Sufrió acoso escolar. Es de los mejores saltadores de trampolín y el más mediático. Se llama Tom Dale
Fue una auténtica pelea de gallos. Uno de los luchadores es el cantante Sam Smith, que cuando ganó el Oscar en la edición de 2016 por su canción paraSpectre (The Writing’s On The Wall), se proclamó como “el primer ganador de Oscar que había declarado abiertamente su homosexualidad”. Pero se equivocó. Al día siguiente, el guionista Dustin Lance Black, que había ganado en 2009 por el guión de Mi nombre es Harvey Milk (Gus Van Sant, 2008), escribió a Smith por Twitter un trepidante mensaje que en sólo 140 caracteres contenía dos puntos de giro dramáticos: “Me sorprende que no sepas quién soy, teniendo en cuenta que no dejas de escribir mensajes a mi novio”. ¡Zasca! Ese preciado objeto de deseo por el que se pelean Smith y Black (“el novio”) es el saltador de trampolín más famoso del mundo. Se llama Tom Daley, tiene 22 años y vale más que cualquier Oscar.
Así narra el acoso que sufrió en el colegio: “Me tiraban cosas, me aplastaban contra el suelo sin razón aparente. Y a los demás les parecía gracioso. Era como si el mundo entero estuviese contra mí. Empecé a dudar de quién era”
Lo primero que se puede decir de Tom Daley (Plymouth, Reino Unido, 1994) es que ha vivido, con solo 22 años, triunfado y sufrido más que muchos hombres en toda su vida. Lleva saltando desde que tiene uso de razón y con sólo 17 años (en 2011) perdió a su padre a causa de un tumor cerebral, pero no pudo permitirse ningún duelo porque los Juegos Olímpicos de Londres estaban a la vuelta de la esquina. El bronce que consiguió en su país natal le coronó como un héroe nacional y el primer inglés saltador de trampolín individual medallista en 52 años. Daley se confirmaba como uno de los deportistas más populares del mundo.
Pero no siempre fue así. A los 14 años, tras competir en los Juegos Olímpicos de Beijing, sufrió acoso por todos los frentes. Su compañero de salto sincronizado, Blake Aldridge (12 años mayor que Daley), le culpó de su fracaso en la clasificación, donde quedaron octavos. Según Aldridge, Tom estaba demasiado distraído intentando ser más famoso que profesional. En la escuela también la tomaron con él. “Siempre me habían llamado, el plan despectivo, ‘el chico de losspeedos’ [por el ajustado bañador marca Speedo], pero [tras Beijing] fue a más. Me tiraban cosas, me aplastaban contra el suelo sin razón aparente. Y a los demás les parecía gracioso. Era como si el mundo entero estuviese contra mí y empecé a dudar de quién era y en lo que creía”, declaró al Evening Standard.
Su entrenador de aquella etapa, Andy Banks, explicó que Daley ni siquiera quería ser saltador olímpico, y que le había confesado que prefería estar muerto a seguir entrenando. Incluso llegó a amenazar con saltar por la ventana si le dejaban solo. Fue en aquel momento cuando su padre le sacó de la escuela, dejó su trabajo como electricista y acompañó a Tom día y noche. Aquella protección fue lo que salvó al atleta. Cuando Daley ganó su bronce en Londres la elevó al cielo y dijo: “Mi padre es mi héroe. Intento vivir según las lecciones que él me enseñó. Siempre solía decir: ‘Asegúrate de esforzarte en ayudar a alguien cada día”.
Parecía que ya había enderezado su vida después del bronce en Londres, pero otra vez llegaron las tinieblas. Se desgarró el tríceps, sufrió muchas lesiones y todo le resultaba extraño. “Si le preguntas a cualquier olímpico cómo es el año posterior a unos Juegos, te dirá que siempre te invade la tristeza”, ha declarado. Para liberarse recorrió el mundo durante seis semanas acompañado de su mejor amiga, viviendo aventuras en Tailandia, Japón, Nueva Zelanda, Marruecos, España o Suiza. Lo grabó en vídeo y lo convirtió en una serie de televisión, Tom Daley Goes Global. Así fue cómo a los 19 años descubrió su verdadera vocación: ser una estrella mundial. Pero, sobre todo, aprendió la forma de conseguirlo: explotando su carismática y espontánea personalidad.
Cuando Tom Daley salió del armario lo hizo en sus propios términos. En su canal de YouTube, donde ya lleva publicados más de 200 vídeos, desde su habitación y con unos cojines con la bandera del Reino Unido como única decoración. Fue en 2013 y, entre otras cosas, dijo: “Nunca he tenido una relación seria, pero esta primavera mi vida cambió completamente cuando conocí a alguien que me hace feliz y me hace sentir a salvo. Y esa persona es un hombre. Me sorprendió, pero siempre pensé que algo así podía suceder. De repente me sentí bien, me sentí genial, y el mundo entero cambió para mí en aquel momento”. Ese hombre es el guionista californiano Dustin Lance Black, de 42 años, 20 mayor que Daley.
En aquel momento Daley cerraba el año 2013 como el más importante de su vida personal y profesional (conquistó a la audiencia británica como asesor en el programa de salto de trampolín para famosos, Splash!) y desde entonces su imagen pública estaría íntimamente ligada a su vida privada. Es un usuario activo de Instagram, donde en sus casi 1.000 fotos se comporta como cualquier chaval de su edad publicando fotos con su madre, de vacaciones, en el gimnasio, con su gato, cocinando o con su novio (ahora prometido), Dustin Lance Black.
Tom Daley guardó silencio ante la pelea de gallos por Twitter entre su novio y Sam Smith. Daley tiene una imagen impecablemente construida y sabe que mantenerla es mucho más lucrativo que saltar desde el trampolín. Su fama le ha generado contratos publicitarios y un calendario que anualmente agota sus existencias. Su canal de YouTube es más que una ventana a su día a día: es un manual de forma de vida. Sana, muy sana.
Aparece en vídeos en los que enseña cómo hacer ejercicio en casa, explica sus trucos de belleza y aconseja beber agua con limón cada mañana para mantener los abdominales perfectos. Porque alcanzar la perfección es su verdadera motivación. Domina la iluminación de sus vídeos, lleva el pelo siempre perfecto, los dientes inhumanamente blancos y la camiseta casi nunca puesta. Incluso cuando posó con su futuro marido para la publicación LGTB Out, Dustin llevaba un traje de alta costura y Tom le abrazaba semidesnudo (no en la portada, que reproducimos en este artículo, pero sí en las fotos interiores).
Su trabajo le cuesta tener ese cuerpo. Once sesiones de saltos a la semana, otras once de gimnasio y una de ballet. Desayuna cuatro claras de huevo, espinacas y avena. Para comer, pollo y legumbres y para cenar salmón o pollo con verduras al vapor. Y a las 10 de la noche su cuerpo de 6% de materia grasa ya está en la cama. Cada día la misma dieta, un sacrificio al que Tom se ha acostumbrado: “Tienes que desearlo por encima de todo y estar dispuesto a perderte todo lo demás”.
Daley está en los Juegos de Río convencido de que será su cima deportiva. A sus espaldas carga una trayectoria plagada de récords: fue el oro más joven de los europeos con 13 años, el saltador de trampolín medallista más joven a los 14 y el campeón mundial británico más joven a los 15. Según los especialistas, los saltadores alcanzan su plenitud física entre los 22 y los 24 años. “Yo tengo 22, así que estoy acercándome a mi cima. Soy más fuerte, salto más alto, giro más deprisa y me muevo más rápido que nunca. Estoy enamorado de mi trabajo”.
La boda con su otro amor, Dustin Lance Black, tendrá que esperar al otoño. No le preocupa el salto generacional (se sacan 20 años) porque puede enseñarle a su prometido inventos modernos como Instagram y a cambio él le descubre el mundo de los rayos uva. “Ambos sabíamos que íbamos a casarnos y teníamos una competición por ver quién lo proponía antes. Yo me adelanté, me metí la caja con el anillo en la ropa interior y se lo pedi “. Esos calzoncillos debían ser más grandes que el bañador que lucirá en Río, diseñado por Stella McCartney y que ha despertado el asombro de los medios británicos (fascinados por cualquier noticia relacionada con Daley) debido a su minúsculo tamaño, casi anecdótico. Daley bromea sobre ello aclarando: “Si tengo que girar sin parar, lo último que quiero es que se me salga algo. Y cuando entro en el agua necesito que las cosas estén bien apretadas porque si no me haría mucho daño”.
Esta disciplina y sacrificio profesionales son, junto a su sensibilidad y cercanía, lo que atraen a millones de fans y a una prensa, que le adora. En los Juegos Olímpicos de 2012 tuvo que repetir uno de sus saltos porque los flashes de las cámaras hicieron imposible evaluarlo. Cada publicación en redes sociales alimenta su narrativa: un chaval de familia humilde empecinado en cumplir sus sueños de gloria, en hacer que su padre se sienta orgulloso y en inspirar y motivar a otros jóvenes a luchar por ser felices.
Su pasión por representar un formidable ejemplo para los demás quizá responde a aquel consejo de ayudar a alguien cada día que le dio su padre. Puede que su personaje (extraído, eso sí, de su genuino carácter) esté estudiado al detalle y que tras ver un puñado de sus vídeos sea casi imposible distinguirlos entre sí, pero la idea del deporte como superación para volverse mejor y más fuerte es un mensaje que, en tiempos en los que los adultos cuestionan la influencia de los nuevos ídolos de YouTube, nadie puede cuestionar.