Castro, el jazz y la muerte de Kennedy
El exgobernante cubano recuerda exactamente qué hacía cuando supo la noticia del asesinato del presidente de los Estados Unidos
Luis Cino Álvarez |La Habana | Cubanet
Se dice que todos los norteamericanos nacidos antes de la segunda mitad de los años 50 recuerdan con exactitud qué hacían la tarde del 22 de noviembre de 1963 cuando recibieron la noticia del asesinato del presidente John F. Kennedy.
Fidel Castro también recuerda exactamente qué hacía cuando supo la noticia: estaba reunido en Varadero con el periodista francés Jean Daniel, quien servía de intermediario -justo en el momento en que peor estaban las relaciones entre los dos países- para un eventual encuentro entre el presidente estadounidense y el líder cubano.
Durante décadas se ha discutido y especulado sobre si Fidel Castro estuvo implicado en el asesinato de Kennedy. Dada la hostilidad del presidente norteamericano contra su régimen y las simpatías con la revolución castrista de su presunto asesino o al menos el tipo que cargó con la culpa, Lee Harvey Oswald, muchos han acusado a Castro, lo cual ha sido presentado por este como “un complot maquiavélico contra Cuba”.
Al respecto, en uno u otro sentido, se han escuchado las más descabelladas y rocambolescas teorías. Como la que aparece en un libro que leí recientemente, A cruel and shocking act: the secret history of the Kennedy assassination, escrito en el año 2013 por Philip Shenon, ex reportero de The New York Times.
En dicho libro, Shenon asegura que hace 51 años, la Comisión Warren, que investigaba el asesinato de Kennedy, contactó a Fidel Castro y este, para probar que no estuvo involucrado en el atentado de Dallas, aceptó responder sus preguntas.
Siempre según esta versión, la Comisión Warren envió en 1964 al abogado William Thadeus Coleman Jr en un barco de la US Navy, y en aguas cubanas se reunió con el Comandante en su yate durante tres horas y allí este le entregó un mensaje a la Comisión donde decía que estaba dispuesto a colaborar en la pesquisa.
Shenon refiere que Coleman fue escogido porque había conocido a Fidel Castro cuando visitó New York en 1948, durante su luna de miel con Mirta Díaz-Balart, y se había relacionado con él debido a que compartían “la afición por el jazz”.
Leí el libro con mucho interés hasta que cuando llegué a este punto de la afición del Comandante por el jazz, salté como si me hubiese picado un alacrán y concluí que esta historia es otro infundio más de los muchos que se han tejido en torno a Fidel Castro.
Ustedes dirán que le doy demasiada importancia a detalles que realmente no los tienen o sospecharán que me niego a compartir mi afición jazzística con Fidel Castro (ya bastante tengo con tener que compartir con él mi gusto por los libros de Hemingway y García Márquez). Nada de eso. El Comandante, que parece tener el oído bastante duro para la música, ha declarado, las veces que le han preguntado, que solo le gustan las marchas militares, la canción “La Victoria” de Sara González –por cierto, inspirada en Playa Girón, la victoria que le regaló Kennedy- y las rancheras mexicanas. Pero, ¿el jazz? ¿Se imaginan al Comandante escuchando a Miles Davis o a Billie Holiday?
Jazz aparte, la historia de los supuestos contactos entre Fidel Castro y la Comisión Warren, sin documentos que los atestigüen, tiene tantas contradicciones que no parece seria.
A mediados de la pasada década, el investigador Anthony Summers aseguró que Coleman le había confiado que se había reunido con Castro por encargo de Earl Warren, el entonces presidente del Tribunal Supremo. Solo que según esta versión, a diferencia de la de Shenon, el ultra-secreto viaje de Coleman fue en avión y no en barco, y la conversación con el Comandante, que no se sabe donde fue, duró no tres horas, como la que supuestamente habría tenido lugar en el yate, sino seis.
Pero en diciembre de 2005 Coleman negó terminantemente haberse reunido alguna vez con Fidel Castro o haber recibido del magistrado Earl Warren instrucción alguna para hacerlo.
No creo que Fidel Castro haya estado involucrado en el magnicidio de Dallas. Luego del “drop them anywhere” (“lárguenlos dondequiera”) del presidente norteamericano cuando se discutía el lugar por donde desembarcaría la Brigada 2506, y de los aviones de la US Air Force que no envió para apoyar a los invasores, más bien el Comandante estaba en deuda de gratitud con Kennedy. ¿Para qué iba a querer asesinarlo? ¡Si debía haberle hecho un monumento en Girón!
ACERCA DEL AUTOR
Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956). Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Se inició en la prensa independiente en 1998. Entre 2002 y la primavera de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Es subdirector de Primavera Digital. Colaborador habitual de CubaNet desde 2003. Reside en Arroyo Naranjo. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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