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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 23/07/2016 15:09 |
Porno, por... ¡no!
Por Maykel González Vivero | Santa Clara, Cuba |
En Cuba el porno espanta con el mismo pavor que las drogas y las armas de fuego. La Aduana lo advierte con un pudor ejemplar: la cocaína, el revólver y el sexo graficado en cualquier soporte —papel, foto, video, pared— estremecen la catedral, ponen en crisis el orden, nos desarman la idea de moralidad. No pueden introducirse en el país. Solo hay una incongruencia: los elementos proscritos no resultan equivalentes. Usemos el argumento convencional: las drogas matan; las armas matan; el porno, ¿divierte? Los perros aduaneros pueden oler la marihuana y la pólvora; el porno demanda un olfato distinto, una comprensión más sutil.
Las representaciones eróticas tienen una historia respetable en los muros de Pompeya, en las cerámicas peruanas y en los grabados japoneses. El asco por el cuerpo, el gesto que disimula la existencia rotunda del cuerpo, parece patrimonio de épocas críticas donde el Poder afinó sus herramientas de control. Las posibilidades del cuerpo, su capacidad para el placer, resultaron grietas en el gran plan de dominación ideológica en Occidente. Y no nos zafamos de la herencia, acaso porque sirve de algo todavía. La Aduana aún podría confiscar una vasija mochica que muestra una felación ejemplar, sin pensar en tráfico de antigüedades, porque la felación, si está esculpida, es fea y peligrosa.
Como en cualquier asunto de implicaciones culturales, las opiniones en torno al porno están enfrentadas. Existe un término, antipornografía, que expresa la posición de quienes suponen efectos infortunados por causa de la producción y el consumo de estos audiovisuales.
A veces se truecan causas y efectos, como cuando se asocia la industria porno con la trata de personas, la pedofilia e incluso la morbilidad sexual. Nociones defendidas por los antipornógrafos, como "deshumanización" de las relaciones sexuales, remiten al cosmos de las grandes religiones monoteístas. Da igual si se pronuncia el catolicismo o el islam. Todos coinciden: la sexualidad está al borde del desorden.
Unas pocas pautas hacen admisible el sexo: la heterosexualidad, la reproducción, el aburrimiento, la discreción. Pero a estas alturas, la pornografía ya tiene defensores que la creen una forma artística. Y lo que suena más rotundo: algunos intelectuales creen que la disposición de una sociedad ante el porno suele revelar su madurez, los alcances de su concepto de libertad.
No hay azares en la geopolítica del porno: el mundo musulmán, la misma franja que aún da muerte a los homosexuales, ilegaliza la pornografía; toda América admite el audiovisual pornográfico, excepto Cuba y algún país heredero de la más conservadora legislación británica.
En los años 60, cuando la industria internacional gozaba de la edad de oro del porno, La Habana vestía su moralina. Hace pocos años, incluso, trascendía a la prensa nacional la expulsión de un informático que había copiado la famosa Guía sexual del siglo XXI, en todo caso medio de enseñanza, manual de salud, porno didáctico.
Cuba, ¿antipornográfica? La pornografía horroriza a las leyes, vade retro, mientras el consumo aumenta incluso en los mismos grupos que preocupan a los países desarrollados: niños y adolescentes. El consumo de un producto que se disfruta con sabor de transgresión se permite a los varones de cualquier edad en numerosos hogares de la Isla, acaso porque los adultos se sienten niños casquivanos. Que no lo sepa el abuelo legislador. Las apariencias se mantienen, pero se tolera la consecuencia más polémica.
Usamos eufemismos para aludir al porno: "pellejo" es burdo y a menudo exacto; también "muñequitos", como calificamos desde siempre a los de Warner Brothers y Looney Tunes. Cuba no sabe que existe el postporno, que hay porno subversivo, antihegemónico, feminista y enemigo de la heteronormatividad. No sabe que el porno puede ser, cuando no violenta a nadie en su proceso de realización, mero producto cultural, una película cualquiera, un cuento que no habla casi nunca de sexo real. Es sexo representado, imaginado, a veces buena ficción. Y de todos modos, como algunas películas, tampoco es para niños.
Pero oigan cómo burlé la ley. Estaba en Suiza, hacía frío, empezaba el invierno. Del lago Lemán subía una niebla gélida hasta el hotel, y por eso se me ocurrió encender la calefacción. Era novato con aquello. Empecé a hurgar, alcé una suerte de protector, y me topé con unos papeles. Escondidos allí, nunca sabré por qué, evadidos de la moza de limpieza, estaban dos revistas porno, desbordadas de cuerpos y promociones de juguetes sexuales. También había un video. Un tesoro de pornografía europea, francófona, blancuzca. Y no la dejé. Pensé en Alejandro, un amigo que me pide un souvenir porno cada vez que viajo, un amigo que nunca complazco. Esta vez el azar quiso obsequiarlo con el rostro lúbrico del Primer Mundo. A Alejandro, que estaría agradecido y lujurioso como excelente gordo. Tan lujurioso como yo, flaco. Y me la llevé. Los perros no la olieron, pasó. Alejandro enganchó el televisor esa noche, y al día siguiente me dijo: "Fue una buena historia".
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El porno llega a Cuba
Marcia Cairo | La Habana | Diario de CubaEn Cuba, a inicios de esta época de barbarie, extremistas paraban en plena calle a jóvenes melenudos y, tijera en mano, les cortaban el pelo sin piedad. A cualquiera que llevara un disco de The Beatles o de cualquier banda británica o norteamericana, se lo rompían o rayaban en su propia cara. Los policías llegaban en medio de fiestas privadas para confiscar los preciados discos de acetato, amén de reprimir todo lo que oliera a diversionismo ideológico.
Luego comenzó una saga de sucesos, como el cierre de cabarets, las vilipendiadas UMAP, aquellos campos de concentración para homosexuales que servían para ayudar a la producción agrícola, el llamado Quinquenio Gris, que como un manto tenebroso, cubrió a artistas y escritores, obligándolos a ocupar plazas ajenas a su intelecto en almacenes, librerías, cafeterías y pizzerías. Confinamiento que muchos no aguantaron y recurrieron al exilio como salvación.
Entre tantos sucesos restrictivos en la historia reciente de la Isla, ahora se descorcha irónicamente la botella del despelote sexual, incrementando el consumo de pornografía. Ya nadie se asombra de encontrar en cualquier PC, computadora portátil o celular, las llamadas carpetas XXX, donde abunda esta clase de material. Se hacen famosos los videos caseros con orgías y variados ejercicios coitales. Las películas porno circulan aún más que antes, y en los negocios de DVD privados, se ofertan a escondidas. Atrás quedaron las décadas en que ver una película porno constituía toda una aventura, en que todo era maña para guardarla y discreción para trasmitirla.
A pesar de que en el mundo entero se ha hecho latente esta práctica, ahora se implanta en nuestro país como opción de recreación. En centros de trabajo estatales se hacen pequeñas colas para copiar estos filmes. Un famoso video de mujeres en plena catarsis, que se desnudan y hacen actos lujuriosos en una discoteca, circuló a través de todos los soportes digitales. Las populares fotos de las jovencitas de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), colocadas vía internet, constituyen un lucrativo negocio que ha denigrado la institución estudiantil.
Actualmente se realiza ya pornografía nacional, filmada en casas particulares. En los anuncios de revolico.com se pueden encontrar cintas para todos los gustos: relaciones heterosexuales, bisexuales, homosexuales, de travestis, de matrimonios, tríos, y otras.
Luis L., de 34 años, sonidista de la televisión, da su criterio:
"Consumo pornografía porque a veces me interesa apreciar la belleza de las mujeres, el juego sexual entre las personas, aunque no sé realmente el significado, me estimula la excitación, es como un arte espontáneo, creo que no es una especie de adicción, sino parte de la vida. El porno está más asequible en estos tiempos. En otros países se consume como algo normal, aunque reconozco que trae problemas de autoestima".
Laura R., de 22 años, estudiante de informática:
"Me encanta verla tanto o igual que a los hombres. Algunas mujeres lo niegan, pero en el fondo les gusta, aunque no se atreven a decirlo. Mi novio ha querido que haga un videíto con él, la idea me excita, pero le he dicho que no, porque me he enterado que después esos videítos se venden o se suben a internet, y si mis padres se enteran me matan".
Felix A., de 50 años, trabajador de la salud:
"Las miro por los cuerpos que salen, es una forma de transportarse. Necesito ver porno por lo menos varias veces a la semana. Compro las películas o las intercambio. A veces va gente vendiéndolas por la calle".
Carlos N., de 15 años, estudiante de una escuela militar (Camilitos):
"Veo pornografía porque las jevas están buenas, y para tirar (masturbarse). Porque se ven mujeres que nunca vamos a ver".
Alfredo A., de 36 años, es farmacéutico y trabaja actualmente en el Canal Educativo. Así narra sus vivencias:
"Empecé a los ocho años. Fue una cosa demoledora, no estaba preparado para una visión tan cruda, era una película de dos lesbianas. Ocurrió a finales de los 80, cuando existían los casetes Beta, nos escondíamos cuando nuestros padres iban a trabajar, decíamos que íbamos a ver Voltus 5 [serie de ciencia ficción japonesa]."
"Actualmente, con una sexualidad activa, sigo buscando estos materiales, es como un escape. Da una sensación eufórica en el cerebro, se activa la dopamina, un efecto más fuerte incluso que la cocaína. En mi experiencia, aunque tenga una pareja, sigo viendo pornografía, no puedo estar dos o tres días sin masturbarme, porque siento que la cabeza se me carga, y yo se lo achaco a eso."
"Creo que puede crear una adicción, uno se adapta. Para mi es normal, aunque hay materiales que son bastante fuertes. Existen diferentes clasificaciones, cosas sadomasoquistas…, pero a mí no me cuadran. En otra época uno iba a un prostíbulo. Actualmente consumir pornografía es un derecho a la intimidad. Hay quienes, por ejemplo, se vuelven adictos a las redes sociales."
Muchos de los protagonistas y consumidores de estas películas son muy jóvenes, incluso hay estudiantes de preuniversitario y secundaria, que sin titubear en lo más mínimo, se ofrecen para participar como actores y ganar algún dinero.
Mientras, en sus escuelas y en los actos políticos, deben proyectar la imagen más auténtica del revolucionario socialista.
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