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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 13/12/2016 16:05
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                                                                                                      Pierden el coraje de luchar, cuando solo piensan en comer, vestir,  sobrevivir o escapar del país
¿Cómo llega el alimento a la mesa del cubano?
Los contrabandistas cada vez son más creativos y se las ingenian para continuar tributando al mercado negro
            Por Ernesto Pérez Chang  | La Habana | Cubanet
Son apenas las 7 de la mañana y un viejo camión Ford de los años 50 es detenido por la policía a pocos kilómetros de la entrada a San Juan y Martínez. Al chofer no le parece raro. Lleva años transportando personas desde los municipios de la costa sur de Pinar del Río a la cabecera provincial, incluso hasta La Habana, y sabe que esa carretera, en ciertos períodos del año, es minuciosamente requisada.
 
Los pasajeros tampoco se preguntan las razones de la detención. Conocen la rutina y ya están acostumbrados a tales situaciones.
 
Solo algún extranjero, de esos que vienen a Cuba y se salen de la ruta turística para aventurarse en el día a día de los “nativos”, pudiera mostrar asombro e imaginará, por el modo intimidante en que los policías han subido al vehículo, los registros de las pertenencias de los viajantes, el menosprecio que exhiben al cachear y al hacer preguntas acusatorias tanto a hombres como a mujeres, que se trata de un operativo antidroga.
 
Sin embargo, después la escena comenzará a revelársele absurda, surrealista, cuando de los maletines o debajo de las ropas que visten los cubanos e incluso en los lugares menos imaginados como la barriga de una falsa embarazada comiencen a brotar langostas, camarones, pescados, bolas de carne, quesos, tabaco torcido o en hojas, como si fuese una extravagancia de Salvador Dalí.
 
La carretera por la que viajan, en dirección a La Habana, es una ruta importante de contrabando pero no solo de cocaína, marihuana o personas sino, fundamentalmente, de especies marinas y terrestres vedadas al consumo de la población, aunque no siempre por un afán conservacionista sino porque, en algunos casos, son “de interés económico” (como los mariscos, la carne de res y los lácteos, también el tabaco) y solo el gobierno tiene el derecho a comercializarlos y a consumirlos, dos operaciones que al instante se convierten en delitos muy graves cuando una persona  las realiza por su propia voluntad.
 
No obstante, los contrabandistas cada vez son más creativos y se las ingenian de diversas maneras para continuar tributando a un mercado negro sobre el cual se alza la verdadera economía cubana y que es la fuente de ingresos fundamental para casi todos los cubanos, residan dentro o fuera de Cuba, sean gente de a pie o dirigentes del partido comunista.
 
Nela, por ejemplo, es una mujer que ya sobrepasa los 60 años, pero, además, es una de las tantas “contrabandistas” que usan su fachada de “abuelita” para trabajar como mula. Por cada viaje que realiza a Pinar del Río recibe un buen dinero y, según nos cuenta, ha modificado sus ropas para convertirlas en “escondites secretos”:
 
“Es muy incómodo sobre todo por el calor pero es mejor que esconder las cosas en tanquetas o en el fondo de los maletines. Eso es lo primero que registran los policías. (…) Me hice una faja para (debajo de) la blusa y encima siempre me pongo un abrigo.  Dentro de la faja acomodo la carne de caguama y los paquetes de masa de pescado, los acomodo bien y la gente lo que piensa es que soy una vieja barrigona.  También guardo cosas en los ajustadores (sostenes) y hasta en el blúmer”, dice Nela mientras ríe, como si no se enfrentara a una situación de riesgo.
 
Yanai, una joven que trabaja como mula para el mismo comprador de Nela, también narra sus peripecias: “Te lo digo como una gracia pero uno pasa tremendos sofocones.  Hay policías a los que uno les da algo y te dejan pasar pero hay otros que se ponen terribles.  Yo me hago pasar por embarazada y en la barriga guardo las cosas. Lo más difícil son las langostas porque esos bichos tienen una peste (mal olor) que cualquiera te descubre a mil kilómetros pero uno a veces cuadra con el chofer y él las esconde  a veces en las gomas de repuesto, o debajo del asiento, en la caja de herramientas.  También los choferes se conocen a casi todos los policías y se entienden”, afirma Yanai.
 
Eduardo es un exoficial de la policía que dice haber realizado varias operaciones de decomiso en las carreteras. Hoy, ya fuera de servicio, debido a la experiencia adquirida y lo lucrativo del negocio, se ha convertido en contrabandista y describe algunas de las maneras en que ocultan las mercancías:
 
“Donde menos te lo imaginas encuentras, pero aunque parezca de bobos, aún hay quienes siguen guardando las cosas en el fondo de las latas de sancocho (desperdicios que sirven de alimento a los animales de cría), en los bolsos, mochilas, pero los más vivos se las inventan.  Dentro de sacos de carbón, en ajustadores, dentro de un televisor, termos de café, llantas, donde sea. Una vez encontramos más de cien langostas debajo de una carreta de arena y eso porque ya teníamos marcado al tipo.  Algo que nosotros revisábamos mucho eran los carros de muerto (fúnebres) y las ambulancias tú no sabes lo que la gente esconde en los carros de muerto, incluso con el muerto arriba”, comenta Eduardo.
 
Daniel, un camionero que en ocasiones cubre la ruta Pinar-Habana, admite que algunos vehículos para el transporte de pasajeros han sido adaptados para el contrabando y que esto forma parte esencial del negocio, más que el acarreo de personas:
 
“Soy consciente de eso, aunque no es mi caso”, aclara Daniel. “Lo he visto y tengo amigos que lo hacen pero es peligroso. Hay quienes instalan tanques de combustible falsos o les ponen compartimentos ocultos. Usan también los forros de los techos o dentro de las lonas, hasta detrás de las defensas, o en tubos que sueldan debajo de los camiones, en doble fondos. Eso da dinero, hace más rentables los viajes.  No es que los viajes (de pasajeros) no den dinero pero si le agregas lo otro, haces el triple en cada viaje”.
 
Estas no son todas las vías por las que llegan los alimentos a la mesa de los cubanos que viven en la isla. Incluso pudieran existir otras maniobras de ocultamiento que demasiados años de prohibiciones han ido afinando al punto que se han vuelto indetectables, tal vez debido a que se insertan en los mismos mecanismos de híper control diseñados desde las instituciones gubernamentales para enfrentar el contrabando.
 
Llevar a nuestras mesas otras comidas que no sean sólo ese puñado de alimento insuficiente, magro, que se vende normado en las bodegas un único día del mes, implica insertarse en una verdadera historia de horror y misterio de la cual poco se sospecha cuando quien toca a la puerta, agazapado en la oscuridad de la noche, propone un paquetico de camarones o una librita de carne de res, manjares que aquí, en la isla, por clandestinos, ya casi nadie llama ni en voz alta ni por sus verdaderos nombres.
 
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                                                   Ni panes ni peces para la mesa                            (Foto Martinoticias)
 Vía Cubanet


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