas criminales, crece y a un ritmo preocupante. Si no se hace algo, pronto será como en El Salvador o en Guatemala. Eso lo trae la pobreza. Hay demasiada pobreza. Espiritual y material. Los valores familiares, sociales, se han resquebrajado y ha surgido una mentalidad nueva, un verdadero hombre nuevo que no cree en otro valor que no sea el dinero. Todo es válido para obtenerlo y la sociedad cubana, lejos de convertirse en una sociedad con altos valores, como supuestamente era el plan de la revolución, se transformó en un cuadrilátero de boxeo donde solo se puede resistir, luchar y vencer, pero en los peores sentidos de esos términos. Vender el cuerpo no es un problema para ese hombre nuevo, perder la nacionalidad, tampoco lo es, y no les hablemos de identidad nacional ni cultural ni de trabajar por el futuro, porque no entenderían nada. El cubano típico, el común, solo sabe del presente, lo demás, como dicen los mismos jóvenes, es ‘estar mareado’ (no ser avispado)”.
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