Ciclon Flora 1963 y Fidel Castro
Recordando la creación de un mito
En pleno huracán, con casco y chaqueta, el dictador cubano llegó hasta los sitios más desvastados.
Fidel Castro aprovechó el paso del huracán Flora por Cuba, en 1963,
para presentarse en una dimensión mítica semejante a los personajes bíblicos
Con el título Fidel, un cazador de huracanes, el periódico Juventud Rebelde dedica un artículo —no recordatorio sino apoteósico— sobre el recorrido de Fidel Castro por la zona oriental de Cuba tras el paso del huracán Flora, durante los primeros días de octubre de 1963.
“‘¡Llegó Fidel, ahora sí estamos salvados!’. Eran los gritos alegres y entre llantos de quienes, con las manos alzadas desde techos o caballetes de casas ahogadas, veían sobrevolar un helicóptero por Cauto del Paso, Granma”.
Con ese párrafo se inicia un texto donde cada palabra solo intenta destacar a Fidel Castro como figura mítica en todo sentido: desde fortaleza física hasta bondad indetenible. Fidel nada mejor que nadie, duerme menos que nadie, guía mejor que nadie; entrega a las víctimas del huracán hasta las botas que lleva puestas, y resuelve todos los problemas al instante.
“Fidel ha seguido el paso del huracán con cuantos medios encontraba por el camino, pues las grandes inundaciones lo obligaban a ir cambiando. Primero en auto, después en yipi, en camión, más tarde en anfibio, y por último a nado, ayudando a algunos compañeros que con él se hallaron en situaciones críticas, casi a punto de ahogarse, luchando en el agua con alambres del tendido eléctrico, unas cámaras y un bote”, escribió el ya fallecido comandante Juan Almeida y cita ahora el texto de Juventud Rebelde.
El ciclón Flora brindó una oportunidad única a Castro. No solo en lo personal —tenía 37 años y ninguna necesidad de demostrar, como Mao Zedong a los 73 años, su salud, fortaleza física y capacidad de nadador— sino sobre todo en el intento de alcanzar una dimensión que busca la comparación bíblica. Había salido victorioso de una guerra civil y participado en mil conspiraciones; sobrevivido nacional e internacionalmente, aprovechando las condiciones de la guerra fría; conquistado la popularidad y la atención mediática mundial; embelesado a los intelectuales más diversos. Pero faltaba aún la dimensión mítica que en el Caribe proporciona un huracán.
Flora pasó entonces, de una calamidad a una conquista, y Fidel se convirtió en el conquistador de la naturaleza. Por supuesto nada de ello fue así, y mientras el ciclón azotaba la parte oriental del país él estaba a buen resguardo en La Habana. Sin embargo, lo ocurrido se convirtió en un esquema repetido una y otra vez, y que luego se acuñaría en una frase: “convertir el revés en victoria”. La destrucción inevitable, causada por un fenómeno natural, transformada entonces en decenas de proyectos disparatados para “doblegar la naturaleza”, que con los años resultaron más perjudiciales que beneficiosos: desde presas mal colocadas y peor construidas hasta proyectos de siembra de “cortinas rompevientos” que nunca germinaron.
A la vez, el recorrido de Castro por las zonas afectadas tras el paso de Flora convirtió a los futuros ciclones, que afectaron, o simplemente amenazaron la Isla, no solo en enemigos —en términos bélicos—, sino en adversarios que el Comandante en Jefe se dedicaba a analizar minuto a minuto, como si dirigiera un combate. Y entonces dejaron de ser fenómenos atmosféricos.
La retórica militar —repetida una y otra vez para encasillar el paso de la tormenta— evidenciaba un afán de enfrentamiento. Para Castro el ciclón era un enemigo que si bien no podía dominar y guiar, al menos tenía que impedir que se convierta en el protagonista de la historia. El gobernante permanecía en el puesto de mando, e interrumpía, contradecía o rectificaba lo que hablaba el jefe del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología.
Al tocar tierra cubana, un ciclón pasaba a ser un hecho político: una irrupción momentánea que al final se resumía en una reafirmación del poder central. Había que esperar entonces que la ocasión no fuera pasada por alto, que se produjera un comunicado del mandatario. Se trataba de un hecho demasiado significativo, y lo que ocurriera o no, y la forma en que lo reflejaba la prensa oficial, daba lugar a las más diversas especulaciones
Por fin, a finales de agosto de 2006, los cubanos se enfrentaron al hecho —para ellos “insólito” hasta entonces— de que un ciclón era… un ciclón.
Gracias a la enfermedad que alejó del poder cotidiano a Fidel Castro, la atención de los residentes de la Isla pudo concentrarse libremente en el último pronóstico meteorológico y la opinión de los expertos.
Ahora finalmente la leyenda de un “Fidel, cazador de huracanes” se limita a las páginas del segundo diario en importancia del país. Recuerdo de hoy, olvido de mañana.