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De: SOY LIBRE (Mensaje original) |
Enviado: 17/08/2016 20:59 |
FEDERICO GARCÍA LORCA ERA UNA GALAXIA
Hoy jueves 18 se cumplen 80 años del fusilamiento en Granada del autor de 'Bodas de sangre'. Diez especialistas en su obra retratan a este escritor poliédrico y universal.
GARCÍA LORCA MURIÓ JOVEN CON 38 AÑOS
UN HOMBRE ADELANTADO A SU TIEMPO
MITO
Por Agustín Sánchez Vidal - EL PAÍS
García Lorca fue una leyenda en vida y sigue siendo una leyenda eterna. Su obra sólo es un pálido reflejo del aura que irradiaba el personaje. Él mismo tenía un fuerte sentido del mito, un certero instinto para acuñarlo. Y son esas raíces primigenias las que lo hacen tan universal. Buñuel y Dalí, que le reprocharon su “costumbrismo”, no calibraron ese entramado que subyace bajo el fulgor de las metáforas, ni el pasadizo hacia la modernidad inaugurado por el ciclo neoyorquino.
El asesinato hizo cerrar filas en torno a su memoria a séniors como Antonio Machado, a sus compañeros de la generación de 1927 o a sucesores como Miguel Hernández, quien tenía en la celda donde murió un ejemplar del Romancero gitano.
El mito no dejó de crecer. Cuando el presidente Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, en su entrevista con Franco puso el nombre de Lorca sobre la mesa. Le informó del manifiesto publicado por intelectuales estadounidenses, acusándolo de tender la mano a los asesinos del poeta. El Caudillo atribuyó su muerte a incontrolados, y el primer mandatario norteamericano lo dejó en evidencia indicándole detalles muy precisos, proporcionados por sus servicios secretos. A las dos décadas de su fusilamiento, ya era una cuestión de Estado.
POPULAR
Por Mario Hernández
La obra entera de Federico García Lorca, del Romancero gitano a Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Seis poemas galegos o Diván del Tamarit,está atravesada por un profundo sentido de lo popular español, que atiende tanto a saberes, creencias y sentimientos como al modo de celebración de la vida (y la muerte) en las manifestaciones folclóricas de toda la Península. Su maestro de elección, Manuel de Falla, alabó públicamente su condición de folclorista y musicólogo, y esa vertiente le sitúa en la estela de poetas como Juan del Encina, Lope de Vega o Luis de Góngora, incluida su rica variedad de registros. Lorca es, a su vez, como los tres, un poeta capaz de expresarse en formas líricas o dramáticas, dentro de una tradición literaria que, sin desconexión con la cultura europea, trata de dar voz a anhelos colectivos. Esa raíz popular aparece en él quintaesenciada, transgredida, refinadamente transfigurada. ‘La casada infiel’, por ejemplo, no es una celebración machista de un don Juan gitano, sino la versión lírica y exquisitamente irónica de la narración originaria. Lorca es, en definitiva, un poeta siempre consciente y culto, capaz de renovar una voz anónima de siglos.
MODERNO
Por Luis García Montero
García Lorca fue un moderno. A principios del siglo XX, se sumó en Granada a la rebelión de las provincias para regenerar España con maestros como Fernando de los Ríos y Manuel de Falla. Fue también un moderno cuando llegó a la Residencia de Estudiantes en 1919 y buscó a Juan Ramón Jiménez. Pronto abandonó la elocuencia sentimental para ensayar la síntesis de las canciones y el poder conceptual de los versos. Fue moderno al comprender el valor de las metáforas ultraístas y al acompañar a Salvador Dalí en su paso del cubismo al surrealismo, un viaje que Lorca caracterizó con las etapas de la imaginación, la inspiración y la evasión. Por si fuese poco viajó en 1929 a Nueva York, leyó a Whitman y a Eliot y sintió de manera muy personal la deriva al vacío de la civilización contemporánea. Quizá por esto colocó a Garcilaso y san Juan de la Cruz sobre la tierra baldía, porque dudó del camino lineal que se llama progreso y quiso habitar un presente perpetuo o un eterno retorno en el que actualizar el pasado. No es raro que buscase en su último libro, Diván del Tamarit, un abrazo entre los aires clásicos y la expresión radicalizada.
FLAMENCO
Por Pedro G. Romero
Su mitología del cante estaba llena de errores y mixtificaciones, pero lapoiesis, el modo de hacer eran jondos, puro flamenco. Lorca merece estar en cualquier antología flamenca junto a La Niña de los Peines, su contemporánea. Por ejemplo, el concurso de Granada de 1922 fue un fiasco artístico y un éxito publicitario. Falla abandonó el género por los clásicos castellanos, pero los flamencos se lanzaron como locos a la propaganda intelectual. Y es que Lorca inventó un público y una manera de entender el flamenco desde la cultura europea, lo “puro” debía más al purismo de Le Corbusier que a la impostura primitivista del cante. Es verdad que muchas veces lo que consideramos lorquismo es ajeno a Lorca. Pensemos, por ejemplo, en cómo ignoró a Carmen Amaya, que tan bien vendría a su tópico, y alabó a La Argentinita. Lorca es un efecto, una manera de enfocar. Por ejemplo, para el situacionista Debord el Romancero gitano era digno de Villon, el poeta delincuente. Su homosexualidad y su asesinato cierran su topología flamenca. Lorca es ajeno a cualquier binarismo —hombre/mujer, gitano/payo, humano/animal— y se diría que es flamenco como ahora se dice queer, maricón, un calificativo despectivo tomado como bandera. Así, escuchamos a Shostakóvich con textos de Lorca y nos parecen flamencos. ¡Dios!, qué bien entendía a Lorca el cante, el decir de Enrique Morente.
DRAMÁTICO
Por Lluís Pasqual
El teatro para Federico García Lorca fue siempre “la máscara” —el yo que adoptamos para relacionarnos con los demás— convertida en arte. A la que había que dominar y contra la que había que luchar. Lo intuyó desde niño cuando oficiaba ceremonias teatrales en forma de misa para las mujeres de la casa. Luego vendrían los títeres y más tarde las pequeñas funciones en la entrada de la Huerta de San Vicente. Después se apropió de la forma del teatro (como de tantas otras formas para salirse de sí mismo) con el acercamiento de los tímidos, buscando el antídoto contra la angustia de la soledad. El teatro es un espacio para compartir siempre con “otro”. Con el público por su misma naturaleza, y también con los compañeros de aventura en los ensayos que preparan ese encuentro, ya sea en Granada, en el Teatro Español o en cualquier pueblo de España de gira con La Barraca. El hombre de teatro, y Federico lo era, necesita siempre a los demás.Todos los personajes de Lorca están solos, desde Yerma hasta el director de El público. Y alivian su soledad compartiéndola con nosotros mientras, en un juego de espejos, nosotros atemperamos la nuestra. La soledad de Federico y la nuestra aliviándose en una caricia mutua están en la raíz de su teatro.
DIBUJANTE
Por Juan Manuel Bonet
Federico García Lorca lo tocó todo, y todo con duende: alhambrismo, Góngora, Galicia esencial, teatro propio y ajeno, cante jondo, piano, Nueva York y Walt Whitman, casi cine (con Emilio Amero), Cuba, Buenos Aires… Pero ahora toca recordar su voluntad de plástica. Con Apollinaire podía haber dicho aquello de “Y yo también soy pintor”. Esa vocación nace con sus deliciosos decorados para sus teatrillos, todavía en una Granada fallesca donde comparte afanes con Manuel Ángeles Ortiz, Ismael González de la Serna y Hermenegildo Lanz. Se afianza en Madrid, con Barradas, Maroto, Moreno Villa y Alberti —estos dos, siempre dobles militantes—, y naturalmente Dalí. Un faro: el álbum Dessins de Cocteau (1923). Lástima que no saliera el que planeaba con los suyos. En la Barcelona de 1927 enseñó algunos Josep Dalmau, inigualable cazador de talentos. Del año siguiente es la conferencia —con proyecciones— Sketch de la pintura moderna. En 1929 participa, siempre allá, en una colectiva en la Casa de los Tiros. Dibujos los suyos llenos de encanto y espanto, entre lo infantil, lo popular y lo surreal. Dibujos —preciosos los que hizo para plaquettes del argentino Molinari y el mexicano Novo— que son otra tesela del impar mosaico FGL.
CINÉFILO
Por Román Gubern
La generación del 27, coetánea del cine, vivió un idilio con su dinamismo y poética visual. García Lorca manifestó su querencia con su pieza El paseo de Buster Keaton, escrita en julio de 1925 pero publicada en abril de 1928, que, a través de su tímido protagonista, contiene muchas alusiones crípticas a su homosexualidad. Y en septiembre de 1928 escribió La muerte de la madre de Charlot (recién acaecida en California), en la que feminizó al cómico, llamándole “corazón de señorita y del rubor de novia. Cursi. Bello. Femenino. Astronómico”, aunque el texto quedó inédito. Y en el intervalo de la quinta sesión del Cineclub Español que fundó Buñuel, en abril de 1929, recitó su Oda a Salvador Dalí, cuando su amado pintor había desplazado su afecto hacia el cineasta aragonés. Se sintió aludido peyorativamente por Un perro andaluz y al llegar a Nueva York en 1929 escribió como probable réplica el guion de Viaje a la Luna —recuperado en 1989—, rico en imaginería críptica, violenta y erótica, probablemente para emular y polemizar con sus amigos de la Residencia de Estudiantes. Fue llevado a la pantalla por el pintor Frederic Amat en 1998 con elegantes efectos cromáticos y digitales.
AMERICANO
Pictura Realizada por la pintora española Menchu Gamero tomada de internet
Por Reina Roffé
Uno de los tramos más fulgurantes en la vida de Lorca fue su travesía cultural por América. Cada lugar (Estados Unidos, Cuba, Argentina, Uruguay) le reportó algún tipo de satisfacción profesional y una idea más universal del arte, permitiéndole descreer de las fronteras políticas y sentirse “hombre del mundo y hermano de todos”. Pero fue en su viaje a Río de la Plata donde experimentó todo aquello con lo que sueña un escritor: reconocimiento de sus pares, admiración popular e independencia económica.
Entre Buenos Aires y el poeta se tiende una doble vía por donde discurre la mirada enamorada de Lorca hacia la ciudad porteña y la apropiación amorosa del granadino por parte de Argentina, que, desde hace 80 años, no cesa de rendirle homenajes y de representar sus obras.
El éxito que obtiene con Bodas de sangre y las dos ediciones que Victoria Ocampo realiza del Romancero gitano le parecen acontecimientos significativos y se suman a la publicación de sus versos prohibidos, la ‘Oda a Walt Whitman’, que el escritor y embajador mexicano Alfonso Reyes le entrega durante su escala en Brasil. Lorca siente que allí, en Río de la Plata, tiene un público devoto, pero sobre todo abierto, que se vuelca a las propuestas más atrevidas. Esa América que le hizo tomar conciencia directa sobre la relevancia de una lengua con tantos hablantes, y sobre la existencia de un continente de acogida en un mundo que ya anticipaba la brutalidad de los fusiles.
UNIVERSAL
Por Laura García Lorca
Según mi experiencia, es en lo concreto de las respuestas individuales donde se encuentra la traducción de la idea confusa de “universalidad”. No deja de asombrarme la gratitud y la alegría de las respuestas, siempre, a la llamada de Lorca. Su empeño en hacer llegar el conocimiento y el arte a todos lados, como escribió en su citadísimaAlocución al pueblo de Fuentevaqueros sobre la importancia de los libros, y también en la práctica real de llevar el teatro a lugares donde no había llegado nunca, se ha producido con su propia obra. Ha llegado a todas partes.
Que Poeta en Nueva York se publicara en esa ciudad por primera vez en 1940, acabó por tener una influencia real en autores de lengua inglesa tan diversos como Jack Spicer, Philip Levine, Allen Ginsberg, Derek Walcott, Patti Smith, Jim Harrison, John Giorno, Nicole Krauss, James Salter, Hanif Kureishi y Leonard Cohen, por nombrar sólo a unos cuantos que se han reconocido en la obra de García Lorca.
El poeta chino Bei Dao cuenta la importancia que tuvo el hecho de que cayera en manos de un grupo de jóvenes disidentes de la dictadura de Mao una antología de Lorca hecha al final de los años veinte por un poeta chino que pasó por Madrid cuando iba a conocer a los surrealistas en París. Puede que fuera la primera traducción de la obra de García Lorca. El libro estuvo prohibido y cobró una especial importancia en ese grupo de intelectuales y artistas, convirtiéndose la palabra “verde” del Romance sonámbulo en un símbolo de libertad.
Recientemente, han formado parte de un proyecto interrumpido nada más arrancar Umberto Pasti (italiano afincado en Marruecos), el brasileño Bernardo Carvalho, Romesh Gunesekera (Sri Lanka), Fleur Jaeggy (Suiza), Adam Zagajewski (Polonia), Ida Vitale (Uruguay) y Anne Carson (EE UU). Esta lista puede ser larguísima y no se limita a escritores, sino que se abre a artistas visuales, músicos, estudiosos, etcétera.
“Porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado”.
MUERTO
Por Ian Gibson
“Se le vio caminar…”. Antonio Machado había seguido con asombro y regocijo la fulgurante carrera de Federico García Lorca desde su primer encuentro en Baeza en 1916. Diecisiete años más tarde salió conmovido deBodas de sangre y le felicitó en una breve nota. Sabía —lo dice en su famosa elegía— que la muerte daba el hielo al estro del granadino. Por ello hace que le acompañe en su paseo final y escuche, atenta, su requiebro.
El túmulo a García Lorca en la Alhambra que pedía Machado no se ha labrado. Tampoco hay abajo, en la ciudad, calle principal o plaza con su nombre, lo cual constituye casi una excepción nacional. El Ayuntamiento del Partido Popular solo quitó el monumento a José Antonio Primo de Rivera en el último momento, requerido por la ley. Y todavía, 80 años después del crimen, no sabemos dónde están los restos del desaparecido más famoso y más llorado del mundo, máximo símbolo del horror de la represión fascista y de los más de 100.000 víctimas que, para vergüenza de España, aún yacen en cunetas y fosas comunes.
¿Fueron trasladados a los pocos días por los sublevados —conscientes del magno “error” cometido— a un paradero secreto? ¿Podría ser cierto, como se rumorea a menudo en Granada, que el régimen de Franco los exhumara en una fecha posterior? ¿Aparecieron en 1986, cuando la Diputación Provincial vallaba el parque de Alfacar que lleva el nombre del poeta, y se ocultaron ilegalmente en otro rincón del paraje? Me parece que no es bueno para nadie que persistan tantas preguntas, tanta incertidumbre. Muchos de los que estamos en deuda con García Lorca, el hombre y su obra, queremos saber por una vez dónde, exactamente, descansan sus despojos mortales. Ojalá haya pronto noticias.
UN POCO MÁS SOBRE GARCÍA LORCA
80 años de un asesinato rodeado de dudas. indagado en los últimos días de García Lorca, fusilado hace 80 años en su tierra natal, Granada, días después del inicio de la guerra civil española.
Quizá por eso el poeta español más universal regresó a la casa paterna cuando las cosas empezaron a ponerse feas en Madrid en julio de 1936, en vísperas la sublevación militar de Francisco Franco. Quizá también por eso buscó cobijo en los Rosales, una conocida familia falangista de Granada, al llegar las primeras amenazas.
"Lorca no militó en ningún partido, aunque sí era un ferviente republicano", explica Caballero, autor del libro Las trece últimas horas en la vida de García Lorca y uno de los impulsores de los trabajos que se retomarán en septiembre para buscar los restos del poeta en la provincia de Granada, al sur de España.
Ochenta años después, la muerte del autor de Bodas de sangre sigue siendo un pozo de misterio, lleno de leyendas, conjeturas, sospechas y testimonios velados por la ley del silencio que se impuso durante la guerra civil (1936-1939) y la dictadura franquista (1939-1975).
"Conseguir verificar lo que ocurrió es muy complicado porque todas las personas que pudieron ver y oír ya no existen. Se han llevado aquel horrendo crimen a la tumba", recuerda Gabriel Pozo, autor de Lorca, el último paseo, centrado en la figura de Ramón Ruiz Alonso, el hombre que redactó la denuncia contra el poeta.
Tampoco hay consenso sobre los motivos de su fusilamiento. Hace unos meses, salió a la luz un informe de la Policía franquista, fechado en 1965, que definía a Lorca como "socialista y masón" y que le acusaba de "prácticas de homosexualismo".
Caballero, sin embargo, defiende que la gran causa de su asesinato fue "la venganza" por "viejas rencillas" familiares.
"Lo que le condenó fue ser progresista, homosexual y moderno en la Granada de 1936. Eso y su profunda amistad con Fernando de los Ríos", apunta Pozo citando al que fuera ministro del Gobierno de la República (1931-1936).
El 80 aniversario de la muerte del autor de Yerma tiene el foco puesto en la localización de sus restos, que podría dar respuesta a muchas de las incógnitas que hoy perduran, y en la polémica en torno a su legado, que hace unos meses obligó a las autoridades españolas a blindarlo para impedir su salida del país.
Tras varios intentos fallidos, en septiembre se retomarán los trabajos para tratar de localizar la fosa de Lorca, dirigidos por el arqueólogo Javier Navarro. "Es un gran reto, la intervención más difícil de mi carrera", explica el experto, que ha realizado más de 150 campañas arqueológicas.
En los últimos años, la búsqueda ha estado repleta de obstáculos y sumida en la controversia. Durante años, se dio por buena la tesis del hispanista de origen irlandés Ian Gibson, uno de los grandes expertos lorquianos, que estaba basada en las declaraciones del supuesto enterrador del poeta y que llevó a buscar su fosa en un terreno situado en Alfacar (Granada). La excavación, en 2009, fue infructuosa.
Los trabajos continuaron en 2014, también sin éxito, a raíz de unas referencias brindadas por un general jubilado del Ejército español, hijo de quien aquel agosto del 36 era el capitán del frente en el que supuestamente fue asesinado Lorca. Ahora, los expertos volverán a remover la tierra a pocos metros de la superficie ya estudiada y acotada tras un exhaustivo estudio científico. Entre el equipo hay optimismo.
"Yo creo que los restos están aquí", asegura Navarro. "Esa zona fue utilizada por los sublevados para matar gente a la que querían hacer desaparecer. Con los que seguían el procedimiento 'normal', los fusilaban en la tapia del cementerio", añade.
Aunque la familia del poeta y dramaturgo no apoya la búsqueda, sí lo hacen las de las otras tres personas que supuestamente están enterradas junto a él: el maestro republicano Dióscoro Galindo y los anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas.
Lorca murió joven, con 38 años, y en la plenitud de su carrera. "Mi obra apenas está comenzada", dijo poco antes de ser asesinado.
Su prolífica y agitada vida le llevó a Madrid, donde en los ambientes literarios y artísticos de la época fraguó amistad con genios como Luis Buñuel, Salvador Dalí o Rafael Alberti, y más tarde a Estados Unidos, México y Cuba, donde gestó textos como "Poeta en Nueva York".
Pero su querida Granada, la tradición de sus pueblos y los dramas que escondían sus paredes siempre estuvieron presentes en su obra. Allí, mañana se le rendirá homenaje recreando su "último paseo". Recordando aquel fatídico día en el que la poesía universal se vistió de luto, sangre y venganza. Como sus versos.
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EL ROMANCERO LORQUIANO La desconocida y poco estudiada vida amorosa del poeta granadino esconde
una historia parecida a la de los trágicos dramas que escribió en muchas de sus obras
“Federico García Lorca” (Alice Wellinger)
Juan Luis Tapia - SUR
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega granadina, el 5 de junio de 1898 y mrió tal día como hoy hace 78 años.
Adscrito a la llamada Generación del 27, es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX.
En junio de 1936 comenzaba la Guerra Civil Española y el 18 de agosto Lorca fue fusilado a los 38 años de edad.
Según el historiador Ian Gibson, se acusaba al poeta de «ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos (dirigente socialista) y ser homosexual»
Alguien le preguntó un día a Lorca sobre su preferencia política y él manifestó que se sentía a su vez católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico. De hecho nunca se afilió a ninguna de las facciones políticas y jamás discriminó o se distanció de ninguno de sus amigos, por ninguna cuestión política.
“Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”
Las relaciones homosexuales de Federico García Lorca componen un romancero oscuro, un misterio del que sólo se conocen algunos testimonios y escasos documentos, pero lo cierto es que sentía verdadera pasión por aquellas personas a las que amó. En pocas ocasiones fue correspondido y no siempre eligió a la persona adecuada. Salvador Dalí, Emilio Aladrén, Rafael Rodríguez Rapún y Eduardo Rodríguez Valdivieso fueron, en algún momento, los hombres de su vida y de sus obras.
La familia García Lorca durante años evitó toda referencias a las inclinaciones sexuales del poeta, para evitar, según indicó Laura García Lorca, que “se confundiera su asesinato con un crimen sexual”. La misma Laura reconoció que, pasados los años, la familia asumió el tema “con toda naturalidad”.
EL GRAN AMOR QUE NO PUDO SER: SALVADOR DALÍ
Federico García Lorca y Eugenio Salvador Dalí vivieron su particular ‘Brokeback Mountain’ en la España de los años veinte. Su relación trascendió la simple amistad. Se conocieron en 1922 en la Residencia de Estudiantes de Madrid (cuando tenían 24 y 18 años, respectivamente). Fue una gran historia de amor aunque nunca llegara a consumarse. Lorca, menos temeroso al erotismo, fue mucho más consciente del amor que sentía hacia su amigo. Pero éste no aceptaba su homosexualidad, entre otras cosas por la influencia de un padre muy severo. Mantuvieron, a pesar de todo, una estrechísima relación personal y artística primero; y un complejo debate estético después, hasta 1928, cuando se produjo el alejamiento entre los dos.
Dalí había comenzado el servicio militar, pero tuvo tres meses de permiso que pasó con su amigo Federico entre Figueras, Cadaqués y Barcelona. En este momento llevaban más de un año sin verse y pasaron unos meses en íntima amistad. Según el pintor, en mayo de 1926 el poeta intentó estar físicamente con él y aunque Dalí se sentía halagado, no accedió a sus deseos, ya que no se consideraba homosexual, lo que Lorca respetó siempre profundamente.
Dalí era muy crítico con la obra de García Lorca. Cuando se publicó el ‘Romancero gitano’, Salvador le dijo a Federico: “Tú eres un genio y lo que se lleva ahora es la poesía surrealista. Así que no pierdas tu talento con pintoresquismos”. Y Federico le hizo caso; dio un golpe de timón a su obra y surgió ‘Poeta en Nueva York’. Dalí se alió con Buñuel en ‘Un perro andaluz’, lo que le distanció de Lorca, que entendió que, con el título de la película, se referían a él. En esa época Salvador conoció a Gala en París.
Con todo, cuando los dos amigos se reencontraron en Barcelona, en el año 1934, ni el tiempo ni la distancia habían borrado esa relación. “Somos dos espíritus gemelos. Aquí está la prueba: siete años sin vernos y hemos coincidido en todo como si hubiéramos estado hablando diariamente…”.
LA GRAN PASIÓN: EMILIO ALADRÉN En 1928, Federico se desentiende en Madrid de la revista ‘Gallo’ hasta tal punto que será requerido por el director de la publicación vanguardista, su hermano Francisco García Lorca. Federico, aunque en su interior seguía estando atraído por el joven Dalí, se sentía estrechamente relacionado con el escultor Emilio Aladrén Perojo, que había ingresado en la Escuela de Bellas Artes en 1922, el mismo año que Salvador. Ocho años más joven que Lorca, Aladrén, nacido en 1906, era un chico llamativamente guapo, de cabello negro, ojos grandes y algo oblicuos que le prestaban un aire ligeramente oriental, pómulos marcados y temperamento apasionado.
Federico lo había conocido allá por 1925, pero intimaron en 1927. A Lorca le sedujeron el físico, encanto personal y aire “entre tahitiano y ruso”, que decía la pintora Maruja Mallo, quien fue novia de Aladrén hasta que vino el momento en que Federico se lo “robó” sin más miramientos.
La mayoría de amigos de Lorca despreciaban a Aladrén como artista y persona, y consideraban que ejercía una influencia muy adversa sobre el poeta. A Federico le encantaba llevar a Emilio a fiestas y presentarlo como uno de los jóvenes escultores españoles más prometedores. La relación levantó los celos en algunos amigos del poeta y fue causa de escenas violentas.
Una joven inglesa llamada Eleanor Dove, llegada a Madrid como representante de la empresa de cosmética Elizabeth Arden, fue la causa de la ruptura de la relación entre el poeta y el escultor. Es el verano de 1928 y Lorca se ve sumido en una gran depresión, que le llevará a Nueva York. En esa época escribió una carta a José Antonio Rubio Sacristán, uno de sus amigos de la Residencia de Estudiantes, donde dice, entre otras cosas: “Ahora me doy cuenta de qué es eso del fuego del amor del que hablan los poetas eróticos y me doy cuenta, cuando tengo necesariamente que cortarlo de mi vida para no sucumbir”.
Paradojas de la vida, Aladrén fue escultor y tuvo algún éxito haciendo bustos en bronce de prohombres franquistas. Murió prematuramente al finalizar la década de los años cuarenta.
LA GRAN ATRACCIÓN: RAFAEL RODRÍGUEZ RAPÚN Función especial de ‘El amor brujo’ en la Residencia de Estudiantes allá por 1933. Entre el público se encontraba un apuesto estudiante de Ingeniería, Rafael Rodríguez Rapún, ‘el tres erres’, que le decían. Nacido en Madrid en 1912, Rodríguez Rapún es de constitución atlética, buen futbolista y socialista apasionado. Hacía unos meses que se había incorporado a La Barraca. No era homosexual pero, según su íntimo amigo Modesto Higueras, acabó sucumbiendo a los encantos lorquianos: “A Rafael le gustaban las mujeres más que chuparse los dedos, pero estaba cogido en esa red, no cogido, inmerso en Federico. Lo mismo que yo estaba inmerso en Federico, sin llegar a eso, él estaba inconsciente en este asunto. Después se quería escapar pero no podía… Fue tremendo”.
Sólo se ha encontrado una carta cruzada entre Lorca y Rapún, la escrita desde la añoranza del poeta, en aquellos días a Argentina: “Me acuerdo muchísimo de ti. Dejar de ver a una persona con la que ha estado uno pasando, durante meses, todas las horas del día es muy fuerte para olvidarlo. Máxime si hacia esa persona se siente uno atraído tan poderosamente como yo hacia ti”. Lorca regresa de Argentina y se retoma la relación. Cuando el poeta es invitado a Italia a un congreso teatral, la esposa de Ezio Levi, quien le cursó la invitación, le transmitió que podía “acudir con su esposa”, a lo que Lorca le respondió que era soltero, pero que asistiría con su secretario personal, Rafael Rodríguez Rapún.
El poeta no dejó de querer a aquel muchacho, quien según algunos testimonios, como los de la escritora y esposa de Alberti, María Teresa León, quedó profundamente afligido al conocer la noticia del asesinato de Federico. Rapún recibió formación militar, paradójicamente en la localidad de Lorca, y dicen que se marchó a morir al frente del Norte, donde encontró a ‘la flaca’, el 18 de agosto de 1937, justo un año después que García Lorca.
EL ‘AMIGO’ DE GRANADA: EDUARDO RODRÍGUEZ VALDIVIESO Fue el amigo granadino del poeta, y conservó sus cartas hasta su muerte, en 1997. Rodríguez Valdivieso, catorce años más joven que Lorca, era alto y apuesto, con ojos oscuros y una sensibilidad a flor de piel. Trabajaba a regañadientes en un banco granadino, amaba la literatura y era pobre e infeliz. Según Ian Gibson, conocer y enamorar a Lorca, ser amigo predilecto suyo durante aproximadamente un año, fue una de las experiencias fundamentales de su vida.
Se conocieron en febrero de 1932, en un baile de disfraces, en el Hotel Alhambra Palace. Él iba vestido de Pierrot y el poeta, de Dominó. Rodríguez Valdivieso recordaba que la fiesta duró hasta la madrugada: “Se bebió tanto que, al día siguiente, pocos se acordaban de la pasada aventura”.
Muestra de aquella relación es el contenido de una de las siete cartas que Lorca envió al granadino: “Recibí tu carta que contesto enseguida, muy contento de que te hayas acordado de mí, pues yo creía que casi me habías olvidado. Yo, como siempre, te recuerdo, quiero saber de ti y tener lazo de unión contigo”.
El 18 de julio de 1936 Rodríguez Valdivieso visitó la Huerta de San Vicente para celebrar junto con su amigo la festividad de San Federico. Una de aquellas tardes terribles de guerra y represión Federico bajó de su dormitorio y le dijo que había tenido un sueño inquietante: un grupo de mujeres enlutadas enarbolaban unos crucifijos, también negros, con los que le amenazaban.
Federico García Lorca y Eugenio Salvador Dalí
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El amigo que no pudo salvar a Lorca Carlos Morla rescató de la violencia a más de 2.000 personas que huían de la Guerra Civil
Carlos Morla y Federico García Lorca
Sergio Del Molino - El País“Cuando yo me muera, / enterradme con mi guitarra / bajo la arena”. Son versos de Memento, un poema de Cante jondo al que puso música Carlos Morla Lynch. Durante los años de la República, Lorca lo cantó al piano muchas madrugadas en el enorme piso de Morla de la calle Alfonso XII de Madrid, que cada noche después de cenar se llenaba de poetas, intelectuales y noctívagos que encontraban en sus sofás y en su mueble bar un refugio aristocrático. Federico García Lorca era el alma de aquellas veladas, el niño chistoso que sabía cortar las discusiones políticas con una carcajada y arrancarse con coplillas al piano cuando alguien bostezaba.
Hay mucho en la vida breve de Lorca que tiene un aire premonitorio. Ese gusto por la tragedia que lo convirtió en tragedia misma. Hay versos sobrenaturales, como estos de Memento, que ya contienen en sí mismos una inquietud. Pero verlos escritos en la partitura que compuso Morla agranda el escalofrío: esos arreglos con las indicaciones poco piu mosso y très lent et très lié son la aceptación de los deseos del amigo, deseos que no pudo cumplir. No solo no pudo evitar su muerte, sino que fue incapaz de darle sepultura bajo la arena. La gran tragedia, que parece escrita por el mismo Lorca, fue que Carlos Morla Lynch salvó la vida de miles de personas cuyo destino parecía el mismo que el del poeta, convirtiéndose en uno de esos héroes inmensos que la historia se resiste a reconocer, pero no pudo hacer absolutamente nada por su amigo del alma.
Carlos Morla Lynch fue consejero de la embajada de Chile en España entre 1928 y 1939. Al estallar la guerra en 1936, el gobierno chileno le dio libertad para abandonar el país con su familia, pero prefirió no irse de Madrid, donde quedó a cargo de la legación y ofreció refugio (en ella, en su casa y en varios pisos que alquiló para tal fin) a más de dos mil personas que huían de la violencia política. Hizo lo mismo con los republicanos que le reclamaron asilo en 1939, cuando las tropas franquistas entraron en la capital. Nunca pidió un carné ni puso condiciones a nadie, y arriesgó su vida y la de su familia noche tras noche ante una junta de defensa que no podía (ni, seguramente, quería) garantizar su inmunidad diplomática.
Ni siquiera el testimonio de sus diarios, publicados por primera vez en 1958 en una edición muy filtrada por la censura, da cuenta del dolor que debió destruirle cuando se enteró de la muerte de Federico, a quien creía a salvo en Granada, al cuidado de unos parientes. Fue el 1 de septiembre de 1936. Morla estaba en la Plaza Mayor y se hacía lustrar los zapatos por un limpia ocioso en una ciudad donde ya no había señores con zapatos que lustrar, cuando oyó a los vendedores de prensa gritar que Federico había sido fusilado en Granada. Lo atribuyó a un bulo y dedicó toda una semana a confirmar la noticia mediante sus contactos diplomáticos. “Yo que lo consideraba invencible, triunfador siempre, niño mimado por las hadas”, escribió en sus diarios. Madrid se llenó de retratos fúnebres del poeta, ya mártir, y Morla tuvo que seguir atendiendo a sus miles de refugiados sin poder dedicar mucho tiempo al amigo muerto que lo miraba desde las paredes.
La gran amistad de Federico y Morla queda acreditada para la historia de la literatura en la dedicatoria de Poeta en Nueva York: “A Bebé y Carlos Morla”. Se refiere a Bebé Vicuña, esposa del diplomático. Cuando Lorca la escribió, hacía poco más de un año que conocía al chileno, pero ya estaban unidos con una intensidad que algunos han sospechado más propia de los amantes (aunque Andrés Trapiello, gran experto en su figura y quizá su mayor apóstol literario, aduce que este punto no queda claro en los diarios) y en la que siempre estuvo muy presente la muerte. El consejero llegó a Madrid desde París en 1928, donde acababa de enterrar a su hija Colomba, de nueve años. El matrimonio se instaló en España destrozado, en pleno duelo por su niña. En un paseo por la Gran Vía, a Morla le llamó la atención un título en el escaparate de una librería: Romancero gitano. Lo leyó varias veces y encontró en sus versos algo parecido al consuelo, subrayando una estrofa que también suena profética: “La noche se puso íntima, / como una pequeña plaza. / Guardias civiles borrachos / en la puerta golpeaban”.
Morla resolvió que tenía que conocer al tal Federico, del que todo el mundo hablaba maravillas en Madrid, y Federico se convirtió enseguida en su amigo íntimo. A pesar de ser trece años más joven, Lorca entendió su dolor y su catolicismo heterodoxo y libre, pero sentido, tan parecido a su idea de la religiosidad popular. Ambos tenían más filantropía que ideología. Ambos querían a mucha gente y se hacían querer. Al poco de conocerse, Lorca dedicó unas canciones “a la maravillosa niña Colomba Morla Vicuña, dormida piadosamente el día 8 de agosto de 1928”.
Se vieron por última vez el 8 de julio de 1936 en su casa de Madrid. Los invitados a la cena comentaban las noticias en tono apocalíptico. Había preocupación, la ciudad estaba muy agitada. “Federico hoy ha hablado poco -anotó en su diario-; se halla como desmaterializado, ausente, en otra esfera. No está como otras veces, brillante, ocurrente, luminoso”. Aquella noche Federico solo hizo una contribución a la tertulia política: “Yo soy del partido de los pobres, pero de los pobres buenos”. Fue la última declaración que Morla escuchó de su boca.
CASI NADIE SE ACUERDA DE MORLA LYNCH Hasta 2011, 42 años después de la muerte de Carlos Morla Lynch, el Ayuntamiento de Madrid no colocó una de esas placas con forma de rombo en la calle Prado, 26, en cuyos pisos tercero y cuarto derecha estuvo la embajada chilena durante la guerra, recordando que fue allí donde el entonces consejero salvó la vida de miles de perseguidos. Incluso entonces la placa se colocó en el zaguán, no en la fachada, por lo que el lugar sigue pasando inadvertido para casi todos los paseantes. Y ha habido que esperar a 2016 para que una corporación municipal otorgue su nombre a una calle de Madrid.
Entre medias, la sombra de una sospecha: ¿pudo salvar a Miguel Hernández? Neruda (que fue cónsul en Madrid) acusó al diplomático de no haber dado asilo en 1939 al poeta de Orihuela. La acusación suena injusta y no se ha podido probar.
Se saldan deudas, aunque a tan largo plazo que ya suenan vencidas. Pese al esfuerzo de unos cuantos divulgadores, entre los que destaca Trapiello, y de una editorial entusiasta (la sevillana Renacimiento), que ha publicado los diarios de guerra (España sufre: diarios de guerra en el Madrid republicano), los informes diplomáticos y la parte de los diarios referida a su relación con Lorca (En España con Federico García Lorca), a Morla Lynch solo lo frecuentan quienes van por los caminos menos transitados. Casi todos sus diarios (88 cuadernos manuscritos) siguen inéditos por voluntad de sus nietas, que respetan así el deseo de su abuelo.
Yo pronuncio tu nombre En las noches oscuras Cuando vienen los astros A beber en la luna Y duermen los ramajes De las frondas ocultas. Y yo me siento hueco De pasión y de música. Loco reloj que canta Muertas horas antiguas.
Yo pronuncio tu nombre, En esta noche oscura, Y tu nombre me suena Más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas Y más doliente que la mansa lluvia.
¿Te querré como entonces Alguna vez? ¿Qué culpa Tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma ¿Qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡¡Si mis dedos pudieran Deshojar a la luna!!
Federico García Lorca
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LORCA EN LA HABANA
ESTA ISLA ES UN PARAÍSO
"Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba".
FEDERICO GARCÍA LORCA, CUBANIANDO Y GOZANDO
En La Habana, Lorca experimentó una sensación de libertad y de alivio.
Por Pío E. Serrano
Después de permanecer durante seis meses en los Estados Unidos, García Lorca llega a La Habana.
En marzo de 1930, Lorca salió de Nueva York en tren con rumbo a Miami, donde se embarcó para Cuba. Antes de su llegada, su visión de la isla era, según él mismo reconoció, puramente pintoresca; al pensar en el paisaje cubano y en el tono poético de la isla, recordaba las deliciosas litografías de las cajas de habanos que había visto de niño. En La Habana, Lorca experimentó una sensación de libertad y de alivio.
Por lo que sabemos, la estancia norteamericana del poeta granadino quedó resuelta en dos experiencias contrapuestas. Por una parte, la grata memoria de la acogida con que es recibido por las figuras mayores del hispanismo en Nueva York —Ángel del Río, Federico de Onís, Ángel Flores…— y por ciertos medios culturales norteamericanos, así como por el encantamiento que le produjo aquella ciudad monumental, esplendente de luz y color, rica en actividades culturales, cruce de caminos de las más diversas razas y nacionalidades; por otra, el descubrimiento de las prácticas más descarnadas de la sociedad capitalista y, sobre todo, el hallazgo del universo del negro norteamericano, la discriminación que padece y la marginación a la que está condenado. Y será esta segunda zona, la dolorosa y airada, la que producirá un vuelco en su expresión poética y, como nunca antes, abre su poesía a la denuncia de la opresión social, a la comprensión de los discriminados y explotados y a la necesidad de mostrar su identificación con los perseguidos.
Después de los sentimientos encontrados que le dejarán los seis meses de permanencia en Estados Unidos y de los pesares que arrastra desde España, García Lorca llega a La Habana. La estancia cubana —98 días— le permitirá a Lorca recuperar su lengua, durante meses menguada durante su estancia en Nueva York; recupera un espacio urbanístico más allegado y cordial en una ciudad que todavía concilia la «ciudad fortaleza», la «ciudad convento» y la «ciudad posada», tan españolas, con el despertar de una «ciudad monumental», favorecida por una burguesía ávida de espacios, que desborda el ámbito doméstico para ocupar el espacio público, y que Lorca hace tan suya que escribe a sus padres: «Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba»; regresa a unas prácticas religiosas más cálidas y vistosas que la frialdad protestante; descubre un frotamiento humano, desinhibido y espontáneo, el cubano, quien al dirigirse al amigo lo palpa, lo toca, palmea su espalda, abraza con el saludo y aún los más humildes —insulares al fin— ejercen la elegancia del gesto, la finura del trato con el visitante extranjero; recupera, en fin, probablemente por primera vez en su vida, el cuerpo, un cuerpo que en su experiencia expresa un deseo de libertad, mediatizado por el vuelco ideológico que se apodera de su escritura en Nueva York y por el erotismo irradiante de la naturaleza tropical y la fascinación que le producen esas «gotas de sangre negra que llevan los cubanos». No en balde, es en La Habana donde se siente capaz de escribir El público.
Nacido en 1898, es muy probable que Lorca recibiera desde fecha temprana las melancólicas referencias de la Cuba recientemente perdida. En cualquier caso, el poeta granadino dejó constancia en varias ocasiones de las habaneras y nanas, algunas originales de autores cubanos, como la habanera «Tú» de Eduardo Sánchez de Fuentes, que escuchaba en sus días de infancia, cantadas en el seno de la familia. A estas evocaciones musicales, añadía Lorca otras de carácter plástico: las sugerentes y ricas en colores fuertemente contrastantes de las marquillas de tabaco, presentes en las cajas de puros que su padre recibía de La Habana, y donde el niño descubriera la frondosa cabellera de Fonseca —Francisco E. Fonseca, industrial tabaquero cubano, fallecido un año antes de la llegada de Lorca a La Habana—, y que más tarde evocaría en su conocido poema «Son», «Son de Cuba», «Son de Santiago de Cuba» o «Son de negros en Cuba», que con todos estos títulos ha sido recogido en las diferentes versiones publicadas y presente como último poema en su Poeta en Nueva York, editado póstumamente en dos ediciones de 1940.
Quizás el impulso último para viajar a Cuba lo recibiera de su amigo José María Chacón y Calvo, hispanista y diplomático cubano, llegado a España en 1918. Se habían conocido en 1922, durante un viaje que Chacón hizo a la Semana Santa de Sevilla, acompañado por Alfonso Reyes, y desde entonces su amistad no dejó de crecer, alimentada por su trato frecuente en Madrid. En el piso de Chacón, en General Pardiñas 32, Lorca conoció a la antropóloga cubana Lydia Cabrera, quien, al parecer, estableciera el fecundo contacto entre el poeta y Margarita Xirgu.
En 1926 Chacón da a conocer por primera vez en Cuba la poesía de Lorca en la revista Social y en 1928, el poeta hispanocubano Eugenio Florit firmó un entusiasta artículo en la Revista de avance con motivo de la aparición delRomancero gitano recién publicado en España, y de nuevo la revista Socialreprodujo «Romance de la luna, luna» y «La casada infiel», poema este último que causó furor en La Habana y que Lorca dedicara a Lydia Cabrera y su negrita (Carmela Bajarano). Y en 1929 el crítico cubano Antonio Oliver Belmás, al tiempo que da noticias del agotamiento del Romancero gitano en las librerías habaneras, publica en la Revista de Avance un amplio ensayo sobre Gerardo Diego y García Lorca.
Aprovechando su estancia en La Habana, Chacón logra interesar a Fernando Ortiz, presidente de la Institución Hispanocubana de Cultura, fundada en 1926, y de la que era vicepresidente, para invitar a García Lorca a Cuba, una idea, sin duda, nacida desde los días en que Lorca prepara su viaje a Nueva York. Durante un breve viaje a Nueva York, en enero de 1930, Ortiz confirma personalmente a Lorca la invitación para visitar Cuba y dar cinco conferencias. El tres de marzo Lorca recibe de la Institución Hispanocubana de Cultura 150 pesos para cubrir los gastos del viaje que hará por barco desde Miami. La llegada a La Habana el 7 de marzo es anticipada por la prensa cubana, que no vacila en calificarlo como «el más eminente poeta español del momento». Acuden a recibirlo al puerto, por supuesto Chacón y Calvo, y algunas de las figuras más relevantes de la cultura cubana, entre ellos el joven poeta Juan Marinello y el profesor Féliz Lizaso.
Ahora bien, cuál era la Cuba a la que llegaba el poeta granadino. En lo político, la isla atravesaba los primeros meses del fraudulento acceso a un segundo periodo presidencial de Gerardo Machado, respondido con indignación por la población, lo que genera un clima de agitación y violencia, que cobra vida en una fracasada huelga general en marzo de 1930; hasta agosto de 1933 la isla viviría una etapa de feroz violencia entre el terrorismo opositor y la sangrienta represión del dictador. En lo económico, el país vivió durante unos pocos años de los beneficios de la política aduanera proteccionista y del incremento de la obra pública gestionada por el primer gobierno constitucional de Machado, un auge económico que comenzó a hacer aguas a partir de la crisis del 29 y que ya en 1930, con el desplome de la venta del azúcar en el mercado internacional, precipitaba a la isla en una tempestad económica de la que no se recuperaría hasta la II Guerra Mundial. Numerosos testimonios cubanos confirman que Lorca no permaneció indiferente al clima político de la isla y que, en más de una ocasión, expresó su simpatía por el rechazo popular a Machado, llegando a desfilar en algunas manifestaciones.
En cuanto al escenario cultural y a la reacción de los grupos intelectuales ante tales perspectivas, desde la década del 20 se comenzó a expresar un clima de contestación. Primero fue la «Protesta de los Trece» (1923), a continuación el surgimiento del llamado Grupo Minorista (1924), posteriormente la creación del movimiento ABC (1931) y la presencia cada vez con mayor visibilidad y efectividad del movimiento comunista, que tuvo entre sus filas a dos de las figuras más relevantes de la época, el líder universitario Julio Antonio Mella y el poeta Rubén Martínez Villena. En lo estrictamente literario, y particularmente en la poesía, las letras cubanas viven el renacimiento aportado por la Segunda Generación republicana, ansiosa por librarse de los flecos últimos del postmodernismo. Su vehículo fue la Revista de Avance (1927-1930), soporte de una nueva ética y de nueva estética alejadas de la inercia tradicional, defensora de la renovación del lenguaje y abierta a los ismos que ya se imponían en el resto de Hispanoamérica. Conviven en el periodo poesía pura y poesía social, alentadas ambas por los aires de la vanguardia y que alcanza uno de sus mejores momentos en la poesía negrista de Guillén. El 20 de abril de 1930, unos días antes de que Lorca escribiera su poema cubano «Son», Guillén publica en elDiario de la Marina sus ocho «Motivos de son», que para algunos fue, no influencia, sino circunstancia que favoreció la escritura del poema lorquiano. En 1930 y a lo largo de la década se publicaron algunos de los textos centrales de la poesía cubana, resultado de la efervescencia renovadora del momento. Ninguna otra ocasión mejor para el entusiasmo y la curiosidad con que fue recibido Lorca en la isla.
Entre el 9 de marzo y el 6 de abril despacha Lorca las cinco conferencias en La Habana que justificaban su viaje, y que después desgranaría en otras ciudades del interior de la isla. El éxito alcanzado por Lorca en sus presentaciones fue extraordinario. Lejos de la solemnidad acostumbrada en estos actos, Federico se presenta desinhibido y cordial, improvisa y desborda simpatía. La recaudación de taquilla, unida a la ayuda económica de sus amigos, posiblemente permitiera a Lorca ampliar su estancia en La Habana. Sobre la recepción del poeta granadino escribió más tarde Juan Marinello:
Las gentes de mejor sensibilidad recibieron con avidez absorta el verso inesperado, y le adivinaron la calidad y la hondura a través de su resonancia popular y de aquella conexión con lo nuestro que lo hacía, de pronto, materia cercana. Por ello se dio el caso, no producido antes ni repetido después, de que un escritor en la etapa ascendente y con lenguaje inusual, fuese recibido en la isla como un valor cumplido, de lograda estatura, de grandeza andadora. Porque es lo cierto que nuestros mejores hombres del año 30 ofrecieron al muchacho presuroso y alegre un homenaje de escritor clásico.
Y Lezama Lima, entonces estudiante, recuerda una lectura de poemas de Lorca en la Universidad de La Habana:
La seguridad de su voz en el recitado, le prestaba un gracioso énfasis, un leve subrayado. La voz entonces se agrandaba, abría los ojos con una desmesura muy mesurada, y su mano derecha esbozaba el gesto de quien reteniendo una gorgona, la soltase de pronto. El recuerdo de los cantaores estaba no solo en el grave entorno de su voz, sino en la convergencia del gesto y el aliento en todo su cuerpo, que parecía entonces dar un incontrastable paso al frente.
Lorca fue recibido y mimado en Cuba por las figuras más representativas de la alta cultura cubana, como Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Lydia Cabrera, Félix Lizaso, José Antonio Fernández de Castro, etc. Y encontró un cordial acomodo entre los poetas cubanos contemporáneos: Guillén, Ballagas, Dulce María Loynaz, Florit, Marinello, Tallet, entre otros muchos.
Pero no solo de conferencias y vida pública se alimentó la visita habanera de Lorca. Si exceptuamos al siempre presente Chacón y Calvo, tres fueron los círculos en los que transcurrió su vida privada. El primero, prácticamente desde su llegada, en torno al matrimonio español de Antonio Quevedo y María Muñoz, musicólogos asentados en Cuba desde 1919, una amistad precedida por una cálida carta de presentación de Manuel de Falla. Con ellos compartiría numerosas actividades culturales y poco de su existencia más íntima.
Entre los hermanos Loynaz —Carlos Manuel, Dulce María, Enrique y Flor— Lorca encontraría su mejor acomodo. La variedad de temperamentos, hiperbólicos todos, y el inusual estilo de vida de los hermanos ganó de inmediato el favor de Lorca, al tiempo que su simpatía y su no menos delirante comportamiento le abrieron las puertas de aquella casa de El Vedado que para Lorca sería «la casa encantada». Allí instaló una suerte de taller, sin pernoctar nunca, donde tocaba el piano y cantaba, escribía, dibujaba, bebía whisky con soda, entre apasionados coloquios que solían terminar, ya de madruga, en visitas a las calles y plazas de La Habana Vieja. En aquella casa Lorca escribió El público, algunos de los poemas de Poeta en Nueva York y fragmentos de Yerma y Doña Rosita la soltera. Si difícil fue su relación con Dulce María y Enrique, su trato de exaltada fraternidad con Flor y Carlos Manuel compensó el desencuentro con los mayores de los hermanos.
El tercer círculo en que se desarrolló otro aspecto de la vida privada de Federico en La Habana estaba formado, en primer lugar, por el joven poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y, en parte por los españoles, el musicólogo Adolfo Salazar y el pintor Gabriel García Maroto. Con ellos, Lorca conoció la intensidad de la noche marginal habanera, especialmente allí donde la presencia negra, bullanguera y alegremente provocadora, tenía sus recintos. Con ellos visitó por primera vez el popular Teatro Alambra, solo para hombres, donde se representaban delirantes piezas que alternaban la sátira social y política con lo vulgar y grosero, pero que gracias a la eficacia de los actores se convertían en desternillantes parodias que hacían llorar de risa a Federico, desde entonces asiduo asistente a estas representaciones, deslumbrado por la pericia en escena del negrito, el gallego, la mulata, el homosexual y el chino. Con sus amigos más íntimos recorrerá también los poco recomendables bares nocturnos del puerto y con Cardoza visita un elegante burdel que, en palabras del guatemalteco dejó paralizado a Federico «perplejo ante tanta suntuosidad».
Si en la zona portuaria Lorca descubrió la fuerza raigal y el encanto rítmico de la música popular cubana —entonces recién llegado a La Habana el son de Santiago de Cuba— fue en los bares marginados de la playa de Marianao donde Federico fue recibido como uno más entre los soneros negros y mulatos, sorprendidos por la gracia y la espontaneidad de aquel blanquito «gallego» que, primero los escuchaba con seriedad y atención para, a continuación, tomar el ritmo con las claves y hacer coro con los enardecidos intérpretes, ebrios de ritmo y de ron. Sin duda, entre aquellos bares modestísimos y populares, donde mejor se sintió Federico fue en el bar del Chori —Silvano Shueng Hechevarría, como Wifredo Lam, hijo de chino y de negra—, aquel mestizo enorme, santiaguero, de labios protuberantes y expresión inmutable, con un pañuelo rojo atado al cuello, poseedor de un inexplicable talento musical, capaz de extraer sorprendentes armonías de timbales, botellas, sartenes y bocinas, al tiempo que cantaba «Hayaca de maíz», «La choricera» y «Enterrador no la llores». La autenticidad del espectáculo debió de estremecer a Federico.
Si la disputa en torno al viaje de Lorca a Santiago de Cuba —costeado por la sede santiaguera de la Institución Hispanocubana de Cultura— ha quedado definitivamente zanjada por los incontestables testimonios de su visita, lo que hasta el presente no ha sido despejado es la identidad de la persona que lo acompañó. Un misterio más de un viaje que Federico quiso mantener en secreto, pues los Quevedo-Muñoz ni los Loynaz fueron advertidos del mismo. Lo que sí no ha dejado dudas fue la escritura del poema cubano de Lorca, «Son», escrito en el mes de abril en Matanzas, publicado por primera vez en La Habana por la revista Musicalia (abril-mayo de 1930) y cuyo original autógrafo regalará a su director Antonio Quevedo. Las pequeñas divergencias surgidas en las ediciones posteriores son materia de filólogos. En las que no entro. Sí me gustaría señalar que en Lezama Lima he encontrado, a mi parecer, la más acertada interpretación del verso «en un coche de aguas negras», de un hermetismo impenetrable para muchos, y que Lezama descifra considerando la metáfora como alusión al desaparecer el sol en la línea del horizonte. Sigue Lezama: «Ahí Lorca intuyó que el prodigio de nuestro sol es trágicamente tener sonidos negros, como el caer de una cascada sombría detrás de las paredes donde se lanzan al asalto los cornetines del bailongo».
Todavía hasta el día en que Federico se embarca hacia España el 12 de junio lo persiguen las innumerables anécdotas tan singularmente lorquianas con que, desde sus primeros días habaneros, dejó sembrada su estadía en Cuba y en las que el implacable limitado tiempo no nos ha permitido detenernos.
A su regreso a España, Cuba, lo cubano, permanecerá en el imaginario del poeta. Sus cartas a los cubanos y los testimonios de sus amigos dan fe de un constante relato que revela lo impregnado que Federico quedará por su experiencia cubana.
Por otra parte, son numerosos los textos inmediatos que genera el recuerdo del joven poeta durante su breve estancia cubana. Y con motivo de su asesinato, desde el mismo año 36, la respuesta cubana se llena de poemas de rabia, de ternura, de rechazo, de patetismo adolorido. En 1999 César López compiló cerca de un centenar de textos de todos los tiempos, donde los escritores cubanos han asegurado la permanente presencia de Federico García Lorca entre nosotros.
Epílogo José María Chacón y Calvo vivió hasta el final de sus días con la pesadumbre culposa de haberle facilitado a Federico las 250 pesetas para pagar el coche-cama que lo conduciría a la muerte.
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SON DE NEGROS EN CUBA
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüeña, iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano, iré a Santiago.
Iré a Santiago con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con el rosa de Romeo y Julieta iré a Santiago.
Mar de papel y plata de monedas.
Iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
Arpa de troncos vivos. Caimán. Flor de tabaco.
Iré a Santiago.
Siempre he dicho que yo iría a
Santiago en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas, iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla, iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena, iré a Santiago.
Calor blanco. Fruta muerta.
Iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de cañavera!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.
Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba
Federico García Lorca
EN CUBA 1930
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