Celia Cruz y Olga Guillot son música mental
La célebre lista negra de la radio cubana subsiste como yerba mala. No importa cuánto la podes. De qué sirve arrancarla de tu memoria sonora, si contiene una ausencia. La lista negra sobrevive, te recuerda qué no oíste nunca, qué te falta por conocer de la música cubana, cuál es tu asignatura pendiente. La lista negra funciona hasta que sabes qué dice.
"Ah, cómo yo bailaba con Albita Rodríguez", un amigo suramericano tiene nostalgia. "Él camina cómo quiere, baila cómo quiere", canta y no consigo seguirlo.
En Cuba, cuando yo tenía diez años, nadie de mi edad sabía quién era Albita. Y cuando alguien la mencionaba, creíamos que era una mala cantante. Como Annia Linares, como Mirtha Medina. Mañana podrían volver por sus piernas, regresar y andar, zapatear La Habana. Más difícil parece que consigan volver por su voz, zapatear el dial. Porque no las conocemos.
"La lista venía mecanografiada y firmada por la Dirección de Música de la radio cubana", A., una fonotecaria jubilada, describe el inventario de inaudibles. "La renovaban cada cierto tiempo. Incluían una canción prohibida y, en los peores casos, un intérprete. Aclarábamos en el archivo, con tinta, 'No Poner'. En la caja de la cinta magnetofónica, lo mismo: 'No, No, No, No Poner'. Por último, bastaba el 'No'".
A. trabajó en las décadas del 80 y del 90. Guardaba con afán las actualizaciones de la lista negra.
"No podía equivocarme", dice, "porque un error le costaba el puesto a alguien, incluso a mí. Si alguien ponía una voz prohibida, una canción, los jefes se lo tomaban muy a pecho".
Había otra categoría, intermedia. Atiendo a la explicación de A., pero sigo sin comprender cómo lo regulaban. Había "limitados". Esos no estaban censurados del todo, solo parcialmente. El límite nunca quedaba claro.
"Los limitados podían radiarse algunas veces, en teoría", la fonotecaria usa un gesto de duda. "Por supuesto, como no existía una norma declarada, en la práctica quedaban prohibidos".
Se esfuerza, quiere recordar, pero A. borró su familiaridad con los limitados. Cree que esta condición era reversible, menos definitiva. Pasaba que los redactores del veto se olvidaban de los limitados, nunca más volvían a mencionarlos. Prohibidos quedaban para siempre.
"Hay algo curioso", ha recordado A., ahora sí, "las grabaciones quedaban intactas. Empolvadas, pero intactas, a pesar de que las cintas podían utilizarse de nuevo. En cambio, en el 91, arrasaron con la denominada 'música socialista'. Ni una cinta quedó".
Esos eran los cantantes soviéticos, polacos, alemanes de Berlín Oriental. Les pasó lo mismo que a los discursos de Fidel Castro. Primero se grababan todos, luego unos pocos, luego comenzaron a perderse, a borrarse. La lista negra sí perduró. Se incrementó. Estalló. Tras el 2000 empezó a incluir artistas de izquierda, cualquiera que dudara. Mercedes Sosa, Ana Belén, entraron al honorable index.
Hace años que la lista negra no circula. Oficialmente no está. No se imprime. Los directores de radio de pronto recuerdan que la lista existe y nadie pude darles copia. "Es confidencial", les explican. Secreta y operativa, la lista es tan negra que no se le puede ver en la noche de Cuba. Se supone que sepas, al menos, qué voces nunca la abandonarán, las voces inauditas sin enmienda, a veces las voces de quienes murieron, psicofonías.
"Olga Guillot y Celia Cruz siguen prohibidas", le advirtieron a un loco que las dio por muertas y rehabilitadas. Y le dijeron más: "El propio Díaz-Canel lo ratificó, cuando dijo hace poco que son íconos de la contrarrevolución".
El loco las tachó del guion y pidió la lista, para no cometer más errores. "No existe", le confirmaron. Y se fue para el estudio, con un sonsonete mental que incluía, entre largas pausas, alguna alusión a su tumbao, a la negra, al tumbao de la lista negra.
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