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General: Kirk Douglas, último superviviente del Hollywood dorado cumplió 100 años
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanodelmundo  (Mensaje original) Enviado: 09/12/2016 20:48
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El secreto de Kirk Douglas para vivir 100 años 
Kirk Douglas, último superviviente del Hollywood dorado, talento en estado puro y uno de los grandes iconos de la historia del celuloide
            Por Jorge Posada - El Nuevo Herald
Nacido como Issur Danilovich Demsky (Estado de New York, 9 de diciembre de 1916), adoptó más tarde el nombre artístico de Kirk Douglas para impulsar su carrera. Sus padres habían llegado a EE.UU, en 1908, escapando de Moscú para evitar el reclutamiento del padre en la guerra ruso japonesa. «Mis padres eran pobres y analfabetos», ha proclamado siempre Kirk Douglas, orgulloso de la historia de superación que protagonizaron sus progenitores.
  
En unos hermosos versos que muchos años más tarde inmortalizó para siempre Joan Manuel Serrat, el gran Antonio Machado escribió: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero”. Mi niñez, en cambio, fue ir descubriendo poco a poco el sentido y la belleza del cine, con el mismo asombro con que trataba de descifrar, una tras otra, los misterios de la vida. En los modestos cines de mi barrio conocí las aventuras más fabulosas que podía vivir un muchacho.
 
El cine era pelear al borde de un acantilado en Inglaterra, recorrer a caballo las planicies de Wyoming y conocer las profundidades del Mar Egeo; caminar por callejones donde la muerte acecha, luchar contra un calamar gigante y saber que el vaquero que saca el revólver con más rapidez es el que sobrevive. En el cine Victoria disfruté las peripecias de Gary Cooper y Burt Lancaster en Veracruz; en el San Miguel gocé los combates a espada de Alan Ladd en El caballero de negro, y en el San Francisco viví los peligros de Errol Flynn en Estambul. Mi infancia es pensar en el cine norteamericano y pensar en el cine norteamericano es pensar irremediablemente en Kirk Douglas.
 
Yo tenía siete, ocho años, y quería ser Kirk Douglas. Después que lo conocí, todos los otros héroes de mi infancia–Davy Crockett, Cisco Kid, Flash Gordon– pasaron a un segundo plano. Yo quería tener su simpatía, su agilidad, su flechudo pelo rubio. Una tras otra sus películas me emocionaron: Veinte mil leguas de viaje submarino –me aprendí de memoria el nombre del arponero que interpretaba: Ned Land–, A un paso de la muerte, Un hombre sin rumbo, La antesala del infierno, y Ulises. Douglas derrochaba fuerza, intensidad y gracia; en la pantalla era más que un actor: era la exuberancia a 24 cuadros por segundo y el hoyuelo en la barbilla era el más famoso de su época.
 
Pero Douglas no siempre fue Douglas. Nació con el nombre de Issur Danielovitch Demsky –que parece el nombre de un personaje de Dostoievski o de Pasternak– el 9 de diciembre de 1916 en la ciudad de Amsterdam, en el estado de Nueva York. Hijo de inmigrantes judíos semianalfabetos que llegaron a Estados Unidos procedentes de lo que hoy se conoce como Bielorrusia, sus padres tenían seis hijos que mantener. El padre se ganaba la vida vendiendo madera, alimentos, trapos viejos (su autobiografía, publicada en 1988, se titula sin vergüenza El hijo del trapero) y ropa usada en las calles de la localidad, hasta que un día abandonó el hogar. Douglas tuvo que empezar a trabajar desde niño para ayudar a la familia, sin dejar de ir a la escuela. En aquellos tiempos vendía refrescos y golosinas por la calle, y repartía periódicos de casa en casa.
 
Aunque creció en un ghetto pobre, se destacó por ser buen estudiante y un atleta brillante. Practicó con enorme entusiasmo la lucha libre a la vez que sobresalió en las pequeñas obras que se representaban. Su primer contacto con el mundo teatral fue en la primaria. A los 17 años terminó la secundaria y quiso entrar en la universidad, pero su salario de dependiente en unos almacenes no le alcanzaba para matricularse. Douglas solicitó de todos modos, su ingreso en la Universidad St. Lawrence de Nueva York directamente al decano, que lo aceptó a cambio de que Douglas trabajase como jardinero mientras estudiase en la facultad.
 
Tras graduarse en St. Lawrence ganó una beca en la Academia Norteamericana de Arte Dramático de Nueva York, donde estuvo hasta 1939. Durante su estancia allí, Douglas impartía clases de arte dramático a los niños del centro y, en los veranos, trabajaba en piezas menores como actor de reparto. Fueron sus inicios como profesional, y cuando adoptó su nombre artístico inspirándose en su admirado Douglas Fairbanks. En la escuela conoció a Betty Perske, una jovencita de 16 años que luego se convirtió en Lauren Bacall. En su autobiografía, comentó sobre Bacall: “Me imagino que sentía por mí una especie de enamoramiento de colegiala”.
 
Douglas actuó en unas pocas producciones menores de Broadway, y en 1941 se alistó en la Marina de Guerra hasta que volvió a casa herido y terminado el conflicto regresó a los escenarios y a hacer algunos trabajos en la radio.
 
Su pasión sobre el escenario llamó la atención de varios productores teatrales, y Bacall, ya una estrella conocida y recién casada con Humphrey Bogart, convenció al productor Hal B. Wallis para que viajara a Nueva York y conociera a Douglas, que había vuelto a Broadway al acabarse la guerra. El magnate le propuso aspirar a uno de los protagónicos de The Strange Love of Martha Ivers (1946), melodrama dirigido por Lewis Milestone, con Barbara Stanwyck y Van Heflin, prueba de la que Douglas salió triunfante, y obtuvo el papel de Walter O’Neil, el amargado esposo de la protagonista. Otros dos jóvenes que con el tiempo se harían célebres, Richard Widmark y Montgomery Clift, buscaban también el papel.
 
Al cabo de varios filmes menores, salvo Out of the Past (1947), de Jacques Tourneur, considerada uno de los mejores títulos de cine negro de la historia, con Robert Mitchum y Jane Greer, por fin con su octava película, Champion (1949), dirigida por Mark Robson, alcanzó reconocimiento y su carrera dio un giro total. Por su realista interpretación de un boxeador que sacrifica a sus amigos, familia y novia con tal de ser el mejor en el ring lo nominan al Oscar al mejor actor. La cinta le sirvió a Douglas para mostrar, por primera vez, su carácter a la hora de actuar. A partir de ese momento se convirtió en una de las principales estrellas de Hollywood y durante las décadas de los 1950 y 1970 vivió su época de mayor esplendor.
 
Tras esta cinta, Douglas protagonizó Young Man with a Horn (1950), de Michael Curtiz, junto a Lauren Bacall, Ace in the Hole (1951), de Billy Wilder, y The Bad and the Beautiful (1952), dirigida por Vincente Minnelli. Fue su segunda nominación al Oscar. Su tercera postulación fue por Lust for Live (1956), uno de sus mejores papeles, donde dio vida con atormentada ferocidad al genial pintor Vincent Van Gogh, otra vez bajo la dirección de Minnelli. La película fue un tremendo duelo de actuación con Anthony Quinn, quien hizo de Paul Gauguin y se llevó el Oscar secundario.
 
Los seres maltrechos y con un destino fatal siempre se le dieron bien a Douglas, uno de los imprescindibles héroes del cine americano. Aunque nunca ganó el Oscar, curiosamente dos veces rechazó papeles que llevaron a otros a ganar la estatuilla: el de William Holden en Stalag 17 (1953), de Billy Wilder, y el de Lee Marvin en Cat Ballou (1965) junto a Jane Fonda. Como tardío consuelo, en 1996 recibió un Oscar honorífico.
 
El hijo del trapero logró un lugar entre los elegidos. Poco importa que su carrera sobreviviera con dificultad los profundos cambios de los años 1960 y que viviera una decadencia en los 1970 y 1980. Ya nada podía disminuir una figura que hoy por hoy es uno de los inmortales.
 
Kirk Douglas, el inquieto superviviente de la era dorada de Hollywood, el incurable mujeriego que tuvo romances con las mujeres más conocidas del mundo del espectáculo (Marlene Dietrich, Lana Turner, Rita Hayworth, Joan Crawford, Gene Tierney, Mia Farrow y Faye Dunaway); el hombre que desafió la infame cacería de brujas poniendo el nombre del perseguido guionista Dalton Trumbo en los créditos de su film Spartacus, y el último mito viviente de la Meca del Cine, ahora está cumpliendo 100 años.
 
Alguien dijo una vez que lo único mejor que el cine es hablar de cine. Es verdad: lo único mejor que las películas de Kirk Douglas es hablar de ellas.
 
Kirk Douglas
De familia pobre, judío y de padres bielorrusos, desde muy pequeño se las tuvo que apañar trabajando aquí y allá hasta que por fin consiguió una beca para la Academia de Arte Dramático de Nueva York. Tras comenzar su carrera en el teatro tuvo que incorporarse a filas para luchar en Europa durante la II Guerra Mundial, de donde regresó herido, lo que no le impidió retomar las tablas y algún que otro spot radiofónico para ganarse unos dólares.
 
Ya en el cine, comenzó a ser presentado como un tipo “malote” pero con cierto encanto; en los años 50 y 60 los westerns y las películas de guerra tenían mucho tirón, y Kirk encarnaba al personaje ideal para ellas.
 
Pero lo que realmente lo encumbró al estrellato fue, entre otros, sus magníficos papeles interpretando al genio holandés Vicent Van Gogh, en la película “El loco del pelo rojo”; “Espartaco” de Stanley Kubrick (no podemos imaginar a uno mejor y ya está marcado en el imaginario colectivo como tal); o su magnífica labor en “Senderos de Gloria”.
 
Nominado 3 veces al Oscar, no tuvo fortuna en ninguna de las ocasiones. A pesar de ello, la Academia de Cine estadounidense se lo concedió en 1996 – con ocasión de completar 50 años de notable presencia en el cine -,  un Oscar honorario por su contribución general al Séptimo Arte.
 
Kirk Douglas, es sin duda una de las más grandes leyendas de cine de todos los tiempos. En 1999, el American Film Institute le clasificó en el puesto 17 en la lista de las estrellas más grandes de todos los tiempos, puesto que se queda corto… Lo imagino balanceándose en su mecedora con un palillo en los dientes balbuceando “que pase el siguiente, a mi me queda cuerda para rato”…
 
 
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Michael Douglas el hijo y  Kirk Douglas el padre, los dos grandes actores del celuloide.


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