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General: En el paraiso no hay asesina, solo en las sociedades occidentales
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 02/09/2016 18:37
El crimen es propio de las decadentes Sociedades
Occidentales, pregonaba la propaganda comunista. Pero en la mismísima Unión Soviética
entre 1978 y 1990, un hombre mató y descuartizó a más de medio centenar de mujeres, niños y niñas
 
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En el paraíso no hay asesinos
            Carlos Espinosa Domínguez - Cuba Encuentro
El año pasado llegó a los cines el filme Child 44 (Inglaterra-República Checa-Estados Unidos-Rusia, 2015), que de entrada contaba con el atractivo de un elenco muy competente: Tom Hardy, Noomi Rapace, Gary Oldman, Vincent Cassel. Se promocionó con la etiqueta de inspirado en hechos reales, ocurridos en la Unión Soviética. Una vez que lo vi, suscribo plenamente lo que Peter Debruge escribió en la revista Variety: se trata de “una curiosa reliquia de la antigua mentalidad de la Guerra Fría”. Se pudo haber realizado un thriller sin llevarlo con tanta desfachatez y tosquedad al terreno del panfleto tendencioso. ¿Qué sentido tiene hacer propaganda contra la Unión Soviética veinticuatro años después de su desaparición? Ese carácter extemporáneo fue una de las razones por las que esa macedonia tramposa y confusa que es Child 44 sufrió un estrepitoso fracaso en la taquilla.
 
El que se hayan invertido 50 mil dólares en rodar Child 44 resulta más incomprensible cuando existían ya dos películas que sí se centran más en los aludidos hechos reales. Una es Citizen X (Estados Unidos, 1995), una producción de HBO que, sin ser una maravilla, lleva la marca del buen hacer de esa firma televisiva. Sus principales intérpretes son ya un sello de garantía: Stephen Rea, Donald Sutherland, Max von Sydow, Imelda Staunton, John Wood. El guion se basa en el libro de Robert Cullen The Criminal Department, y tiene el mérito de abordar con seriedad y centrarse en la investigación del caso criminal que conmocionó a medio mundo. El filme tuvo en su momento una buena recepción y se puede ver en YouTube en versión original o bien doblado al español. Para aquellos que se interesen en el tema, su visionado es muy recomendable.
  
La otra película que recrea los hechos es la italiana, aunque hablada en inglés, Evilenko (2004). La protagoniza Malcolm McDowell, actor recordado por su trabajo en La naranja mecánica. En este caso, la trama pasa de los investigadores para concentrarse en el personaje de Andrei Romanovic Evilenko, un maestro que, tras ser expulsado por pedófilo, se dedicó a violar niños, a quienes después asesinaba, despezaba y se comía. Suena como el argumento de una cinta de terror, ¿verdad? Pues eso es exactamente, así que no merece la pena malgastar los 111 minutos que dura su metraje.
 
Tras la decepción que para este cronista supuso Child 44 —de la novela de Tom Rob Smith en la cual se basa el filme, mejor ni hablar— y dado el interés que me despertó Citizen X, quedé con la curiosidad de saber más sobre aquellos hechos. Me di entonces a la tarea de buscar bibliografía y descubrí que existe un considerable número de libros sobre el tema, en su mayoría en inglés. Escogí para leer dos: Hunting the Devil: The Pursuit, Capture and Confession of the Most Savage Serial Killer in History (1994), de Richard Culler, y The Killer Department: Viktor Burakov´s Eight-Years Hunt for the Most Savage Killer in Russia History (1993), de Robert Culler. El autor del primero contó con la colaboración exclusive de Issa Kostoev, jefe del Departamento de Crímenes de Especial Importancia. El libro lo convierte en el héroe absoluto de la investigación, cuando lo cierto es que llegó a Rostov varios años después de que se habían iniciado los asesinatos y no siempre estuvo en el lugar de los hechos. Es muy significativo el hecho de que en el índice onomástico los verdaderos investigadores que se ocuparon del caso tienen pocas entradas o simplemente ninguna.
 
En 1983, en el breve lapso de seis meses, fueron asesinados en el área del Rostov del Don seis niñas y niños. En todos los casos, los crímenes se distinguían por el sadismo con que fueron cometidos. La milicia quería resolver rápidamente el caso, que ya había atraído la atención del Partido local y del Ministerio del Interior de Moscú. En el apuro por encontrar al asesino, pronto detuvieron a Yuri Kalenik, un joven con retraso mental, al que arrancaron unas confesiones plagadas de inconsistencias. Su vida fue destruida, pues pasó siete años en prisión.
 
En la Unión Soviética, la confesión era un elemento esencial en la investigación. Lo era desde antes, pues los rusos están habituados a que una persona culpable debe confesar su delito. Hay incluso quienes sostienen la idea errónea de que un acusado que no confiesa su crimen no se puede juzgar. Esa debió ser la razón por la cual las víctimas de las purgas estalinistas eran forzadas a admitir conspiraciones inexistentes. En el caso de Kalenik, se añadía el hecho de que en Rusia el retardo mental no se consideraba una minusvalía, sino una forma de locura.
 
Tras Kalenik, hubo otros sospechosos y a uno ya se le habían presentado cargos. Pero los nuevos cuerpos que se hallaron parecían burlarse de las pretensiones de quienes creían haber resuelto el caso. Alguien se dedicaba a dejar un reguero de niñas y niños muertos y todo indicaba que no tenía intenciones de parar. Pronto se sumó a las labores investigativas el forense Viktor Burakov, quien hizo notar que el asesino no tenía sexo normal con las víctimas. De acuerdo a los sitios donde estas se encontraron, se dedujo que el asesino tenía un trabajo que le daba la oportunidad de viajar o bien le permitía ausentarse con frecuencia.
 
La investigación no lograba avanzar
En el verano de 1984, el asesino tuvo una actividad enfebrecida. Los cuerpos se acumulaban a una velocidad tal, que la milicia no tenía tiempo de identificarlos. De los seis crímenes de 1983, pasó a 13. Desde Moscú empezaban a ver el caso con creciente impaciencia, pero la investigación no lograba avanzar. Cada vez que tenían un sospechoso, aparecían nuevos cadáveres. La labor además sobrepasaba los recursos con que se contaba en Rostov. Eliminar a los sospechosos llevaba cientos de horas, lo mismo que identificar a las víctimas. Por otro lado, el equipo del Instituto de Medicina de la ciudad trabajaba con microscopios y tubos de ensayo similares a los que entonces tenía cualquier high school en Estados Unidos.
 
En contra de la opinión de Burakov, el jefe de la milicia envió una carta al ministro del Interior solicitándole el envío de un equipo experimentado. Unos meses después, una docena de hombres llegó a Rostov y empezó a trabajar. Se creó una subunidad especial para encarar crímenes de naturaleza sexual. Estaba encargada de capturar al hombre —o los hombres— responsable de los asesinatos. Se puso entonces en marcha la Operación Poisk (Búsqueda). Agentes vestidos de civiles fueron situados en paradas de autobuses y estaciones de trenes, así como en el Parque del Aviador, para vigilar a hombres que se acercaran a niños, niñas y chicas jóvenes.
 
La prensa y la televisión eran instrumentos del Estado y solo informaban lo que los investigadores les decían. La noticia de los asesinatos además únicamente circulaba en los medios locales. Pero para septiembre de 1984, la milicia fue incapaz de continuar ignorando a la opinión pública, pues con tantos muertos y tantos sospechosos interrogados, la noticia pasó a ser del dominio de mucha gente. Empezaron así a propagarse los rumores. Según uno, un grupo de caníbales se dedicaba a matar, descuartizar y comer a sus víctimas. Según otro, una banda de criminales de Rostov había perdido una partida de cartas frente a una banda de otra ciudad, y la apuesta era la vida de 15 niños.
 
Otra versión decía que un grupo disfrazado de fotógrafos llegó a una escuela de Rostov. Mostraron sus credenciales y se llevaron a todos los niños al estudio, con el fin de fotografiarlos. Ninguno de los escolares regresó. Pero el rumor que más molestó a las autoridades era que el asesino circulaba en un Volga negro, el tipo de auto que se asignaba a los dirigentes del Partido. El carro llevaba una placa oficial que comenzaba con unas letras que en español serían MNS, acrónimo de Muerte a los Niños Soviéticos.
 
Un pánico silencioso se extendió por la ciudad. Algunas madres sintieron temor y comenzaron a dejar a sus hijos en casa o a acompañarlos cuando salían. Pero no todas tomaban precauciones y otras desconocían lo que estaba sucediendo. Muchas personas preferían ignorar los rumores y otras sencillamente no los habían escuchado. Las prostitutas siguieron trabajando en la estación. Los niños continuaron viajando en trenes y autobuses.
 
La situación se exacerbó con el siguiente crimen. En esa ocasión el asesinado fue el hijo de un ingeniero que en ese momento se hallaba en Teherán. La familia tenía muchos amigos y la noticia se propagó rápidamente. Las autoridades reaccionaron con torpeza y crueldad. Llamaron al enlutado padre y lo culparon de no haber orientado al niño correctamente. ¿Cómo era posible que este viajara solo en el transporte público? Era una cómoda manera de quitarse de encima la responsabilidad.
 
El hombre y su familia no eran culpables de un sistema en el que las escuelas estaban saturadas y los chicos tenían que asistir por turnos, lo cual traía como consecuencia que estaban libres la mitad del día. No eran culpables asimismo de que ese sistema exigiera que ambos padres tuviesen que trabajar. Tampoco eran culpables de que un niño que quisiese jugar fútbol tuviera que tomar un autobús y cruzar media ciudad.
 
El jefe del Partido pensó que había que hacer algo para calmar a la población. En una comparecencia televisada negó que los rumores que circulaban fueran ciertos y aseguró que no había razón alguna para el pánico. Talos rumores no eran sanos, afirmó, por el contrario, significaban una provocación. La muerte del hijo del ingeniero, afirmó el dirigente, era un suceso aislado. Y terminó diciendo que todos tenían buenos motivos para estar seguros de que el criminal que cometió ese asesinato iba a ser apresado. La milicia, por su parte, comenzó a visitar escuelas y fábricas, para dar instrucciones sobre la importancia de mantener vigilados a los niños y orientarlos a no ir con extraños. Esas medidas, pensaron, serían suficientes para alertar la conciencia de los padres.
 
A fines de agosto del 84, un miliciano asignado a la Operación Poisk estaba en la estación de autobuses de Rostov. Alrededor de las 8 de la noche, se fijó en un hombre que hablaba con una joven de 17 o 18 años, que podía ser su hija. Tenía el pelo gris, usaba corbata y espejuelos y cargaba en la mano un maletín pequeño. La chica se levantó a los pocos minutos y tomó un ómnibus. Entonces el hombre se aproximó a otra chica, se sentó a su lado y empezó a charlar con ella.
 
El miliciano se le acercó, le mostró su placa y le pidió que lo acompañara a la oficina de la milicia. La documentación del señor estaba en regla. Su nombre era Andrei Chakatilo, trabajaba en el departamento de suministro de una empresa de maquinaria. De acuerdo al pasaporte, estaba casado y tenía dos hijos. Argumentó que se hallaba en Rostov por razones de trabajo e iba de regreso a Shajty, el pueblo donde vivía. Comentó que había sido maestro y le gustaba conversar con los niños. Interrogaron luego a la segunda joven, quien declaró que él solo le preguntó si estudiaba y qué especialidad, y negó que le sugiriera ir con él. Tras eso, Andrei Chikatilo pudo irse a su casa.
 
Un hombre sádico con problemas de impotencia
Dos semanas después, el mismo miliciano lo vio nuevamente en la estación, vestido como la ocasión anterior. Esa vez fue llevado a la comisaría. Al revisar su maletín, se le halló un cuchillo de cocina. Los investigadores estaban convencidos de que habían dado con el autor de los crímenes. De no ser él, ¿por qué llevaba un cuchillo? Y, además, ¿por qué se había pasado la noche acercándose a mujeres y chicas? El procurador que interrogó a Andrei Chikatilo aceptó su explicación: había perdido el autobús a su casa y charlaba con las chicas para matar el tiempo. En cuanto al cuchillo, lo llevaba porque en sus viajes a menudo necesitaba cortar cosas, por ejemplo, embutidos. A eso se sumaba que el análisis del laboratorio dio que su tipo de sangre era A, mientras que la del asesino es AB. Andrei Chikatilo era también miembro del Partido y el secretario de su comité informó que en su expediente no había ninguna nota desfavorable.
 
Pero la visita a su centro laboral aportó un dato significativo. Hasta el mes de junio, había ocupado un puesto por el cual tenía que viajar a diferentes sitios de la región. Su apartamento fue registrado bajo la supervisión de Burakov. El hombre pasó seis meses en la cárcel, pero por el robo de una batería de un auto de su empresa, y fue suspendido del Partido. Y tras cumplir la breve condena, salió en libertad. No sería hasta varios años después que los investigadores se dieron cuenta de que entonces tuvieron la oportunidad de evitar unos cuantos crímenes.
 
Burakov decidió correr un gran riesgo: transgredió el secreto que aún rodeaba el caso y, sin permiso de sus superiores, pidió colaboración a miembros del campo psiquiátrico. Envió la información acumulada a expertos de Moscú y además solicitó al director del Instituto de Psiquiatría de Rostov que convenciera a los psiquiatras y los patólogos sexuales para que lo ayudasen. Con cautela, les explicó a estos que alguien estaba asesinando niñas, mujeres y niños, y de modo general les describió las pautas de las mutilaciones hechas a las víctimas. Tras eso, les preguntó: ¿Podía el asesino estar interesado en los dos sexos? ¿Era posible que se tratase de más de una persona? ¿Qué enfermedad puede llevar a ello? ¿Y cómo esa enfermedad puede afectar el comportamiento?
 
Las respuestas que Burakov recibió lo defraudaron. Muchos de los psiquiatras apenas se interesaron en el tema y en que se atrapase al criminal. Otros dieron explicaciones vagas y contradictorias. Sin embargo, uno de los psiquiatras, el doctor Alexander Bujanovski, se le acercó y le propuso que tuvieran una charla en su oficina. Se encontraron, Burakov le proporcionó el material que tenía y dos semanas después recibió un informe de 17 páginas. De acuerdo al mismo, los crímenes han sido cometidos por un hombre con un desorden sexual en su personalidad. Es un sádico que solo puede lograr satisfacción sexual causando sufrimiento a otros. Es probable que, al tener sexo normal, tenga problemas de impotencia. Por eso recurre al sufrimiento para excitarse. La literatura psiquiátrica recoge muchos ejemplos de sádicos a los que les gusta usar cuchillos u otros objetos punzantes para causar heridas superficiales.
 
El asesino es compulsivo. Cuando necesita matar, no puede evitarlo, como una persona normal sí puede no comer cuando tiene hambre o no tomar agua cuando tiene sed. Pero cuando consigue el alivio que le da el matar, puede caer en depresiones y volverse irritable. Probablemente padece dolores de cabeza e insomnio. Su compulsión de asesinar podría estar estimulada por hechos periódicos, como las fases de la luna o las condiciones del tiempo.
 
El informe también señalaba que, aunque el asesino está afectado por una enfermedad mental —posiblemente esquizofrenia—, no está loco ni es retrasado. Tiene intelecto suficiente para maquinar sus asesinatos y tomar precauciones para no ser capturado. Es factible que se refugie en su mundo interior y que tenga poca actividad social. Si alguna vez tuvo amigos cercanos, los perdió. En opinión del doctor Bujanovski, es muy poco probable que se trate de un grupo. La posibilidad de que dos o tres personas con esas características puedan encontrarse y cometer juntas los crímenes, expresó, es extremadamente remota.
 
Por otro lado, llegó otro informe realizado por el Centro Científico Nacional para el Estudio de la Patología Sexual y basado en la información proporcionada por Burakov. En él se describía al asesino como una persona que posee maña para seleccionar a sus víctimas. En el caso de las mujeres adultas, escoge aquellas fáciles de engañar, porque necesitan alimento, dinero o un lugar donde quedarse. Con los niños actúa de manera más impulsiva: su compulsión de matar es activada por un aspecto en particular de su apariencia.
 
Al igual que el doctor Bujanovski, los autores de ese informe creen que el asesino no puede mantener la erección durante un coito normal. Se excita a sí mismo cuando apuñala y ve la sangre. Entonces eyacula, ya sea espontáneamente o bien porque se masturba. Eso explica el semen sobre las víctimas, en lugar de dentro de ellas. Su necesidad de gratificación sexual es tan intensa, que hasta puede no darse cuenta de cuándo exactamente la persona muere.
 
El ritual de mutilación posiblemente es posterior a la muerte de las víctimas, o bien tiene lugar después del clímax sexual. Si el asesino aún no ha logrado el orgasmo cuando la persona ya falleció, el hecho de cortar los órganos sexuales de esta puede ayudarle a incrementar su excitación y permitirle eyacular. Tras eso, puede limpiarse con toda calma los restos de sangre de la ropa y revisar que no ha dejado evidencias en la escena del crimen. Las partes del cuerpo de las víctimas puede arrojarlas o bien llevárselas consigo. Luego sale del bosque con tranquilidad y hasta puede ser capaz de charlar casualmente con gente que se encuentre o conducir un auto. Como el doctor Bujanovski, los especialistas del Centro Científico Nacional para el Estudio de la patología Sexual opinaban que es poco probable que los crímenes se deban a un grupo de personas. Creen que el mismo individuo mata a personas de los dos sexos.
 
Con la acumulación de cinco niños muertos hasta el otoño de1 año 84, la milicia pasó a manejar dos teorías. La primera, que había dos asesinos sin relación alguna entre ellos: uno mataba mujeres y niñas y el otro, niños. La segunda, basada en el semen sobre el cuerpo de las víctimas, que la orientación básica del asesino era la homosexualidad. Esta última teoría fue la que se impuso y marcó el comienzo de una operación dirigida contra la comunidad homosexual de Rostov. Estos fueron unas de las víctimas colaterales del llamado “carnicero de Rostov”, que hasta 1990 continuó llenando de cadáveres la morgue y enlutando familias.
                Fuente Cuba Encuentro   

Esta película basada en hechos reales, nos muestra la incompetencia de los comunistas durante la década de los 80 y principios de los 90 (últimos coletazos de la URSS) para dar caza a "el carnicero de Rostov" Andréi Chikatilo, un pederasta y asesino en serie con al menos 53 asesinatos conocidos hasta el momento. A mi me gustó la película entre otras cosas porque el cine trata muy pocas veces la temática de los regímenes comunistas en cualquiera de sus formas, es como si fuera casi un tema "tabú" en las grandes producciones cinematográficas, y dado que es un telefilm y no estaba disponible en youtube en español lo subo para vuestro deleite.
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 02/09/2016 18:40


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: cubanodelmundo Enviado: 10/09/2016 16:45
En el paraíso no hay asesinos (II)
La historia del “carnicero de Rostov” fue una de las páginas más vergonzosas de un régimen basado en la
tergiversación y el ocultamiento de la verdad, que prefirió mirar hacia otro lado para resguardar un modelo ideológico y social
 
AndreiChikatilo.jpg (830×297)
                                                                                Soy un error de la naturaleza, una bestia enfadada. Andrei Chikatilo
            Por Carlos Espinosa Domínguez - | Cuba Encuentro
El primer homosexual detenido como sospechoso fue desestimado, tras dar negativas las pruebas de sangre y semen. Pero Burakov le ofreció la posibilidad de residir en Rostov y así poder ayudar a su madre, si colaboraba a identificar a la población gay de la ciudad. 300 hombres fueron investigados en el pogromo que se desató. 150 fueron procesados bajo el estatuto de anti sodomía de la ley soviética y enviados a la cárcel.
 
Aterrorizados, los homosexuales cambiaron los sitios de encuentro de un parque a otro. Muchos optaron por mudarse a otras ciudades. Otros, en cambio, tuvieron menos suerte y no sobrevivieron a aquella auténtica cacería. Un camarero que fue llevado a la comisaría y amenazado con ser procesado, se suicidó cortándose las venas. Otro hombre, un ingeniero en telefonía que era bisexual, fue molestado continuamente por la milicia y se envenenó. Y un carpintero también prefirió cortarse las venas, cuando supo que lo iban a interrogar por pedofilia.
 
Una vez más, los hechos pusieron en evidencia que los investigadores seguían dando palos de ciego. En la primera mitad de 1985 no apareció ningún cuerpo. Pero en agosto fue hallado el de una joven, cerca del aeropuerto de Domodovo, en Moscú. El asesino debió regresar luego a Rostov, pues en esa zona apareció el cadáver de una chica de 18 años. No hubo más crímenes hasta julio de 1986. Para entonces, había 250 personas trabajando en el caso.
 
La perestroika impulsada por Mijaíl Gorbachov acababa de empezar y la política de transparencia de la glasnost hizo posible que los diarios de Rostov, en coordinación con la milicia, publicaran por fin unos cautos artículos que sugerían la existencia de un asesino en serie. Los trabajos fueron ilustrados con imágenes de algunas de las víctimas. En esos textos además se solicitaba a las personas que proporcionasen alguna información que pudiera contribuir a la captura del criminal.
 
En el otoño de ese año, Burakov y sus hombres decidieron que tenían que considerar con más seriedad la posibilidad de que el asesino se hubiera mudado a otra localidad, dado que solo se habían producido dos crímenes en más de un año. Tras eso, su actividad cesó. Pero en abril de 1988 fue hallado el cuerpo de una joven. Y al mes siguiente, el de un niño en Ucrania. Esta vez había un testigo, un compañero de estudio. En abril del 89, el inicio del deshielo permitió que se descubriera el cuerpo sin vida de un niño que estaba desaparecido desde el año anterior.
 
Para julio de 1990, el número de víctimas ascendía a 32, una cifra que se mantenía en secreto, lo mismo que los detalles de los crímenes. Pese a ello, los artículos divulgados por la prensa ya habían logrado que la macabra actividad del asesino en serie pasase a ser del dominio público. Pero la milicia no era capaz de hacer nada contra un homicida que parecía tener la habilidad de seleccionar, matar y mutilar a sus víctimas de manera invisible. La investigación había caído en un pantano de incompetencia e irresponsabilidad.
 
Burakov no dejaba de pensar en el elektrichka, el tren del servicio de cercanías que la gente usaba diariamente. Muchos de los crímenes fueron cometidos cerca de las estaciones o de las líneas férreas. A la milicia le tocaba hacer que el elektrichka se pusiera en función de ellos y no del asesino. Por otro lado, los investigadores se dieron cuenta de que este estaba escalando. Las arriesgadas circunstancias de uno de los últimos homicidios, ocurrido cerca de la playa, sugerían que el criminal se estaba aproximando a un punto de desesperación, y era probable que pronto cometería un error fatal.
 
Un nombre que resultó familia
Una vez que se hizo obvio que buscaba a sus víctimas en las estaciones, la milicia preparó un plan. Se situaron agentes visiblemente uniformados en las estaciones más grandes, de manera de que el homicida se percatase. Y en otras tres más pequeñas y cercanas al bosque, fueron ubicados milicianos vestidos de civil. Esas serían así las estaciones más seguras para que él se decidiera a actuar. Se dieron instrucciones a los agentes para que anotaran el nombre de cada persona sospechosa que subiera o bajase del elektrichka, particularmente si se trataba de un hombre acompañado por una niña, una mujer o un niño. 300 milicianos vigilarían las estaciones durante el horario de servicio de los trenes.
 
El plan se puso en marcha a fines a fines de octubre de 1990. A los pocos días, se produjo el hallazgo del cadáver de un niño. Y tres días después, el de otro más. En noviembre, tras las celebraciones por el aniversario de la Revolución de Octubre, fue encontrada la víctima número 36. La trampa puesta al asesino había vuelto a fallar. Los reportes correspondientes a esos días no fueron enviados oportunamente a la oficina de la milicia. Llegaron después y al revisarlos, Mijaíl Fetisov, jefe de la milicia de Rostov, vio un nombre que le resultó familiar: Chikatilo, Andrei Romanovich, quien había sido interrogado el día 6 de noviembre.
 
Determinaron investigarlo de nuevo, pero se dieron cuenta de que los datos sobre él estaban desactualizados: ya no vivía ni laboraba en los mismos sitios. Demoraron tres días en dar con su paradero actual. Averiguaron entonces que por varios años fue maestro, pero le pidieron la renuncia después de recibir varias quejas de alumnas que habían sido molestadas por él. A partir de ahí, fue despedido de un empleo tras otro. Los meses que pasó en la cárcel por el robo de una batería de auto coincidían además con el período de inactividad del asesino. Y la fecha del crimen en Moscú correspondía con uno de sus viajes. Su nombre no figuraba en los registros de Aeroflot porque había ido en tren. Fue sometido entonces a vigilancia durante varios días, para tratar de sorprenderlo a punto de matar, pero no hizo nada ilegal.
 
Finalmente, a fines de noviembre se decidió llevarlo a la comisaría. Al comunicárselo, ofreció en silencio las manos para que lo esposasen, como si lo estuviese esperando desde hacía tiempo. Solo cuando iban en camino hacia Rostov preguntó: “¿Por qué estoy siendo arrestado?”. Durante el interrogatorio, respondió las preguntas con voz monótona y baja. Nacido en Yablochnaye, Ucrania, en 1936. Graduado en artes liberales en la Universidad Estatal de Rostov, así como en técnico en comunicación y electrónica. Además de ruso, habla alemán. Está casado y tiene dos hijos.
 
Sospechaba que su arresto se debía a una disputa sobre una construcción en Shajty, en el apartamento en donde vive su hijo. Él había escrito cartas para protestar, pues el garaje le quita luz a la vivienda. Había acusado a los funcionarios y burócratas de haberse dejado sobornar. ¿Los asesinatos en el área de Rostov? No, no tenía nada que ver con ellos. Por tanto, su detención era ilegal.
 
Chikatilo redactó dos textos faltos de coherencia. Describían los crímenes y establecían un motivo racional, pero él no admitía directamente su culpa. Confesó un intento de abusar de una alumna, que logró escapar de él y saltar por la ventana del aula. Fue esa la causa de su renuncia. Declaró también que tenía dificultad para controlar sus impulsos cuando estaba con niños. Al cabo de nueve días, había revelado detalles que sugerían que él era el asesino. Pero paradójicamente, solo reconoció como delitos las dos ocasiones en que molestó a chicas, hacía ya mucho tiempo.
 
La milicia tenía un problema: si no obtenían una confesión suya para acusarlo, a los 10 días tenían que dejarlo en libertad. Dado que los interrogatorios no daban resultado, se dieron cuenta de que necesitaban otro interlocutor capaz de convertir sus obvios sentimientos de vergüenza y culpa en confesión. Burakov propuso un candidato: el doctor Bujanovski. Este accedió, pero puso una condición: hablaría con Chikatilov como psiquiatra, no como interrogador. De ese modo, trataría de que se abriera.
 
Al confrontar al hombre sobre quien había teorizado, el doctor Bujanovski se sintió compensado. Experimentó además la excitación de poder estudiar esa mente aberrante y única. Le llevó dos horas establecer relación con Chikatilo. Una vez que este lo aceptó como una persona simpática que comprendía sus sentimientos, la confesión brotó. Le contó que cometió el primer crimen en 1978. Se trataba de una niña. Se acusó de ello a un hombre, al que ejecutaron por ello. Fue otra de sus víctimas colaterales.
 
En total, 56 asesinatos
Chikatilo tenía una excelente memoria y pudo dar abundantes detalles de su carrera delictiva. Después de corroborar los 36 asesinatos de la lista, reveló otros más. En algunos casos, viajó acompañado de guardias para indicar los sitios exactos donde enterró los cadáveres. Todos fueron encontrados, salvo uno. Confesó 56 asesinatos. Se hallaron evidencias de 53 y por ellos fue acusado. Posiblemente la cifra real de homicidios ha de ser mayor, pero eso ya nunca se sabrá. Asimismo, conviene señalar que 5 de los interrogados se suicidaron. Y si se añade el hombre ejecutado por su primer crimen, el número de personas que murieron por su culpa ascienden a 59. Eso convierte a Chikatilo en el mayor asesino en serie de la historia de Rusia, con permiso de Stalin.
 
Aparte de la confesión, se analizó su semen y resultó ser del grupo AB (los antígenos B no aparecieron en su sangre). Ocurre que uno de cada 10 mil hombres tiene un grupo diferente en la sangre y el semen, y Chikatilo era uno de ellos. En su casa además fueron hallados 23 cuchillos y un par de zapatos cuya huella coincidía con la hallada junto a una de las víctimas.
 
El juicio dio comienzo en abril de 1992, duró hasta octubre y se convirtió en un verdadero espectáculo. Chikatilo asistió con la cabeza rapada y encerrado en una jaula, para evitar que los familiares de las víctimas lo agredieran. En una de las primeras sesiones se dedicó a leer una revista pornográfica. En otra se desnudó y mostró su sexo flácido, mientras gritaba al público: “Mirad esta cosa inútil. ¿Qué creéis que podía hacer yo con esto?”. Pero en los días siguientes, se comportó de forma anómala y fue perdiendo contacto con la realidad. Sus intervenciones eran incoherentes. Negó 6 de los homicidios y reveló 4 nuevos. Es probable que con todo ello quería hacerse pasar por loco, para influir en el veredicto del jurado.
 
El doctor Bujanovski se preparó para testificar que Chikatilo estaba legalmente enfermo y no podía ser responsabilizado de sus crímenes, pero el juez se negó a que testificara sobre su condición psiquiátrica. Tampoco admitió la petición de la defensa de que un panel independiente de psiquiatras lo examinase. Se perdió así la oportunidad de conducir un juicio que arrojase luz sobre las causas de su comportamiento en los crímenes. Esto también podría haber educado a la población sobre algunas de las psicopatologías que se daban en su medio.
 
El juicio se basó enteramente en la opinión de los especialistas del Instituto Serbsky y del Centro de Estudios de Patología Sexual. De acuerdo a esos informes, Chikatilo estaba legalmente sano y era responsable de lo que hacía. El último día, el “carnicero de Rostov” escenificó su circo postrero: cantó “La Internacional” y lanzó un monólogo sobre la mafia azerí, el movimiento independentista de Ucrania y el desastre nuclear de Chernóbil. Pero se negó a hablar cuando el juez le dio la oportunidad final para hacerlo. Fue condenado a muerte y ejecutado con un disparo en la cabeza, el 14 de febrero de 1994.
 
Fue el fin del asesino en serie más salvaje y sanguinario que ha conocido una sociedad moderna. Un hombre que llevaba una doble vida. Para sus vecinos y colegas, era un padre de familia y un militante del Partido que cumplía con su trabajo. Pero tras esa fachada de respetable miembro de la sociedad comunista, se ocultaba un asesino que se ganaba la confianza de niños, jóvenes y niñas, a quienes engañaba y conducía al bosque. Allí les daba muerte, los mutilaba salvajemente, les sacaba los ojos, les extirpaba los órganos genitales y al final, eyaculaba sobre sus cuerpos.
 
El tribunal que lo sentenció a muerte criticó también a la milicia, por su “absoluta incompetencia”. Desde el comienzo, la investigación estuvo regida por actitudes arcaicas respecto a los crímenes sexuales. A ello se sumó el laberinto de pesadilla de la burocracia. Eso condujo a que las personas encargadas de la investigación se guiaran por falsas pistas y manejaran bizarras teorías: los crímenes respondían a un culto satánico, a una banda de retrasados mentales; el asesino debía ser un doctor, pues los órganos de las víctimas eran cercenados con una precisión quirúrgica.
 
Hubo además enfrentamientos, conflictos y recriminaciones entre quienes se ocupaban del caso. Isaac Kostoev, jefe del Departamento de Crímenes de Especial Importancia, insistió con terquedad en la hipótesis de que el homicida era un homosexual, y se dedicó a aterrorizarlos. Denigró además la labor de la milicia y la colaboración del doctor Bujanovski. Mientras tanto, la sociedad quedaba a merced de un asesino de inusitado salvajismo. Asimismo, si Andrei Chikatilo pudo evadir la detención se debió, en parte, a que sus crímenes explotaban flaquezas de la decadente sociedad soviética. La pobreza hacía que mucha gente joven de las zonas rurales dejaba sus hogares para irse a la ciudad. Pero al no tener allí, contactos amigos ni dinero, esos jóvenes podían fácilmente verse en situaciones peligrosas, y su desaparición a menudo no será notada.
 
La historia del “carnicero de Rostov” fue, en suma, una de las páginas más vergonzosas de un régimen basado en la tergiversación y el ocultamiento de la verdad, que prefirió mirar hacia otro lado para resguardar un modelo ideológico y social. Un régimen con una ideología oficial y única, de acuerdo a la cual un asesino en serie era imposible en una sociedad comunista.
                         Fuente Cuba Encuentro

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 21/09/2016 14:20
En el paraíso no hay asesinos (II)
La historia del “carnicero de Rostov” fue una de las páginas más vergonzosas de un régimen basado en la tergiversación y el ocultamiento de la verdad, que prefirió mirar hacia otro lado para resguardar un modelo ideológico y social.
 
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Andrei Chikatilo, durante una de las sesiones del juicio.
Soy un error de la naturaleza, una bestia enfadada.
Andrei Chikatilo
   Por Carlos Espinosa Domínguez |  Misisipi | Cuba Encuentro
El primer homosexual detenido como sospechoso fue desestimado, tras dar negativas las pruebas de sangre y semen. Pero Burakov le ofreció la posibilidad de residir en Rostov y así poder ayudar a su madre, si colaboraba a identificar a la población gay de la ciudad. 300 hombres fueron investigados en el pogromo que se desató. 150 fueron procesados bajo el estatuto de anti sodomía de la ley soviética y enviados a la cárcel.
 
Aterrorizados, los homosexuales cambiaron los sitios de encuentro de un parque a otro. Muchos optaron por mudarse a otras ciudades. Otros, en cambio, tuvieron menos suerte y no sobrevivieron a aquella auténtica cacería. Un camarero que fue llevado a la comisaría y amenazado con ser procesado, se suicidó cortándose las venas. Otro hombre, un ingeniero en telefonía que era bisexual, fue molestado continuamente por la milicia y se envenenó. Y un carpintero también prefirió cortarse las venas, cuando supo que lo iban a interrogar por pedofilia.
 
Una vez más, los hechos pusieron en evidencia que los investigadores seguían dando palos de ciego. En la primera mitad de 1985 no apareció ningún cuerpo. Pero en agosto fue hallado el de una joven, cerca del aeropuerto de Domodovo, en Moscú. El asesino debió regresar luego a Rostov, pues en esa zona apareció el cadáver de una chica de 18 años. No hubo más crímenes hasta julio de 1986. Para entonces, había 250 personas trabajando en el caso.
 
La perestroika impulsada por Mijaíl Gorbachov acababa de empezar y la política de transparencia de la glasnost hizo posible que los diarios de Rostov, en coordinación con la milicia, publicaran por fin unos cautos artículos que sugerían la existencia de un asesino en serie. Los trabajos fueron ilustrados con imágenes de algunas de las víctimas. En esos textos además se solicitaba a las personas que proporcionasen alguna información que pudiera contribuir a la captura del criminal.
 
En el otoño de ese año, Burakov y sus hombres decidieron que tenían que considerar con más seriedad la posibilidad de que el asesino se hubiera mudado a otra localidad, dado que solo se habían producido dos crímenes en más de un año. Tras eso, su actividad cesó. Pero en abril de 1988 fue hallado el cuerpo de una joven. Y al mes siguiente, el de un niño en Ucrania. Esta vez había un testigo, un compañero de estudio. En abril del 89, el inicio del deshielo permitió que se descubriera el cuerpo sin vida de un niño que estaba desaparecido desde el año anterior.
 
Para julio de 1990, el número de víctimas ascendía a 32, una cifra que se mantenía en secreto, lo mismo que los detalles de los crímenes. Pese a ello, los artículos divulgados por la prensa ya habían logrado que la macabra actividad del asesino en serie pasase a ser del dominio público. Pero la milicia no era capaz de hacer nada contra un homicida que parecía tener la habilidad de seleccionar, matar y mutilar a sus víctimas de manera invisible. La investigación había caído en un pantano de incompetencia e irresponsabilidad.
 
Burakov no dejaba de pensar en el elektrichka, el tren del servicio de cercanías que la gente usaba diariamente. Muchos de los crímenes fueron cometidos cerca de las estaciones o de las líneas férreas. A la milicia le tocaba hacer que el elektrichka se pusiera en función de ellos y no del asesino. Por otro lado, los investigadores se dieron cuenta de que este estaba escalando. Las arriesgadas circunstancias de uno de los últimos homicidios, ocurrido cerca de la playa, sugerían que el criminal se estaba aproximando a un punto de desesperación, y era probable que pronto cometería un error fatal.
 
Un nombre que resultó familia
Una vez que se hizo obvio que buscaba a sus víctimas en las estaciones, la milicia preparó un plan. Se situaron agentes visiblemente uniformados en las estaciones más grandes, de manera de que el homicida se percatase. Y en otras tres más pequeñas y cercanas al bosque, fueron ubicados milicianos vestidos de civil. Esas serían así las estaciones más seguras para que él se decidiera a actuar. Se dieron instrucciones a los agentes para que anotaran el nombre de cada persona sospechosa que subiera o bajase del elektrichka, particularmente si se trataba de un hombre acompañado por una niña, una mujer o un niño. 300 milicianos vigilarían las estaciones durante el horario de servicio de los trenes.
 
El plan se puso en marcha a fines a fines de octubre de 1990. A los pocos días, se produjo el hallazgo del cadáver de un niño. Y tres días después, el de otro más. En noviembre, tras las celebraciones por el aniversario de la Revolución de Octubre, fue encontrada la víctima número 36. La trampa puesta al asesino había vuelto a fallar. Los reportes correspondientes a esos días no fueron enviados oportunamente a la oficina de la milicia. Llegaron después y al revisarlos, Mijaíl Fetisov, jefe de la milicia de Rostov, vio un nombre que le resultó familiar: Chikatilo, Andrei Romanovich, quien había sido interrogado el día 6 de noviembre.
 
Determinaron investigarlo de nuevo, pero se dieron cuenta de que los datos sobre él estaban desactualizados: ya no vivía ni laboraba en los mismos sitios. Demoraron tres días en dar con su paradero actual. Averiguaron entonces que por varios años fue maestro, pero le pidieron la renuncia después de recibir varias quejas de alumnas que habían sido molestadas por él. A partir de ahí, fue despedido de un empleo tras otro. Los meses que pasó en la cárcel por el robo de una batería de auto coincidían además con el período de inactividad del asesino. Y la fecha del crimen en Moscú correspondía con uno de sus viajes. Su nombre no figuraba en los registros de Aeroflot porque había ido en tren. Fue sometido entonces a vigilancia durante varios días, para tratar de sorprenderlo a punto de matar, pero no hizo nada ilegal.
 
Finalmente, a fines de noviembre se decidió llevarlo a la comisaría. Al comunicárselo, ofreció en silencio las manos para que lo esposasen, como si lo estuviese esperando desde hacía tiempo. Solo cuando iban en camino hacia Rostov preguntó: “¿Por qué estoy siendo arrestado?”. Durante el interrogatorio, respondió las preguntas con voz monótona y baja. Nacido en Yablochnaye, Ucrania, en 1936. Graduado en artes liberales en la Universidad Estatal de Rostov, así como en técnico en comunicación y electrónica. Además de ruso, habla alemán. Está casado y tiene dos hijos.
 
Sospechaba que su arresto se debía a una disputa sobre una construcción en Shajty, en el apartamento en donde vive su hijo. Él había escrito cartas para protestar, pues el garaje le quita luz a la vivienda. Había acusado a los funcionarios y burócratas de haberse dejado sobornar. ¿Los asesinatos en el área de Rostov? No, no tenía nada que ver con ellos. Por tanto, su detención era ilegal.
 
Chikatilo redactó dos textos faltos de coherencia. Describían los crímenes y establecían un motivo racional, pero él no admitía directamente su culpa. Confesó un intento de abusar de una alumna, que logró escapar de él y saltar por la ventana del aula. Fue esa la causa de su renuncia. Declaró también que tenía dificultad para controlar sus impulsos cuando estaba con niños. Al cabo de nueve días, había revelado detalles que sugerían que él era el asesino. Pero paradójicamente, solo reconoció como delitos las dos ocasiones en que molestó a chicas, hacía ya mucho tiempo.
 
La milicia tenía un problema: si no obtenían una confesión suya para acusarlo, a los 10 días tenían que dejarlo en libertad. Dado que los interrogatorios no daban resultado, se dieron cuenta de que necesitaban otro interlocutor capaz de convertir sus obvios sentimientos de vergüenza y culpa en confesión. Burakov propuso un candidato: el doctor Bujanovski. Este accedió, pero puso una condición: hablaría con Chikatilov como psiquiatra, no como interrogador. De ese modo, trataría de que se abriera.
 
Al confrontar al hombre sobre quien había teorizado, el doctor Bujanovski se sintió compensado. Experimentó además la excitación de poder estudiar esa mente aberrante y única. Le llevó dos horas establecer relación con Chikatilo. Una vez que este lo aceptó como una persona simpática que comprendía sus sentimientos, la confesión brotó. Le contó que cometió el primer crimen en 1978. Se trataba de una niña. Se acusó de ello a un hombre, al que ejecutaron por ello. Fue otra de sus víctimas colaterales.
 
En total, 56 asesinatos
Chikatilo tenía una excelente memoria y pudo dar abundantes detalles de su carrera delictiva. Después de corroborar los 36 asesinatos de la lista, reveló otros más. En algunos casos, viajó acompañado de guardias para indicar los sitios exactos donde enterró los cadáveres. Todos fueron encontrados, salvo uno. Confesó 56 asesinatos. Se hallaron evidencias de 53 y por ellos fue acusado. Posiblemente la cifra real de homicidios ha de ser mayor, pero eso ya nunca se sabrá. Asimismo, conviene señalar que 5 de los interrogados se suicidaron. Y si se añade el hombre ejecutado por su primer crimen, el número de personas que murieron por su culpa ascienden a 59. Eso convierte a Chikatilo en el mayor asesino en serie de la historia de Rusia, con permiso de Stalin.
 
Aparte de la confesión, se analizó su semen y resultó ser del grupo AB (los antígenos B no aparecieron en su sangre). Ocurre que uno de cada 10 mil hombres tiene un grupo diferente en la sangre y el semen, y Chikatilo era uno de ellos. En su casa además fueron hallados 23 cuchillos y un par de zapatos cuya huella coincidía con la hallada junto a una de las víctimas.
 
El juicio dio comienzo en abril de 1992, duró hasta octubre y se convirtió en un verdadero espectáculo. Chikatilo asistió con la cabeza rapada y encerrado en una jaula, para evitar que los familiares de las víctimas lo agredieran. En una de las primeras sesiones se dedicó a leer una revista pornográfica. En otra se desnudó y mostró su sexo flácido, mientras gritaba al público: “Mirad esta cosa inútil. ¿Qué creéis que podía hacer yo con esto?”. Pero en los días siguientes, se comportó de forma anómala y fue perdiendo contacto con la realidad. Sus intervenciones eran incoherentes. Negó 6 de los homicidios y reveló 4 nuevos. Es probable que con todo ello quería hacerse pasar por loco, para influir en el veredicto del jurado.
 
El doctor Bujanovski se preparó para testificar que Chikatilo estaba legalmente enfermo y no podía ser responsabilizado de sus crímenes, pero el juez se negó a que testificara sobre su condición psiquiátrica. Tampoco admitió la petición de la defensa de que un panel independiente de psiquiatras lo examinase. Se perdió así la oportunidad de conducir un juicio que arrojase luz sobre las causas de su comportamiento en los crímenes. Esto también podría haber educado a la población sobre algunas de las psicopatologías que se daban en su medio.
 
El juicio se basó enteramente en la opinión de los especialistas del Instituto Serbsky y del Centro de Estudios de Patología Sexual. De acuerdo a esos informes, Chikatilo estaba legalmente sano y era responsable de lo que hacía. El último día, el “carnicero de Rostov” escenificó su circo postrero: cantó “La Internacional” y lanzó un monólogo sobre la mafia azerí, el movimiento independentista de Ucrania y el desastre nuclear de Chernóbil. Pero se negó a hablar cuando el juez le dio la oportunidad final para hacerlo. Fue condenado a muerte y ejecutado con un disparo en la cabeza, el 14 de febrero de 1994.
 
Fue el fin del asesino en serie más salvaje y sanguinario que ha conocido una sociedad moderna. Un hombre que llevaba una doble vida. Para sus vecinos y colegas, era un padre de familia y un militante del Partido que cumplía con su trabajo. Pero tras esa fachada de respetable miembro de la sociedad comunista, se ocultaba un asesino que se ganaba la confianza de niños, jóvenes y niñas, a quienes engañaba y conducía al bosque. Allí les daba muerte, los mutilaba salvajemente, les sacaba los ojos, les extirpaba los órganos genitales y al final, eyaculaba sobre sus cuerpos.
 
El tribunal que lo sentenció a muerte criticó también a la milicia, por su “absoluta incompetencia”. Desde el comienzo, la investigación estuvo regida por actitudes arcaicas respecto a los crímenes sexuales. A ello se sumó el laberinto de pesadilla de la burocracia. Eso condujo a que las personas encargadas de la investigación se guiaran por falsas pistas y manejaran bizarras teorías: los crímenes respondían a un culto satánico, a una banda de retrasados mentales; el asesino debía ser un doctor, pues los órganos de las víctimas eran cercenados con una precisión quirúrgica.
 
Hubo además enfrentamientos, conflictos y recriminaciones entre quienes se ocupaban del caso. Isaac Kostoev, jefe del Departamento de Crímenes de Especial Importancia, insistió con terquedad en la hipótesis de que el homicida era un homosexual, y se dedicó a aterrorizarlos. Denigró además la labor de la milicia y la colaboración del doctor Bujanovski. Mientras tanto, la sociedad quedaba a merced de un asesino de inusitado salvajismo. Asimismo, si Andrei Chikatilo pudo evadir la detención se debió, en parte, a que sus crímenes explotaban flaquezas de la decadente sociedad soviética. La pobreza hacía que mucha gente joven de las zonas rurales dejaba sus hogares para irse a la ciudad. Pero al no tener allí, contactos amigos ni dinero, esos jóvenes podían fácilmente verse en situaciones peligrosas, y su desaparición a menudo no será notada.
 
La historia del “carnicero de Rostov” fue, en suma, una de las páginas más vergonzosas de un régimen basado en la tergiversación y el ocultamiento de la verdad, que prefirió mirar hacia otro lado para resguardar un modelo ideológico y social. Un régimen con una ideología oficial y única, de acuerdo a la cual un asesino en serie era imposible en una sociedad comunista.
                                                Fuente Cuba Encuentro


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