La bisexualidad es la hermana “difícil” de las identidades sexuales, tanto para aquel que la ve desde fuera como para quien la vive, disfrutándola o sufriéndola desde dentro.
En un mundo en que tendemos a clasificar todo y a todos, la aparente indefinición del bisexual es molesta a ojos de casi todos los no bisexuales. Del lado heterosexual se juzga a los bisexuales como pervertidos o como gays con pánico de salir del armario. Curiosamente desde la perspectiva de gran parte del colectivo gay, se tiende a evaluarlos de un modo similar.
Y es que si hay una identidad sexual que, desde la ignorancia, es mal juzgada desde todos los frentes, es justamente esta.
Dicen que la bisexualidad es característica común a todos los seres humanos, que cualquier hombre o mujer que jure sobre sagrado que jamás de los jamases ha sentido alguna atracción física por alguien de su propio sexo, miente. No hay que ser Doctor en Sexología para concluir eso. Al igual que nada es del todo blanco o del todo negro, o no hay maldad absoluta o santidad plena, el macho ibérico o la hembra mujercísima, son puras invenciones generadas para ocultar lo frágil de la complejísima identidad sexual del ser humano.
También dicen que hay dos momentos en la vida en que los brotes de bisexualidad son más evidentes: A partir de la pubertad, cuando empezamos a despertar al sexo y la falta de prejuicios puede llevarnos a hacer sudar al amigo mientras ponemos fresca a la vecinita, y a partir de mediados los 40, en que un poco sabido alto porcentaje de hombres y mujeres tradicionalmente heteros, casados y con hijos en muchas ocasiones, necesitados de una salida a crisis preotoñales o con ganas deromper una rutina “castradora” se procuran una vida alternativa, constante o interrumpida, de amantes del mismo sexo, iniciando asi una errática doble vida de imprevisible desenlace.
El problema de la bisexualidad no está en ella misma, sino en como dije, la puñetera ansia de querer poner cada cosa en orden. De que la loza vaya con la loza, lo verde con lo verde y los magazines en el revistero. Y esa esquematizante manía de ubicarlo todo en “su sitio” acaba desesperando la vida de muchos, por lo que la bisexualidad más que un privilegio, se convierte en una constante agonía para algunos. Sobre todo cuando no existe un claro dominante homo o hetero. Y es que no siempre el equilibrio equivale a perfecta armonía.