Detrás de una fachada de unidad, la
Convención Republicana se parece a un circo romano
La salida de Ted Cruz fue una de las mas esperadas.
Finalmente no dio su apoyo a Donald Trump, por lo que la presentación terminó en abucheos.
Se supone que es una ceremonia, un solemne desfile político donde uno de los dos partidos más importantes de Estados Unidos corona a su candidato presidencial. Sin embargo, la Convención Republicana de esta semana ha tenido el aire cargado de un circo romano, una disputa tensa y extraña dominada por los gritos de los gladiadores y el clamor de venganza contra los enemigos cercanos y lejanos.
Un exsoldado hizo un llamado bélico para que se envíen más ataques aéreos a Medio Oriente. Los refugiados sirios fueron descritos como infiltrados del Estado Islámico. Varios oradores afroamericanos hablaron mal de los grupos que defienden los derechos de las personas de raza negra. Otros discursos atacaron de forma despiadada a la candidata demócrata, Hillary Clinton.
“¡Enciérrenla”, coreaba la multitud durante algunos discursos desaforados que describieron a Clinton como mentirosa, criminal, un riesgo para la seguridad nacional y —de alguna manera— simpatizante de Lucifer. A veces parecía que los delegados, en su mayoría blancos y mayores, esperaban que una figura con túnica apareciera y extendiera su pulgar hacia arriba o hacia abajo.
“Ustedes saben quiénes son”, dijo Rudolph Giuliani, exalcalde de Nueva York, mientras hacía una denuncia salpicada de terror que se refería a los terroristas islámicos, y el público se puso de pie. “¡Vamos a ir por ustedes!”.
Desde el fondo se asomaba Donald Trump, el multimillonario que ha desplazado a los líderes del Partido Republicano en Washington que alguna vez controlaban al partido. Trump forjó una nueva marca política basada en la ira y la denuncia que fue tan exitosa que ahora se ha convertido en el nominado del partido para ocupar la oficina más importante del país, y tener el cargo más poderoso del mundo.
Trump aceptó formalmente la nominación este jueves por la noche, un momento potencialmente transformador en la política estadounidense. El histórico partido de Abraham Lincoln, fundado bajo el principio de terminar con la esclavitud, estará dirigido por un candidato que ha dividido al país y a los republicanos como ningún otro en décadas.
En apariencia, los republicanos parecen estar uniéndose de nuevo a través de los ritos extravagantes de la conferencia de cuatro días. En los pasillos ruidosos de la Quicken Loans Arena, el lúgubre auditorio de Cleveland, los delegados hacen alboroto y usan sombreros estrafalarios con forma de árboles de Navidad o elefantes. Una mujer de Tennessee llevaba una piel de mapache en la cabeza.
“Somos los Cheeseheads”, dijo Barbara Finger, una jubilada de Wisconsin que usó un sombrero con forma de trozo de queso, el producto insignia de su estado.
Pero tras la fachada de unidad, las fragilidades del partido se han revelado poco a poco. El éxito arrollador de Trump llevó a que varios personajes emblemáticos del partido, entre ellos los dos expresidentes Bush, decidieran no asistir al evento. El último intento escandaloso de los delegados disidentes que buscaban detener a Trump fracasó, pero dejó a un sabor amargo. Un día después, los delegados del otro lado de la línea divisoria recibieron al senador Mitch McConnell de Kentucky, un poderoso líder del partido de la vieja escuela, con una ronda de abucheos.
Atrapado en medio del espectáculo estaba Paul D. Ryan de Wisconsin, el vocero de la cámara de representantes y presidente de la convención, quien dio un incómodo discurso que pasó sin pena ni gloria entre testimonios melosos de antiguos actores de telenovelas, figuras menores del deporte y una mujer que dirige la bodega de vinos de Trump.
No obstante, todos estuvieron de acuerdo en que la sorprendente victoria de Trump se basa en su habilidad para aprovechar el descontento de los estadounidenses. Jason R. Anavitarte, un delegado de Georgia que hizo campaña para uno de los rivales derrotados —el senador Marco Rubio de Florida—, dijo que Trump “había convertido la ira y la frustración en un producto” que podría venderse este otoño.
“Hay muchas personas que no se han recuperado de la crisis financiera de 2008”, dijo Anavitarte, refiriéndose a la crisis económica y de bienes inmobiliarios en Estados Unidos. “Se sienten desconectados de la política tradicional. Él permite que toda esa ira acumulada salga de su boca en forma de palabras”.
Laurel Fee, un activista del movimiento conservador Tea Party que ha causado divisiones internas entre los republicanos, confirmó esta idea: “Es el primero en decir las cosas que los demás decimos por debajo de la mesa”, dijo.
Algunos de los críticos de Trump, alarmados por sus tácticas descaradas, sus discursos de odio y su relación aleatoria con la verdad, han encontrado un triste consuelo al otro lado del Atlántico con el voto del Reino Unido para salir de la Unión Europea.
Los expertos dicen que los factores que están generando una corriente nacionalista son similares en ambos países: la ira entre los “perdedores” de la globalización, la frustración con las élites tradicionales, la ansiedad respecto de la inmigración y una xenofobia palpitante. Entre los invitados extranjeros en Cleveland esta semana estuvieron Nigel Farage, el político británico que fue uno de los impulsores del “Brexit”, y Geert Wilders, un miembro de derecha del parlamento holandés, más conocido por sus criticas mordaces al islam.
“Es una mezcla de economía e identidad”, dijo Robin Niblett, el director de Chatham House, un centro de investigación en Londres. En ambos países, los votantes de zonas desfavorecidas están respondiendo a lo que perciben como una pérdida de soberanía nacional, dijo, y agregó: “La gente siente que ha perdido el control”.
Afuera del centro de convenciones de Cleveland, Christopher Cox, fundador del grupo Motociclistas a favor de Trump, se tomaba fotos con los delegados mientras una canción de John Denver se escuchaba de fondo. Para Cox, la cultura de lo políticamente correcto tenía “enmudecido a Estados Unidos”. “Donald Trump hizo que fuera más fácil para los patriotas levantarse y decir lo que piensan sin temor a que los llamen racistas”.
“Los motociclistas estamos preocupados por el Islam radical y queremos saber quién retomará la batalla contra el Estado Islámico”, agregó. “Queremos que se construya un muro, queremos que se prohíba la entrada a los refugiados sirios. Eso no es racismo; es patriotismo”.
Los motociclistas hacen parte de una decena de grupos que inundaron Cleveland esta semana: anarquistas, cristianos evangélicos, defensores de derechos civiles, opositores, jóvenes capitalistas y socialistas involucrados en un intenso debate. “Construyan un muro contra Trump”, decía el letrero de uno de los manifestantes, quien jugó con la propuesta de Trump para construir un muro a lo largo de la frontera con México. Otros llevaban armas a la vista, como lo permite la ley estatal en Ohio. Un predicador gritó hasta quedarse ronco después de advertir sobre la perdición; otro hombre llevaba a su mascota: una iguana.
Todos se reunieron en la plaza pública de Cleveland, bajo un monumento a la Guerra Civil que representa a Abraham Lincoln mientras libera a un esclavo. Las discusiones iban de lo serio a lo ridículo, y en su mayoría fueron pacíficas.
Pero el martes, los gritos se convirtieron de repente en una lucha entre rivales, y cientos de oficiales de policía llegaron al lugar a pie, a caballo y en bicicletas. Al llegar, la policía se agrupó en la plaza donde se encontraba una multitud. Después persiguieron a los anarquistas en bicicleta por una calle vacía. La persecución terminó afuera de una tienda de tabaco cerrada. Sin embargo, había más fotógrafos que manifestantes, y el enfrentamiento se acabó después de algunas riñas.