Es el sobrenombre con que el gracejo popular cubano ha rebautizado al General-Presidente, Raúl Castro, aludiendo a un personaje del popular programa humorístico “Vivir del cuento”, que transmite la TV cubana los lunes, justo tras finalizar el espacio estelar del Noticiero Nacional.
No cabría mejor analogía. El Ruperto del programa televisivo encarna un anciano que recién despertó de un largo estado de coma, sufrido después de recibir un fuerte golpe en la cabeza, y que lo había mantenido en estado vegetativo desde los años 80’ del pasado siglo. Obviamente, el cándido Ruperto no solo se perdió acontecimientos tan impactantes para Cuba como el desplome de la URSS y del campo socialista, el Período Especial, el Maleconazo, la crisis de los balseros, la entrada a la Isla del antes demoníaco capital foráneo, la despenalización del dólar, la doble moneda, etc. –todo lo cual explica que sus parlamentos sean retrógrados, extemporáneos y desubicados–, sino que, además, le ha quedado como secuela una limitación motora que se refleja en un andar peculiar: un paso adelante y un paso atrás.
Tampoco parece fortuito que Ruperto, sin dudas la caracterización satírica más sutil y mejor concebida del programa, tienda a aferrarse tercamente al pasado o se atribuya a sí mismo cualidades y aspiraciones irrealizables, que no se corresponden con su edad ni con sus condiciones físicas y mentales.
Salvando las distancias, su correlato en la vida real parece vivir circunstancias similares. Transcurrida más de una década desde que asumiera “provisionalmente” el gobierno, y más de ocho años desde que su designación se hiciera oficial con la simbólica bendición de la Asamblea Nacional, el pretendido General ‘reformista’, que inició su mandato con la promesa incumplida de un vaso de leche diario para cada cubano e implementó medidas tan audaces como la entrega de tierras, la autorización de compra-venta de viviendas y automóviles y la permisión de pequeños negocios privados, no solo ha fracasado en su experimento de “actualización del modelo”, sino que ahora parece estar conduciendo el país en reversa.
La regresión se refleja tanto en la vida económica y social como en el discurso oficial, cada vez más agresivo y virulento, contra “el imperialismo y su política injerencista” cuando aún no se han cumplido siquiera dos años del restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana y a pesar de que se mantiene el proceso de “diálogo y acercamiento” entre ambos gobiernos y de que cada encuentro entre sus representantes ha sido calificado como “positivo, constructivo y respetuoso” por parte de las autoridades cubanas.
La arremetida antiestadounidense, coherente con una ruptura y no con un proceso de acercamiento y diálogo, ataca contra todos los ángulos, desde las cuestiones puramente políticas del vecino (¿injerencia?) hasta temas domésticos y culturales del país norteño, que son satanizados o ridiculizados en los medios oficiales de la Isla. La pregunta que se hace la gente con sentido común es: ¿qué sentido tiene restablecer relaciones con un gobierno tan repleto de malas intenciones y empeñado en subvertir el orden político en la Isla?
Simultáneamente, y en obvia relación con el ya cercano ritual ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde en octubre de cada año la representación cubana presenta su Informe de condena al Embargo estadounidense, los comisarios de la prensa castrista han desatado al interior de Cuba una feroz campaña “anti-bloqueo”, acompañada por manifestaciones estudiantiles y de las organizaciones al servicio del gobierno, en los que menudean los discursos agresivos, las consignas ultranacionalistas y el lenguaje violento.
Pura fanfarria y estéril algarabía patriotera coyuntural en un escenario de carencias generalizadas, mercados desabastecidos, de inflación y de incertidumbres, que lejos de lograr verdadero apoyo popular tiene el efecto inmediato de confundir la opinión pública nacional y ofrecer la imagen de inseguridad de un régimen experto en intrigas y confrontaciones, pero evidentemente descolocado cuando se trata de concordia, diplomacia y diálogos.
Como resultado de tal bipolaridad del gobierno, la población de la Isla, de amplia tendencia pro-americana y cuyo modelo soñado es el american way of life, se satura, se enajena de la política oficial y se centra en lo inmediato –la supervivencia cotidiana– y en lo práctico –sobrevivir como mejor pueda a un sistema fracasado cuyo final espera y ansía la mayoría de los cubanos.
Porque cada vez se hace más evidente que los movimientos de aparente avance e innegable parada –cuando no de franco retroceso– por parte del General-Presidente, alias Ruperto “marcha atrás”, más que una estrategia, acusan una falta de ésta, y demuestran la fragilidad de un sistema totalitario tan primitivo y rígido que no puede permitirse ni la menor concesión al interior del país –no digamos ya en el plano político–, sino al menos en el ámbito económico, sin correr el riesgo que precipitar su propio final.
Por supuesto, hay que entender que Ruperto no la tiene fácil. El reto de la autocracia castrista en este momento crítico para su propia supervivencia es lograr acceder a los capitales del Imperio enemigo sin hacer concesiones, sin traicionar a su casta, sin avanzar en materia de Derechos Humanos y sin perder el Poder. Una misión imposible, salvo que aparezca otro inoportuno salvador de villanos en el último momento. Si algo resulta claro en toda esta saga de desconciertos es que la casta verde olivo, con Ruperto a la cabeza, no tienen absolutamente la menor idea de cómo salir del entuerto.