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De: SOY LIBRE (Mensaje original) |
Enviado: 29/09/2016 18:47 |
Para el Comité Editorial de The New York Times,
el mejor argumento para apoyar a la candidata demócrata es su capacidad para estar a la
altura de los desafíos. “Los estadounidenses merecen a un presidente que se comporte como un adulto”.
Foto Chang W. Lee
Por qué Hillary Clinton debe ser presidenta de Estados Unidos
Por El Comité Editorial The New York Times - Read in EnglishEn un año electoral normal, compararíamos a los dos candidatos presidenciales por su desempeño en cada tema. Sin embargo, este no es un año electoral normal.
Una comparación como esa sería un ejercicio nulo en una campaña en la que una candidata —Hillary Clinton— tiene una larga lista de propuestas prácticas; mientras que el otro, Donald Trump, no dice nada concreto mientras promete el cielo y las estrellas.
Con este respaldo, nuestra intención es persuadir a aquellos que dudan si deben votar por Clinton porque están renuentes a votar por una demócrata o porque es otro miembro de la familia Clinton o porque es una candidata que, en apariencia, no representa un cambio con respecto a una clase dirigente que parece indiferente y un sistema político fracturado.
El mejor argumento a favor de Hillary Clinton no puede ser, y no es, que no es Donald Trump. El mejor argumento tiene que ver con los desafíos que enfrenta este país y la capacidad de Clinton para estar a la altura.
La persona que ocupe la presidencia asumirá el cargo en medio de movimientos intolerantes alrededor del mundo. En el Medio Oriente y a lo largo de Asia, en Rusia y Europa del Este, incluso en el Reino Unido y Estados Unidos, la guerra, el terrorismo y las presiones de la globalización erosionan los valores democráticos, fracturan las alianzas y cuestionan los ideales de tolerancia y bondad.
La campaña presidencial de 2016 ha sacado a relucir la desesperación y la rabia de los estadounidenses pobres y la clase media, quienes dicen que el gobierno ha hecho poco para aligerar el peso de la recesión, el cambio tecnológico, la competencia extranjera y la guerra, que han afectado a sus familias.
Durante cuarenta años de vida pública, Hillary Clinton ha estudiado estas fuerzas y ha sopesado las respuestas a esos problemas. Nuestro apoyo se basa en el respeto por su intelecto, experiencia, fortaleza y valentía a lo largo de una carrera casi ininterrumpida, muchas veces como la primera o la única mujer en la escena.
El trabajo de Clinton se ha definido más por sus crecientes éxitos que por momentos de cambios transformadores. Como candidata ha luchado para recuperarse de una serie de propuestas políticas que dan a conocer la gama completa de su historial. Ese ha sido un punto débil de su campaña.
Pero está claro que es una líder decidida y con el firme propósito de crear oportunidades para los estadounidenses que luchan en una época de turbulencia económica, así como de asegurar que Estados Unidos siga siendo una fuerza del bien en el mundo.
De igual modo, los tropiezos de Clinton, aunados a los ataques hacia su confianza, han distorsionado las percepciones de su carácter. Ella es uno de los personajes políticos más tenaces de su generación, cuya voluntad de estudiar y corregir el curso resulta excepcional en una era de partidismo inflexible. Como primera dama, se recuperó de reveses profesionales y problemas personales con una resiliencia sorprendente.
El historial de servicio de Clinton con los niños, las mujeres y las familias abarca toda su vida adulta. Uno de sus actos más audaces como primera dama fue su discurso de 1995 en Pekín en el que declaró que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Después de un intento fallido por mejorar el sistema de salud de la nación, brindó su apoyo a través de la legislatura para crear el Programa de Seguro Médico para Niños, que ahora le da cobertura a más de ocho millones de jóvenes de bajos recursos.
Este año realizó actos públicos con madres de víctimas de la violencia con armas de fuego para que exigieran revisiones integrales de antecedentes a los compradores de armas de fuego y controles más estrictos en la venta.
Después de oponerse a que los inmigrantes indocumentados pudieran obtener licencias de conducir en la campaña de 2008, ahora promete ejercer presión como presidenta para que se aprueben leyes migratorias más completas, además de usar el poder ejecutivo para proteger a los indocumentados respetuosos de la ley, de la deportación y las detenciones crueles. Algunos pueden desestimar ese cambio considerándolo como una movida oportunista, pero nosotros le damos crédito por adoptar la postura correcta.
Clinton y su equipo han elaborado propuestas detalladas en materia de delincuencia, políticas y relaciones raciales, estudios universitarios libres de deuda e incentivos a las pequeñas empresas, cambio climático y una banda ancha asequible. La mayoría de estas propuestas se beneficiarían si incluyeran mayor información sobre cómo se pagarán, además de los impuestos a los estadounidenses más ricos. También dependen de su aprobación en el congreso.
Esto quiere decir que, para cumplir con su agenda, Clinton necesitaría encontrar puntos en común con un Partido Republicano desestabilizado, cuya meta unificadora en el congreso sería desacreditarla. A pesar de sus cicatrices políticas, Clinton ha mostrado una gran capacidad para buscar el consenso.
Cuando Clinton se juramentó como senadora de Nueva York en 2001, los líderes republicanos le pidieron a sus representantes que no la ayudaran en nada que la hiciera quedar bien. Sin embargo, como miembro del Comité de Servicios Armados del Senado se ganó el respeto de republicanos como el senador John McCain, gracias a su determinación por dominar complejas cuestiones políticas.
Sus logros más memorables como senadora incluyen un fondo federal para la supervisión de salud de los funcionarios que respondieron al 11-S, la expansión de las prestaciones militares para darle cobertura a los reservistas y la Guardia Nacional y una ley que exige a las compañías farmacéuticas que mejoren la seguridad de sus medicamentos para niños.
Sin hacer alardes luchó para financiar a agricultores, hospitales, pequeñas empresas y proyectos ambientales. Su voto a favor de la guerra de Irak es un punto negativo, pero en su defensa podemos señalar que ella ha explicado su forma de pensar en ese momento, en lugar de tratar de reescribir esa historia.
Como secretaria de Estado, se atribuyó a Clinton la mejora de la credibilidad estadounidense tras ocho años de unilateralismo del gobierno de Bush. Aunque comparte algo de la responsabilidad de los fracasos en materia de relaciones exteriores del gobierno de Obama, en particular en Libia, sus logros son considerables. Encabezó los esfuerzos por fortalecer las acciones contra Irán, lo que obligó a ese país a negociar su programa nuclear y, en 2012, ayudó a negociar el cese al fuego entre Israel y Hamas.
Clinton encabezó los esfuerzos para renovar las relaciones diplomáticas con Birmania, persuadiendo a su junta de adoptar reformas políticas. Ayudó a promover el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, un importante contrapeso de comercio con respecto a China y un componente clave del giro hacia Asia del gobierno de Obama. El revés en el año electoral en relación con este pacto ha confundido a algunos de sus seguidores, pero no hay duda de su compromiso subyacente de impulsar el comercio a la par de los derechos de los trabajadores. El intento de Clinton por restaurar las relaciones con Rusia, si bien estuvo lejos de ser exitoso, fue un esfuerzo sensato para mejorar las relaciones con un poder nuclear partidario de la rivalidad.
Ella ha probado ser una realista que cree que Estados Unidos no puede simplemente atrincherarse tras océanos y muros, sino que debe interactuar con confianza en el mundo para proteger sus intereses y ser fiel a sus valores, que incluyen ayudar a otros a escapar de la pobreza y la opresión.
Su cónyuge, Bill Clinton, gobernó durante lo que ahora se conoce como una era optimista e incluso amable. Al final de la Guerra Fría, el avance de la tecnología y el comercio parecían despertar las posibilidades del mundo, en lugar de sus demonios. Muchos en los medios noticiosos, y en el país, estábamos distraídos por el escándalo del momento, la destitución de Bill Clinton, durante el periodo justo en el que una amenaza terrorista crecía. Ahora estamos viviendo en un mundo oscurecido por la concreción de esa amenaza y sus muchas consecuencias.
La carrera de Clinton abarca ambas eras, y ella ha aprendido duras lecciones de los tres presidentes que ha tenido cerca. También ha cometido sus propios errores. Ha evidenciado una lamentable tendencia al secreto y tomó una mala decisión al usar un servidor privado mientras estuvo en el Departamento de Estado.
Ahora, al considerar los desafíos reales de los que tendrá que ocuparse quien ocupe la silla presidencial, ese servidor de correos electrónicos que ha consumido buena parte de su campaña parece un asunto menos importante. Visto a la luz de esos desafíos, Trump se achica a sus verdaderas proporciones de pantalla chica y reality show.
En la guerra y en la recesión, los estadounidenses que nacieron a partir del 11 de septiembre han tenido que crecer rápido y merecen a un presidente que se comporte cómo un adulto. Una vida comprometida con resolver problemas en el mundo real califica a Hillary Clinton para este trabajo, y el país debería pedirle que se ponga manos a la obra.
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El realismo mágico de Donald Trump
En julio, poco antes de la Convención Nacional Demócrata, uno de los explicadores oficiales de Donald Trump, Newt Gingrich, se sentó con CNN a discutir las estadísticas de crimen en Estados Unidos. La presentadora recordó que las cifras mostraban una tendencia a la baja pero Gingrich defendió su idea de que, en realidad, las personas se sienten más amenazadas. “Lo que yo digo es igualmente verdadero”, dijo, con la misma porfía de su jefe político. “Yo voy con lo que la gente siente; usted vaya con los teóricos”.
Gingrich es un sofista pero tiene razón: Trump ha demostrado que la realidad es una ficción que sólo precisa de la fe de sus seguidores para convertirse en verdadera. Gabriel García Márquez, autor de Cien años de soledad, definió al realismo mágico como un hecho rigurosamente cierto que parece fantástico. La campaña de Trump funciona al revés: su “magia realista” consiste en fantasías que parecen ciertas a ojos de sus creyentes. Tal vez por eso las frases que Trump más reitera sean llamados a la fe. “Confíen en mí”. “Créanme”.
Como si alguna vez hubiera leído a Kant, Trump crea una realidad con su palabra, pero es una realidad turbia. En la doctrina trumpiana no hay revelación sino ocultamiento, abunda la manipulación, escasea el sentido común. Predomina la forma sobre el fondo.
La campaña de Trump es un ejercicio de credulidad carismática, una estafa masiva. Está dirigida a las emociones de sus creyentes, no a la razón. Por eso cada vez que la prensa y Hillary Clinton procuran comprender la lógica de su juego de timo, Trump se ríe en sus caras: “They still don’t get it”.
Las ideas de Trump parecen provenir del universo bizarre. En su campaña no hay espacio para fórmulas, métodos, políticas: sólo la promesa de un fin sin importar los medios. Allí está la idea de repatriar casi 5 billones de dólares de ganancias corporativas y hacer crecer el país a casi 4 por ciento cada año para crear 25 millones de nuevos empleos, algo si no imposible al menos improbable. Es un proyecto mesiánico donde el líder todo lo sabe y no se discute. “No me pidan que les diga cómo los llevaré allí”, dijo recientemente. “Nada más déjenme llevarlos”.
Y el engaño funciona. Al decir de Gingrich, los seguidores sienten a Trump y él sabe cómo hablarles: simple, al nervio y a la sangre.
Pero si la ausencia de razón puede ser audaz, el delirio suele ser fatal. “Yo soy su voz”, dijo Trump en la Convención Republicana, ante el rugido de la masa. “Yo puedo arreglar esto solo”.
Trump no es un político bondadoso sino un demagogo brutal, adorado por la derecha más retrógrada del país. ¿Qué puede pasar cuando el mayor ejército del mundo quede al mando de un mesías inestable que se cree infalible?
América Latina tiene una larga tradición de líderes portadores de verdades reveladas. Vengo de un país, Argentina, que en 2016 cumple setenta años marcado por una fe política, el peronismo, que parece inagotable. Desde el primer gobierno de Juan Perón, en 1946, su movimiento se erigió como una fuerza mística que resistió persecuciones y perduró estirando sus fronteras ideológicas. Ya cadáveres, Perón y Evita se volvieron figuras de culto. Algo similar sucedió en la última reencarnación peronista, el kirchnerismo. Cuando murió Néstor Kirchner en 2010, sus sucesores montaron a su alrededor una religión de consumo rápido, bautizaron calles y escuelas con su nombre y hablaron de él como un ánima presente.
Es común en América Latina afirmar que nuestros dirigentes pueden hacer de cada nación un lugar más iconoclasta que Macondo pero Trump ha demostrado que también hay caudillos en la Quinta Avenida de Manhattan.
“Los gringos nos han ganado”, me dijo hace unos días Alberto Trejos, el ministro de Costa Rica que negoció el último tratado de libre comercio latinoamericano con Estados Unidos. “En Cien años de soledad, García Márquez inventó diecisiete Aurelianos Buendía con una cruz de ceniza en la frente, pero Trump supera toda ridiculez”.
En algún punto, no somos tan distintos los americanos y los latinoamericanos. Mientras en América Latina los nacionalismos de izquierda movilizan a los crédulos con una pasión patriótica sobreactuada —una cierta fe—, en Estados Unidos, todavía una sociedad puritana, la credulidad religiosa es consubstancial a la política. De hecho, la Constitución misma postula que los hombres son iguales porque “el Creador” lo dispuso, así que en tiempos desesperados la sociedad estadounidense suele ver a su presidente como un mesías capaz de salvar la integridad nacional. Sin ir muy lejos, Oprah Winfrey, sacerdotisa de la iglesia catódica, dijo que Barack Obama era “the one”.
El peligro de Trump es su egolatría descontrolada que no reconoce dogma, institución o límite. Los valores son secundarios: Trump pide que no crean en ideas sino en él, como si fuera la síntesis de la sabiduría, rey o dios. En América Latina sabemos cómo es dejar en manos de caudillos incontrolables el destino colectivo. Y lo sabían también los Padres Fundadores de Estados Unidos cuando decidieron eliminar la figura del derecho divino de los reyes de la Constitución. “Virtud o moralidad son resortes necesarios del gobierno popular”, escribió en esos años George Washington. El problema: ni virtud ni moralidad habitan la fe de Donald Trump.
Diego Fonseca es escritor argentino residenciado en Phoenix y Washington. Es autor de "Hamsters" y editor de "Sam no es mi tío" y "Crecer a Golpes".
El voto como arma contra el racismo, la intolerancia y la xenofobia de Trump María Cardona ...“Alguien extremadamente creíble llamó a mi oficina y me dijo que la partida de nacimiento del presidente Obama es fraudulenta”, escribió Donald Trump en su cuenta de twitter en el 2012. Desde ese entonces, y por los siguientes cinco años, Donald Trump continuaría repitiendo esta mentira y cuestionando la ciudadanía del Presidente de Estados Unidos.
A pesar de que muchas personas pedalearon contra esta mentira, ninguna de ellas tenía el micrófono o la influencia que Trump pudo tener en el debate público.
Según Donald Trump, él mandó a personal hasta Hawai para investigar y prometió que “no íbamos a creer lo que habían encontrado”. Me supongo que porque eran mentiras ya que la semana pasada Donald Trump por fin reconoció que el Presidente Obama nació en Estados Unidos.
Desde un principio, el Partido Republicano, miembros del Tea Party y racistas en común acuerdo, repetían estas mentiras para descreditar al primer presidente afroamericano de esta nación, no porque no ganó las elecciones, sino por su color de piel y su nombre, Barack Hussein Obama, así de simple.
Este tipo de mentiras son basadas en racismo, instigando los más oscuros instintos en los corazones de los estadounidenses. Esta fue la forma que Donald Trump llamó la atención de muchos de sus actuales seguidores. Seguidores que, frustrados con la situación económica del país, consiguieron un escape a su odio e ira dirigiéndolas hacia las personas de color.
Estas son las mismas personas que apoyan las ideas de Donald Trump de discriminar en contra de los más de 1.6 millones de musulmanes en el mundo. También apoyan su plan de deportar a todas las personas indocumentadas en el país y piensan que los inmigrantes mexicanos son violadores y criminales.
Trump no está al tanto del daño que hacen sus palabras en contra las minorías de este país. O peor aún, no le importa un comino. La irresponsabilidad de Trump cuando se trata de su influencia en el debate público es negligente. ¡Quién sabe si de verdad creía en esta mentira!, lo único que él sabía es que cada vez que daba una entrevista sobre ese tema, sus seguidores en twitter subían, y entonces ¿por qué no repetirlas?
Muchos que vieron a Donald Trump en televisión cuestionando la ciudadanía del primer presidente afroamericano le creyeron. Después de todo, ¿cómo es posible que alguien tan exitoso vaya a mentir de esa manera en televisión? Y lo mismo siguen pensando.
Ahora que Donald Trump ha pronunciado que el presidente Obama realmente nació en este país (¡qué alivio!), ¿creen ustedes que sus seguidores cambiarán su opinión sobre el presidente Obama? Yo no lo creo, ya que el daño está hecho.
Las mentiras de Trump están basadas en el racismo, la intolerancia y la xenofobia y continúan reinando en su campaña. Catalogando a las comunidades afroamericanas como campos de guerra, a la frontera fuera de control con mexicanos ilegales corriendo por todas partes y matando gente, y a los chinos quitándonos los trabajos, Donald Trump pinta una realidad para sus seguidores blancos de que esas comunidades son el problema.
Este noviembre, te reto a que consigas a cinco familiares, amigos o compañeros de trabajo y llévatelos a votar; sólo de esta manera combatiremos el racismo y la intolerancia que Donald Trump ha logrado inculcar y cosechar en este país. María Cardona
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