CUBA, HISTORIA FAMILIAR DE UN DESENGAÑO La familia consultada para este reportaje es la imagen de la fractura y el desengaño
El 5 de agosto de 1994 comenzo la crisis de los balseros...
Después de varias decada la crisis continua y los cubanos escapan por donde puedan.
POR JUAN JESÚS AZNÁREZ | EL PAÍS Más de dos millones de ciudadanos han abandonado Cuba desde 1959. Profesionales y pequeña burguesía se fueron cuando se declaró marxista-leninista. Pero la mayoría huyó cansada de que el voluntarismo político y la imitación de modelos fallidos encadenasen fracasos económicos y sufrimientos. La familia consultada para este reportaje es la imagen de la fractura y el desengaño. Sus miembros viven en Cuba, EE UU, Puerto Rico y España. Animados por la distensión con EE UU, quieren comprarse una casa.
Durante el mes que permaneció en cautiverio, Alfredo Díaz se preguntaba a menudo si había acertado emigrando de Cuba para acabar secuestrado en Venezuela, amenazado de muerte, conminado por sus captores a ponerse la capucha, abrir bien las piernas y apoyar las manos contra la pared del zulo cuando quisiera comunicarse con ellos.
“Esas cosas no ocurren en Cuba, pero no me arrepiento de haber salido de allí. Aquí vivo en una jaula de oro, con una Glock [pistola] al alcance de la mano. Allí también vivía en otra jaula, pero sin futuro ni libertad”, dice. Tiene 52 años, salió de Cuba en los años noventa y renació como empresario en los empobrecidos ranchos de Caracas, la capital venezolana, ganándose la vida vendiendo ropa al baratillo. Alfredo fue liberado hace dos años después de pagar un rescate de medio millón de dólares a sus secuestradores: un pariente lanzó el dinero metido en una bolsa desde un puente, en el punto kilométrico convenido con los delincuentes. Desde ese momento no sale a la calle sin la pistola austriaca.
Hace más de medio siglo su padre presenció en Cuba el nacimiento de una revolución que acabarían rechazando tres de sus cuatro hermanos. Alfredo pudo leer las henchidas crónicas de la época, que proclamaban cómo la garganta del pueblo había enronquecido vitoreando la caravana de la victoria en La Habana, el día 8 de enero de 1959: “¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Revolución!”. Afónico de tanta patria, el comandante Fidel Castro prometió que esta vez, por fortuna para Cuba, la revolución llegaría de verdad al poder.
Nadie deseaba otra cosa el año del triunfo miliciano, celebrado como propio en los rincones de América Latina, Asia y África. La capital antillana se abrazaba con los barbudos de las columnas libertadoras de Sierra Maestra. El alzamiento contra Fulgencio Batista había comenzado tres años antes con la bandera del nacionalismo y la decencia: Cuba, se decía, había sido convertida en una colonia de Estados Unidos, en un balneario de los yanquis con más prostitutas que mineros. “La alegría es inmensa, pero no nos engañemos creyendo que todo será fácil, quizás en adelante todo será más difícil”, previno Fidel Castro en el mitin fundacional.
Pero nadie pensaba entonces en los problemas venideros de un movimiento que habría de trascender fronteras, desgarrar el alma cubana y desencadenar una masiva y dolorosa diáspora.
El día de la deificación del comandante, la enardecida muchedumbre acallaba sus advertencias con ovaciones y cheques en blanco, y se encimaba sobre la formación motorizada que condujo a Fidel Castro hasta la tribuna del cuartel Columbia. Entre salvas y promesas de redención, había nacido la revolución más polémica del mundo. El zafarrancho chocó con Washington y después con quienes clamaban que, invocando la recuperación de derechos y soberanía, la revolución se estaba asentando como dictadura.
Los patrocinadores de la Constitución de 1940 fueron los primeros en hacer las maletas y abandonar el país. Sin embargo, el primer decenio revolucionario apenas molestó a la acomodaticia familia Díaz, a pesar de los lamentos del padre: “Se acabó eso de cambiar de carro”.
Con la mirada puesta en Estados Unidos Su hijo Alejandro, de 55 años, emigró a finales de los ochenta al barruntar que la figura del médico de familia concebida para llevar el estetoscopio hasta el último guajiro le condenaría a eternizarse en un dispensario rural. “Había que echarse p’alante”.
Alejandro se casó con una colombiana y acabó en Florida acogiéndose a la Ley de Ajuste Cubano. “He vuelto una vez a Cuba para que la conozcan mis hijos”, comenta. Su hermana Tania, de 60 años, católica, vive en Puerto Rico y no quiere volver a la isla. Reprocha al Papa Francisco una visita “sin comprometerse, ignorando a los perseguidos y a los que tuvimos que dejar nuestra tierra y pasar hambre y necesidad”.
El siglo XXI avanza con Cuba tratando de levantar el vuelo. En el trienio 1991-1993, sin subsidios soviéticos, el país casi muere de inanición. El PIB se desplomó 35 puntos.
La apuesta ahora es Estados Unidos. Oficialista a tiempo parcial, casado con una funcionaria, Alexis Díaz, de 42 años, vive en Matanzas. “Aunque solo sea por la educación y la sanidad en un país subdesarrollado, la revolución de Fidel hizo historia”, sostiene. El analfabetismo descendió del 20% al 3.9% en apenas dos años, en 1961, y se consiguió la sanidad universal y gratuita. “La gente quiere ahora el bienestar económico, más que cambio político. Es lo que falta”.
Hace años que Alexis no se habla con Tania. “Ahora, de vez en cuando, me llaman Alfredito y Alejandro porque quieren comprarse una casa en la playa”.
Juan Jesús Aznárez: Analista internacional y enviado especial a Cuba
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