“Ya que no puedo tener una mansión, disfrazo
lo que tengo con símbolos de grandeza: leones, fuentes, y mucha gangarria”
La Habana, el caos y el mal gusto
El adorno en exceso, los disparates, la imitación de lo señorial pero a escala digamos que mini, compacta
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana | Cubanet“En Cuba no se tiene la casa que se quiere sino la que se puede. Ni la casa ni la zona donde se vive son siempre indicadores precisos del estatus social o de la solvencia económica”, comenta Alicia, una funcionaria de la dirección provincial de vivienda de La Habana. Y agrega para ilustrar su afirmación: “Abogados, médicos, artistas o deportistas se los encuentra uno a diario viviendo en condiciones precarias mientras tienen como vecinos a choferes o vendedores ambulantes que han podido comprar, o heredaron de alguna forma, un chalet, una propiedad horizontal, un pent-house, una casa con piscina en Varadero”.
Esta visión no es para nada una exageración. Una rápida pesquisa en cualquier barrio de La Habana revelará al instante miles de casos que apoyarán esa afirmación. También dejará al descubierto que existe un problema grave, rayano en el caos, con el desarrollo urbanístico y arquitectónico de una ciudad que, hasta bien entrados los 60, se caracterizó por el respeto a determinadas normas constructivas y por el buen gusto de los arquitectos del patio.
Son muy pocas, demasiado pocas, las personas que consiguen comprar un terreno y contratar a un arquitecto, sea o no de excelencia, y a un buen equipo de constructores para que levanten ese hogar de ensueño, plenamente virgen, que no es ni la restauración de las ruinas de una vieja mansión de finales del XIX o principios del XX, ni el rediseño de una residencia de clase media de los años 50 enclavada en zonas otrora exclusivas.
“Se construye con lo que se tiene y donde se pueda. Del entorno donde se emplace la vivienda solo se asimila el desbarajuste que lo rodea”, comenta Julio Garcés, un ingeniero civil: “Lo común es que no haya tiempo ni presupuesto para calcular o pensar en esas cosas que son necesarias: luz, ventilación, armonía estética, pero también sucede que se tiene tiempo y presupuesto pero ausencia total del buen gusto y entonces, entre los nuevos ricos, sobran los ejemplos de lo extravagante, lo ridículo, lo kitsch, lo grotesco, y eso se ha ido convirtiendo en la norma de esta época”, dice Julio.
“El adorno en exceso, los disparates, la imitación de lo señorial pero a escala digamos que mini, compacta”, opina el restaurador e historiador del arte Delfín Suárez: “casas que son como esos (autos) fiat polacos que importaron en los años 80 y que la gente adornaba con emblemas de Mercedes Benz y con calcomanías de Fórmula Uno para imaginar que manejaban un Ferrari, eso mismo sucede ahora con las casas ya que no puedo tener una mansión, disfrazo lo que tengo con los símbolos de la grandeza: leones, fuentes, estufas que jamás serán encendidas, y mucha gangarria donde abunde lo bronceado, la imitación del oro. Esta es la época del acero quirúrgico y el oro ´golfi´, así que en nuestros hogares abunda la imitación de la madera, la imitación del mármol. Así recordarán esta época los que estudien la historia de nuestra arquitectura actual”.
No solo en la capital cubana ha habido una explosión del mal gusto y lo caótico en el ámbito de las construcciones domésticas, también en el interior del país se pueden encontrar, en abundancia, ejemplos de esas “iniciativas” arquitectónicas que, según el estudiante de arquitectura Nicola Castillo: “amenazan con transformar a la isla en una de las siete maravillas moderna del mal gusto mundial”:
“Para el interior del país es mucho peor porque la calidad de los materiales (de construcción) no es tan buena como en la capital, la gente tiende a inventar con lo que tiene a mano, hasta con tierra, y a veces llega al desastre. Pero sin dudas La Habana es la Meca, de aquí se irradia hacia todos lados como una plaga. Ha llegado el momento de establecer normas, legislaciones severas que detengan esas iniciativas tan dañinas que hacen ver como mansiones a cualquier edificio del Reparto Eléctrico o Alamar”, opina Nicola.
“¿Quién determinará qué cosa es de buen gusto y qué no lo es? ¿La inspectora de la vivienda que piensa que está bien vestida con una camiseta de dormir y una licra? ¿El trabajador social al que no hay quien le discuta que Justin Bieber es tan genio como Beethoven, que incluso ni siquiera conoce a Beethoven?”, se pregunta otro estudiante de diseño que no desea ser identificado: “Puedes hacer una ley y crear un batallón de inspectores y cuidado no le den una medalla a quien ponga más leones de yeso a la entrada de la casa. No hay programas en la televisión formando el gusto estético, pero hay muchísimos programas inculcando a toda hora el mal gusto, y eso que somos una televisión para educar y que somos el pueblo más culto. Hay que empezar por ahí. Mientras tanto nos quedarán unos cuantos años más de cosas feas por ver en los barrios”.