Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: FIDEL CASTRO: SECRETO HASTA LA TUMBA
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 05/12/2016 18:34
A los vecinos con casas con vistas al
 Cementerio de Santa Ifigenia les ordenaron cerrar las ventanas
 
fidel-stgo.jpg (748×498)
Secreto hasta la tumba
        Por Alejandro Armengol | Cuba Encuentro
En momentos en que se realizaba la ceremonia de depositar las cenizas de Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, los cubanos seguían sin conocer detalle alguno sobre su tumba.

En silencio y con un funeral a puerta cerrada. Así fue la despedida del hombre que ha hablado más en Cuba, durante más tiempo y por todos los medios posibles, y con mayor impunidad. Y como todo en su vida, el secretismo marcó también su adiós. La ceremonia fue estrictamente privada.

A los vecinos con casas con vistas al cementerio les ordenaron cerrar las ventanas.

No había detalles de quienes asistían: familiares y “algún dignatario”, se dijo, pero nada más. A la hora en que los obreros cerraban el nicho, la televisión retransmitía el acto de la noche anterior. Si querían ver algo nuevo, lo que ocurría en esos instantes, tenían que resignarse a esperar.

La última morada de Castro se pudo ver una vez terminada la ceremonia, cuando abrieron la puerta y finalmente los cubanos pudieron entrar, y entre ellos algunos reporteros internacionales. Las fotos del lugar aparecen hoy en la prensa de todo el mundo. Raúl Castro realizando el saludo militar frente a la tarja en la que se lee “Fidel”; los militares distraídos por un momento mientras los trabajadores llevan a cabo las labores imprescindibles, al igual que en cualquier entierro.

Ha existido un interés primordial y presente en todo momento para que toda la pompa y circunstancia, alrededor del funeral de Fidel Castro, sea singular y al mismo tiempo de una sencillez demasiado elaborada, así como de una excepcionalidad casi cotidiana.

Todo a partir de un empecinamiento en negar la muerte como acto natural.

A las razones políticas para mantener en la población la idea de la permanencia de Castro, como razón de Estado y de continuidad, se unen otras, que van de los escrúpulos y prejuicios provincianos a la reafirmación del mito histórico.

En primer lugar, un profundo desprecio hacia La Habana. Las cenizas de Castro solo se hacen presentes a los habaneros en el momento que abandonan la ciudad, rumbo a oriente, al “campo”. Hay en este recorrido final tanto de rememoración y viaje a la semilla como de acto de purificación. La vuelta al origen como señal de reafirmación.

El intento de negación del reposo, el refuerzo del gesto, el querer estampar esa actividad siempre febril que los diez últimos años de vida del caudillo diluyeron por completo. Los cubanos no han podido ver las cenizas de Castro en reposo. Cuando por primera vez se las muestran ya el vehículo está en marcha. A partir de entonces se inicia el camino donde a cada paso habrá espectadores estáticos, viendo pasar el cortejo, que no llega a concebirse en —no puede llegar a ser— una marcha triunfal como la anterior, pero que no obstante quiere rescatar lo que pueda de la premura y esencialidad guerrillera: cuatro vehículos militares rusos UAZ y un armón para una caravana de siete autos; austeridad bélica confiada en la disciplina que por décadas se ha impuesto a la población.

Uno llega a preguntarse si el parón de uno de los UAZ, en las calles de Santiago de Cuba, no fue el simple resultado de una fábrica de vehículos de conocida deficiencia, y formó parte de esa ceremonia, orquestada con precisión operática, para ser precisamente todo lo contrario de una ópera: muestra de sencillez, fervor y obediencia.

Baste por un momento imaginar lo que hubiera ocurrido, durante el entierro de Hugo Chávez, si la carroza fúnebre se hubiera detenido. Y entonces se comienza a comprender la distancia que transita de un sistema a otro, de un gobierno a otro, de un país a otro.

La multitud vestida de rojo que se abalanzaba sobre el auto que transportaba el ataúd de Chávez no tiene nada que ver con el control imperante en Cuba, que hizo posible que, desde el borde de la carretera, los cubanos vieron pasar las cenizas de Castro sin arriesgar un paso adelante, una lágrima de más o de menos, o de lanzar una exclamación que no hubiera sido programada hasta en la imaginación.

Con tan estudiado ajuste de tiempos —una incineración inmediata y un dilatado ceremonial con escenarios muy bien escogidos a quien mostrarse y cuando—, es muy posible que fuera el propio Fidel Castro quien elaborara una salida de escena tan pausada, como para que los cubanos se cansaran, aburrieran de su muerte, y apenas por un minuto desearan detener el reloj.


Primer  Anterior  Sin respuesta  Siguiente   Último  

 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados