Redacción Cubanet | La Habana, Cuba Como todos los días, Natacha caminaba con los audífonos puestos hacia la escuela. Un policía se le acercó y, “de forma amable”, según describe ella, le pidió que dejara de escuchar música, mientras le sacaba los audífonos de sus oídos.
A un chofer de taxi le sucedió algo similar. Sin cometer infracción alguna, su auto fue detenido por la policía. El motivo: tenía que apagar el reproductor de música.
Alberto y su piquete todos los días se reúnen en una esquina habanera para “drinquear” (beber alcohol). Durante el luto nacional, se abstuvieron por 48 horas, sin comprar cajitas de ron “Plancha´o” por la prohibición de la venta de alcohol. Habituales al fin, descubrieron que de manera furtiva existían cafeterías que venden las cajitas con dos requisitos fáciles de cumplir: hacer el pedido en susurro y llevar un bolso para ocultar el producto.
Pese al llanto suplicante de su hijo, Ana María no se atrevió a ponerle su película favorita, “Madagascar 2”. Para hacerlo tendría que pasar el televisor hacia el cuarto, pero el equipo está enclavado en un soporte dentro de la sala.
“Imagínate, mi sala da a la calle. ¿Te imaginas esos animales cantando ‘quiero mover el bote’?”, dijo.
Los devotos de Santa Bárbara se preguntan de qué forma podrán celebrar con fiestas religiosas la víspera del próximo 4 de diciembre.
Nueve días de luto es demasiado para la costumbre cubana de vincularlo todo a las bebidas alcohólicas y la música. A fin de cuentas, durante más de medio siglo el ron y la rumba matizan las convocatorias del gobierno, ya sean políticas o culturales.
Estrategas en violar las prohibiciones, tras días de luto los cubanos han buscado la manera de continuar con sus costumbres. La demanda del “paquete semanal” se ha elevado, y quienes se arriesgan aprovechan las jornadas de duelo para lucrar con la ley seca.
Hoy La Habana ha terminado de rendir honores a Fidel Castro. El cortejo fúnebre salió hacia el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde se dará sepultura al exmandatario, y aunque no se levantará la ley seca o el silencio musical, ni se reiniciaran las transmisiones de los programas infantiles, se palpa el momento de relajación que exige el pulso capitalino.
Aunque resulte increíble, al filo de la media mañana, cuando la caravana fúnebre entraba a la provincia de Matanzas, La Habana comenzó a escuchar una vez más sus atormentantes ruidos: el claxon de las guaguas, las conversaciones de esquina a esquina y el ruido de los autos clásicos con motores improvisados.
La ciudad se levanta del luto, obligado o no. Lo hace lentamente y con timidez porque no conoce los límites que le impondrán. Con ese mismo ritmo caminará hacia el olvido, y del olvido hacia una nueva era, que los fidelistas se niegan abandonar por el momento.